sábado, 20 de abril de 2013

Homilía del Domingo Cuarto de Pascua, ciclo c


DOMINGO CUARTO DE PASCUA, ciclo c HECHOS DE LOS APÓSTOLES 13,14.43-52; SALMO 99; APOCALIPSIS 7, 9.14b-17; SAN JUAN 10, 27-30

            Todos conocemos –ya sea por los informativos, reportajes o por nuestros viajes- de la existencia de altos niveles de contaminación atmosférica en las ciudades. Los focos industriales, las calefacciones y los coches son –entre otros- fuentes que ocasionan dicha contaminación. Y la contaminación no solo genera un grave perjuicio que produce un serio riesgo para nuestra salud sino que también daña la calidad de vida, queda lastimada toda la naturaleza en su conjunto. Hermanos, todos nosotros, en nuestra vida cristiana sufrimos otra contaminación atmosférica que nos está gravemente dañando. Y lo peor es que acostumbrándonos a permanecer cada uno en mencionada contaminación espiritual nos estamos empobreciendo y entorpeciendo a aquellos que deseen tener a Cristo más de cerca.
            Jesucristo nos dice: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen». ¿Cómo será la voz de Cristo? ¿Cómo reconocer su voz entre tantas voces? Porque resulta curioso, nuestro corazón se inclina hacia el mal. Parece que tuviese cierta inclinación hacia el pecado y es el pecado el que nos impide oír la voz de Cristo. Pablo y Bernabé ya exhortaban a los judíos y a los creyentes que fueran fieles a la gracia de Dios. Es más, Cristo te dice a ti: ¡Sé fiel a la gracia que yo te doy! San Pablo y San Bernabé ya sabían que el nivel de contaminación ocasionado por el pecado era altísimo, pero aún así les dicen: ¡SED FIELES A CRISTO!
            Hace no mucho –estando por Pamplona- hice a una amistad un regalo especial. Y yo deseé que ese regalo fuera acompañado con una ‘peculiar’ catequesis. A mi amistad le comenté que tenía un serio problema porque el regalo en cuestión pesa tanto que dudo que los amortiguadores de mi coche lo pudiesen soportar. Y que lo más probable es que precisase de ayuda para pódelo cargar y descargar, eso sí,  teniendo suerte que el ascensor de su bloque de viviendas pudiese soportar el peso del regalo. Esto causo una gran extrañeza y se preguntaba qué sería lo que yo le iba a entregar. Dejé de pasar un poco de tiempo y me presento en su casa con una pequeña caja con un crucifijo para que se lo colgase al cuello. Cuando lo vio se quedó con una cara difícil de definir diciéndome: ¿Esto es lo que pesaba tanto? Ha ido trascurriendo el tiempo y esa amistad que en un principio se encontraba fría en su fe está empezando a descubrir a la persona de Cristo en la parroquia y en las Comunidades Neocatecumenales y a día de hoy me dice: « ¡Que razón tenías!¡cómo pesa ese regalo!,  ¡menos mal que es Cristo quien me ayuda a llevarlo!».
            Rodeados en esa esa densa contaminación de pecado estamos llamados a dar culto a Dios, día y noche, tal y como nos dice el libro del Apocalipsis. Y continúa diciéndonos el libro del Apocalipsis: «Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas».
            He empezado esta homilía diciendo que los focos de contaminación atmosférica son las fábricas, las calefacciones, los coches… entre otros. Ahora les digo que los focos de contaminación espiritual son aquellas cosas que deseamos aún sabiendo que nos aleja de Dios. Los primeros cristianos acudían a oír la Palabra de Dios, y eran dóciles a las inspiraciones de la Palabra. La Palabra de Dios es fuente de salvación. Les invito a hacer caso a San Pablo cuando escribe a los Romanos: «despojémonos de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Portémonos con dignidad, como quien viven en pleno día» (Rom 13, 12-13).

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