viernes, 25 de junio de 2021

Homilía del Domingo XIII del Tiempo Ordinario, Ciclo B

 

Domingo XIII del Tiempo Ordinario, ciclo b

27 de Junio de 2021                      

             Hoy en el Evangelio de San Marcos nos encontramos a Jesús siendo apretujado por el gentío. Todos querían ver a Jesús, estar con Él, conocer a aquel del cual todos hablaban. Dice el evangelio que «se le reunión mucha gente a su alrededor» y que «mucha gente lo apretujaba». En otros textos evangélicos nos cuentan que a veces que «se juntaba tanta gente que no le dejaban ni comer». Todas esas personas que le apretujaban estaban totalmente empecatadas hasta el tuétano, pero no sentían la necesidad de cambiar de vida. Y es más, tampoco estaban educando su oído para poder aplicar en sus vidas aquellas cosas que decía el Señor.

Nos puede pasar a nosotros, nos podemos acomodar, nos podemos aburguesar, pensamos que con lo que hacemos ya es suficiente. Se nos proclama la Palabra de Dios y no la llegamos a permitir que ordene nuestra vida, que nos eche el vino nuevo de su amor en nuestras heridas para que sean cicatrizadas. Es como si le dijéramos al Señor, con gran diplomacia y educación: ‘Señor, cuenta conmigo pero sólo hasta aquí, poniendo uno los límites’.  Y lo llegar a suceder es que uno termina por creerse que la Palabra de Dios no le dice nada, no le cuestiona nada, no le alumbra nada, cuando ha sido uno el que ha hecho el libre ejercicio de silenciarla. Y cuando uno silencia la Palabra de Dios en su vida, la lectura de todo lo que hace es una lectura plana, totalmente empobrecida y mundanizada. Nos acostumbramos a pensar y razonar tal y como lo hace el mundo. Estamos en la Iglesia, pero pensamos con el mundo. Nos estamos olvidando de lo que el Espíritu Santo nos dice en los acontecimientos.

Esta semana han salido en todos los titulares de los noticiarios un “megabrote” de Covid-19 por los viajes de fin de curso a Mallorca con más de 500 contagiados y más de 2000 jóvenes en cuarentena estando seis comunidades autónomas afectadas. Pues un concierto de reggaetón, fiestas en barcos, en hoteles, en la playa… y todo por divertirse de un modo totalmente incívico e insolidario. Pero detrás de todo esto hay una ausencia de amor, un no renunciar a mi fiesta alocada acosta de todos aquellos que puedo contagiar e incluso matar por el virus. Cuando el pecado abunda, la vida se desperdicia. Se sufren enormes hemorragias de sangre, hemorragias de vida.

            Daos cuenta que San Pablo, en la segunda lectura, está exhortando a la comunidad de los Corintios diciéndoles que los límites no los ponemos nosotros. Que a las cosas de Dios no se les puede poner límites, porque te limitas. Si a una piscina de dos metros de profundidad únicamente la llenas unos centímetros no podrás, ni siquiera chapotear con el agua. Por eso San Pablo nos dice que demos con generosidad por amor a los demás. Le dice que pueden tener mucho dinero, pero si no ayudan a los hermanos, ese dinero puede ser para ellos causa de perdición.

Esas personas que apretujaban a Jesús estaban enfermas por el pecado y no sentían la necesidad de ser sanados porque se habían acostumbrado a estar así. Estaban con Jesús porque sus palabras les llenaban el corazón pero tan pronto como Jesús les ponía en la verdad y les desenmascaraba su pecado, ellos se iban porque sus palabras eran duras y exigentes al ponerles en un camino de conversión. Incluso Jesús les llega a decir a los doce: «¿También vosotros queréis iros?».

            Sin embargo una mujer que padecía flujos de sangre, que oyó hablar de Jesús, se le acercó por detrás, de entre la gente, le tocó el manto pensando que así quedaría curada. Y al tocar el manto de Jesús, inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y quedó curada. Jesús se da cuenta de que había salido fuerza sanadora de Él y pregunta que quién le ha tocado el manto y le busca con su mirada. Hasta que ella se le acerca, asustada y temblorosa, se le echó a los pies y le confesó a Jesús toda la verdad.

            La sangre representa la vida, en el libro del Deuteronomio así no lo presenta. Una vida que se desperdicia por el pecado, por las adicciones, por entrar en la dinámica de Satanás. Esa mujer estaba perdiendo la vida, se estaba desangrando desde hacía doce años y quería sanar, pero no lo conseguía. Seguramente que esta mujer ‘tocó fondo’, se consideraría como ‘causa perdida’. Sin embargo, la Palabra también fue proclamada para ella.

Oyó hablar de Jesús, alguien le habló a esta mujer de Jesús. Seguramente que la contaría cómo Jesús le ordenó su vida, descubrió el amor, recobró la alegría perdida, adquirió el sentido de vivir que antes había desaparecido… y ese testimonio fue el que hizo que esta mujer que sufría flujos de sangre, flujos de vida también pudiera experimentar la alegría de poder contar con Cristo en su día a día. Se hicieron realidad las palabras del Salmo al sacar a esta mujer del abismo y la hizo revivir cuando bajaba a la fosa.

No hay comentarios: