Corpus Christi 2013
GÉNESIS 14, 18-20; SALMO 109; PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 11, 23-26;
SAN LUCAS 9, 11b-17
Hermanos, aquellos que nos acercamos
a escuchar el mensaje de Jesús lo hacemos porque Él nos va a aportar sabiduría a nuestra persona. La riqueza
que aporta el trato personal con Jesucristo no nos sirve para tener un título,
ni para alardear, ni para adquirir prestigio social ante los demás. La riqueza
que nos aporta Cristo nos va enriqueciendo por dentro, va asentando nuestra
existencia en sólidos cimientos e iremos siendo asistidos por el Santo Espíritu
de Dios. ¿Cómo se puede crecer como cristiano sino se escucha a Jesucristo?
¿Cómo ser fiel a Dios si no estoy orientando la vida como una ofrenda constante
de alabanza a su persona? Dios quiere que toda tu existencia –ya seas niño,
adolescente, joven, adulto o mayor-, sea una ofrenda. Toda tu vida una ofrenda
a Dios, toda tu vida un regalo a Dios. Recordemos las palabras de Jesús: «Porque el que quiera salvar su vida, la
perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará»
(Mc 8,35).
Abrahán es un claro modelo de vida
que se ofrece a Dios. Abrahán y sus aliados vencen a sus enemigos; derrotan al
rey de Sodoma y el vencido entrega el botín de guerra al patriarca Abrahán. Sin
embargo Abrahán rechaza el botín, no lo quiere; no lo hace como un acto de
soberbia ni tampoco para despreciar a su enemigo. Y la razón de su actuar es
clave: La prosperidad no le viene por las riquezas, la prosperidad le viene de Dios. Y Melquisedec bendice a Dios
que ofrece su fuerza a aquellos que deseen estar bajo su amparo. Como Abrahán
ha rechazado el botín de guerra y las riquezas que le ofrecía el rey de Sodoma,
Dios le asegura una recompensa enorme: su protección y su único aliado será el Señor.
San Pablo en su carta a los
Corintios les dice y nos recuerda que acercarse a celebrar la Eucaristía es
reafirmar, consolidar el pacto de amor que uno tiene sellado con Jesucristo. Es
tanto como decir a Cristo, «tuyo soy, aquí me tienes y mi alegría rebosa porque
aceptas la ofrenda de mi ser». Esto implica un deseo intenso de crecer en la vida espiritual y de seguir
dando pasos radicales en la entrega.
Y como muchas veces –de tanto
emplear determinadas palabras- las terminamos como vaciando de contenido, daré
dos pinceladas breves a eso de «la entrega». Cristo ofreció pan y vino. Los
granos de trigo y de uva machacados unos y prensados otros, sirven para hacer
el pan que nos da fuerzas para trabajar y el vino que alegra nuestro corazón. El
grano de trigo cae en tierra y muere. El grano de uva es machacado y exprimido.
Y así es como precisamente llegan a ser fecundos. Eso es Jesús y a eso nos llama a ser pan y vino para los demás. Cuando Cristo les dice a los
Apóstoles –en el Evangelio de hoy- «dadles vosotros de comer» no sólo habla del
pan para llenar los estómagos, sino principalmente que su vida –y la nuestra-
sea una entrega constante hacia nuestros hermanos por amor a Dios. Todo por
Cristo, con Cristo y en Cristo. Así sea.
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