domingo, 7 de abril de 2013

Homilía del Segundo Domingo de Pascua, ciclo c



DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA, ciclo c
            Hermanos, les voy a decir una cosa con toda la claridad: aquellos que no han experimentado el rechazo por parte de la gente por seguir al Maestro aún no han sido testigos de Cristo en el mundo. Vivir como cristiano y ser rechazado por este mundo son cosas que van de la mano. Nosotros estamos en el mundo pero no pertenecemos al mundo; somos propiedad de Uno que por nosotros murió y por nosotros resucitó. Hemos nacido del espíritu y aunque tenemos carne estamos destinados a alzar la mirada hacia los bienes de allá arriba donde está sentado Jesucristo a la diestra de Dios Padre.
            En la segunda lectura nos encontramos a San Juan desterrado en la isla de Patmos por anunciar a Jesucristo. San Juan al conocer al Señor ha descubierto una experiencia tan bella que le ha enriquecido de tal modo que se alegra de estar desterrado y sufriendo tribulación por el Señor, porque está tan enamorado y agradecido a Cristo que todo, absolutamente todo, adquiere pleno sentido en Él. Hoy por hoy, el hecho de llevar una cruz colgada al pecho en un instituto o tener como marca páginas de un libro una estampita religiosa es causa suficiente para que te vean como ‘bicho raro’. El hecho de no salir de fiesta para beber y beber simplemente porque uno no quiere que la imagen de Dios en él no se emborrone y dañarse con el abuso del alcohol es causa más que suficiente para que te marginen y se rían de ti a la cara porque ya eres ‘raro’. El hecho de ponerse en camino para seguir descubriendo lo que Jesucristo desea de uno ya genera, de por sí, una ruptura con hábitos y modos de entender la vida que –aunque antes `se daba de patadas con nuestra fe’- uno lo entendía como normal sin serlo. Lo curioso de todo esto es que como la inercia del pecado tiene tanta fuerza aquel que hace una opción seria por Cristo tiene que estar siempre vigilante y en alerta bien aferrado a la cruz del Maestro y con los ojos llorosos por sufrir en sus propias carnes la incomprensión y el rechazo de aquellos que antes consideraba de ‘los cercanos’. Estoy convencido que estas personas –que van experimentando en sus carnes este particular ‘destierro’ - se sentirán identificados con la vivencia de San Juan en la isla de Patmos. Lo curioso de todo esto es que, cuando uno adquiere ese don de estar cerca de Dios no lo desea dejar, porque descubre una luz tan potente en su vida de la que no desea verse privado en ningún instante de su existencia. Descubre como Cristo te ha puesto en movimiento para regenerarte internamente, para salvarte y te va mostrando su cariño a la vez que te va forjando el carácter para permanecer, con mayor entereza, en la Verdad, en el amor, en la plenitud.
            Hermanos, los Hechos de los Apóstoles nos cuenta cómo la gente sacaba a los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra por lo menos, cayera sobre alguno de ellos. Nosotros tenemos algo más grandioso que la sombra de Pedro, gozamos de la Palabra de Dios que como agua empapa la tierra, la hace fecunda para que posteriormente pueda dar el fruto deseado. La Palabra de Dios, junto con los sacramentos, son nuestros alimentos para fortalecer nuestras rodillas vacilantes y para alzar nuestra mirada sabiendo que la fuerza viene de lo alto. Que la paz de Jesucristo recaiga sobre nosotros.

No hay comentarios: