DOMINGO XXII DEL TIEMPO
ORDINARIO, ciclo c
ECLESIÁSTICO 3,
17-18.20.28-29; SALMO 67; CARTA A LOS
HEBREOS 12, 18-19.22-24a; SAN LUCAS 14, 1.7-14
Hace poco tiempo pasé una tarde con
una familia amiga. Su hobby es hacer puzzles, cuantas más piezas tenga, mayor
diversión. Los hijos, que son los que los hacen, nunca me dejan ver la foto
impresa en la caja. Ellos desean sorprenderme cuando esté acabado sobre la mesa
de su comedor. Tienen gran destreza y en poco tiempo lo van montando. Cuando yo
llegué ya habían montado una parte del puzzle y únicamente me enseñaron un
montón de piezas sueltas, pero no me mostraron lo que llevaban hecho, es más, me
lo ocultaron con una toalla. No eran piezas que tuviesen un colorido muy
llamativo y me metieron la curiosidad en el cuerpo. La sobremesa se alargó y a
punto de marcharme los muchachos me llaman para que pudiese admirar su obra
concluida. Se trataba de una familia de campesinos, los padres, los abuelos y
cuatro niños sentados a la mesa, a la luz de unas velas, comiendo unas mazorcas
de maíz. Una escena entrañable.
La vida cristiana se puede asemejar
a ese puzzle. Nosotros nos hemos acercado a Dios porque hemos visto a Jesús. Y
hemos visto su rostro, su modo de vivir, su corazón. ¿Y acaso hemos visto su
rostro, su modo de vivir e incluso su corazón con la misma rapidez e inmediatez
que las imágenes de la televisión?¿acaso basta únicamente un simple pestañear
de ojos para descubrir a Cristo? Cuando uno abre la caja que contiene las
piezas del puzzle y las amontona en la mesa ¿acaso encajan todas inmediatamente
como si fuera un truco de magia formando el paisaje o la imagen deseada? Todo
tiene un proceso.
Nosotros vamos, poco a poco,
descubriendo el rostro de Jesús, su modo de vivir y su corazón en la medida en
nos vamos fiando de Él y le vamos haciendo caso. La lectura y escucha atenta de
la Palabra de Dios, la confesión frecuente, la participación en la Eucaristía,
los momentos de intimidad con Dios en la oración, el ofrecer la jornada al
Señor... son momentos de gracia divina que nos va, poco a poco, permitiendo
descubrir el rostro, el modo de vivir y el corazón de Jesucristo.
Y el estilo de Jesús es la
sencillez, la humildad, no llamar la atención, no pretender gloria humana
alguna, ya que no se trata de triunfar sobre nadie ni contra nadie. Recuerden
las sabias palabras del libro del Eclesiástico: «Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al
hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor
de Dios».
Nosotros
los cristianos no tenemos más sabiduría que la de Jesús. Nadie puede dar
lo que no tiene. Es el trato frecuente con Cristo el que te proporciona esa
sabiduría que procede de lo alto. Instante a instante, momento a momento, día a
día en ese trato con el Señor descubre la riqueza inmensa que supone tenerlo
muy cerca. Los demás descubrirán a Cristo por nuestro actuar, ¿se dan cuenta
ustedes de la gravísima responsabilidad que tenemos entre manos? Cuando mayor
sea el trato de amistad con el Señor y más abiertos estemos a la acción del
Espíritu Santo... más le conoceremos, -descubriremos su rostro, su modo de
vivir y su corazón-, y con mayor convicción le seguiremos. Yo quiero dejarme sorprender por Cristo.