domingo, 14 de abril de 2013

Homilía del Domingo Tercero de Pascua, ciclo c



DOMINGO III DE PASCUA, ciclo c, HECHOS DE LOS APÓSTOLES 5, 27 b-32. 40b-41; SALMO 29 ; APOCALIPSIS 5, 11-14; SAN JUAN 21. 1-19

            Realmente hermanos, la alegría que da el saber que todo –alegrías, tristezas, enfermedades y disgustos- va a terminar bien. Me genera serenidad y gozo espiritual saber que soy y somos propiedad de Dios. La vida no es mía, es de Cristo que por mí murió y recitó y que Dios Padre le ha constituido Señor, Kyrios, de vivos y muertos. Ya no vivo para mí, sino por aquel que nos compró nuestra salvación al precio de su sangre.

            San Juan al escribir la Apocalipsis desea levantar y afianzar la moral de los cristianos ante las duras persecuciones tan violentas contra la Iglesia. Estaban siendo diezmados y en esas circunstancias tan sangrientas el Espíritu Santo inspira a San Juan para escribir el Apocalipsis y así revelar a todos el gran regalo que Dios concede a los que le son fieles. Hoy San Juan nos relata un texto bellísimo. Es como si plasmase en un gran lienzo aquello a lo que estamos llamados a ser. Con esa bella pintura nos anticipa aquello que nos espera. Los ángeles, los miles y millares de personas, los ancianos, la corte celestial y el trono en donde está sentado Dios. Nosotros conocemos a Dios porque viendo a Jesucristo ya conocemos al Padre y al Santo Espíritu. Y cuando uno sabe –con certeza y sin la más mínima duda- que es eso lo que nos espera –el abrazo tierno y misericordioso de Dios- no hay nada que pueda separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Ni la desnudez, ni el hambre, ni la muerte, ni la persecución, ni el sufrimiento por anunciarle…nada nos separará del amor de Dios. Por eso los Apóstoles estamos contentos de ser castigados por anunciar a Jesucristo, ya que de ese modo dieron testimonio de su amor por Él.

            Sin embargo la salvación no es para unos pocos. No se trata de un ‘coto’ cerrado. La salvación es universal y todos están llamados a poder gozar contemplando el rostro de Dios. Pero ¿cómo van a creer si nadie les anuncia?¿cómo van a amar a Jesucristo si nadie se les presenta? Nuestra vida está llamada a ser aroma de Cristo, para que aquellos que nos vean puedan conocer al Señor. Como la vela que se consume ante el Sagrario así nuestra vida se ha de consumir ante la presencia de Jesucristo para que el mundo pueda creer y los hombres anden por las sendas del Evangelio que conduce a la Vida Eterna. Por eso cuando Jesús –sin que los apóstoles supieran en ese momento que era Jesús- les mandó que volviesen a lanzar la red a la derecha de la barca para pescar llegaron a capturar tantos peces que casi no podían sacarlos y la red no se rompió. Lo nuestro es hacer apostolado, es ser evangelizadores, es llevar a las máximas almas ante la presencia de Jesucristo. Para que cuando llegue el tiempo –y el que lo dispone es Dios- podamos leer una nueva reedición del Apocalipsis donde esté escrito: «Yo, Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles; eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y entre ellos Iván, Sheila, Patricia, María, Juan Carlos, Sandra, Ángel, Felisa, Sebastiana -la vecina del quinto-, Jacinto -el vendedor de la prensa-, tú y yo …etc., que decían con voz potente: -- Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza». Y en ese ‘particular lienzo’ que nos ha pintado San Juan en su texto podamos estar todos allí disfrutando gozosos en la Gloria.

            Los cazadores cuando van a cazar liebres con los perros saben que todos sus animales van corriendo tras la presa. Las dificultades aparecen porque la liebre se lo pone complicado a los perros ya que cualquier matorral o escondrijo se bueno para poder despistarlos. Pasado un tiempo la mayoría de los perros desisten y se olvidan de perseguir a la liebre. Únicamente unos pocos perros la persiguen y consiguen alcanzarla. Esos pocos perros han sido los que habían visto a la presa, el resto sólo seguían a la manada. Nosotros hemos visto a Cristo y tenemos experiencia de Él –en la Eucaristía, en los demás sacramentos, en la Palabra Divina y Revelada- por eso no desistimos en seguir tras sus pasos.

            Mientras tanto hagamos caso a la invitación que nos hace el Señor y esa invitación es: ¡Sígueme!


 

1 comentario:

Anónimo dijo...

En el evangelio 2 veces, al principio y final se dice:otra vez se aparecio... pero la falta de fe hace q el maestro les llame y me llame muchacho... un joven en la fe.. toddavia sin crecer... sin embargo los 153 peces son las entonces todas naciones conocodas... ayi estoy yoy tu!!! No se ha roto!!!!!!!!
Ahora solo toca imitar a pedro: vestir nuestra desnudez con las vestiduras blancas y tirarnos sin miedo a las aguas del butismo!! Cristo nos espera en tierra para almorzar y parar recordarnos el amor