DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA, ciclo c
Hermanos, les voy a decir una cosa
con toda la claridad: aquellos que no han experimentado el rechazo por parte
de la gente por seguir al Maestro aún no han sido testigos de Cristo en el
mundo. Vivir como cristiano y ser rechazado por este mundo son cosas que van de
la mano. Nosotros estamos en el mundo pero no pertenecemos al mundo; somos
propiedad de Uno que por nosotros murió y por nosotros resucitó. Hemos nacido
del espíritu y aunque tenemos carne estamos destinados a alzar la mirada hacia
los bienes de allá arriba donde está sentado Jesucristo a la diestra de Dios
Padre.
En la segunda lectura nos
encontramos a San Juan desterrado en la isla de Patmos por anunciar a
Jesucristo. San Juan al conocer al Señor ha descubierto una experiencia tan
bella que le ha enriquecido de tal modo que se alegra de estar desterrado y
sufriendo tribulación por el Señor, porque está tan enamorado y agradecido a
Cristo que todo, absolutamente todo, adquiere pleno sentido en Él. Hoy por hoy,
el hecho de llevar una cruz colgada al pecho en un instituto o tener como marca
páginas de un libro una estampita religiosa es causa suficiente para que te
vean como ‘bicho raro’. El hecho de no salir de fiesta para beber y beber
simplemente porque uno no quiere que la imagen de Dios en él no se emborrone y
dañarse con el abuso del alcohol es causa más que suficiente para que te
marginen y se rían de ti a la cara porque ya eres ‘raro’. El hecho de ponerse
en camino para seguir descubriendo lo que Jesucristo desea de uno ya genera, de
por sí, una ruptura con hábitos y modos de entender la vida que –aunque antes
`se daba de patadas con nuestra fe’- uno lo entendía como normal sin serlo. Lo
curioso de todo esto es que como la inercia del pecado tiene tanta fuerza aquel
que hace una opción seria por Cristo tiene que estar siempre vigilante y en
alerta bien aferrado a la cruz del Maestro y con los ojos llorosos por sufrir
en sus propias carnes la incomprensión y el rechazo de aquellos que antes
consideraba de ‘los cercanos’. Estoy convencido que estas personas –que van
experimentando en sus carnes este particular ‘destierro’ - se sentirán
identificados con la vivencia de San Juan en la isla de Patmos. Lo curioso de
todo esto es que, cuando uno adquiere ese don de estar cerca de Dios no lo
desea dejar, porque descubre una luz tan potente en su vida de la que no desea
verse privado en ningún instante de su existencia. Descubre como Cristo te ha
puesto en movimiento para regenerarte internamente, para salvarte y te va
mostrando su cariño a la vez que te va forjando el carácter para permanecer,
con mayor entereza, en la
Verdad, en el amor, en la plenitud.
Hermanos, los Hechos de los
Apóstoles nos cuenta cómo la gente sacaba a los enfermos a la calle, y los
ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra por lo menos,
cayera sobre alguno de ellos. Nosotros tenemos algo más grandioso que la sombra
de Pedro, gozamos de la
Palabra de Dios que como agua empapa la tierra, la hace
fecunda para que posteriormente pueda dar el fruto deseado. La Palabra de Dios, junto con
los sacramentos, son nuestros alimentos para fortalecer nuestras rodillas
vacilantes y para alzar nuestra mirada sabiendo que la fuerza viene de lo alto.
Que la paz de Jesucristo recaiga sobre nosotros.
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