sábado, 16 de agosto de 2025

Homilía del Domingo XX del Tiempo Ordinario, ciclo c; Lc 12, 49-53

 Domingo XX del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 12, 49-53

 


Una misma idea con dos imágenes diferentes.

A muchos nos ha quedado grabada en la mente la última escena de la parábola que escuchamos en el Evangelio del domingo pasado. La escena del amo que amenaza a su sirviente con un castigo severo si no cumple con su deber, prometiéndole que recibirá muchos azotes. Habíamos notado que el texto original en griego no habla de un castigo, sino de διχοτομήσει, de ser "cortado en dos". Es una imagen bastante cruda, sugerida por los castigos que se infligían en esa época. Sin embargo, la verdad de la parábola es muy seria: es una invitación a tener presente que nuestra vida será evaluada por el Señor y al final se dividirá en dos partes: aquella en la que nos comportamos según el Evangelio y aquella en la que nos dejamos seducir por la mundanidad.

 

En el Evangelio de Mateo, esta separación se presenta con una imagen que nos resulta más familiar: la de la separación entre las ovejas y los cabritos. Y debemos recordar que no se trata de la separación entre personas buenas y personas malas.

Más bien, es la vida de cada uno la que sufrirá un corte en dos partes: Una, la de los momentos en que vivimos por amor, comportándonos como corderos, dando de comer al hambriento, de beber al sediento y vistiendo a los desnudos;

Y otra, la de los momentos en que cerramos el corazón al prójimo, es decir, nos comportamos como cabritos. Debemos tener en cuenta esta verdad para no enfrentarnos, al final, a una sorpresa dramática: ver quizás gran parte de nuestra existencia borrada de la historia de Dios.

 

         Hoy, de nuevo oiremos a Jesús hablar de nuevo de división, pero no de la que ocurrirá al final, sino de la que Él mismo provocó en el mundo con las propuestas radicales de su Evangelio. Él no vino a dejarnos tranquilos en nuestra vida pacífica.

 

Dos imágenes: el fuego y la del bautismo

«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!».

Jesús utilizó dos imágenes, la del fuego y la del bautismo. La primera alude a la misión que recibió del Padre: traer fuego a la tierra.

La segunda, el bautismo, indica el precio que tendrá que pagar para llevar a cabo esta misión. Pagará con su vida la elección de querer dar inicio a un mundo nuevo con su fuego.

 

1.- La imagen del fuego

a.- Símbolo de lo divino

El fuego siempre ha despertado en el ser humano emociones profundas. También lo experimentamos nosotros. Si en un día frío de invierno nos sentamos frente a la chimenea encendida con un libro en la mano, es difícil concentrarse en la lectura porque el fuego atrae continuamente nuestra atención.

Encontramos esta imagen del fuego en las leyendas y mitos de todos los pueblos. Recordamos a Prometeo, que robó el fuego a los dioses. Esto indica que desde siempre los seres humanos han percibido la presencia de algo celestial, divino, en el fuego.

Esta imagen del fuego se utilice a menudo también en la Biblia. Para comprender las palabras de Jesús, debemos remontarnos al Antiguo Testamento, donde el término אֵשׁ, (esh) que en hebreo significa "fuego", se escucha incluso el silbido de la llama en este término y se usa casi 400 veces.

 

El fuego en la Biblia es, ante todo, una imagen de lo divino. En el libro de Job, el rayo es llamado "fuego de Dios" porque desciende del cielo (cfr. Job 1, 16); La columna de fuego que acompaña al pueblo de Israel en el desierto es la presencia de Dios, indicada por este fuego (cfr. Ex 13, 21-22); También la llama que se presenta en la oscuridad de la noche, cuando Dios hace un pacto con Abraham, pasando como llama de fuego a través de los animales divididos (cfr. Gn 15, 17); Y en el libro del Éxodo, cuando Moisés sube al monte, Dios desciende como fuego sobre el Sinaí (cfr. Ex 19, 18); Pero el relato más famoso es el de la zarza que arde sin consumirse (cfr. Ex 3, 2-4). Y en el libro del Deuteronomio se dice directamente: «Dios es un fuego que devora» (cfr. Dt 4, 24).

 

Si Dios es presentado con la imagen del fuego, lo divino en el ser humano se presenta con la misma imagen. Jeremías siente arder dentro de sí la palabra de Dios, que luego debe anunciar al pueblo, y dice: «Yo me decía «no pensaré más en él, no hablaré más en su nombre». Pero era dentro de mío como un fuego devorador encerrado en mis huesos; me esforzaba en contenerlo, pero no podía» (cfr. Jr 20, 9). Esta es la primera imagen que encontramos en el Antiguo Testamento: el fuego como símbolo de lo divino.

 


1.- La imagen del fuego

b.- Símbolo de purificación

Pero el fuego no solo sirve para cocinar o calentar, también quema y se convierte en el símbolo de la purificación: Quema todo lo que estorba o molesta.

Por lo tanto, en la Biblia, el fuego se utiliza como una imagen de la intervención de Dios para eliminar todo el mal. Un ejemplo para todos es el de Sodoma y Gomorra, incineradas por el fuego del cielo. Es la intervención de Dios contra la corrupción moral que existe en el mundo, un fuego que purifica (cfr. Gn 19, 24-25).

 

Esta imagen la volvemos a encontrar en el Nuevo Testamento, retomada por el Bautista justo antes del inicio de la vida pública de Jesús. El Bautista anuncia: «Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Tiene la pala en la mano para limpiar su era; recogerá el trigo en su granero, pero quemará la paja con fuego inextinguible» (cfr. Lc 3, 16-17). Por lo tanto, el fuego que Jesús traerá será purificador del mal. Lo único que Juan el Bautista se llevó una cierta decepción porque el Mesías que esperaba encontrar no era el Mesías que se encontró en Jesús.

 

1.- La imagen del fuego

c.- ¿De qué fuego se trata?

Podemos entender lo que Jesús quiere decir cuando afirma que «he venido a prender fuego a la tierra» y que desea con todo su ser que se encienda. ¿De qué fuego se trata?

Hay un fuego del que Jesús ni siquiera quiere oír hablar, se trata del fuego que quema y castiga a quienes lo rechazan. Tengamos presente el reproche que les hizo a los dos hijos de Zebedeo que querían quemar a los samaritanos (cfr. Lc 9, 51-56).

 Jesús anhela ardientemente que su fuego incendie el mundo, pero no puede tratarse del fuego que incinera a las personas malas. No puede ser el fuego del infierno, del que nunca ha hablado. Su fuego es otro.

Jesús no vino al mundo para quemar a quienes hacen el mal. Algunas personas piensan que la forma de purificar el mundo del mal es quemar a quienes lo cometen, pero si quemamos a quienes hacen el mal, no queda nadie.

