sábado, 1 de junio de 2013

Homilía del Corpus Christi 2013, ciclo c


Corpus Christi 2013
GÉNESIS 14, 18-20; SALMO 109; PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 11, 23-26;
SAN LUCAS 9, 11b-17

            Hermanos, aquellos que nos acercamos a escuchar el mensaje de Jesús lo hacemos porque Él nos va a aportar sabiduría a nuestra persona. La riqueza que aporta el trato personal con Jesucristo no nos sirve para tener un título, ni para alardear, ni para adquirir prestigio social ante los demás. La riqueza que nos aporta Cristo nos va enriqueciendo por dentro, va asentando nuestra existencia en sólidos cimientos e iremos siendo asistidos por el Santo Espíritu de Dios. ¿Cómo se puede crecer como cristiano sino se escucha a Jesucristo? ¿Cómo ser fiel a Dios si no estoy orientando la vida como una ofrenda constante de alabanza a su persona? Dios quiere que toda tu existencia –ya seas niño, adolescente, joven, adulto o mayor-, sea una ofrenda. Toda tu vida una ofrenda a Dios, toda tu vida un regalo a Dios. Recordemos las palabras de Jesús: «Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará» (Mc 8,35).
            Abrahán es un claro modelo de vida que se ofrece a Dios. Abrahán y sus aliados vencen a sus enemigos; derrotan al rey de Sodoma y el vencido entrega el botín de guerra al patriarca Abrahán. Sin embargo Abrahán rechaza el botín, no lo quiere; no lo hace como un acto de soberbia ni tampoco para despreciar a su enemigo. Y la razón de su actuar es clave: La prosperidad no le viene por las riquezas, la prosperidad le viene de Dios. Y Melquisedec bendice a Dios que ofrece su fuerza a aquellos que deseen estar bajo su amparo. Como Abrahán ha rechazado el botín de guerra y las riquezas que le ofrecía el rey de Sodoma, Dios le asegura una recompensa enorme: su protección y su único aliado será el Señor.
            San Pablo en su carta a los Corintios les dice y nos recuerda que acercarse a celebrar la Eucaristía es reafirmar, consolidar el pacto de amor que uno tiene sellado con Jesucristo. Es tanto como decir a Cristo, «tuyo soy, aquí me tienes y mi alegría rebosa porque aceptas la ofrenda de mi ser». Esto implica un deseo intenso de  crecer en la vida espiritual y de seguir dando pasos radicales en la entrega.
            Y como muchas veces –de tanto emplear determinadas palabras- las terminamos como vaciando de contenido, daré dos pinceladas breves a eso de «la entrega». Cristo ofreció pan y vino. Los granos de trigo y de uva machacados unos y prensados otros, sirven para hacer el pan que nos da fuerzas para trabajar y el vino que alegra nuestro corazón. El grano de trigo cae en tierra y muere. El grano de uva es machacado y exprimido. Y así es como precisamente llegan a ser fecundos. Eso es Jesús  y a eso nos llama a ser pan y vino  para los demás. Cuando Cristo les dice a los Apóstoles –en el Evangelio de hoy- «dadles vosotros de comer» no sólo habla del pan para llenar los estómagos, sino principalmente que su vida –y la nuestra- sea una entrega constante hacia nuestros hermanos por amor a Dios. Todo por Cristo, con Cristo y en Cristo. Así sea.

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