jueves, 17 de enero de 2013

Homilía del segundo domingo del tiempo ordinario, ciclo c


HOMILÍA DEL SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO, ciclo c, Is 62,1-5; Sal 95; 1Cor 12,4-11;Jn 2,1-11

            Hermanos, Cristo está resucitado y ese mismo Cristo hoy nos ha hablado. Habla con autoridad porque tiene un entendimiento pleno de nuestra existencia. Dice el Salmo 138: «Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares». Y Jesucristo, cuando habla no se dirige a una masa de personas, no lanza discursos ante multitudes; sino que se aproxima a tu lado, te lanza una mirada de cariño, y te habla directamente al centro de tu corazón. Como si fuese un médico que hubiese diagnosticado al milímetro tu enfermedad y corre a por el remedio para sanarte… así se comporta Jesucristo contigo y conmigo.
            Las personas entendidas cuentan que la manera más común de localizar puntos en la superficie de nuestro planeta es usando la latitud y la longitud; de este modo sabemos localizar una isla, un país e incluso un barco en medio del inmenso océano. Por ejemplo, la ciudad de Palencia está situada 42 grados de latitud Norte y 4,32 grados de longitud Oeste. O por ejemplo Bamako, que es la capital de la República de Mali, que se encuentra en la actualidad azotada ferozmente por la violencia, se encuentra en 12 grados 39 minutos de latitud Norte y menos  8 grados de longitud Oeste. Pues bien hermanos, Dios conoce con una exactitud matemática en qué longitud y latitud está nuestra alma, nuestra vida espiritual, nuestros pensamientos, nuestras acciones y omisiones, todo el bagaje de nuestra existencia. Recordemos que Jesucristo es el Camino y sabe, a la perfección, por donde tenemos que ir para ser conducidos a la Vida Eterna.  Como Buen Pastor llega hasta nosotros, se toma la molestia de ir a buscarnos, uno a uno, en ese punto geográfico determinado para cargarnos entre sus hombros y sanarnos las heridas. Muchos jóvenes y no tan jóvenes necesitan descubrir el amor al saber, al estudio y al trabajo. Necesitan descubrir esa satisfacción profunda que uno experimenta cuando todas las capacidades son puestas al servicio de los demás. Muchos matrimonios jóvenes así como las jóvenes generaciones necesitan conocer con cierta profundidad y precisión el verdadero sentido de la libertad, de la inteligencia, de la responsabilidad y de la sociabilidad, de la muerte y de la inmoralidad y del verdadero progreso humano. Realmente estamos muy desorientados y con nuestras propias fuerzas no podemos porque estamos inmersos en un mundo pluralista y confuso. Por eso es importantísimo estar bien fundados en Cristo, bien aferrados al Señor, con todas nuestras fuerzas, sin escatimar esfuerzos. Cristo convirtió el agua en vino; convirtió esa agua en algo totalmente nuevo capaz de sacarnos de nuestra particular miseria. Ese vino recién convertido es la alianza de amor indestructible. Nuestra alma estaba flácida, decaída, mustia y Jesucristo nos la ha reverdecido. Como si enviase helicópteros de rescate, conociendo nuestra ubicación exacta, nos RESCATA proporcionaNDONOS una nueva concepción de nuestra vida, de nuestras familias, de todo lo que engloba nuestro ser. Cristo hace nuevas todas las cosas (Cfr. Ap 21,5). ¿Se acuerdan ustedes de aquella conversación que mantuvo aquella noche Jesús con Nicodemo cuando le dijo que debíamos nacer de nuevo de lo alto? (Cfr. Jn 3,3), pues a esto se refería. Nuestra existencia que es el agua, en Cristo y con Cristo, la eleva, se enriquece de tal forma que se transforma en ese vino nuevo que es la alegría espiritual ya que percibe cómo Jesucristo está en medio de ese matrimonio, de ese hogar, de esa familia. Dios quiere nuestra salvación, Dios desea ponernos una diadema real, lo dice el profeta Isaías, pues hermanos, ojala que nuestra existencia esté en la misma latitud y longitud que la de Dios. Así sea.

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