1º domingo de Adviento, ciclo a
En este primer domingo del tiempo de adviento se nos hace una doble invitación: vigilar y esperar.
Jesucristo es nuestra riqueza. Jesucristo es nuestro tesoro. San Pablo, cuando escribe a la comunidad de los corintios se lo muestra: «Pues por Cristo habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber». De tal modo que ser cristiano es un gran regalo. Jesucristo tiene tanto que aportarnos a nuestra vida que tenemos que estar atentos y vigilantes. El problema realmente serio se plantea cuando uno, aún siendo cristiano porque ha sido bautizado, viviese prescindiendo del Señor. Por eso, en la primera lectura, tomada del profeta Isaías nos dice lo siguiente: «Nadie invocaba tu nombre ni esforzaba por aferrarse a tí». Porque puede suceder que digamos públicamente que somos cristianos pero no dejemos ‘cancha de juego’ a Jesucristo en nuestra vida. Si durante nuestra jornada no invocamos el nombre de Dios para alabarle y darle gracias o pedirle, sino nos esforzamos por aferrarnos a Él, sino le ofrecemos nuestro quehacer acabaremos como figuras de escayola, muy bonitas por fuera pero huecas por dentro.
Es preciso esforzarnos por aferrarnos a Jesucristo. Es preciso que «brille el rostro de Dios y nos salve», tal y como reza el salmo responsorial. Sin embargo, ante esto se plantea la pregunta: ¿Cómo puede brillar el rostro de Dios en mi vida cotidiana?, o dicho con otras palabras, ¿qué me puede aportar Jesucristo en mi vida familiar o en mi vida como ciudadano? Porque si nos tenemos que aferrar a Jesucristo, ¿esto supondrá muchos cambios en mi manera de entender mi mundo personal?. Lo que tenemos que tener bien en claro es que tan pronto como Jesucristo entre en nuestra vida nos va a trastocar absolutamente todo. Y nosotros nos tememos que fiar de Él porque si nos trastoca los planes es para nuestro bien.
Es que resulta que del mismo modo que nuestro planeta gira en torno al Sol, también nosotros debemos gravitar, girar en torno a Jesucristo. Nuestro centro de gravedad tiene que estar en el Sagrario y en la Palabra de Dios. Y toda nuestra vida, ya sea en el ámbito familiar, en el trabajo o en el estudio, en el hogar o en la calle, todo debe de estar teñido e impregnado de la presencia del Señor Jesús. Del mismo modo que vertemos agua hirviendo sobre una tacita con una bolsita de te y vamos observando como esa agua se va tiñendo y cogiendo la esencia del te; del mismo modo Jesucristo debe de ir tiñendo y dar esencia a nuestra vida.
Por eso el Señor nos está pidiendo que no nos durmamos y que velemos para que seamos testigos del amor de Dios ejercitando el apostolado. Así sea.
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