sábado, 5 de enero de 2013

Homilia de la Epifanía 2013



EPINAFÍA 2013
            La venida de Cristo suscita en el mundo un movimiento espiritual que nunca terminará: Los pastores de Belén, los ancianos Simeón y Ana, los Magos… y nosotros nos sumamos a esta caravana humana. La sola presencia de Jesucristo nos proyecta una luz que hace que nos pongamos en camino, porque hemos descubierto algo que antes desconocíamos y que ahora no podemos vivir sin ello. Es tanto lo que nos enriquece en nuestra existencia cotidiana que nos da coraje el no haberlo descubierto antes y hacemos nuestro esas palabras de San Agustín: « ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!».
            Los pastores de Belén que pasaban la noche al raso velando sus rebaños tras el anuncio gozoso del ángel fueron de prisa, con paso muy ligero, buscando a aquel Niño acostado en el pesebre. Los Magos orientaron sus pasos y se dejaron guiar por la estrella. El anciano Simeón  acudió al Templo movidos por el Espíritu Santo para tomar entre sus brazos al Niño Jesús y bendecir a Dios diciendo esta plegaria de este anciano que es la culminación gloriosa de una vida al encontrar la plenitud de la felicidad: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar que tu siervo muera en paz. Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos, como luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (Lc. 2,25-32). Y la anciana profetisa Ana, la cual no se apartaba del Templo dando culto al Señor día y noche, también experimentó ese movimiento espiritual que la condujo ante el Niño Jesús cuando sus padres estaban cumpliendo con la ley de Moisés al presentar a su primogénito en el Templo de Jerusalén (Lc. 2,36-38). Caminar hacia Cristo, orientarnos hacia Él. He aquí el deber de los cristianos. Este seguir buscando a Cristo ocupa y abarca toda la vida. Todos los tramos de la vida, nuestra infancia, nuestra adolescencia, nuestra juventud, nuestra madurez y nuestra ancianidad, con todo lo que vivimos en cada una de estas etapas, ya sea los estudios, los amigos, la novia o el novio, el matrimonio o la vida consagrada, los nietos y familiares, las enfermedades y sufrimientos junto con las alegrías que nos proporcionan….todo y en todo el Espíritu Santo nos adentra en esa dinámica que nos genera un gozo indescriptible para dejarnos guiar por la estrella que es Jesucristo. Él proyecta su luz en nosotros y constatamos que con Él lo podemos todo y sin él somos como espectros que vagan sin sentido de un lado para otro.
Nos vemos reprensados en los Magos cuando buscan. Representan al hombre que recibe el rayo de la fe, que responde a esa llamada, que avanza en esa peregrinación, que llega a un encuentro, y ese encuentro se convierte en un nuevo punto de partida hacia otro más intenso y pleno.
            Hermanos, quizá estemos cometiendo una equivocación, y es de sabios rectificar. Tal vez, en nuestra particular existencia personal tengamos echada el ancla de la barca de nuestra vida y nos encontremos como estancados en ese movimiento espiritual que Jesucristo nos invita. Quizás creamos que esto de la fe y de la Iglesia no da para más, y poco más nos puede aportar a titulo personal, familiar o comunitario. Quizás nos hayamos acostumbrado a la rutina, a lo de siempre y nuestros ojos se hayan acostumbrado a la oscuridad tal y le sucede a los topos que están moviéndose bajo tierra, alejados de la luz. Hermanos, ya va siendo hora de ir acostumbrando las retinas de nuestros ojos ante la claridad que la persona de Jesucristo dejándonos mover espiritualmente por el Espíritu Santo de Dios. Así sea. 

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