La forma en que Jesús purifica el mundo del mal con su fuego es otra. Él también habla de fuego cuando dice: «De la misma manera que las cizañas son recogidas y quemadas en el fuego, así sucederá al fin de este mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y ellos recogerán de su reino a todos los que causan tropiezo y a los que hacen maldad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes» (cfr. Mt 13, 40-42).

 

¿Qué son estas cizañas que se queman?

No son las personas; sino las cizañas presentes en cada persona. El Evangelio habla en plural (τὰ ζιζάνια) (tá zizánia), ‘las cizañas’, ya que son muchas las cizañas que crecen inevitablemente junto con el buen trigo. En algunos hay mucho buen trigo y pocas cizañas.

En otros, en cambio, el trigo es escaso, pero las cizañas son muchas. Si queremos una indicación sobre estas cizañas, basta con releer las obras de la carne que presenta Pablo en la carta a los Gálatas: «Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios» (cfr. Gal 5, 19-21).

Son estas cizañas las que impiden que el buen trigo crezca, pero es inevitable que crezcan juntas. Esta es nuestra condición. Sin embargo, la buena noticia es que estas cizañas serán quemadas por el fuego que Jesús trajo al mundo.

 

Las ramas que también se queman

Jesús también utiliza la imagen del fuego con las ramas. No son las personas malas las ramas que se cortan y se queman; lo que se quema es la parte improductiva presente en cada uno de nosotros. Improductiva porque no está animada por la savia, que es el espíritu de Jesús. Este espíritu es su fuego.

Así, si pensamos en las ramas de nuestra vida que no producen nada —el tiempo que perdemos en chismes, en frivolidades, en ostentación o incluso en una vida de pecado—, cuando el fuego que Jesús trajo al mundo entra en nuestra vida, toda esta parte es quemada, dejando espacio solo para las ramas que producen amor.

 

El fuego, para usar la imagen de Pablo, cuando llega al ser humano, destruye al viejo hombre. En la carta a los Efesios, el autor dice: "Es tiempo de abandonar la conducta de antaño, el hombre viejo que se corrompe siguiendo las pasiones engañosas" (cfr. Ef 4, 22).

Cuando llega el fuego de Jesús, quema al viejo hombre y hace germinar al nuevo. En la carta a los Colosenses: «No os engañéis unos a otros; despojaos del hombre viejo y de sus acciones, y revestíos del hombre nuevo que, en busca de un conocimiento cada vez más profundo, se va renovando a imagen de su creador» (cfr. Col 3, 9-10).

 


2.- La imagen del bautismo

Sumergido en las aguas de la muerte

La segunda imagen es la del bautismo. El evangelista dice que Jesús está "angustiado" hasta que este bautismo se cumpla. El verbo que utiliza el evangelista es συνέχομαι; el cual no significa "estar angustiado", sino "estoy siendo afligido, presionado", o dominado por un fuerte deseo de que este bautismo se cumpla.

Esta imagen del bautismo está ligada a la del fuego. Jesús afirma que para desatar este incendio él debe ser bautizado. Bautizado significa "sumergido"; sumergido en las aguas de la muerte.

El agua de este bautismo fue preparada por sus adversarios con el objetivo de apagar para siempre este fuego: el fuego de su palabra, de su amor, de su espíritu. Sin embargo, esta agua tuvo el efecto contrario. De hecho, al salir de estas aguas oscuras el día de Pascua, Jesús dio inicio al hombre nuevo, movido por su fuego, el fuego de su espíritu.

 

Cuando Jesús exclama «¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!» indica su ardiente deseo de ver destruida cuanto antes la cizaña que está presente en el mundo y en el corazón de cada persona. El fuego del que habla Jesús se encendió en la Pascua y, de hecho, Lucas presenta este fuego que desciende del cielo y renueva la faz de la tierra en Pentecostés. Este fuego se posa sobre todos aquellos que han dado su adhesión a Cristo (cfr. Hch 2, 1-4).

 

El mundo viejo no se resignará a desaparecer

«¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».

         En la carta a los Efesios se dice que Jesús es nuestra paz (cfr. Ef 2, 14). Sin embargo, aquí, en lugar de paz, Jesús habla de divisiones y conflictos provocados por su venida, y para describirlos, recurre a un texto bien conocido del profeta Miqueas, quien, para presentar con una imagen a la sociedad en la que vive, y que está trastornada desde sus cimientos, dice: «porque el hijo desprecia al padre, la hija se alza contra la madre, la nuera contra la suegra. ¡Los propios parientes se vuelven enemigos!» (cfr. Miq 7, 6).

Jesús retoma esta imagen para anunciar que el viejo mundo, al que él quiere poner en tela de juicio, no se resignaría a desaparecer; se opondría a la novedad del Evangelio: Lo viejo y lo nuevo entrarían en conflicto.

En la imagen utilizada por Jesús, lo viejo está representado por el padre, la madre, la suegra, que indican la fidelidad a la tradición: "Siempre se ha hecho así". La novedad, en cambio, está representada por la nueva generación: el hijo, la hija, la nuera.

 

Cuesta aceptar la novedad del Evangelio.

El evangelista Lucas ya desde el principio ha hablado de una inevitable división que Jesús provocaría en el mundo. El anciano Simeón toma en sus brazos al niño Jesús y luego se dirige a María y le dice: «Él está aquí para la caída y la resurrección de muchos en Israel, y como signo de contradicción. Y a ti una espada te traspasará el alma» (cfr. Lc 2, 34-35).  Es la famosa profecía de la espada que ha recibido tantas interpretaciones, pero es ciertamente el anuncio de una división muy dolorosa, una división que, como sabemos, se produjo dentro del pueblo de Israel, porque algunos acogieron a Cristo y otros lo rechazaron. Pensemos en los escribas, en los sacerdotes del Templo, especialmente en Anás y Caifás, que vieron cómo se trastocaba toda la práctica religiosa que también les resultaba muy conveniente económicamente.

Sin embargo, Simeón quiso dirigir esta profecía directamente a la persona de María. María había sido educada desde pequeña según la tradición de sus padres y, junto con José, era una fiel observante de las tradiciones de su pueblo. A ella también le costó mucho entender y acoger la novedad del Evangelio anunciada por su hijo.

El evangelista Marcos nos recuerda que, en un momento de la vida pública de Jesús, llegaron noticias preocupantes a Nazaret, porque Jesús había entrado en conflicto con los guías espirituales del pueblo de Israel, quienes comenzaron a considerarlo un hereje. La situación se volvió peligrosa y entonces todos los familiares, incluida María, pensaron en ir a buscarlo para llevarlo a casa y decían: "Está loco" (cfr. Mc 3, 20-21). Les costó aceptar la novedad del Evangelio. María también lo entendió todo después de la Pascua.

