DOMINGO XXI
DEL TIEMPO ORDINARIO,
ciclo b, 23 de agosto 2015
Lectura del Libro de Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b
Sal. 33, 2-3. 16-17. 18-19. 20-21. 22-23
R: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Lectura de la carta del Apóstol San
Pablo a los Efesios 5, 21-32
Lectura del santo Evangelio según San
Juan 6, 61-70
El
pueblo empezó ‘a caer en la cuenta’ entre la diferencia que suponía soportar
cada jornada bajo el yugo de la esclavitud y poder disfrutar del gozo de la
libertad. Cuando uno es esclavo o vive en un contexto de opresión no puede
hacer lo que desea, sean cosas malas o buenas, porque no se te está permitido,
el miedo es una constante y corres el riesgo de sufrir grave pena y lamentarlo.
En cambio cuando uno goza de la libertad se puede manifestar cada cual como lo
que es en realidad. Y sólo en libertad se tiene capacidad, una capacidad real,
para poder elegir sin miedo a la reprensión. Pues bien, Dios ha colocado al
pueblo elegido en la tierra prometida y tiene como estado la libertad de los
hijos de Dios. Y en este estado de
libertad máxima, de la que gozan todos, Josué reúne al pueblo y les dice ‘a
las claras’, ‘sin rodeos’: «Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis
servir: a los dioses que sirvieron vuestros antepasados al este del Eúfrates o
a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis; yo y mi casa serviremos al
Señor».
O
sea, que seguir a Cristo es consecuencia
de una opción que yo he hecho desde mi libertad. Pero para poder haber
llegado a esa decisión que me mueve a seguir a Cristo, yo previamente he tenido
que sopesar los pros y los contras de mi ser y vivir como cristiano. He tenido
que colocar las particulares pesas en cada una de los dos platillos de la
balanza para que en mi entendimiento se pudiera tomar la decisión ya fuera
hacia un lado o hacia el contrario. Y como consecuencia de esa decisión tomada
con mi inteligencia poder actuar como un pagano o adentrarme en un serio
proceso de conversión hacia Jesucristo. Seamos muy claros hermanos, no nos vale
decirnos que «yo soy cristiano porque me bautizaron, y así me educaron mis
padres, además ha sido algo que se me ha dado ya hecho». Este tipo de razonamiento
es nefasto porque denota, se manifiesta
una ausencia total en la opción por Cristo.
Pero
no creamos que todo queda resuelto con la firme voluntad de optar por el Señor.
Recordemos que los hebreos también dijeron «lejos de nosotros abandonar al Señor para
servir a dioses extranjeros» y que ellos vivían en tierra cananea,
con los cananeos y sus usos y costumbres
y que se contaminaban haciendo suyas cosas y modos de actuar que eran ajenas,
extrañas a su fe. Podemos pensar «yo soy cristiano, pero a mi modo, o yo me
tomo estas licencias –al fin y al cabo no hago mal a nadie-», pues muy bien, ya
lo hemos fastidiado del todo. Es como si tuviese una copa llena de mejor
reserva del Ribera del Duero y viniera alguien que me echase un ‘chorrito’ de limón o de vinagre: El vino a freír
espárragos, ya se estropeó.
Es
más, el propio apóstol San Pablo, en su carta a los Efesios nos recuerda que en
el matrimonio no nos vale cualquier tipo de amor. En primer lugar el apóstol
nos recuerda que el matrimonio es una vocación. Y en el matrimonio no nos vale
el dicho machista de 'es el hombre quien lleva los pantalones', porque esto se
da de patadas con el Evangelio. En el matrimonio cristiano el hombre y la mujer
están en el mismo plano de igualdad, pero donde cada uno desempeña su papel y
su misión. Y cuando el apóstol emplea la palabra 'sumisión' no está abriendo la
veda a un machismo. El apóstol nos deja bien en claro que la sumisión no cabe
en el matrimonio. El apóstol habla de entrega mutua, donde uno se entrega y el
otro lo recibe y viceversa, y sin reservas, totalmente y para siempre.
Yo
quiero seguir a Dios porque me gusta la historia que el Señor va haciendo
conmigo...y cuando caigo en la cuenta de mis resistencias ante su divina acción,
me duele y me llamo ‘tonto’ por comportarme de ese modo tan necio y ridículo. Pero
resulta que permanecer en la fidelidad al Señor es demasiado duro y muchos
'tiran la toalla'. Por eso Jesucristo te dice: «¿Tú también quieres marcharte?»,
a lo que cada uno de nosotros, con un corazón plenamente sincero, le hemos de
responder. Yo me quedo con la respuesta de Simón Pedro:
«Señor, ¿a quién
vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos
que tú eres el Santo consagrado por Dios».
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