DOMINGO CUARTO DE PASCUA, ciclo c HECHOS DE LOS APÓSTOLES 13,14.43-52; SALMO 99; APOCALIPSIS
7, 9.14b-17; SAN JUAN 10,
27-30
Todos conocemos –ya sea por los
informativos, reportajes o por nuestros viajes- de la existencia de altos
niveles de contaminación atmosférica
en las ciudades. Los focos industriales, las calefacciones y los coches son –entre
otros- fuentes que ocasionan dicha contaminación. Y la contaminación no solo
genera un grave perjuicio que produce un serio riesgo para nuestra salud sino
que también daña la calidad de vida, queda lastimada toda la naturaleza en su
conjunto. Hermanos, todos nosotros, en nuestra vida cristiana sufrimos otra contaminación atmosférica
que nos está gravemente dañando. Y lo peor es que acostumbrándonos a permanecer
cada uno en mencionada contaminación espiritual nos estamos empobreciendo y
entorpeciendo a aquellos que deseen tener a Cristo más de cerca.
Jesucristo nos dice: «Mis
ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen». ¿Cómo será
la voz de Cristo? ¿Cómo reconocer su voz entre tantas voces? Porque resulta
curioso, nuestro corazón se inclina
hacia el mal. Parece que tuviese cierta inclinación hacia el pecado y es
el pecado el que nos impide oír la voz de Cristo. Pablo y Bernabé ya exhortaban
a los judíos y a los creyentes que
fueran fieles a la gracia de Dios. Es más, Cristo te dice a ti: ¡Sé fiel
a la gracia que yo te doy! San Pablo y San Bernabé ya sabían que el nivel de contaminación ocasionado por
el pecado era altísimo, pero aún así les dicen: ¡SED FIELES A CRISTO!
Hace no mucho –estando por Pamplona-
hice a una amistad un regalo especial. Y yo deseé que ese regalo fuera
acompañado con una ‘peculiar’ catequesis. A mi amistad le comenté que tenía un
serio problema porque el regalo en cuestión pesa tanto que dudo que los
amortiguadores de mi coche lo pudiesen soportar. Y que lo más probable es que
precisase de ayuda para pódelo cargar y descargar, eso sí, teniendo suerte que el ascensor de su bloque
de viviendas pudiese soportar el peso del regalo. Esto causo una gran extrañeza
y se preguntaba qué sería lo que yo le iba a entregar. Dejé de pasar un poco de
tiempo y me presento en su casa con una pequeña caja con un crucifijo para que
se lo colgase al cuello. Cuando lo vio se quedó con una cara difícil de definir
diciéndome: ¿Esto es lo que pesaba tanto? Ha ido trascurriendo el tiempo y esa
amistad que en un principio se encontraba fría en su fe está empezando a
descubrir a la persona de Cristo en la parroquia y en las Comunidades Neocatecumenales
y a día de hoy me dice: « ¡Que razón tenías!¡cómo pesa ese regalo!, ¡menos mal que es Cristo quien me ayuda a
llevarlo!».
Rodeados en esa esa densa contaminación de pecado estamos
llamados a dar culto a Dios, día y noche, tal y como nos dice el libro del
Apocalipsis. Y continúa diciéndonos el libro del Apocalipsis: «Porque
el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia
fuentes de aguas vivas».
He empezado esta homilía diciendo que
los focos de contaminación atmosférica son las fábricas, las calefacciones, los
coches… entre otros. Ahora les digo que los focos
de contaminación espiritual son aquellas
cosas que deseamos aún sabiendo que nos aleja de Dios. Los primeros
cristianos acudían a oír la Palabra de Dios, y eran dóciles a las inspiraciones
de la Palabra. La Palabra de Dios es fuente de salvación. Les invito a hacer
caso a San Pablo cuando escribe a los Romanos: «despojémonos de las obras de las tinieblas y revistámonos de
las armas de la luz. Portémonos con dignidad, como quien viven en pleno día» (Rom 13, 12-13).
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