 

La situación concreta de los hermanos

de esa Comunidad Cristiana

Cuando escribió el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar, Lucas tenía en mente la situación de sus comunidades donde esta división ocurría a menudo de manera dolorosa y dramática; a veces dentro de las mismas familias.

Pensemos en lo que sucedía cuando un judío se hacía cristiano: era repudiado por su familia con todas las consecuencias, incluida la pérdida de la herencia. Pensemos también hoy en la dificultad que encontraría un musulmán que decidiera hacerse cristiano. Ahí está la división.

 

Conflictos que te genera el Evangelio

1.- Provoca agitación interior

Intentemos entonces verificar cómo ocurre hoy esta división causada por el encuentro con el Evangelio. El primer conflicto cada uno lo experimenta en sí mismo. El Evangelio auténtico, cuando no se detiene en los oídos, sino que llega al corazón, ya no te deja tranquilo, crea inquietud, provoca una agitación interior porque te hace notar los egoísmos que tratas de camuflar, de justificar tu indolencia y tu orgullo. Pone al descubierto tu forma de gestionar los bienes, mostrándote que en realidad eres cristiano de nombre, pero manejas el dinero exactamente como los paganos. El Evangelio pone al descubierto tu vida tranquila que se adapta a todos los compromisos, ilumina todos los lados oscuros de tu vida. En resumen, el Evangelio ya no te deja en paz. Si no sientes este conflicto dentro de ti, significa que aún no has entendido lo que Jesús te propone con su Evangelio.

 

Conflictos que te genera el Evangelio

2.- Pone al descubierto todo el hombre viejo

Un segundo conflicto es que el Evangelio no solo inquieta nuestro interior, también pone al descubierto toda la vieja sociedad, la que se basa en la competencia, en el arribismo, en querer subir cada vez más alto para dominar, imponerse, para acumular bienes.

El Evangelio es una antorcha encendida que quiere reducir a una inmensa hoguera todas las estructuras injustas. Quiere poner fin a todas las condiciones inhumanas, a las discriminaciones, a la corrupción. Y quienes se sienten amenazados por este fuego no permanecen pasivos, tratan de obstaculizarlo por todos los medios. Los fabricantes de armas, por ejemplo, se sentirán muy perturbados por el Evangelio y se opondrán al Evangelio auténtico. Quienes tienen bienes que proteger, palacios que custodiar, no ven con buenos ojos que haya incendiarios en circulación.

 

Conflictos que te genera el Evangelio

3.- Pone al descubierto todo el hombre viejo

Una tercera división que debe tenerse en cuenta ocurre dentro de la misma comunidad cristiana cuando uno se enfrenta al Evangelio auténtico. Al enfrentar el Evangelio de forma genuina, a veces surge una división incluso dentro de la propia iglesia. Esto pasa cuando algunas personas captan y adoptan las enseñanzas de una manera nueva y profunda, y dejan de aceptar viejas tradiciones o ideas de Dios que consideran incorrectas o desvirtuadas. Naturalmente, esto puede causar conflictos con otros miembros de la comunidad que se sienten más cómodos con el pasado y la tradición y se resisten al cambio.

Cuando uno se encuentra con celebraciones de la Eucaristía donde se amputan las lecturas, el sacerdote cambia las palabras del Misal, lo que hace es entretener al personal en vez de celebrar los misterios sagrados… o utilizan las homilías para decir ideologías neo marxistas (o incluso con algún viso masón) vaciadas de todo planteamiento divino…eso, para aquellos que han captado la novedad de Cristo, es algo muy hiriente. O aquellos sacerdotes que consideran que han repetir planteamientos del pasado, aun sabiendo que no llevan a ningún lado, pero que les asegura tener contentas a las ancianas que dejan el dinero… sabiendo que cuando todo esto acabe ellos ya están jubilados y poco o nada les importará si han dejado abandonadas a las siguientes generaciones de cristianos. Aunque hay que reconocer que a la mayoría poco o nada les importa la evangelización, ya sean laicos o curas; con tal de tener lo de siempre y de cobrar a final de mes, todos contentos.

         Sin embargo, alguien es más sensible que otros, llega primero a captar la novedad y a adherirse a ella. No acepta que se sigan predicando falsas imágenes de Dios, que se perpetúen tradiciones y prácticas religiosas que empañan el mensaje evangélico. Y no es de extrañar que surja un conflicto con quienes, en cambio, están apegados al pasado.

Pero hay divisiones que son saludables y necesarias, aunque dolorosas, cuando se trata de ser fieles al Evangelio. Un mundo nuevo debe nacer, y como todo nacimiento, ocurre con dolor.

viernes, 15 de agosto de 2025

Homilía de la Asunción de la Virgen María; Lc 1, 39-56

 Homilía de la Asunción de la Virgen María

15.08.2025; Lc 1, 39-56

 


María es mencionada por última vez en el Nuevo Testamento al principio del libro de los Hechos de los Apóstoles. La encontramos en oración en la sala superior, probablemente donde su hijo celebró la Última Cena con sus discípulos (cfr. Hch 1, 14). Después, esta mujer que vemos por última vez en oración, sale de escena, silenciosa y discreta como entró, y no sabemos nada más de ella en los textos canónicos. No se menciona dónde pasó sus últimos años antes de dejar esta tierra.

 

La dormición de la Virgen

A partir del siglo VI, se difunden entre los cristianos numerosas versiones de un único tema: la "dormición" de la Virgen. ¿Por qué se llama dormición y no muerte? Muchos teólogos en el pasado sostenían que María no había muerto realmente, sino que solo había caído en un sueño profundo, después del cual habría sido asunta al cielo. Y esto porque, siendo la muerte consecuencia del pecado original y habiendo sido María preservada desde su concepción de toda forma de pecado no debía morir.

 

No sabemos cuándo ni tampoco dónde, pero con toda probabilidad, hay noticias auténticas en estos textos de la dormición de María. Fueron escritos en el siglo VII, pero se refieren a tradiciones que se remontan hasta principios del siglo II, muy cercanas a los hechos. Y estos textos nos cuentan los últimos años que María pasó en esta tierra y nos dicen que los pasó en Jerusalén, donde concluyó su vida.

