EPINAFÍA 2013
La venida de Cristo suscita en el mundo un movimiento espiritual
que nunca terminará: Los pastores de Belén, los ancianos Simeón y Ana, los
Magos… y nosotros nos sumamos a esta caravana humana. La sola presencia de Jesucristo nos proyecta una luz que
hace que nos pongamos en camino, porque hemos descubierto algo que antes
desconocíamos y que ahora no podemos vivir sin ello. Es tanto lo que nos
enriquece en nuestra existencia cotidiana que nos da coraje el no haberlo
descubierto antes y hacemos nuestro esas palabras de San Agustín: « ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan
nueva, tarde te amé!».
Los
pastores de Belén que pasaban la noche al raso velando sus rebaños tras el
anuncio gozoso del ángel fueron de
prisa, con paso muy ligero, buscando a aquel Niño acostado en el
pesebre. Los Magos orientaron sus pasos y se
dejaron guiar por la
estrella. El anciano Simeón
acudió al Templo movidos por el Espíritu Santo para tomar
entre sus brazos al Niño Jesús y bendecir a Dios diciendo esta plegaria de este
anciano que es la culminación gloriosa de una vida al encontrar la plenitud de
la felicidad: «Ahora, Señor, según tu
promesa, puedes dejar que tu siervo muera en paz. Mis ojos han visto a tu
Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos, como luz para iluminar
a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (Lc. 2,25-32). Y la anciana
profetisa Ana, la cual no se apartaba del Templo dando culto al Señor día y
noche, también experimentó ese
movimiento espiritual que la condujo ante el Niño Jesús cuando sus
padres estaban cumpliendo con la ley de Moisés al presentar a su primogénito en
el Templo de Jerusalén (Lc. 2,36-38). Caminar hacia Cristo, orientarnos hacia
Él. He aquí el deber de los cristianos. Este seguir buscando a Cristo ocupa y
abarca toda la vida. Todos los tramos de la vida, nuestra infancia, nuestra
adolescencia, nuestra juventud, nuestra madurez y nuestra ancianidad, con todo
lo que vivimos en cada una de estas etapas, ya sea los estudios, los amigos, la
novia o el novio, el matrimonio o la vida consagrada, los nietos y familiares,
las enfermedades y sufrimientos junto con las alegrías que nos
proporcionan….todo y en todo el Espíritu
Santo nos adentra en esa dinámica que nos genera un gozo indescriptible
para dejarnos guiar por la estrella que es Jesucristo. Él proyecta su luz en
nosotros y constatamos que con Él lo podemos todo y sin él somos como espectros
que vagan sin sentido de un lado para otro.
Nos vemos reprensados en los Magos cuando buscan.
Representan al hombre que recibe el rayo de la fe, que responde a esa llamada, que avanza en esa peregrinación, que
llega a un encuentro, y ese encuentro se convierte en un nuevo punto de partida
hacia otro más intenso y pleno.
Hermanos, quizá estemos cometiendo
una equivocación, y es de sabios rectificar. Tal vez, en nuestra particular
existencia personal tengamos echada el ancla de la barca de nuestra vida y nos encontremos
como estancados en ese movimiento espiritual que Jesucristo nos invita. Quizás
creamos que esto de la fe y de la
Iglesia no da para más, y poco más nos puede aportar a titulo
personal, familiar o comunitario. Quizás nos hayamos acostumbrado a la rutina,
a lo de siempre y nuestros ojos se hayan acostumbrado a la oscuridad tal y le
sucede a los topos que están moviéndose bajo tierra, alejados de la luz. Hermanos,
ya va siendo hora de ir acostumbrando las retinas de nuestros ojos ante la
claridad que la persona de Jesucristo dejándonos
mover espiritualmente por el Espíritu Santo de Dios. Así sea.
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