DOMINGO VI DEL TIEMPO DE PASCUA, ciclo b
La vida del alma es la más delicada flor. Precisa de una temperatura muy adecuada, un nivel de humedad muy controlado, unos abonos muy costosos y sobre todo una tierra bien arada. Las agresivas heladas y el calor excesivo del mundo la ahogan porque confunde y se llega a vivir sin Dios sin hacerse problema. No genera violencia decir que uno no cree, mientras que sí es complejo mantenerse como cristiano en medio del mundo que nos rodea.
Jesucristo nos dice varias veces: «Permaneced en mi amor». Pero para poder permanecer en Cristo primero es preciso haber estado con Él, a su lado. Uno conoce a la otra persona gracias al roce del trato diario…. de otro modo puedes decir que conoces a alguien únicamente por referencias. Es más, si el mismo Jesucristo nos preguntase: « ¡tú!, ¡si tú!, me puedes decir ¿Quién soy yo para ti?». Seguro estoy que muchos no sabrían que decir. Tal vez alguna respuesta del catecismo del Padre Astete o cualquier otra contestación para salir del paso. ¿Cómo permanecer en Cristo si previamente no se ha tenido una experiencia de Cristo? En todo caso uno puede permanecer en unas tradiciones, en unas costumbres, en unos hábitos, aunque estos sean mal adquiridos… pero todo esto es una moldura hueca, es fachada condenada a la ruina porque nos falta la columna vertebral que es el encuentro personal con Cristo Resucitado.
Si Cristo estuviera en el centro de nuestras vidas y preocupaciones este pueblo cambiaría tanto que causaría extrañeza entre los no creyentes. Lo doloroso es decir que uno es cristiano y no permitir que Cristo entre en la vida de estas personas. Hermanos, estamos bajo mínimos en la fe y sufrimos congelación porque dicha fe no supone una adhesión ni a Cristo ni a su mensaje.
Es hora de despertar del sueño y pertrecharnos con las armas de la luz. Los cristianos, al seguir a Cristo, debemos abrir el sendero de una cultura del Evangelio. Hay un principio que no podemos olvidar: Seguimos a una persona que está viva y la muerte no tiene dominio sobre Él. Sin embargo a esa persona no la vemos con los ojos de la cara ni la olemos con nuestro olfato. Sin embargo sí que está. Un ejemplo: ¿ustedes ven las ondas de las diferentes emisoras de radio que están dando vueltas por el ambiente?.... yo por lo menos no las veo, pero si que están porque si tomo una radio y sintonizo la emisora enseguida me entero de la canción que están irradiando como de las noticias acontecidas en el mundo entero. Están pero no se ven. Lo mismo nos sucede con Jesucristo. Él está a tu lado y te está hablando, te acompaña en tu quehacer diario…pero no le captamos porque no hemos sintonizado, ni afinado el oído del alma. Cristo te está gritando a pleno pulmón para que le oigas, pero la otra persona ni se percata de ello. ¿Este tipo de personas están permaneciendo en el amor de Dios o están tan vacías como un molde de escayola?
Permanecer en el amor de Dios es configurar, articular, orientar todo lo que somos, hacemos y sentimos teniendo en cuenta el bien de la vida espiritual y mi estar permaneciendo en el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Y permanecer es duro: implica crecer en silencio interior para escuchar al que es la Palabra; implica ofrecer todo lo que somos y tenemos a Dios; implica hincar la rodilla ante el Sagrario; implica confesarse con frecuencia, implica saber imponerse a los hijos para que asistan a la doctrina de la parroquia, implica participar en la Eucaristía dominical dejando otras cosas para otros momentos… implica que del mismo modo la sangre porta el oxígeno y elementos vitales a todos los rincones de nuestro cuerpo, así y del mismo modo, Jesucristo llevado por todos los aspectos de nuestra vida irá proporcionando esa sabiduría que únicamente procede de lo Alto.
Cristo te dice: «permaneced en mi amor». Pero ¿nosotros queremos permanecer al lado de Jesucristo?
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