 

El aspecto legendario de relatos apócrifos

¿Qué nos dicen exactamente estos textos? Después de la Pascua, María habría vivido en el Monte Sion y quizás en la misma casa donde su hijo celebró la Última Cena, la casa que tal vez pertenecía a la familia del evangelista Marcos. Cuando llegó para ella el momento de dejar este mundo, es aquí donde comienza el aspecto legendario de estos relatos apócrifos: se le apareció el Arcángel Gabriel, quien le dijo a María: "Has vivido en este mundo, has cumplido tu misión, has vivido los últimos años de tu vida en recogimiento y oración, pero ahora ha llegado para ti el momento de la conclusión de tu vida". Y María responde: "Pero yo soy feliz de estar en este mundo, soy amada por todos, me gustaría vivir, no morir". Pero el Arcángel Gabriel le dice: "María, ahora te encontrarás con tu hijo y permanecerás con él por toda la eternidad". Entonces María dice: "Entonces sí, quiero encontrarme con mi hijo, pero te pediría una gracia: que traigas aquí, que llames a mi lado a todos sus apóstoles, porque quiero que me cuenten algo más de mi hijo. Durante su vida pública yo me quedé en Nazaret y ellos siguieron al maestro, y me gustaría escuchar algo más de lo que mi hijo hizo, de lo que mi hijo dijo".

 

Y entonces, aquí vuelve el aspecto legendario de estos relatos, todos los apóstoles fueron llamados y llegaron sobre las nubes del cielo. También estaba Pablo entre ellos. Faltaba uno de los apóstoles, porque Santiago, el hijo de Zebedeo, ya había sido martirizado. Llegaron estos apóstoles y se pusieron alrededor del lecho de María, le contaron todo lo que ella deseaba oír. Y luego, en un momento dado, llegó Jesús con una multitud de ángeles y vino a tomar el alma de María, dejando en esa cama su cuerpo, o mejor dicho, su cadáver.

 

¿Por qué se habla de cuerpo?

En el lenguaje bíblico, el término "cuerpo" no se refiere al cadáver, el cuerpo es toda la persona. Son los griegos quienes distinguían el alma del cuerpo. Decían que el alma es como una prisión en el cuerpo material y desea separarse de esta realidad material para llegar luego a la inmortalidad a la que está destinada por naturaleza. No son discursos bíblicos, sino de la filosofía griega. En la Biblia, la persona es una unidad. En este mundo, somos cuerpo, el cuerpo es el "yo" que las personas pueden ver, tocar, acariciar. Y la persona es una unidad. Así, cuando la persona deja este mundo, lo deja en su totalidad, alma y cuerpo, es decir, la persona con toda su historia. Y cuando estos relatos nos dicen que Jesús tomó el alma de María y se la llevó, dejando allí su cadáver, su cuerpo, es una concepción griega. Lo entenderemos mejor más adelante, cuando intentemos comprender qué sucedió con María.

 

En el arroyo Cedrón

Queremos completar el relato de estos apócrifos para conocer estas noticias que nos han contado nuestros hermanos de fe de los primeros siglos. Velaron el cuerpo de María y luego lo acompañaron en procesión hasta el arroyo Cedrón. Y esta es una noticia auténtica, se remonta a las tradiciones de principios del siglo II. De hecho, sabemos que en el Cedrón se venera el sepulcro donde fue colocado el cadáver de María. Entonces, depositaron su cuerpo en esta tumba.

 

Jesús se llevó el cuerpo de María

¿Y qué sucedió después? Sucedió que, tres días después de su sepultura, y aquí retoman las noticias legendarias, apareció de nuevo Jesús para llevarse también su cuerpo. Vino para llevarlo al Paraíso. Y así, con todos los apóstoles sobre las nubes del cielo, llevaron a María hacia Oriente, hacia el Paraíso. Y una vez llegados al reino de la luz, entre los cantos de los ángeles y los deliciosos perfumes del Paraíso, depositaron el cuerpo de María junto al árbol de la vida. Recordemos que ya el alma estaba con Jesús en la Gloria, pero su cuerpo mortal fue transportado en los brazos de su Hijo al Cielo en el tercer día.

 

Bien, estos son detalles novelados, evidentemente no tienen ningún valor histórico. Sin embargo, testifican, a través de imágenes y símbolos, el inicio de la devoción del pueblo cristiano por la madre del Señor.

 

El icono de la dormición de María

Antes de continuar, quiero hacer una breve lectura del ícono de la Κοίμησις Θεοτόκου, como dicen en Oriente, es decir, ‘el ícono de la dormición de la madre de Dios’, porque el ícono oriental nos ayuda a captar el mensaje de la fiesta de hoy. 

Noten en el ícono que se yuxtaponen dos mundos. En primer plano está la realidad de nuestro mundo material. Sobre una cama yacen los despojos de María, no María. María no está allí, ha dejado este mundo y aquí han quedado sus despojos. Alrededor de su cama están los apóstoles y la representación de la escena transmitida por los apócrifos. Observen sus miradas, están todas dirigidas hacia esa cama, hacia el cadáver de la madre de Jesús. Ninguno de ellos mira ni ve lo que hay a sus espaldas. La escena que pronto veremos es la del mundo de Dios, ellos no pueden verla. Solo ven lo que los ojos de su cuerpo les permiten verificar, no pueden ver más allá de estos despojos. Y quien cree que solo existe lo que es verificable, tangible, controlable con los sentidos, no puede sino concluir que la muerte es el fin de todo. Quedan unos átomos que luego serán devueltos a la tierra. Es lo que la mirada material ve, y también los apóstoles, que tienen estos ojos, ven un cadáver.

Pero, ¿cuál es la realidad? ¿Todo termina así, la historia de una persona? ¿Todo lo que ha hecho, el amor que ha dado? ¿Qué queda? Los ojos materiales nos dicen: "Quedan unos despojos".

Al fondo hay una escena que no pertenece a lo que podemos verificar con nuestros sentidos, es la realidad del mundo de Dios. Observen esa almendra en la que está Jesús. La mirada material no puede alcanzar este mundo de Dios. Solo la mirada del creyente es capaz de ver la verdad de la historia de una persona que ha pasado una vida de amor en este mundo. Jesús pronunció una bienaventuranza para los ojos que saben ver más allá de este mundo material. Dijo: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios", verán lo invisible. Esta es la posibilidad que tienen quienes poseen un corazón puro. Para ver lo invisible, es necesario tener un corazón ligado solo a Dios, desapegado de los ídolos de este mundo. Quien tiene un corazón apegado a los bienes no piensa en otra cosa. Quien se abandona a la disolución, a la corrupción moral, nunca logrará ir más allá de lo material, no tendrá esa segunda mirada que pertenece solo al creyente de corazón puro.

 

Jesús con su madre en brazos

¿Qué vemos en la almendra (del icono) que representa este mundo invisible del cielo? Está Jesús con su madre en brazos. Ella acaba de nacer, ha llegado al cielo como una niña. Es el comienzo de la segunda parte de su vida, la definitiva. El destino del ser humano es precisamente este: nacer dos veces, y la segunda vez es la última, la definitiva, porque entra en el mundo del cielo, de la eternidad. No es esta vida la que continúa para siempre, es una vida completamente nueva después de la gestación que ocurre en este mundo. Esto es lo que le sucedió a María, y podemos contemplarlo en este ícono.

