Domingo XIII del
Tiempo Ordinario, ciclo b
27 de Junio de 2021
Nos
puede pasar a nosotros, nos podemos acomodar, nos podemos aburguesar, pensamos que con lo que hacemos ya es
suficiente. Se nos proclama la Palabra de Dios y no la llegamos a permitir
que ordene nuestra vida, que nos eche el vino nuevo de su amor en nuestras
heridas para que sean cicatrizadas. Es como si le dijéramos al Señor, con gran
diplomacia y educación: ‘Señor, cuenta conmigo pero sólo hasta aquí, poniendo
uno los límites’. Y lo llegar a suceder
es que uno termina por creerse que la Palabra de Dios no le dice nada, no le
cuestiona nada, no le alumbra nada, cuando ha sido uno el que ha hecho el libre
ejercicio de silenciarla. Y cuando uno silencia la Palabra de Dios en su vida,
la lectura de todo lo que hace es una lectura plana, totalmente empobrecida y
mundanizada. Nos acostumbramos a pensar y razonar tal y como lo hace el mundo.
Estamos en la Iglesia, pero pensamos con el mundo. Nos estamos olvidando de lo que el Espíritu Santo nos dice en los
acontecimientos.
Esta
semana han salido en todos los titulares de los noticiarios un “megabrote” de
Covid-19 por los viajes de fin de curso a Mallorca con más de 500 contagiados y
más de 2000 jóvenes en cuarentena estando seis comunidades autónomas afectadas.
Pues un concierto de reggaetón, fiestas en barcos, en hoteles, en la playa… y
todo por divertirse de un modo totalmente incívico e insolidario. Pero detrás
de todo esto hay una ausencia de amor, un no renunciar a mi fiesta alocada
acosta de todos aquellos que puedo contagiar e incluso matar por el virus. Cuando el pecado abunda, la vida se
desperdicia. Se sufren enormes hemorragias de sangre, hemorragias de vida.
Daos cuenta que San Pablo, en la
segunda lectura, está exhortando a la comunidad de los Corintios diciéndoles que
los límites no los ponemos nosotros.
Que a las cosas de Dios no se les puede
poner límites, porque te limitas.
Si a una piscina de dos metros de profundidad únicamente la llenas unos
centímetros no podrás, ni siquiera chapotear con el agua. Por eso San Pablo nos
dice que demos con generosidad por amor a los demás. Le dice que pueden tener
mucho dinero, pero si no ayudan a los hermanos, ese dinero puede ser para ellos
causa de perdición.
Esas
personas que apretujaban a Jesús estaban enfermas por el pecado y no sentían la
necesidad de ser sanados porque se
habían acostumbrado a estar así. Estaban con Jesús porque sus palabras les llenaban
el corazón pero tan pronto como Jesús les ponía en la verdad y les desenmascaraba
su pecado, ellos se iban porque sus palabras eran duras y exigentes al ponerles
en un camino de conversión. Incluso Jesús les llega a decir a los doce: «¿También
vosotros queréis iros?».
Sin embargo una mujer que padecía
flujos de sangre, que oyó hablar de Jesús, se le acercó por detrás, de entre la
gente, le tocó el manto pensando que así quedaría curada. Y al tocar el manto
de Jesús, inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y quedó curada. Jesús
se da cuenta de que había salido fuerza sanadora de Él y pregunta que quién le
ha tocado el manto y le busca con su mirada. Hasta que ella se le acerca,
asustada y temblorosa, se le echó a los pies y le confesó a Jesús toda la
verdad.
La
sangre representa la vida, en el libro del Deuteronomio así no lo presenta.
Una vida que se desperdicia por el pecado, por las adicciones, por entrar en la
dinámica de Satanás. Esa mujer estaba perdiendo la vida, se estaba desangrando
desde hacía doce años y quería sanar, pero no lo conseguía. Seguramente que
esta mujer ‘tocó fondo’, se consideraría como ‘causa perdida’. Sin embargo, la
Palabra también fue proclamada para ella.
Oyó hablar de
Jesús, alguien le habló a esta mujer de Jesús. Seguramente que la contaría cómo
Jesús le ordenó su vida, descubrió el amor, recobró la alegría perdida,
adquirió el sentido de vivir que antes había desaparecido… y ese testimonio fue
el que hizo que esta mujer que sufría flujos de sangre, flujos de vida también
pudiera experimentar la alegría de poder contar con Cristo en su día a día. Se hicieron
realidad las palabras del Salmo al sacar a esta mujer del abismo y la hizo
revivir cuando bajaba a la fosa.
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