FIESTA
EN LA RESIDENCIA DE LOS ANCIANOS DE CEVICO DE LA TORRE
Dios desde el principio -ya desde el
Génesis- ha deseado entablar una relación de amistad con nosotros: UNA ALIANZA
DE AMOR. Dios no necesita de nuestro amor ni nuestras ofrendas le enriquecen.
Lo que Él desea es que todos nosotros podamos adquirir la salvación, pero para
poderla anhelar previamente debemos de conocer de su existencia, ya que se pone
en búsqueda sin saber previamente el objeto o la cosa que se busca. Un escultor
no puede esculpir una figura de un animal si previamente no sabe cómo es mencionado
animal. Tendemos a ir tras aquello que se nos da a conocer y quien nos ha dado
a conocer la salvación es el propio Dios. Pero atención, Dios no tenía ninguna
obligación de mostrarnos nada de nada y podríamos -perfectamente- haber seguido
viviendo en la más de las absolutas ignorancias, pero Dios -movido por amor-
nos entregó este impresionante regalo.
Dios conoce que el hombre es un ser
curioso, que se mueve por la curiosidad, es inquieto, que siempre desea
adquirir conocimientos e indagar. Por eso -por medio de esa zarza ardiente que
no se consumía- se presenta ante la presencia de Moisés y le llama para
presentarse ante Moisés. Moisés se acerca y Dios le da una indicación muy
importante: ¡Descálzate!. ¡Quítate las sandalias porque el suelo que estás
pisando no es tuyo, es tierra sagrada! Moisés se descalza porque es tierra no
es como el resto de la tierra. Sin embargo Dios desea dar una gran catequesis a
Moisés -y a nosotros- ya que al estar pisando descalzo esa tierra sagrada le
está también diciendo que toda su persona, sus pensamientos, sus deseos, sus
planes de futuro, sus inquietudes, todo lo que tiene y va a tener a lo largo de
su vida no le pertenece a él, sino que todo le pertenece al mismo Dios. Moisés
empieza a ser propiedad de Dios. En la época de los señores feudales la tierra
que adquiría ese señor feudal iba añeja, unida a todos aquellos que vivían en
esas tierras. En la época de la esclavitud junto con la tierras y posesiones
iba -en el mismo lote- a las personas que estaban dominadas bajo el yugo de la
esclavitud. Pero Dios al tener a Moisés como siervo no le minusvalora, ni ataca
a su dignidad de persona, ni mucho menos le devalúa, sino que le ennoblece, le
engrandece, le levanta, le enriquece.
Dios no se queda ahí sino que además
le da una tarea, una vocación, un cometido a desempeñar: VETE AL FARAON PARA
LIBERAR A MI PUEBLO DE LA ESCLAVITUD QUE PADECE EN EGIPTO. Moisés entiende que
él ya no es el dueño de su existir, sino mero administrador y que a partir de
ahora toda su vida se ha constituido, para a ser una constante ofrenda de
alabanza a Dios. Cuando Dios entrega una vocación -matrimonial, consagrada, de
servicio, sacerdotal...la que sea-, es para vivirla en presencia de Dios y
entenderla como una ofrenda permanente.
Dios le dice su nombre: YO SOY EL
QUE SOY, yo soy el que ESTOY. Dios no se desentiende de nosotros cuando nos da
una vocación, sino que nos acompaña, nos da su fuerza y su Espíritu. Y Dios ha
estado con nosotros desde el principio. ¿Se acuerdan ustedes de las palabras de
Jesucristo "yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo"?. Esto de tener a Dios cerca de nosotros es toda una constante a lo
largo de toda la historia de la salvación. Y cuando uno adquiere esa sensibilidad tan necesaria para sentirle cerca -cuidando
la vida cristiana con gran solicitud- se
va dando cuenta cómo Jesucristo te va enriqueciendo y genera dentro de tí 'una
fuente de agua viva' porque se produce una nueva gestación -ya no dentro del
seno materno- sino cobijados bajo la acción del Espíritu Santo. Es lo que llama
San Pablo el hombre nuevo, el hombre de la gracia, el vivir en Cristo, por
Cristo y en Cristo. Y esa nueva gestación sobrenatural que uno experimenta no es para vivir bajo la
tiranía del pecado, sino para gozar de la dulzura de la libertad que
proporciona la gracia de Dios. Los esclavos cuando iban a ser vendidos en las
plazas públicas llevaban una pequeña pizarra atada al cuello en donde quedaba
anotado el precio de ese esclavo. El que quería lo compraba como se compra en
la plaza un kilo de alubias o de lentejas. Nosotros llevamos en el pecho el
crucifijo recordándonos que hemos sido comprados a precio de sangre por el
Cordero de Dios, que nuestro precio es infinito -y él nos ha adquirido-, que
hemos sido rescatados de la esclavitud del pecado y que somos libres porque
ante la presencia de Dios uno descubre realmente tanto lo que es el amor como
lo que es la libertad.
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