Podemos entonces comparar estos dos nacimientos. En el primero, vemos a Jesús que, al llegar a este mundo en su nacimiento, fue acogido en los brazos de María. Luego, en la Pascua, precedió a su madre en la gloria del cielo. En el otro ícono, contemplamos el nacimiento de María, acogida en el cielo por los brazos de su hijo.

 

El Papa Pío XII y el Dogma

La reflexión de los creyentes sobre el destino de María después de la muerte continuó desarrollándose a lo largo de los siglos y condujo a la fe en su Asunción, que fue definida por Pío XII el 1 de noviembre de 1950. Escuchemos las palabras de la definición del dogma: "La Inmaculada Madre de Dios siempre virgen, terminado el curso de la vida terrena, fue asunta a la gloria celeste en alma y cuerpo".

 

Con respecto a la definición que acabamos de escuchar, creo que es útil notar dos cosas:

El Papa Pío XII y el Dogma

1.- María cambió la forma de estar con nosotros

1º.- La primera observación: En esta definición no se dice que María fue "asunta al cielo" como si hubiera habido un desplazamiento en el espacio o un rapto de su cuerpo desde la tumba hacia la morada de Dios.

La definición habla de María "asunta a la gloria celeste". La gloria celeste no es un lugar, sino la nueva condición en la que entró María cuando concluyó su peregrinación en este mundo. Para ella, comenzó la gloria en el mundo de Dios. María no se fue a otro lugar llevando consigo los frágiles despojos que están destinados, como los de todos, a volver al polvo. No abandonó a la comunidad de los discípulos, simplemente cambió la forma de estar con ellos, como le sucedió a su hijo el día de Pascua. María ya no está condicionada por los límites del espacio y del tiempo, por lo que está siempre y en todo lugar al lado de cada uno. Porque si estuviera en la condición de cuando caminaba por las calles de Palestina, solo algunos podrían verla. Está al lado de las personas que puede tener a su lado, pero los que están lejos no pueden verla ni oírla. Pero cuando María entró en la gloria celeste y ya no está sujeta a los límites del espacio y del tiempo, esta es la verdad: María está con nosotros, al lado de cada uno de nosotros, en cualquier lugar, en cualquier momento.

Recordemos que, en el relato de los Hechos de los Apóstoles, cuando Jesús entró en la gloria del Padre, lo que Lucas presenta como la Ascensión, los discípulos regresan a Jerusalén alegres, felices. No porque Jesús se haya ido, sino porque ahora Jesús ya no está limitado en su presencia, está en una condición en la que está siempre al lado y siempre en medio de la comunidad de sus discípulos. Esto es lo que le sucedió a Cristo, le sucedió a María, y añado de inmediato: le sucede a cada creyente que entra en el mundo de Dios cuando ha concluido su peregrinación en la tierra. Cristo y María solo los han precedido en la gloria del cielo.

 

El Papa Pío XII y el Dogma

2.- María nos indica nuestro destino

Una segunda observación: el dogma no dice que esta asunción a la gloria celeste está reservada a María. Ella no es una privilegiada, sino que es presentada a todos los creyentes como el modelo excelso, como el signo del destino que espera a cada ser humano.

Entonces, ¿qué significa este dogma? ¿Quizás que el cuerpo de María no sufrió la corrupción, o que solo ella y Jesús se encuentran en el paraíso en carne y hueso, mientras que los demás difuntos estarían en el cielo solo con su alma, esperando una reunificación con sus cuerpos? Es difícil aceptar una presentación así del dogma.

Pablo, en la carta a los Corintios, llama ἄφρων ("necio") a quien piensa que el cuerpo de los resucitados está hecho de átomos (cfr. 1 Co 15, 36-38).  Para que la vida surja de una semilla, esta debe desaparecer en la tierra. Lo que crece no es el mismo grano que sembraste, sino una planta totalmente distinta. Es Dios quien, a través de ese proceso, le da a cada semilla una nueva forma de cuerpo, única y apropiada para su especie. La fe en la resurrección nos enseña que el final de nuestra vida terrenal no es el fin de todo. Nuestro cuerpo, como una semilla que debe morir y disolverse en la tierra, completa su ciclo para que Dios le dé un nuevo ser. La resurrección no es simplemente la restauración de lo que éramos, sino una transformación divina hacia un cuerpo glorioso y espiritual. De la misma manera que una semilla se convierte en una planta, el Padre nos concede, por su voluntad, el cuerpo que Él ha preparado para la eternidad.

Un cuerpo de resucitado es un cuerpo espiritual, es decir, es toda la persona, no un trozo de la persona, la que entra en la gloria celeste. Y lo que le sucedió a María no está reservado a María. Cada hijo de Dios es inmediatamente acogido en la totalidad de su persona y de toda su historia. Entra en el mundo de Dios. La Biblia no habla de distinción entre alma y cuerpo, conoce una unidad inseparable de toda la persona.

 

Una imagen para que nos ayude a comprender…

Me gustaría intentar traducir este pensamiento con un ejemplo que quizás pueda ayudarnos. Imaginemos un feto en gestación en el útero materno. Tiene su vida, pero esta vida en el seno materno le sirve para preparar su segunda vida, la que se desarrollará luego en los años que pase en este mundo.

Supongamos que el feto cree erróneamente que la vida que tiene en el útero materno es la única y definitiva. ¿Qué sucedería? que los pulmones no le sirven y por lo tanto no los desarrolla; el estómago, las orejas, los ojos no le sirven y no los desarrolla al ser inútiles. No se prepara para la otra vida, aquella en la que necesitará orejas, ojos, estómago, pulmones. No estaría preparado.

En cambio, el feto se prepara la para la segunda vida, fuera del seno de su madre. Cuando morimos entramos en esa nueva vida definitiva, entramos con toda nuestra historia. ¿Y cómo se ha preparado? No como un alma separada del cuerpo y de los átomos materiales. En el mundo de Dios entra la persona con toda su historia, y está preparada cuando ha vivido en este mundo una gestación de amor, que ha dejado desarrollar ese Divino que permanece por toda la eternidad.

Algunos me dicen: ‘espero que cuando resucite tenga una melena abundante y una dentadura perfecta’ o ‘espero que cuando resucite tenga un tipo como la de una modelo y que nunca engorde’. ¿Cómo les digo yo que no se han enterado de nada?

 

María canta esta gran victoria.

En el presente pasaje evangélico María canta esta gran victoria que ha sido obrada por Aquel que es poderoso y Santo es su nombre. Solo Él podía dar a nuestros cuerpos, es decir, a cada ser humano, su misma vida.

 

«En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y levantando la voz, exclamó:

«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, “se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava”. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mi: “su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia” - como lo había prometido a “nuestros padres” - en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».

 

En nuestro mundo, las fuerzas de la vida y las fuerzas de la muerte se enfrentan en un dramático duelo. Dolores, enfermedades, achaques de la vejez son las escaramuzas que anuncian el último asalto de ese dragón aterrador que es la muerte. Y al final, esta lucha entre las fuerzas de la vida y las de la muerte se vuelve desigual, y la presa puede escapar por algunos años más, pero luego, al final, la muerte siempre atrapa a esta presa.

 

María, la que siempre confió en el Señor

Ahora nos preguntamos: Dios, amante de la vida, ¿asiste impasible a esta derrota de las criaturas que llevan impresa en su rostro su imagen? La respuesta a este que es el más inquietante de los interrogantes nos es dada hoy.

Se nos invita a contemplar en María el triunfo del Dios de la vida frente a la evidencia de la muerte y la corrupción de un cuerpo en el sepulcro. Se necesita mucho coraje para creer que el Señor es el Dios de la vida y para esperar una vida más allá de la vida biológica. En la fiesta de hoy, María se nos presenta como aquella que siempre confió en Dios, y se nos presenta el destino de quien cree en el cumplimiento de las palabras del Señor.

 

Aquí está el grito de júbilo de María: «el Poderoso ha hecho obras grandes en mi». Esta expresión, «obras grandes», se usa en la Biblia para presentar las intervenciones extraordinarias de Dios. Él no es el Todopoderoso que puede hacer lo que quiere, como lo imaginamos nosotros, sino que se le llama ‘δυνατός’, ‘el Poderoso’, el único que es capaz de derrotar a la muerte. He aquí, hoy se celebra en María esta intervención prodigiosa de Dios. Quien ama no puede abandonar a la persona amada en el infierno, en el reino de la muerte.

 

Los salmistas ya lo habían intuido, por ejemplo, el salmista que compuso el Salmo 16 concluye diciendo: «pues no me abandonarás al Seol, no dejarás a tu amigo ver la fosa. Me enseñarás el camino de la vida, me hartarás de gozo en tu presencia, de dicha perpetua a tu derecha» (cfr. Sal 16, 11).  Él, el salmista, no tiene la luz de la Pascua, pero ha intuido que un enamorado, un amigo no puede abandonar a la persona amada a merced de la muerte.

 

En su cántico, María atribuye esta obra extraordinaria de Dios a su misericordia. Misericordia es un término que no expresa bien el significado que tiene en la Biblia: es la implicación visceral del amor de Dios por la humanidad, una implicación visceral de amor que lleva a Dios a dar al ser humano su misma vida inmortal.

 

         María enumera siete intervenciones de Dios.

María continúa enumerando siete intervenciones de este Dios enamorado de la vida del hombre.

«Él hace proezas con su brazo». Solo su brazo podía derrotar a ese monstruo que es la muerte.

Luego, «dispersa a los soberbios de corazón». Los arrogantes o soberbios de corazón son aquellos que miran a los demás desde arriba y crean un mundo de muerte. ¿Qué hace Dios, que es el Dios de la vida? Los dispersa, lo que no significa que los humille o que los aplaste, sino que los hace desaparecer. Los arrogantes desaparecen, porque pertenecen al reino de la muerte. Dios lo que desea y hará es convertir a todos a su amor, pero no fuerza a nadie, lo hace siempre pidiendo permiso a cada persona, para que todos sean transformados en humildes siervos de sus hermanos.

 

 

Dios es el Dios de la vida y María, en su canto, es un himno que eleva al Señor para darle las gracias por lo que Él ha hecho y que ella ha experimentado.

         «Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes». Por lo tanto, el Señor de la vida pone fin a esa comedia en la que los hombres luchan por subir, por dominar, y crean el reino de la muerte.

         «A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos». No es una amenaza de castigo, es el anuncio de salvación. El mundo antiguo, el reino de la muerte, se reduce a la nada. El brazo poderoso del Señor ha creado un mundo nuevo en el que toda forma de muerte es eliminada. Esta es la victoria total del amor del Señor que celebramos hoy en María. Una victoria que no se ha realizado solo en ella, sino en cada ser humano. Dios no puede abandonar a ningún hijo suyo a merced de la muerte, sino que acoge a todos en su gloria, como le sucedió a María, en el mismo momento en que concluye nuestra peregrinación en este mundo.

 

En María hemos contemplado nuestro destino: la vida definitiva que nos espera en el mundo de Dios. Y también esta fiesta de hoy, con los amigos, con el banquete, tendrá un sabor diferente, una alegría diferente, si hemos tenido esta segunda mirada que nos permite ver en María nuestro destino.

sábado, 9 de agosto de 2025

Homilía del Domingo XIX del Tiempo Ordinario, ciclo c Lc 12, 32-48

 Homilía del Domingo XIX del Tiempo Ordinario, ciclo c

Lc 12, 32-48

10.08.2025

 


La semana pasada recordamos la parábola del agricultor necio. Este hombre, después de una cosecha extraordinaria, construyó almacenes más grandes para guardar todo. Pero justo cuando se disponía a disfrutar de su fortuna, lo perdió todo, haciendo que sus esfuerzos fueran en vano.

 

Tal vez hemos podido envidiar a este hombre, pero no queremos cometer su mismo error. Jesús lo tildó de insensato y necio. Por ello, nos enseña cómo administrar y gestionar nuestros bienes de forma inteligente y sabia.

 

«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».

 

Es una elección que nos asusta.

No tengáis miedo. ¿Por qué introduce así su propuesta? Porque sabe que nos va a sugerir una elección de vida que nos asusta. Si se tratase únicamente de alguna práctica religiosa, tales como el ayuno, alguna devoción, no habría motivo para recomendarnos que no tuviéramos miedo. Pero aquí se trata de invertir dinero, se trata de bienes, de cosas muy concretas y nosotros sabemos que cuando se compra o se vende siempre se tiene miedo de equivocarse, de ser engañados, de dejar escapar la ocasión que luego no vuelve o de tener remordimientos. "Si hubiera vendido en el momento justo, si hubiera comprado..."

 

Un pequeño rebaño, la comunidad cristiana

         ¿A quién les dice que no tengan miedo? A un pequeño rebaño. No se la hace a todos porque no la entenderían. Se la hace a los que lo conocen, que han estado con él ya durante un par de años, que le han dado su adhesión y que saben que es una persona de la que se pueden fiar. Es un pequeño rebaño. De hecho, la mayoría no quiere ni oír hablar de ello.

 

Ese pequeño rebaño ha tenido la suerte de encontrar un tesoro; el Evangelio. Ese pequeño rebaño ha creído en el mundo nuevo, han entrado en el reino de Dios.

 

Jesús como inversor.

Jesús propone una inversión de los bienes que tengan en sus manos, bienes concretos, dinero, casas, campos, la fortuna que han podido desarrollar con todas sus capacidades. ¿Qué hacer con todos estos bienes?

