DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
Hay actores de series o de
películas de televisión, que interpretan tan bien su papel que son conocidos
por su nombre artístico antes que por el suyo propio. Se meten tanto en su
personaje llegando a crear como una realidad paralela. Introduciéndose como una
burbuja donde se ve como normal una realidad sacada y montada en la misma
mentira. Se piensa, se siente, se actúa, se ama como lo hace el personaje de
ficción llegando a dar por auténtico al inventado. Esto mismo nos pasa a cada
de nosotros.
El Demonio, que conoce
nuestros puntos débiles, puede llegar a pervertir nuestro entendimiento de las
cosas y de la propia realidad. Estoy totalmente seguro que de tener conciencia
los árboles, si preguntásemos a un árbol totalmente inclinado si está recto,
mirando hacia el cielo, no dudaría en decirnos que él es el más alto de todos y
que siente en su copa, como el primero y en primicia, las brisas del amanecer y
los primeros rayos del sol. Y es tontería llevarle la contraria, es tanto como
darse cabezazos con las paredes, porque se cerrará totalmente en sí mismo. Es
el famoso ‘no es no’ o ‘¿qué parte del ‘no’ no entiende usted?’,
popularizado por un político de nuestros tiempos. Y llevarle la contraria es
estar de mal humor todo el día. El rico Epulón estaría totalmente seguro de que
obraba correctamente. Se creía tanto el papel del personaje que tenía que
interpretar que se fusionó con él. Epulón
hizo un acto de voluntad consciente y deliberada, poniendo en juego todo su entendimiento,
voluntad y libertad para fusionarse, ser uno con ese personaje. Es verdad
que vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día, pero eso formaba parte
de lo cotidiano, era lo que tocaba hacer en ese momento.
El rico Epulón como el
árbol totalmente torcido no dudarían en afirmarnos que personas mejores que
ellos sería prácticamente imposible encontrarlas. Un pasaje del Nuevo Testamento
nos cuenta cómo los discípulos, estando a solas con Jesús le preguntaron que
por qué ellos no pudieron expulsar a ese espíritu maligno que poseía a esa
persona. A lo que Jesucristo les contestó que esta clase de demonios no pueden
ser expulsada sino con oración. (cf. Mc 9,28-29).
El mendigo, Lázaro, estaba
echado en el portal del rico, cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo
que caía de la mesa del rico. Lázaro, al estar ahí, de ese modo, estaba
cuestionando constantemente al rico. Lázaro
estaba como aquel que intenta convencer a alguien y termina dándose cabezazos
con la pared, sin conseguir nada. Por eso el rico, estando en el infierno,
en medio de los tormentos gritaba a Abrahán a lo que Abrahán le respondió, que
si querían evitar los hermanos de Epulón ir al infierno tenían que escuchar a Moisés y a los profetas. Cristo dijo: «Esta clase de demonios no puede ser expulsada
sino con oración».
¿Y por qué Abrahán le
contestó así al rico Epulón? Lo hizo porque sólo la Palabra de Dios tiene poder
exorcizante para poder llegar a conocer la auténtica verdad
de las cosas y de nuestro ser.
Sólo Cristo tiene el poder ya que Él es el KYRIOS, el SEÑOR.
Epulón era ese personaje
que estaba tan identificado con su papel de rico que se había fusionado de tal
manera que había olvidado la auténtica verdad de las cosas. Había llevado a
cabo conscientemente un borrado de mente para
olvidarse que él era un peregrino por
este mundo hacia la Patria
del Cielo. Como nos dice el profeta Amós: «¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión,
confiados en la montaña de Samaría!». La vida le sonreía, tenía todo
lo que una persona deseaba, en palabras del profeta Amós «se acuestan en lechos de marfil, se arrellanan
en sus divanes, comen corderos del rebaño y terneros del establo (...) beben
vino en elegantes copas, se ungen con los mejores aceites, pero no se conmueven
para nada por la ruina de la casa de José ». Lo único que podía
salvar al rico Epulón lo tenía muy cerca, pero no escuchaba, no hacía caso. Lo
único con capacidad de exorcizarlo y hacer
que su persona se pudiera
liberar del personaje que libremente interpretaba era la Palabra de Dios. La Palabra de Dios le hubiera
puesto ante su cara la verdad de su existencia. Hubiera visto anticipadamente
el infierno que le esperaba si seguía por esas sendas de perdición. Epulón
rechazó la fuerza sanadora de la Palabra. Y
de hecho, incluso estando siendo torturado en el infierno, ante las palabras
sabias de Abrahán que le dice «Tienen a Moisés y a
los profetas: que los escuchen», y de ese modo evitar que los
hermanos de Epulón fueran a parar a aquel lugar de tormentos, el mismo Epulón sigue rechazando la fuerza
de la Palabra
de Dios, tal y como lo hizo en su vida mortal. Por eso le replica a Abrahán
«No, padre
Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán ». A lo que Abrahán, ante la soberbia y el
desprecio culpable que siente el rico por la Palabra de Dios, dicta sentencia: «Si no escuchan a
Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto».
Cada vez que nos acercamos
a la Palabra
de Dios se van aflojando nuestras ataduras porque reconocemos cuales son
nuestros pecados, dónde reside la falsedad en nuestra vida y nos urge la conversión
y la pronta reparación.
Lecturas:
Am 6, 1a. 4-7
Sal 145
1 Tim 6,11-16
Lc 16, 19-31
Domingo XXVI del Tiempo Ordinario,
ciclo C, 25 de septiembre de 2016
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