miércoles, 23 de enero de 2013

Homilía del tercer domingo del tiempo ordinario, ciclo c



Domingo tercero del tiempo ordinario, ciclo c ; LECTURA DEL LIBRO DE NEHEMIAS 8, 2-4a.5-6.8-10; SALMO 18; LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 12, 12-30; SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 1-4; 14-21
            Hermanos, no se si sería demasiado de atrevido afirmar que los cristianos estamos sufriendo el destierro. No es como el destierro de los judíos cuando les llevaron cautivos a Babilonia viéndose privados de su tierra. Nuestro caso es muy distinto. Nosotros estamos en nuestra tierra, tierra que amamos y de la que damos gracias. Nuestro destierro es diferente. Muchas son las parejas que contraen matrimonio pero Cristo no está ahí en medio. Muchos son los jóvenes que se confirman pero no forman parte de esa milicia que anuncia a Cristo. Muchos son los niños que reciben la primera Comunión pero arrinconan el regalo más importante que han recibido. Decimos que tenemos fe, pero no vivimos con la fe. Es como si estuviéramos bajo los efectos de potentes tranquilizantes en nuestra conciencia en donde es complicado que quepa la exigencia espiritual y la lucha por ser fiel a Cristo.
Lo más triste de todo esto es que al permanecer en este particular destierro ya nos hemos acostumbrado y ya ni añoramos lo que deberíamos de añorar. El pueblo hebreo, sufriendo el destierro en Babilonia, añoraban su tierra y soñaban con volver a restaurar el Templo en la ciudad santa de Jerusalén. Nosotros nos hemos acomodado a costumbres y usos ajenos a nuestra fe. Lo mismo les pasó a los judíos en Babilonia y en Egipto asumiendo las costumbres de aquellos pueblos y adorando a dioses que nos los podían salvar porque eran hechuras de manos humanas.  Por desgracia algo socialmente aceptado es la no asistencia a la Eucaristía dominical, y no digamos nada del sacramento de la confesión. Algo socialmente aceptado es el mal uso que se suele hacer del alcohol, entre otras sustancias, durante las noches de fiesta; y no digamos nada de cómo algunos tratan a algunas y algunas se dejan tratar por algunos cuando se desinhiben empañando la imagen que Dios ha puesto en ellos. Recordemos hermanos que somos cristianos, y por eso digo esto. Somos cristianos, pero acostumbrados a usos que no son los nuestros.
Del mismo modo que el pueblo hebreo salió del destierro en Babilonia para repoblar la ciudad de Jerusalén y levantar de nuevo el sagrado Templo y para ello el pueblo prestó toda la atención para escuchar la Ley de Dios, tal y como nos cuenta el libro de Nehemías; del mismo modo nosotros, estamos urgidos a abandonar y romper con todo aquello que nos separe de Cristo, nuestro Señor. Cristo, haciendo suyas las palabras del profeta Isaías, dice: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido». Cristo está bajo los efectos del Espíritu Santo; Cristo está poseído por ese amor profundo que brota del corazón de Dios Padre. Nosotros abandonaremos los efectos de esos tranquilizantes de nuestra conciencia que nos impide el crecimiento y el cambio en la vida cristiana en la medida en que vivamos como Él, aprendamos los secretos del Reino, seamos obedientes a sus divinas palabras, palabras apremiantes y exigentes. Es plantearse la existencia de la siguiente manera: Jesucristo, aunque yo no soy digno de que entres bajo mi techo, deseo que mi elección por ti sea fruto de una respuesta firme y decidida, para que escuchándote solo a ti, mi Señor, yo abandone mi particular destierro. Así sea.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenas tardes
Un destierro siempre será algo muy negativo que afecte a nuestra vida, pues podemos perder esa casa, ese pueblo o ciudad donde han pasado tantas cosas, tantos recuerdos imborrables…cuesta imaginar que haya gente, que por su propia voluntad, acepte ese aislamiento de todo lo que ama. En esto, encontramos el problema, pues como usted dice, muchos creen que vivir es hacer lo que uno mismo quiere, si le apetece beber…beberá, si no le apetece ir a la Eucaristía…pues no irá…etc. Todo esto de pensar de manera egocéntrica, egoísta…no ayuda, pues se debe conseguir una unión, que reside en la Comunidad Cristiana (a la que para muchos parece ser invisible a los sentidos). Lo único que se consigue cuando hacemos lo contrario a esa comunidad, es pensar en si mismo y lo que a uno le rodea, y aquí ocurre lo que usted demuestra, al abandonar lo que se ve poco importante, hace que nuestro corazón pase a ser como un baúl, en el que dejamos en el fondo lo que debería estar lo primero, al que debemos amar incondicionalmente. Estas características solo pueden pertenecer a Él, el primero de nuestra lista.
Yo estoy sufriendo un cambio en mi vida cristiana, y uno de mis objetivos principales, es respetar el primer mandamiento, aunque sé que me va a costar, me dijo mi sacerdote que nunca es demasiado tarde, asique en ello estoy, y espero salir del grupo de personas que no le ven como necesario en su día a día. NO QUIERO TENER FE, QUIERO VIVIR CON FE, pues quiero que mi vida cambie, pero que cambie de tal forma que llegue a mí lo que hace que se encuentre la verdadera felicidad, disfrutando de sentirse amado o amada por Dios.