Homilía del Domingo Cuarto de Pascua,
ciclo a, 7 de mayo de 2017
La Palabra de Dios hoy nos vuelve a
sorprender. Nos puede dar la impresión de que trata de temas que no nos afectan
directamente. Sin embargo más actual y más adecuada para cada uno es difícil poder
encontrar. A modo de ejemplo: La primera carta de San Pedro se dirige a unas
comunidades cristianas formada por gente humilde, por campesinos o pastores que procedían del paganismo. Nosotros
procedemos del paganismo. Es verdad que hemos sido bautizados desde pequeños y
tenemos todos los sacramentos ‘en regla’, pero la cultura social es pagana. Es
más, tenemos comportamientos que delatan nuestra procedencia pagana porque, hay
momentos en los que pensamos que podríamos haber sido más felices si hubiéramos
optado por lo más fácil, aunque a largo plazo nos hubiéramos quedado vacíos.
Esos hermanos de aquellas
comunidades cristianas tendrían a unos capataces o señores de las tierras que
abusarían de ellos a la hora de trabajar y serían injustos tanto en el trato
como en el salario. Nosotros no tenemos capataces ni señores, pero sí
situaciones injustas o decisiones que las podemos considerar como arbitrarias que
nos pueden hacer sufrir. Y mencionada carta a estas primeras Comunidades Cristianas
no les plantea que hagan una encuesta o que elaboren un manifiesto de protesta,
ni les dice que cómo han de luchar contra esa situación de opresión.
El autor de la epístola insiste en temas como la fraternidad, el amor y la solidaridad entre
los cristianos. Les está planteando a las claras que si ellos tienen fe en Cristo deben de dar dos frutos
maduros y abundantes que les va a ayudar a afrontar la realidad con lucidez y
discernimiento. Esos dos frutos que se han de dar en las Comunidades son:
el amor y la unidad. El autor de la
epístola les va abriendo poco a poco el entendimiento para que descubran cómo
la fe en Cristo crea unos vínculos más fuertes que los de la propia sangre. Éste
amor y ésta unidad se hacía más que necesaria para hacer frente a la hostilidad
social, a la pobreza, a la soledad para afrontar cualquier tribulación que se
presente.
En la epístola nos lo dice con mucha
claridad: «Si, obrando
el bien, soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios».
¿Por qué dice eso? Porque de ese modo se podrá probar la calidad del amor y la
calidad de la unidad cuando las circunstancias son contrarias y de ese modo dar
testimonio de confianza en Cristo en medio de la tormenta. Creo que cada uno de
los presentes tenemos en la mente de qué tipo de circunstancias contrarias ha
tenido y tiene y de qué tormentas estamos o hemos estado sufriendo. Si nos
ponemos bajo el poder de Cristo podremos experimentar cómo estando con Él los
acontecimientos que nos hacen sufrir lejos de hundirnos, nos fortalecen y nos
unen más a su divina persona.
Hoy cuando Jesucristo en el
evangelio nos pone la imagen de la puerta no lo hace por un mero capricho. La imagen de la puerta es la imagen de la libertad, de
la confianza. No se entra en las casas
por las azoteas ni por los tejados, ni por las ventanas ni a hurtadillas
ni a escondidas. Uno que entra por la puerta es porque tiene confianza. En el
Antiguo Testamento se habla de las puertas del Templo: "Abridme
las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta
del Señor, los vencedores entrarán por ella" (Sal 118,19-20). Y lo
que dice el salmo 122, 2: "ya están pisando nuestros pies tus
puertas Jerusalén". Ahora Jesucristo es la nueva Jerusalén, es la
nueva puerta que conduce al Templo para encontrarse con Dios. Uno puede entrar
y salir por esa puerta que es Cristo. Cuando uno entra hace una opción por la
vida; cuando uno sale hace una opción por la muerte. Quien quiera quedarse
fuera de esa puerta pretenderá construir un camino que conduzca al abismo y no
hallará la verdad en su vida.
En la vida nos encontraremos
realidades que van a poner en juego la calidad de nuestra fe en Cristo, pero
tengamos en cuenta que si nos mantenemos dentro de la puerta que es Cristo, por
muchas dificultades y sufrimientos que tengamos lo superaremos en Aquel que por
nosotros murió y resucitó.
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