DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b,
16 de agosto de 2015
Lectura del Libro de los Proverbios 9,
1-6
Sal. 33, 2-3. 10-11. 12-13. 14-15 R:
Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Lectura de la carta del Apóstol San
Pablo a los Efesios 5, 15-20
Lectura del santo Evangelio según San
Juan 6, 51-58
Hermanos, en el momento en que uno
empieza a decir SI a Jesucristo, un nuevo inquilino empieza a habitar dentro de
uno. Cuentan los universitarios que comparten piso que cuando uno se suma a
vivir con ellos, todo se ha de reajustar. No sólo el tema de los gastos, sino
también el de la limpieza, las comidas, las coladas, e incluso el asunto de
llevar a los amigos a ese piso. Lo que antes estaba acomodado, ahora toca
replantear todo para poder integrarlo.
Pues bien, Cristo es el inquilino de
nuestra casa y la dirige desde su amor. Hermanos, voy a ser muy claro. Cuando
uno dirige su vida como considera oportuno teniendo como criterios los suyos
propios, estamos colaborando -de forma muy decidida y eficaz- en la
secularización y en el vaciamiento de Dios en esta sociedad. No hay cosa que
ocasione mayor daño que un cristiano que se comporta como un ateo. El cristiano
que falta a las obligaciones correspondientes a su estado de vida -el casado
como casado, el consagrado como consagrado, el presbítero como presbítero,
etc.-, ese cristiano que falta con sus obligaciones hace mucho daño e impide
que el Mensaje de Cristo sea conocido. Cuando rezamos al principio de la
Eucaristía el «yo confieso, ante Dios todopoderoso...» decimos que hemos «pecado
mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Pues de la «omisión» de lo que
no hacemos, del bien que no hemos realizado, de esa falta de cumplimiento de
nuestras obligaciones, de eso, de esas obras de omisión pedimos perdón a Dios. ¿Por
qué pedimos perdón a Dios de esas obras de omisión?, porque no hemos vivido
conforme a la vocación a la que Dios nos ha convocado y al no colaborar con
Dios hemos colaborado -de modo indirecto- con las fuerzas del mal.
Hay un pensamiento de un escrito,
filósofo y político irlandés de mediados del siglo XVIII llamado Edmund Burke
decía que «lo único necesario para el
triunfo del mal es que los buenos no hagan nada». Por eso, y por otros
infinitos de motivos, es tan importante lo que reza el Salmo Responsorial de
hoy:
«Guarda tu lengua
del mal,
tus
labios, de la falsedad;
apártate
del mal, obra el bien,
busca
la paz y corre tras ella».
Integrar a ese nuevo inquilino, que
es Cristo en nuestra vida nos lleva
irremediablemente a un cambio en la escala de valores. En poner nuestra vida de
lleno y sin reservas en las manos de
Alguien que no percibimos con nuestros sentidos. En Alguien que se nos hace
impalpable y del que no tenemos garantías tangibles en el aquí y en el ahora. Cristo
quiere que nos dejemos alcanzar por Él. Que como nos dice San Pablo en su
epístola a los Efesios:
«Dejaos llenar del
Espíritu. Recitad, alternando, salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y
tocad con toda el alma para el Señor».
Tan pronto como nos dejemos alcanzar
por Cristo; tan pronto como Cristo sea nuestro inquilino; tan pronto como lo
que nos mueva sea la fe en Él nos vamos a colocar en un camino incómodo,
empezaremos a buscar, a ser nómadas y al mismo tiempo fecundos porque ya no
iremos como vagabundos por el mundo, sino con el gozo ardiente en el corazón de
tener la certeza de alcanzar un fin y un glorioso destino.
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