 

«Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».

‘Vended lo que poseéis’, ‘fiaos de mí’, eso es lo que nos dice el Señor. Y ¿en qué invertir estos bienes? Invertirlo en limosnas con cabeza, de un modo inteligente. Significa poner de forma inteligente a disposición de los hermanos los tesoros con los que la vida nos ha beneficiado.

 

Invertir en amor,

para crear vida.

Hay que invertirlos todos para crear alegría, para crear vida. A modo de ejemplo; Si tienes cinco apartamentos vacíos, ponlos a disposición de familias que los necesiten, que no tengan una casa. Te darán muchos quebraderos de cabeza, muchos problemas, tenlos en cuenta, pero tú crearás alegría, crearás vida. Si tienes campos, haz que produzcan para alimentar a los necesitados. En resumen, apuesta todo por el amor. No olvides que la persecución y los quebraderos de cabeza los vas a tener garantizados.

 

El amor es el tesoro que no se devalúa

El amor no es como el grano de ese agricultor, un grano que se habría podrido en los almacenes. El amor es un tesoro que no se devalúa y que no puede ser robado por los ladrones; ni siquiera por ese ladrón que sorprendió al agricultor; ese ladrón llamado ‘muerte’ que se lo llevó todo.

 

Si tienes miedo es porque

no has entendido a Jesús.

Por eso Jesús empezó diciendo: "no tengáis miedo". Si tenéis miedo quiere decir que no habéis entendido la inversión que Jesús nos está proponiendo. Si alguien siente miedo al renunciar a sus posesiones para ayudar a los demás significa que todavía no ha comprendido que esta "inversión" no es un riesgo, sino un camino seguro para obtener un tesoro que no puede perderse. El miedo, en este sentido, es una señal de que la persona aún no ha captado la naturaleza de la propuesta de Jesús, que garantiza una recompensa imperecedera.


 

Para entender su propuesta…

Nos cuenta tres parábolas.

1.- La primera parábola

La primera parábola es:

«Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos».

La escena de la primera parábola tiene lugar en la casa de un señor rico que ha sido invitado a una fiesta de bodas y ha confiado su casa a sus siervos. Es fácil identificar a este Señor: Es Jesús que, una vez cumplida su misión, ha dejado este mundo y ha confiado a sus discípulos la tarea de dar continuidad a la obra que él ha realizado.

En los Hechos de los Apóstoles se describe este traspaso de poderes en el relato de la ascensión. Recordemos a esos dos hombres vestidos de blanco que dicen a los discípulos, parafraseando la frase: "No os quedéis mirando al cielo, bajad a la llanura y dad continuidad a ese mundo nuevo que Jesús ha iniciado." (cfr. Hch 1, 11).

 

Esta casa es la comunidad cristiana

compuesta por siervos.

Detengámonos en los siervos que habitan esta casa; son importantes. Solo están los siervos en la casa de su señor, cada uno con su propia tarea que desempeñar; la que el señor ha confiado a cada uno. Esta casa es la comunidad cristiana que está compuesta solo por siervos. No hay señores, honorables, eminencias, excelencias a las que reverenciar. El servicio es lo que caracteriza la vida de esta casa.

 

Siempre listos para servir.

¿Cómo actuar para obtener la aprobación de su Señor? Deben permanecer siempre despiertos, siempre listos para servir. No pueden adormecerse. En griego γρηγορεύω (gregoreúo) significa ‘estar despierto, vigilar, estar vigilante, permaneciendo despiertos’ ya que este señor puede llegar en cualquier momento: puede llegar en mitad de la noche, al alba, cuando uno está más tentado de dormirse.

 

Dos imágenes presentado

la disponibilidad al servicio.

1.- Las vestiduras ceñidas a los flancos

 Esta disponibilidad al servicio se presenta con dos imágenes muy eficaces: la de las vestiduras ceñidas a los flancos y la de las luces siempre encendidas. (cfr. Ex 12, 11; Job 38, 3).

Es una casa en Oriente y los hombres usaban túnicas largas hasta los pies. En casa las dejaban sueltas, pero cuando se ponían a trabajar o partían para un viaje, se ceñían los flancos, se subían las vestiduras para tener más libertad de movimiento.

En la casa de este señor los siervos tienen siempre las vestiduras ceñidas a los flancos. Jesús nos dice que si alguien nos necesita estamos llamados a estar siempre listos para servir.

 

 

Dos imágenes presentado

la disponibilidad al servicio.

2.- Las lámparas encendidas

Segunda imagen es las lámparas encendidas en la casa de este señor. Nunca hay un cartel que diga "la luz se ha apagado. No molestar porque estamos descansando."

Cualquiera que lo necesite sabe que puede llamar a esta casa porque allí hay alguien que puede realizar el servicio que él necesita. Y en este punto está la llegada del señor que regresa de las bodas, llega y llama educadamente a la puerta, no la derriba, pide permiso porque él necesita entrar.

¿De qué llegada se trata? Habrá una última venida de este Señor en nuestra vida. Será el encuentro último y definitivo cuando nuestra vida sea evaluada, precisamente viendo si se parece o no a su vida, la vida del Siervo.

Pero antes de este último encuentro, el Señor viene muchas veces a llamar a nuestra puerta, no la derriba, llama porque libremente debemos abrir y responder a la necesidad que él tiene.

Él es el hermano pobre que viene a pedirnos ayuda y sabe que nosotros tenemos los bienes que él necesita, esos dones, esos tesoros que Dios ha puesto en nuestras manos, precisamente para que se los entreguemos al hermano necesitado. Cuando llega el hermano a llamar a nuestra puerta, es el momento de invertir nuestros tesoros, venderlos en limosna.

 


Son dichosos también los siervos.

Y estos siervos vigilantes merecen no una, sino dos bienaventuranzas de Jesús: Dichosos aquellos siervos. Una bendición inaudita, porque en la cultura de la época los dichosos eran los señores, no los siervos.

Dichoso ‘μακάριος’ (makários) significa ‘supremamente bendecido; afortunado, bien librado; bendecir, bienaventurado, dichoso, glorioso’. Significa que eres una persona bella, una persona con una conversión avanzada.

Y están despiertos también en la noche y esta noche podría ser la de nuestro mundo envuelto en la oscuridad del egoísmo, de la búsqueda espasmódica, del tener, del poder, de lo que gusta y nada más. En esta noche son dichosos los que se mantienen despiertos, aunque a su alrededor solo haya oscuridad, ellos mantienen las lámparas encendidas y realizan fielmente su servicio. Es una bienaventuranza hermosa y poco citada. Dichosos los que se mantienen despiertos con los ojos abiertos.

