viernes, 19 de abril de 2019

Homilía del Viernes Santo


Homilía del viernes santo
         
          «Dice el Evangelio que en Jerusalén había una piscina milagrosa y que el primero que se metía en ella cuando se removían las aguas quedaba limpio [Jn 5, 1-9]. Nosotros tenemos que meternos en esa piscina, o mejor dicho, en ese océano que es la pasión de Cristo. Pues es es el sufrimiento del hombre-Dios: un océano inmenso, sin orillas y sin fondo». Estas palabras no son mías, son del Padre franciscano capuchino Rainero Cantalamesa.
          Todos nuestros pecados estaban sobre Jesucristo y Él los llevaba misteriosamente encima. Nos dice San Pedro en su primera carta: «Él cargó con nuestros pecados, llevándolos en su cuerpo hasta el madero, para que, muertos al pecado, vivamos por la salvación» (1Pe 2, 24).
          En nuestra cultura en la que parece que ya no existe el pecado y se está perdiendo el sentido del pecado cuesta entender que Cristo haya muerto en la cruz por uno. Pero el hecho de no valorarlo no significa que no tenga una importancia muy seria. Sólo es que no nos damos cuenta de la seriedad de este asunto y que nuestro proceder es muy negligente. Sin embargo Jesucristo tiene paciencia con nosotros.
          Él desea que recibiéramos por la fe el espíritu prometido. Los Padres de la Iglesia han aplicado a Cristo crucificado la figura bíblica de las aguas amargas de Mará, que se convirtieron en aguas dulces al contacto con la planta que echó Moisés en ellas (Ex 15, 22-27). En el madero de la cruz, Jesús bebió las aguas amargas del pecado y las convirtió en el “agua dulce” de su Espíritu, de lo cual es símbolo el agua que salió de su costado. Trasformó aquel ‘no’ de los hombres en un ‘sí’ para poder estar con Dios en la Gloria y allí ser uno con Él.




Viernes Santo, 19 de abril de 2019
Roberto García Villumbrales

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