LECTURA DEL LIBRO DE LOS HECHOS DE
LOS APÓSTOLES 2, 42-47
SALMO 117LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PEDRO 1, 3-9
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 19- 31
¿Dónde reside nuestro amor y nuestra
esperanza?¿Dónde quedan nuestros afectos, posesiones y esfuerzos tan pronto
como la muerte nos arrastra con ella? ¿Dónde queda tantas noches sin dormir,
tantas horas extraordinarias de trabajo, tantos enfados y reconciliaciones?¿Dónde
quedan tantas ilusiones, proyectos, desafíos, amores perdidos y encontrados?¿Dónde?
Si la muerte arrasa con todo y todo quedase reducido a la nada y al vacío
¿dónde quedaría nuestro amor y nuestra esperanza? El salmista ya nos avisa:
«El
hombre es como un soplo;
sus días, como
una sombra que no deja huella» SALMO 144,4
A todas esas preguntas del dónde,
dónde encontramos la respuesta: ¡En Cristo Resucitado! Cristo es nuestra única
esperanza y Él hace nuevas todas las cosas. Cristo hace nuevo tu matrimonio, tu
ser estudiante, tu ser consagrada, tu ser profesional, tu ser persona, mi ser
presbítero. ¡Cristo hace nuevas todas las cosas! y lo hace porque está vivo y presente en todos aquellos que le deseemos
acoger. El problema reside en que estamos
acomodados a una existencia mediocre y estamos apoltronados en la pereza,
bajo los efectos de la anestesia que nos administra el Demonio.
A Cristo Jesús le encontramos en la
Comunidad Cristiana; nos bendice con su presencia; nos otorga su paz. Donde no
hay comunión no se puede dar la evangelización; dónde no hay perdón y deseo
auténtico de abrazar al hermano con el que uno está enemistado es imposible que
pueda darse el testimonio creyente en Cristo. ¿No se dan cuenta ustedes de
cuántas parroquias y comunidades cristianas se van quedando estériles sin
vocaciones, sin familias cristianas, sin personas que se quieran comprometer
con la iglesia simplemente porque no hay comunión en el amor, se da muy poco celo pastoral por llevar a las
almas a Cristo y no dejamos que el Resucitado conduzca el timón de nuestras
existencias?
San Pedro, en la carta que hoy ha
sido proclamada, nos escribe estas palabras: Dios «nos
ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia
incorruptible, pura, imperecedera, que está reservada en el cielo». Y
además nos dice que no estamos solos en la vida cristiana, que el cristiano no
está arrojado en las cunetas de la existencia, sino que la fuerza de Dios está
con nosotros y nos custodia en la fe para que nos salvemos.
Y se pueden preguntar ¿qué
experiencia tengo yo de que Dios me custodia en la fe? ¿qué experiencia tengo yo
de la presencia sanadora de Cristo en mi vida?¿cómo puedo dar yo razón de mi
fe, de lo que yo creo realmente? Hace poco me han dado la noticia de una mujer madrileña
que estando embarazada de seis semanas le dicen los médicos que ese embarazo «es
inviable», que supondría un reposo total y absoluto. De tal modo que ni podría
levantarse de la cama del hospital ni para ir al servicio. Reposo total y
absoluto. Y los médicos le recomendaron que interrumpiese el embarazo, o sea,
que matara al hijo que llevaba en su seno. Ella junto a su esposo, los cuales
son cristianos lo rezaron juntos y tomaron la siguiente determinación: Si Dios
había querido que ese niño estuviese en ese momento en el seno materno, Él
mismo que lo empezó que sea Él también el que lo lleve a feliz término. Y la
mujer estuvo sin moverse, postrada en la cama de la habitación del hospital durante
todo el embarazo dando testimonio de su fe a médicos, enfermeras, enfermos e
incluso personas que querían escuchar su testimonio. Cristo quiso usar esa
circunstancia para que conociese mucha gente cómo es de intenso el amor de
Dios. El niño nació sano y ahora tiene en torno a dos años. Ahora quien vea a ese niño verá el amor de
Dios y podrá decir: Realmente Dios ha hecho obras grandes y cómo la solicitud amorosa
del Resucitado estuvo presente, sostuvo y llevó a término esto, ya que CRISTO HACE NUEVAS TODAS LAS COSAS.