DOMINGO XI DEL TIEMPO
ORDINARIO, ciclo c LECTURA
DEL SEGUNDO LIBRO DE SAMUEL 12, 7-10. 13; SALMO 31, 1-2. 5. 7. 11; LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN
PABLO A LOS GÁLATAS 2, 16. 19-21; SEGÚN SAN LUCAS 7, 36-8, 3
Los cristianos y las lámparas de
aceite tenemos más cosas en común de lo que creemos. Las lámparas se mantienen
prendidas con esa llama porque conservan el aceite en su interior, de ese modo
-aunque sea poca intensidad- proporcionan la luz. Los cristianos si estamos
llenos de Cristo somos luz para los demás y nuestro estar entregando nuestra
vida como ofrenda a Dios proporciona -a todos aquellos que tengan «sus ojos
abiertos»- un sentido sobrenatural de su existencia.
La revolución de Jesús consiste en
cambiar el corazón del hombre enseñándole a vivir en el mundo como hijo de Dios
y ciudadano del Cielo. Jesús nos dice que somos criaturas de Dios, que vivimos
alejados de Él porque nos hemos dejado engañar por el demonio y nos hemos hecho
adoradores de los bienes de este mundo, en vez de poner nuestro corazón en el
deseo de permanecer en eterna comunión con el Dios de Jesucristo. Me comentaban
hace poco que en una Eucaristía de Primera Comunión una madre, ante las ganas
de que todo acabase, decía a su hijo -el cual iba a comulgar por vez primera: «Aguanta
que esta ya es la última Misa».
Muchas veces no llegamos a darnos
cuenta que la verdad de nuestra vida consiste en confiar en su bondad,
arrepentirnos de nuestros pecados, en no dejarnos engañar por el apetito
desordenado por las cosas de este mundo. Dejarnos guiar por Cristo para vivir
sobriamente, poniendo nuestro corazón en la vida eterna. El rey David hizo que
Urías el hitita muriera en la primera línea de combate en la batalla para
poderse quedar con Betsabé, su esposa. Se dejó cautivar por su belleza olvidando
que su vida era una ofrenda a Dios. Nosotros como el rey David también fallamos
a Dios, y encima nos justificamos y no reconocemos ni nuestra culpa ni nuestro
pecado.
Hermanos, creer es comenzar a vivir
de otra manera. Cada pecado personal afecta negativamente a la totalidad de la
persona y contradice nuestra fe. Es más, el pecado habitual que solemos tener y
la carencia del arrepentimiento hace más profunda la herida dañando seriamente nuestra
sensibilidad cristiana. Por eso dice San Pablo que hay que vivir de la fe en el
Hijo de Dios, y esto supone tener la conciencia alerta, esforzarse por ser fiel
al Señor, no bajar la guardia. San Pablo tiene la experiencia gozosa de
sentirse regenerado interiormente por Cristo Jesús y cuando uno tiene esta
experiencia está deseoso de conocer cuál será la voluntad de Dios para uno.
La mujer pecadora que se puso a
regar los pies del Maestro con sus lágrimas, que se los enjugaba con sus cabellos
y ungía con el perfume, sintió esa experiencia gozosa de ser regenerada
interiormente. Esta mujer entendió que ser cristiana no era realizar un
catálogo de cosas, sino ese profundo anhelo de conocer a Cristo y jamás
separarse de Él.
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