jueves, 18 de julio de 2013

Fiesta en la Residencia de ancianos de Cevico de la Torre


FIESTA EN LA RESIDENCIA DE LOS ANCIANOS DE CEVICO DE LA TORRE

            Dios desde el principio -ya desde el Génesis- ha deseado entablar una relación de amistad con nosotros: UNA ALIANZA DE AMOR. Dios no necesita de nuestro amor ni nuestras ofrendas le enriquecen. Lo que Él desea es que todos nosotros podamos adquirir la salvación, pero para poderla anhelar previamente debemos de conocer de su existencia, ya que se pone en búsqueda sin saber previamente el objeto o la cosa que se busca. Un escultor no puede esculpir una figura de un animal si previamente no sabe cómo es mencionado animal. Tendemos a ir tras aquello que se nos da a conocer y quien nos ha dado a conocer la salvación es el propio Dios. Pero atención, Dios no tenía ninguna obligación de mostrarnos nada de nada y podríamos -perfectamente- haber seguido viviendo en la más de las absolutas ignorancias, pero Dios -movido por amor- nos entregó este impresionante regalo.

            Dios conoce que el hombre es un ser curioso, que se mueve por la curiosidad, es inquieto, que siempre desea adquirir conocimientos e indagar. Por eso -por medio de esa zarza ardiente que no se consumía- se presenta ante la presencia de Moisés y le llama para presentarse ante Moisés. Moisés se acerca y Dios le da una indicación muy importante: ¡Descálzate!. ¡Quítate las sandalias porque el suelo que estás pisando no es tuyo, es tierra sagrada! Moisés se descalza porque es tierra no es como el resto de la tierra. Sin embargo Dios desea dar una gran catequesis a Moisés -y a nosotros- ya que al estar pisando descalzo esa tierra sagrada le está también diciendo que toda su persona, sus pensamientos, sus deseos, sus planes de futuro, sus inquietudes, todo lo que tiene y va a tener a lo largo de su vida no le pertenece a él, sino que todo le pertenece al mismo Dios. Moisés empieza a ser propiedad de Dios. En la época de los señores feudales la tierra que adquiría ese señor feudal iba añeja, unida a todos aquellos que vivían en esas tierras. En la época de la esclavitud junto con la tierras y posesiones iba -en el mismo lote- a las personas que estaban dominadas bajo el yugo de la esclavitud. Pero Dios al tener a Moisés como siervo no le minusvalora, ni ataca a su dignidad de persona, ni mucho menos le devalúa, sino que le ennoblece, le engrandece, le levanta, le enriquece.

            Dios no se queda ahí sino que además le da una tarea, una vocación, un cometido a desempeñar: VETE AL FARAON PARA LIBERAR A MI PUEBLO DE LA ESCLAVITUD QUE PADECE EN EGIPTO. Moisés entiende que él ya no es el dueño de su existir, sino mero administrador y que a partir de ahora toda su vida se ha constituido, para a ser una constante ofrenda de alabanza a Dios. Cuando Dios entrega una vocación -matrimonial, consagrada, de servicio, sacerdotal...la que sea-, es para vivirla en presencia de Dios y entenderla como una ofrenda permanente.

            Dios le dice su nombre: YO SOY EL QUE SOY, yo soy el que ESTOY. Dios no se desentiende de nosotros cuando nos da una vocación, sino que nos acompaña, nos da su fuerza y su Espíritu. Y Dios ha estado con nosotros desde el principio. ¿Se acuerdan ustedes de las palabras de Jesucristo "yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"?. Esto de tener a Dios cerca de nosotros es toda una constante a lo largo de toda la historia de la salvación. Y cuando uno adquiere esa sensibilidad tan necesaria para sentirle cerca -cuidando la vida cristiana con gran solicitud-  se va dando cuenta cómo Jesucristo te va enriqueciendo y genera dentro de tí 'una fuente de agua viva' porque se produce una nueva gestación -ya no dentro del seno materno- sino cobijados bajo la acción del Espíritu Santo. Es lo que llama San Pablo el hombre nuevo, el hombre de la gracia, el vivir en Cristo, por Cristo y en Cristo. Y esa nueva gestación sobrenatural  que uno experimenta no es para vivir bajo la tiranía del pecado, sino para gozar de la dulzura de la libertad que proporciona la gracia de Dios. Los esclavos cuando iban a ser vendidos en las plazas públicas llevaban una pequeña pizarra atada al cuello en donde quedaba anotado el precio de ese esclavo. El que quería lo compraba como se compra en la plaza un kilo de alubias o de lentejas. Nosotros llevamos en el pecho el crucifijo recordándonos que hemos sido comprados a precio de sangre por el Cordero de Dios, que nuestro precio es infinito -y él nos ha adquirido-, que hemos sido rescatados de la esclavitud del pecado y que somos libres porque ante la presencia de Dios uno descubre realmente tanto lo que es el amor como lo que es la libertad.

 

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