HOMILÍA
DEL SEXTO DOMINGO DE PASCUA, ciclo a
Nos dice la Palabra que «en aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaria y
predicaba allí a Cristo». Nos encontramos a Felipe –a uno del
grupo de los siete (Hch 6, 1-7)- que está
anunciando el kerigma, el anuncio de la buena Noticia de Cristo resucitado.
¿Acaso Felipe se limitaba a reproducir como un papagayo lo que previamente
había escuchado a los Apóstoles? ¿La misión de Felipe era ir allá, lanzar el
rollo de turno e irse? ¿Creen ustedes que Felipe les fotocopiaría una ficha o
les abriría un libro o les proyectaría un dvd para así ‘darles una catequesis’?
¿Creen ustedes que de este modo Felipe hubiera conseguido que esa gente de
Samaría hubiera abierto el oído para
escuchar la Palabra?
Si
Felipe hubiera presentado a Jesucristo como se presenta a Cristóbal Colón o al
inventor de la batería eléctrica –por ejemplo-, les puedo asegurar que por un
millón de catequesis que les pueda impartir, esa gente entra como pagana y sale
como pagana sin haberse enterado de nada de la vida cristiana. Y me pueden
decir, «hombre, no seas tan exagerado, ya que Jesús es el hijo de Dios, el
Mesías», a lo que yo contestaría que Cristóbal Colón descubrió América y que el
inventor de la batería eléctrica fue un italiano en el año 1800 llamado
Alessandro Volta. A lo que alguno, sintiéndose muy molesto con mis palabras,
podría argumentar cosas como estas: « ¡oye, que te estás pasando!, que mis
hijos están bautizados, han hecho la Primera Comunión, e incluso se han
confirmado y alguno de ellos están casados por la iglesia y otros viven con sus
parejas. Además, yo voy a misa los domingos y pago la cuota parroquial». Y como
tanto él como yo estamos hablando en dos categorías distintas y no nos podremos
entender se tendría que hacer la famosa ‘prueba del algodón’. Hace unos años
había un anuncio de un producto de limpieza que dejaba las superficies de la
cocina tan limpias que pasaba un algodón por ellas y demostraba que todo estaba
impoluto. Pero en este caso ‘ese algodón’ tiene que detectar a Cristo en la
vida de esa persona.
Felipe
tiene razones personales para creer en Cristo. Felipe es consciente de que
antes de creer con todo su corazón el kerigma, el anuncio de la resurrección,
era otro. Felipe se da cuenta de que hay un antes y un después en su vida a partir
del momento en que se creyó el mensaje de la salvación. Empezó a descubrir que
era posible salir de esa situación de angustia, porque el Señor le dio la
gracia de saber que los demás pueden ser como ellos quieran ser –de
antipáticos, de desagradables, de groseros- pero lo importante es tener la paz
del Señor para mostrarles el amor de Dios. Felipe empezó a descubrir algo que está
oculto para la mayoría: que Cristo está en la otra persona, incluso en el que
te calumnia, en el que te roba, en el que te da una paliza y te las hace pasar
muy mal. Es cierto que uno pasa por tonto ante el mundo, pero no lo es, lo que
pasa es que se fía de la promesa proclamada en el kerigma. Y que viviendo la fe
en la comunidad cristiana se va gestando un modo nuevo de amar, ya que aunque estamos
en la tierra somos ciudadanos del cielo. Cuando Felipe ha ido permitiendo que
el Espíritu del Resucitado le fuera quitando las telarañas de los ojos, le
fuera abriendo el oído y el entendimiento es entonces cuando se da cuenta de
cómo el Resucitado actúa sanando y ofreciendo un sentido sobrenatural, nuevo y
real a su existir. Ya que lo que único que quiere es ESTAR CON CRISTO.
Seguramente
que antes, cuando alguien ‘se la jugaba’ portándose mal con él, le saldría todo
tipo de demonios, de críticas, mala leche y murmuraciones. Pero al descubrir
cómo Dios le ama con todas sus fuerzas a pesar de cómo uno se porta con Él y
con los demás, Felipe se rindió ante ese amor y se dejó conquistar con
Jesucristo resucitado.
De tal modo que aquellos que le vean
puedan decir: Felipe nos está hablando con su vida, no se trata de palabras o
de sermones, sino que habla con autoridad porque él mismo es el mensaje que
anuncia. Por eso dice Jesucristo en el Evangelio refiriéndose al Espíritu Santo:
«vosotros,
en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros».
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