DOMINGO QUINTO DE PASCUA, Ciclo a
«La Palabra es viva, es eficaz y más cortante que una
espada de dos filos» (Heb 4, 12) y hoy nos lo vuelve a
demostrar. Los cristianos que formaban aquellas primeras comunidades cristianas
no andaban por la calle con la aureola sobre sus cabezas y levitando sobre el
suelo. Sino que cuando a uno ‘le pinchaban’, saltaba y se enfadaba y terminaba
explotando. Al principio cuando casi no se conocían, porque aún habían
compartido muy poco de sus vidas y aún vivían ‘bajo la anestesia’ creyendo que
el otro era incapaz de hacer nada malo, todo era perfecto, muy bonito y todos
se querían porque no se daban conflictos. Era como vivir en el mundo ideal, al
no conocerse y no mostrarse uno tal y como es, pues todo iba, en apariencia,
bien. Pero el tiempo, al igual que arregla las cosas también las termina
estropeando. Y esa persona tan sonriente, tan agradable, tan chistosa resulta
llegar a ser hasta repelente.
Eso fue lo que pasó con los hermanos
de esas comunidades. Los unos protestando contra los otros porque sentían cómo
sus intereses estaban siendo pisados y no tenidos en cuenta: «los
de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el
suministro diario no atendían a sus viudas». ¿Dónde quedó el ‘buen
rollito’? despareció tan pronto como el otro se convierte en un obstáculo para
mis intereses. Empiezan a darse las discusiones, las rencillas, las
murmuraciones….’los malos rollos’.
Cuando la Palabra de Dios ilumina la
vida de las personas y de las comunidades cristianas ofrece una respuesta ante
esta situación. Nos ofrece criterios de discernimiento. ¿Es malo discutir y enfadarse?
¿Acaso discrepar o tener opiniones contrarias son motivo justificado para decir
que la comunión entre las personas está rota? Si Dios no hubiera querido que
nos enfadásemos nos hubiera creado de piedra o de roca insensibles. Pero nos
hizo de carne. Nos podría haber hecho fotocopias, el uno fotocopia del otro y
el otro una copia exacta del anterior… pero, no fue así.
Lo
que hacen es convocar al grupo de los discípulos para pedir la asistencia del
Espíritu y rezar. Para priorizar la unidad y el consenso en el amor sobre
cualquier otra opinión interesada. Y para darse cuenta de cómo el hecho de
ocuparse del suministro diario de las mesas no es un ejercicio de poder, del
cual uno se puede llegar a engreír y creerse más que nadie porque puede
controlar una cosa tan importante como esa, sino un acto de servicio tal y como
lo hacen los esclavos con sus señores. Por lo tanto se estaba produciendo un
desajuste en los modos de aquellos que tenían responsabilidad a la hora de ‘partir
y repartir el bacalao’. Y como no
prevalecían los criterios cristianos, sino los intereses partidistas, las cosas
no funcionaban. Los apóstoles se reunieron para deliberar. Y lo primero que
hicieron fue ponerse a rezar para pedir discernimiento al Espíritu y poder
tomar la decisión acertada al respecto. Lo hicieron y la tomaron. Pusieron al
frente para el servicio de las mesas a personas probadas en la fe. A personas
que no iban a poner a Cristo nunca en segundo lugar. A personas que saben lo
que es lo importante y no lo cambiarían por nada en el mundo. De este modo,
contando con ellos, se garantizan de que la Palabra sea anunciada y vivenciada,
para que aquellos que les vean puedan darse cuenta de cómo hay alguien, que es
Cristo, que es el motor de todo y el principio y dinamismo de una comunidad que
vive para amar y en el amor.
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