domingo, 9 de agosto de 2015

Homilía del Domingo XIX del tiempo Ordinario, ciclo b

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b. 9 de agosto de 2015
Primera lectura: Primer Libro de los Reyes 19,4-8.
Sal. 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 R: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Segunda lectura: Efesios 4,30-5,2.
Lectura del santo Evangelio según San Juan (6, 41-52)

             Son muchas las dificultades que tenemos que atravesar por la vida; son muchos los desiertos que tenemos que atravesar, tal y como hizo el profeta Elías. Algunos de esos desiertos, algunas de esas dificultades nos hacen flaquear, provocan que nuestras convicciones -que las considerábamos sólidas- se puedan llegar a desmoronar. Elías ha experimentado la dureza de la misión. Elías permanece fiel en medio de un mundo lleno de ídolos y de un sin fin de dinámicas y planteamientos que atentan contra la fe en Dios. Y esto nos pasa a todos. En el momento en que uno desea vivir en cristiano una determinada realidad en la vida, ya sea en el ámbito laboral, en la universidad, en el hogar, con la familia o con las amistades,... cuando uno desea que Cristo esté en el centro de esas realidades, te empiezan a mirar como 'un bicho muy raro'. Hermanos, ¡que desentonamos totalmente! Y cuando digo desentonar no me refiero a que un joven venga a la Eucaristía o que pertenezcan a un movimiento eclesial; cuando hablo de desentonar me refiero cuando esa persona ha descubierto que ya no puede vivir como vivía ni pensar como pensaba, ni amar como amaba, porque Cristo ha entrado en su vida, porque se ha encontrado con Jesucristo y su vida es Cristo. Será entonces cuando ese cristiano acudirá a las fuentes una y otra vez para recobrar las fuerzas para poder atravesar el desierto de la incomprensión de los demás. Irá adquiriendo el hábito de ir, una tras otra, al monte Horeb; deseará, una y otra vez, acudir a la oración, al encuentro frecuente con la Palabra de Dios, deseará encontrarse con los hermanos en la fe para celebrar la Eucaristía y sentirse amado y perdonado en el sacramento de la reconciliación. De este modo, en ese ir y volver, un día y el otro también, al monte Horeb, ante la presencia de Dios uno irá aprendiendo y adquiriendo la madurez en la fe.

            Y de esa madurez en la fe es de lo que nos habla San Pablo en la epístola a los Efesios. Del mismo modo que en nuestra cartera tenemos el Documento Nacional de Identidad que acredita nuestra nacionalidad, San Pablo nos dice que lo que acredita que somos de Cristo es nuestra existencia planificada, organizada, que esté girando una y otra vez, en torno a la confianza y fe en Cristo. Es decir que la nueva vida en el Espíritu tiene sus exigencias. San Pablo sabía bien que el hombre tiene su genio, que hay ciertos arranques de temperamentos insoportables, pero San Pablo nos hace una llamada de atención para que esto no degenere en pecado. Que se avance en capacidad de perdonar, de rehacer las relaciones humanas, de crecer en el amor cuando ese amor exige un esfuerzo mayor del acostumbrado.

            Cristo está con nosotros y por eso es posible conseguir ese nivel de amor máximo siempre que apostemos, día a día, momento a momento, en su divina persona.

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