miércoles, 31 de diciembre de 2014

Homilía del domingo de la Sagrada Familia de Nazaret 2014

LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET 2014
Eclo 3,2-6.12-14
Sal 127
Col 3,12-21
Lc 2,22-40

            Estamos inmersos en una profunda crisis. Como el Pueblo de Israel estuvo atravesando cuarenta años el desierto sufriendo todo tipo de penalidades, y eso que estuvieron asistidos por la solicitud divina, así está atravesando la institución familiar este particular desierto. El pueblo acudía a Moisés, la mayoría de las veces para ‘ponerle la cabeza como un bombo’ con el sinfín de quejas y protestas, porque reconocían en Moisés a un enviado puesto por Dios. El pueblo de Israel acudía a Moisés porque ellos habían visto, de primera mano, cómo Dios les había sacado con brazo fuerte de Egipto liberándolos del dominio tiránico del Faraón.  Si Dios no hubiera obrado aún serían esclavos ya fuera de los egipcios o de otros pueblos más fuertes que ellos.

Muchas parejas de novios e incluso matrimonios no acuden a la Iglesia –tal y como hacían los hebreos con Moisés-. No acuden porque su fe es muy débil, casi inexistente y están bajo los efectos de los falsos perjuicios contra la Iglesia. Se contentan con saber dos o tres ideas simplonas, eslóganes y consignas dándose por satisfechos y convencidos de saber todo sobre lo que es la Iglesia. Viven engañados y ciegos, pero como dice el refrán castellano, «no hay peor ciego que aquel que no quiere ver».  Es cierto que hay matrimonios que lo viven como lo que es, como vocación dada por Dios, ayudados por movimientos eclesiales que invitan a otros matrimonios para que descubran lo que Cristo les aporta en su matrimonio y no aceptan esa invitación novedosa porque prefieren estar cómodamente de modo mediocre antes que complicarse su vida en mejorarlo. Son muchos las parejas de novios y de matrimonios que no son capaces de reconocer la preciosa historia de Salvación que Dios está haciendo con ellos. Les falta la fe para poder descubrir las numerosas huellas de Dios en sus vidas, y al no descubrirlas se piensan que Dios no ha hecho nada, e incluso que vivir sin Dios es una posibilidad razonable. Siendo muy realistas y teniendo presente todo lo dicho: ¿Cómo vamos a pedir que trasmitan la fe a sus hijos personas que no han llegado aún a descubrir la importancia de su ser cristiano?

La familia es una realidad que precisa urgentemente ser evangelizada. No es compatible contraer matrimonio y vivir ese matrimonio al estilo pagano. Ya en el libro del Eclesiástico nos plantea un tipo de familia patriarcal cimentada en el respeto y honra a los padres, basada en los derechos y obligaciones de los padres y de los hijos; teniendo en cuenta que este modo de entender la familia es querido por Dios: «Dios hace al padre más respetable que a los hijos y (Dios) afirma la autoridad de la madre sobre su prole». Luego en el Evangelio nos encontramos la familia nazarena que se cimienta en el cumplimiento de la ley establecida y en la creación de un espacio donde el Niño crezca y se llene de sabiduría y de gracia. Y por último lugar, en la carta a los Colosenses, se recalca un modelo de familia cristiana que se basa en el amor y la gratuidad.

Es fundamental que las parroquias cuiden de las familias, del mismo modo que las familias se dejen cuidar por la parroquia y no sean los grandes ausentes. Es importante porque en la calidad de las relaciones en el seno de la familia nos jugamos lo más importante. Pero esa familia tiene que tener necesidad de pertenencia, de pertenecer a una parroquia, de conocer a unos presbíteros, de tener la confianza necesaria para preguntar o solicitar cualquier cosa; que esa familia participe activamente en la vida parroquial, lo cual es muy difícil cuando los presbíteros desean controlarlo todo e imponer su criterio cerrando las puertas de su parroquia a las diversas espirituales eclesiales. Esto supone una reestructuración pastoral total con criterios de nueva evangelización. Ante los interrogantes tan novedosos y serios del presente no se puede responder con medios e instrumentos que sirvieron en el pasado en otro contexto social, político y religioso muy distinto. San Pablo nos escribe diciéndonos que «la Palabra de Dios habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente». La cuestión está en ¿cómo poder plasmar o traducir o llevar a la práctica la Palabra de Dios de tal modo que se pueda la gente convencer que es un estilo de vida concreto accesible y alentado por el Espíritu de Dios? ¿Cómo enseñar desde la vida diaria familiar a otras familias que sí es posible fundar y construir el Reino de Dios en el seno de su hogar? ¿Cómo hacer descubrir la inmensa riqueza y la alegría incontenible que supone trasmitir la fe a los hijos y el gozo de tener a Cristo en el centro dándoles la fuerza del amor que proviene de lo alto? Pues yo sí lo estoy descubriendo en el Camino Neocatecumenal. Los matrimonios celebrando la Palabra de Dios, participando en la Eucaristía en la comunidad del Camino y en la convivencia con los hermanos adquieren la fuerza de lo alto para este cometido. Las celebraciones en el ámbito del hogar, el rezar con los hijos los domingos por la mañana, el bendecir la mesa diariamente y el despedir el día dándole gracias a Dios en familia va marcando una línea clara donde de manifiesta que allí hay alguien muy especial, que allí Cristo tiene un lugar preferencial. Bebiendo de la Palabra de Dios, alimentándose con la Eucaristía, caminando junto con los hermanos es como uno va descubriendo cómo se educan en la fe a los hijos; cómo se opta por un tiempo libre sano; cómo se plantea un noviazgo en cristiano; cómo se funda un hogar cristiano; y se descubre uno parte de algo muy importante y grande: uno se descubre a sí mismo como seguidor de Jesucristo, nuestro Señor.

No hay comentarios: