sábado, 27 de mayo de 2017

Homilía del Séptimo domingo de Pascua, ciclo a, LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

DOMINGO VII DEL TIEMPO PASCUAL, ciclo a – La Ascensión  del Señor
            La sabiduría no es un saber humano, sino una experiencia divina. Seguir a Jesús es entablar con Él una profunda intimidad. Primero uno se encuentra seducido, lo mismo que sucede en tantos procesos del amor humano. El Señor aprovecha cualquier circunstancia o situación personal para tocar es fibra del corazón para cautivarnos, para enamorarnos. El tiempo va transcurriendo y la relación va madurando, de tal modo que la persona de Jesús llega al corazón y se planta en el centro mismo de la vida. No es suficiente que su mensaje sea excelente y cautivador, sino que uno descubre que no quiere seguir a unas normas o unas reglas o unas directrices morales o éticas, sino que uno quiere seguir a una persona. Se desea ser esa María que sentado a los pies del Maestro escuchaba atentamente sus palabras. Según sea el temperamento de cada uno irá predominando en unos la ternura, en otros el apasionamiento, en otros el deseo de estar cada vez más unido a Él pero sin manifestar sus sentimientos tan claramente. De tal modo que estar con Él es lo mayor que uno puede alcanzar; nuestro salario es estar con Él.
            Cuarenta días fue el tiempo en que el Señor Resucitado deseó estar con sus discípulos antes de subir a lo más alto del Cielo. Cuando Dios envió el diluvio, cuarenta días y cuarenta noches estuvo lloviendo sobre la tierra; Isaac tenía 40 años cuando se casó con Rebeca. También Esaú cuando contrajo matrimonio con Judit; cuarenta años fue el tiempo en que el pueblo de Israel estuvo caminando por el desierto bajo la pedagogía divina; cuarenta días fueron los que pasó Moisés en el monte Sinaí para recibir las Tablas de la Ley de parte de Dios; los 12 espías de Israel exploraron la tierra de Canaán durante 40 días; Goliat desafió a los israelitas por espacio de 40 días hasta que fue vencido por David; David reinó 40 años, el mismo tiempo que su antecesor Saúl  y que su hijo Salomón; El profeta Elías pasó 40 días en ayunas en el desierto hasta encontrarse con Dios en el monte Horeb; Jonás anunció que Nínive sería destruida a los 40 días; Jesús fue presentado en el Templo a los 40 días de su nacimiento tal como mandaba la Ley; Cuarenta días pasó Jesús en el desierto  y tras su crucifixión, el tiempo en el que se apareció a sus discípulos fue precisamente de 40 días antes de la Ascensión.

            Estos «cuarenta» indica el tiempo de la prueba y de la enseñanza necesaria. Los rabinos consideraban este tiempo como el necesario para tener un aprendizaje complejo y  normativo. Y este tiempo, los cuarenta días de pascua, donde Jesucristo resucitado «se les presentó dándoles pruebas evidentes de que él estaba vivo» es el tiempo extraordinario para consolidar la fe de los discípulos. Durante este tiempo uno ha ido adquiriendo esa sabiduría que brota de la experiencia divina. Ha ido adquiriendo razones sobrenaturales para afrontar los desafíos reales y concretos del quehacer cotidiano, cada cual con su propio temperamento. Por eso estamos aquí ahora, por esto estamos ahora en este particular seno materno que es la Iglesia para que adquiriendo pruebas evidentes de la resurrección del Señor podamos afrontar los desafíos con esa sabiduría que procede de lo alto. Unos necesitaran menos tiempo, otros precisaremos de más tiempo para poder consolidar nuestra fe. Cuando uno descubre que hay alguien que es más fuerte que la propia muerte, enseguida dirige su mirada y su corazón hacia Él, ya que todo adquiere un sentido nuevo y pleno.

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