FUNERAL DE GERARDO MANCHÓN MONTOYA
Hermanos, con pena despedimos a
nuestro hermano Gerardo. Nuestra fe nos asegura que nos volveremos a reunir con
él cuando todos resucitemos de entre los muertos. Lo que nos sucede es que,
como las cosas las queremos como algo inmediato, ¡ya!, pues nos impacientamos e
incluso llegamos a dudar o nuestra fe tiende a tambalear.
Sin embargo hermanos, ¡todos sabemos
de quién nos hemos fiado!. Nos fiamos totalmente de Jesucristo, el cual murió
por nuestros pecados, con su sangre compró para Dios nuestra salvación,
resucitó de entre los muertos y ahora está en la diestra de Dios Padre
Todopoderoso. Nuestra vida y nuestra muerte adquiere sentido pleno en Él. Éramos
como ovejas sin pastor, descarriadas, desorientadas, perdidas, mas Él –movido por
profundo amor- , vino hasta nosotros, caminó con nosotros y nos condujo por el
camino de la salvación para que todos seamos un único rebaño con un único
pastor conducidos hacia la Gloria. Nuestro destino es vivir. La muerte ya no
tiene dominio ni sobre Cristo ni sobre nosotros. Cierto es que nuestros cuerpos
mortales tienen caducidad y que los años pesan a todos y la enfermedad terminan
minando a la persona en su salud; pero nosotros sabemos que este cuerpo que hoy
enterramos en debilidad será resucitado. ¿Cómo será eso?, pues yo no lo sé,
simplemente me fío de Dios. ¿Cómo puede la mente de una criatura entender la
grandeza del conocimiento del Creador? Dios es Dios y su poder supera todo tipo
de entendimiento. Y tenemos el gran gozo de tener a Dios de nuestra parte, por
lo tanto su poder todopoderoso nos protege, nos ampara y nos ayuda
asegurándonos que nuestra persona nunca será olvidada ni arrinconada porque ya
nos ha reservado un lugar precioso en el Cielo. De nosotros depende que
mencionado lugar reservado lo podamos ocupar o dejarlo vacante o libre.
Hoy nuestro hermano Gerardo se
estará reuniendo con su esposa Julia. ¡Qué bello es el matrimonio, hermanos!.
El esposo amando a la esposa y la esposa amando al esposo y sin reservas… está
amando al mismo Jesucristo y está permitiendo que el mismo Todopoderoso esté en
el centro de ese hogar. Amándonos como Dios nos ama nos santificamos porque
nuestra meta en esta tierra es ser santos como Él es santo y lo seremos en la
medida en que dejemos que Cristo sea el centro de nuestra existencia.
Cuando la muerte se hace próxima
parece que nuestra fe y nuestras convicciones se adentrasen en una profunda
niebla que nos impidiese ver con la nitidez con
la que solíamos ver las cosas de la fe. Sin embargo no teman: Cristo es
el mismo ayer y hoy y siempre, de tal
modo que aquel o aquellos que le seamos fieles nunca nos abandonará sino que
siempre nos abrazará, tal y como abraza una madre al hijo nacido de sus
entrañas. Porque nosotros hemos nacido de Dios, de Dios hemos salido y a Él
retornaremos. Hoy le ha tocado el turno de retornar a la casa del Padre a
nuestro hermano Gerardo. Lanzamos una súplica al Dios misericordioso para que
le acoja en el Cielo y desde allí pueda hablar de nosotros a los santos que
acompañan en séquito al mismo Creador. Dale Señor el descanso eterno… y brille
para él la luz perpetua. Que su alma y las almas de todos los fieles difuntos
descanse en paz. Amén.
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