HOMILÍA DEL SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO, ciclo c, Is 62,1-5; Sal 95; 1Cor 12,4-11;Jn 2,1-11
Hermanos, Cristo está resucitado y
ese mismo Cristo hoy nos ha hablado. Habla con autoridad porque tiene un
entendimiento pleno de nuestra existencia. Dice el Salmo 138: «Señor, tú me sondeas y me conoces; me
conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares». Y Jesucristo,
cuando habla no se dirige a una masa de personas, no lanza discursos ante
multitudes; sino que se aproxima a tu lado, te lanza una mirada de cariño, y te
habla directamente al centro de tu corazón. Como si fuese un médico que hubiese
diagnosticado al milímetro tu enfermedad y corre a por el remedio para sanarte…
así se comporta Jesucristo contigo y conmigo.
Las personas entendidas cuentan que
la manera más común de localizar puntos en la superficie de nuestro planeta es
usando la latitud y la longitud; de este modo sabemos localizar una isla, un
país e incluso un barco en medio del inmenso océano. Por ejemplo, la ciudad de
Palencia está situada 42 grados de latitud Norte y 4,32 grados de longitud
Oeste. O por ejemplo Bamako, que es la capital de la República de Mali, que se
encuentra en la actualidad azotada ferozmente por la violencia, se encuentra en
12 grados 39 minutos de latitud Norte y menos
8 grados de longitud Oeste. Pues bien hermanos, Dios conoce con una
exactitud matemática en qué longitud y latitud está nuestra alma, nuestra vida
espiritual, nuestros pensamientos, nuestras acciones y omisiones, todo el
bagaje de nuestra existencia. Recordemos que Jesucristo es el Camino y sabe, a
la perfección, por donde tenemos que ir para ser conducidos a la Vida Eterna. Como Buen Pastor llega hasta nosotros, se toma
la molestia de ir a buscarnos, uno a uno, en ese punto geográfico determinado
para cargarnos entre sus hombros y sanarnos las heridas. Muchos jóvenes y no
tan jóvenes necesitan descubrir el amor al saber, al estudio y al trabajo.
Necesitan descubrir esa satisfacción profunda que uno experimenta cuando todas
las capacidades son puestas al servicio de los demás. Muchos matrimonios
jóvenes así como las jóvenes generaciones necesitan conocer con cierta
profundidad y precisión el verdadero sentido de la libertad, de la
inteligencia, de la responsabilidad y de la sociabilidad, de la muerte y de la
inmoralidad y del verdadero progreso humano. Realmente estamos muy
desorientados y con nuestras propias fuerzas no podemos porque estamos inmersos
en un mundo pluralista y confuso. Por eso es importantísimo estar bien fundados en Cristo, bien aferrados al Señor, con todas
nuestras fuerzas, sin escatimar esfuerzos. Cristo convirtió el agua en vino;
convirtió esa agua en algo totalmente nuevo capaz de sacarnos de nuestra
particular miseria. Ese vino recién convertido es la alianza de amor
indestructible. Nuestra alma estaba flácida, decaída, mustia y Jesucristo nos
la ha reverdecido. Como si enviase helicópteros de rescate, conociendo nuestra ubicación exacta, nos RESCATA
proporcionaNDONOS una nueva concepción de nuestra vida, de nuestras
familias, de todo lo que engloba nuestro ser. Cristo hace nuevas todas las
cosas (Cfr. Ap 21,5). ¿Se acuerdan ustedes de aquella conversación que mantuvo
aquella noche Jesús con Nicodemo cuando le dijo que debíamos nacer de nuevo de
lo alto? (Cfr. Jn 3,3), pues a esto se refería. Nuestra existencia que es el
agua, en Cristo y con Cristo, la eleva, se enriquece de tal forma que se
transforma en ese vino nuevo que es la alegría espiritual ya que percibe cómo
Jesucristo está en medio de ese matrimonio, de ese hogar, de esa familia. Dios
quiere nuestra salvación, Dios desea ponernos una diadema real, lo dice el
profeta Isaías, pues hermanos, ojala que
nuestra existencia esté en la misma latitud y longitud que la de Dios.
Así sea.
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