DOMINGO XVI DEL TIEMPO
ORDINARIO. ciclo c GÉNESIS
18, 1-10a; SALMO 14; SAN
PABLO A LOS COLOSENSES 1, 24-28; SAN LUCAS 10, 38-42
Cada creyente necesita recomponer la
unidad de la coherencia en su propia vida, en sus convicciones y
comportamientos. Seguramente que en los tiempos de Abrahán el pan
-precisamente- no sobrase ni los terneros se comiesen más que en días sumamente
especiales. Sin embargo Abrahán, desde su tienda vio a tres hombres que se
aproximaban. Eran tres caminantes. No los conoce y sorprende el trato tan
excepcional que les da, siguiendo las leyes de la hospitalidad oriental. Realmente
sorprende la capacidad de acogida
para poder aceptar a una persona.
Este pasaje del libro del Génesis
nos remite a aquellas palabras de Jesucristo cuando nos dice: «Venid benditos
de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de
beber». De tal modo que esa persona a la que se acoge es el mismo Señor.
Abrahán se interesa tanto por el bienestar de esos caminantes porque sabe que
Dios 'anda por medio' de todo esa situación.
Nosotros hemos recibido la gracia; y
la gracia tiene un nombre: JESUCRISTO. Ante esto ¿cómo le acogemos?¿nos fiamos
de Él?¿nos alejamos de Él?. La vida de un cristiano es una constante lucha para
no instalarnos en los principios de este mundo. Uno que desea ser fiel a Cristo
está llamado a crecer en coherencia en
su propia vida. Ha de aprender a saber aplicar la fe respecto a los
problemas reales y circunstancias concretas. El padre y la madre que educan a
sus hijos lo hacen gracias a la convivencia que mantienen con ellos. Su hogar
-de este modo- se convierte en escuela y en esa escuela se aprende para la
vida. Si Cristo Jesús se hospeda en
nuestra tienda podremos ir entendiendo cómo ir dando respuesta -en
cristiano y desde la fe- a los diversos desafíos que nos van planteando
diariamente. De este modo creceremos en
coherencia entre nuestro ser cristiano y nuestro actuar como cristiano. A
Jesucristo le acogemos cada vez que le comulgamos, cada vez que recibimos su
perdón, cada vez que rezamos y leemos la Palabra de Dios. Y acogemos a Cristo
porque le necesitamos y precisamos fortalecer nuestra fe e ir adquiriendo una
visión sobrenatural de la propia vida.
Sin embargo el corazón del hombre se
asemeja a un potente imán que atrae todo tipo de hierro hacia sí. De tal modo
que no queda ni un milímetro cuadrado libre porque todo ha quedado ocupado.
Cuando uno tiene garantizado los afectos, la familia, los amigos, el trabajo,
el dinero... uno se tiende a olvidar de Dios. Esto suele suceder porque cuando
uno no ha descubierto el amor de Jesucristo... pues no lo echa de menos. Cuando
uno dice conocer a Dios pero no ha experimentado su presencia divina no añora
el contacto con Él. María -en el Evangelio- tiene esa experiencia de 'arañar'
cualquier momento para poder estar con Jesucristo. María se quedaba como
embobada ante la presencia de Jesús porque se ha descubierto amada, reconocida
y querida. Y ese 'estar embobado' no pasa precisamente desapercibido, sino que
todos los de alrededor se percatan, se dan cuenta de ello, de tal modo que la
gente siente como 'pelusa', esa envidia típica de los niños. Marta sintió esa
'pelusa' ya que sabía que estar con Jesús, acoger
a Jesús es lo único realmente necesario.
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