SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN
PABLO 2013
Hermanos, es Cristo Jesús quien os
convoca y en su nombre os doy la acogida en la Eucaristía. Acabamos de escuchar su
Palabra, Él se ha pronunciado, ahora nos toca a nosotros interiorizarla,
meditarla en el silencio para ir avanzando con las inspiraciones que nos ofrece
el Santo Espíritu de Dios.
Las verdaderas razones para creer no están en la santidad de los cristianos,
sino en la persona de Jesucristo, en el valor de su mensaje y de sus dones; en
lo que Él nos ofrece y nos da cuando respondemos con fe verdadera a su llamada.
Todos los que amamos a Cristo intentamos
y pretendemos mostrar el rostro del
Señor en el mundo. Mostrar la verdadera santidad de la Iglesia -Cuerpo
Místico de Cristo-, y mostrar su verdadera santidad a pesar de los pecados de
muchos cristianos, y también de la conduzca admirable de tantos cristianos que
ahora mismo sirven a Dios con su
vida santa y su servicio de amor a los hermanos más necesitados. Es la fuerza
de Dios la que nos permite tener una visión nueva de la Iglesia en cuanto se
empieza a abrir a la novedad de la fe. Los hombres pensamos como hombres y
tenemos la facilidad de enmascarar la voluntad de Dios para hacer la nuestra; y
Dios lo permite. San Pablo cuando escribía a la comunidad de los cristianos que
residían en Roma les hizo este precioso canto a la sabiduría divina: «¡Oh profundidad de la riqueza, de la
sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus decisiones e
inescrutables sus caminos! Porque ¿Quién conoce el pensamiento del Señor?¿Quién
ha sido su consejero?¿Quién le ha prestado algo para pedirle que se lo
devuelva? De él, por él y para él son todas las cosas» (Rom 11,33-36a).
Realmente «Dios escribe derecho con renglones torcidos», ¿cómo es posible estar
en una Iglesia santa siendo nosotros tan pecadores?; es la Gracia de Dios la
que ayuda a sanar las heridas del mal y de todo el daño que hayamos podido
ocasionar... ¡es la Gracia de Dios!
Cuando nuestros ancianos, ¡los que
ahora tenemos la suerte de tener entre nosotros!,... cuando eran jóvenes, creían
en Dios y en la inmortalidad y aceptaban a Jesucristo como portador de la
salvación. En muchas de sus casas tendrían el Corazón de Jesús entronizado en
el comedor; la cruz colgada en los cabeceros de su camas; el rosario desgastado
de tantas veces pasar las cuentas; las fotos y recordatorios de los hijos y
nietos vestidos de Primera Comunión; los escapularios y crucifijos colgados en
el cuello y la imagen de su virgencita o bien en la cartera o muy bien cerca de
su corazón. Ahora es diferente. Muchos de los que han sido bautizados están
mucho más lejos de la fe de Jesús y tienen una mentalidad mucho más
deteriorada. «Jesucristo es el mismo ayer,
hoy y siempre» (Heb 13,8), sin embargo nuestra capacidad de respuesta ante su persona se encuentra debilitada y
acobardada ante todo lo que el
mundo nos presenta como atrayente y apetitoso.
El mundo no sólo oculta la
existencia de Dios y de su mensaje salvador, sino que infunde en las mentes -de
niños, adolescentes, jóvenes y adultos- una visión de la vida y de la persona profundamente
falsa. La cultura actual no cuenta con Dios. El hombre y la mujer se centra en
su propio bienestar, «en vivir para sí y no en vivir para los demás», cuentan
solo con el corto plazo, sin grandes aspiraciones, anclados en el relativismo, «todo
es bueno y válido porque a mí me apetece e interesa que así sea, y como la mayoría
lo acepta... pues es algo bueno» y sólo se tiene seguridad personal cuando se
tiene dinero y las demás posesiones materiales. Ante esta realidad hermanos, contamos
con dos pilares que nos demuestran que seguir a Jesucristo es fuente inagotable de gozo espiritual.
Esos dos pilares tienen dos nombres: PEDRO Y PABLO.
Ellos cambiaron la manera de
entenderse a sí mismos y de situarse en el mundo, descubrieron su condición de
criaturas de Dios, la verdadera naturaleza de su libertad y su vocación de
inmortalidad. Siguieron a Cristo con todo su corazón; se dejaron cautivar por
su persona y mensaje mostrando el rostro del Señor en el mundo. San Pablo y San
Pedro se apoyaban en la fuerza de Dios y se defendían empleando la caridad. Ambos
tenían la experiencia que nos hace llegar San Pablo en uno de sus cartas: «Unos nos ensalzan y otros nos denigran;
unos nos calumnian y otros nos alaban. Se nos considera impostores, aunque
decimos la verdad; quieren ignorarnos, pero somos bien conocidos; estamos al
borde de la muerte, pero seguimos con vida; nos castigan, pero no nos alcanza
la muerte; nos tienen por tristes, pero estamos siempre alegres; nos consideran
pobres, pero enriquecemos a muchos; piensan que no tenemos nada, pero lo poseemos todo» (2Cor 6,
8-10).
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