 

Conclusión de la segunda parábola

La conclusión de la parábola presenta una de las escenas más conmovedoras que hay en la Biblia. El Señor cuando llega llama y uno esperaría que cuando entrara pretendiera ser servido. Pero es él -el mismo Señor- quien se ciñe las vestiduras y se pone a servir a los siervos a los que ahora él hace sentar a la mesa.

El Dios de Jesús de Nazaret es el Dios siervo del hombre y no le hagamos el agravio de desfigurar su rostro haciéndolo convertirse en un señor que se hace servir. Lo deformamos, subvertimos su imagen. Es una imagen totalmente desafortunada la de Dios que se hace servir.

Encontramos una escena igualmente conmovedora en el Apocalipsis donde se dice que Dios «enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo se ha desvanecido» (cfr. Ap 21,4); que parafraseando sería que enjugará toda lágrima de los ojos de estos siervos porque construir el amor les ha costado esfuerzo y también muchas lágrimas.

 

Para entender su propuesta…

Nos cuenta tres parábolas.

2.- La segunda parábola

Estos bienes que se están devaluando y que deben ser invertidos también están expuestos al peligro de los ladrones. Con una segunda parábola, Jesús nos enseña cómo ponerlos a salvo de los ladrones.

«Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

         Esta imagen del ladrón que llega cuando menos te lo esperas es singular, nunca ha sido utilizada por los rabinos, en cambio ha tenido mucho éxito entre los cristianos.

La encontramos a menudo en el Nuevo Testamento. La emplea Pablo en la carta a los Tesalonicenses cuando dice: «Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche» (cfr. 1 Tes 5, 2).  La encontramos en la segunda carta de Pedro: «El día del Señor vendrá como un ladrón» (cfr. 2 Pe 3, 10). La volvemos a encontrar también en el Apocalipsis, la carta que el Resucitado escribe a la iglesia de Sardes, que no está vigilante, dice: «Vendré como un ladrón, sin que sepas a qué hora vendré a ti» (cfr. Ap 3, 3).

 

¿Qué clase de imagen es esta del ladrón?

Ya sabemos cómo se llamaba el ladrón que sorprendió a aquel agricultor necio: ‘la muerte’. La muerte que se lo llevó todo, no estuvo vigilante, no había puesto a salvo sus bienes. Este ladrón amenazador, sin duda, debe ser tenido en cuenta y la mejor manera de defenderse de él es hacer que, cuando llegue, no encuentre nada que llevarse.

 

La famosa alocución "cantabit vacuus coram latrone viator" es una famosa cita del poeta satírico romano Juvenal, que se encuentra en sus Sátiras (Sátira X, verso 22); cuyo es: "El viajero sin nada cantará delante del ladrón". Cuando se encuentra con el ladrón se pone a cantar y a reír porque no le puede hacer nada. Al final de la vida la salvación es ser encontrados sin nada, porque todos los bienes que Dios había puesto en nuestras manos han sido entregados a sus destinatarios. Se trata de una bienaventuranza de Jesús, que parafraseada sería: ‘Dichosos los pobres, felicidades a vosotros que os habéis quedado sin nada porque habéis entregado todos los bienes por los pobres, por los que lo necesitaban’ (cfr. Lc 6, 20; Mt 5, 3).

En esta parábola, sin embargo, la imagen del ladrón no es la de la muerte y no es una amenaza. El Evangelio es una buena noticia, es la recomendación de estar siempre vigilantes, de tener cuidado de no perder ninguna de las oportunidades de amor que se nos ofrecen en la vida, porque estas oportunidades se presentan a menudo de repente y hay que saber aprovecharlas.

 

Es un ladrón un tanto especial

Se trata, por tanto, de un ladrón un poco especial que no viene a robar; viene a salvarnos, viene a salvar nuestros bienes. Viene con el disfraz del pobre que pide un servicio. Nosotros tenemos las capacidades que Dios nos ha dado para darle vida; es una oportunidad que no hay que perder. Él salva nuestros bienes, los pone a salvo en Dios porque nos permite transformarlos en amor. El pobre no nos roba los bienes, nos los salva porque nos los salva en Dios.

 

Para entender su propuesta…

Nos cuenta tres parábolas.

3.- La tercera parábola

En la comunidad de los discípulos, compuesta solo por siervos, hemos escuchado lo que Jesús ha dicho: Hay que permanecer siempre despiertos, pero hay alguien que debe vigilar más que los demás y a estos Jesús les dedica la tercera parábola.

         «Pedro le dijo: «Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?». Y el Señor dijo: «¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas? Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles. El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos. Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá».

La imagen del banquete es muy apreciada por Jesús, la encontramos a menudo en los Evangelios (cfr. Lc 14, 15-24; Mt 22, 1-14; Mt 8, 11). Jesús la usa sobre todo para resaltar que en la sala del banquete siempre hay dos grupos de personas: Están los invitados, las personas razonables que están sentadas o recostadas a la espera de ser servidas. Y luego está el segundo grupo, el de los siervos, siempre listos para acoger las órdenes y ejecutarlas inmediatamente.

 

Los responsables de la comunidad

son los que más deben vigilar.

La tercera parábola es introducida por una pregunta de Pedro que le pregunta al Señor ‘quiénes son los que deben mantenerse vigilantes, ¿nosotros o todos?’.  Todos, naturalmente, deben vigilar.

Pero hay alguien que debe vigilar más que los demás, dice Jesús. Alguien que deberá ser más siervo que los demás; son los que han sido puestos al frente de la servidumbre porque han demostrado ser modelos de servicio y de ellos el Señor se fía.

La referencia es a los guías de la comunidad cristiana que son llamados οἰκονόμος (oikonómos) es decir ‘distribuidor de la casa (es decir administrador), o supervisor, tesorero, administrador, curador, mayordomo, no son señores, no son dueños, no son superiores; son responsables de la vida de la comunidad. Son responsables de la vida de la comunidad, no son personas a las que corresponda títulos honoríficos particulares. Y ¿cuál es la tarea del responsable de comunidad o οἰκονόμος? Su tarea es dar alimento a toda la comunidad. Deben comprometerse generosa y desinteresadamente en el servicio de la comunidad. Este es el cuadro positivo de la parábola y ahora viene el negativo.


 

El riesgo de entrar en la lógica del mundo.

Puede suceder que estos guías de la comunidad comiencen a actuar por un vil interés; comiencen a actuar como señores sobre las personas que les han sido confiadas. También en la casa donde todos son siervos puede entrar de nuevo la lógica de este mundo que es la que te lleva a querer dominar, a querer prevalecer, a querer que te sirvan. Es una eventualidad que Jesús toma en consideración y la describe de una manera muy cruda y a través de las palabras de Jesús nosotros captamos la denuncia que Lucas está haciendo con crudo realismo precisamente del comportamiento de los siervos infieles presentes en sus comunidades.

 

No sirven, sino que se sirven de la comunidad.

Habla de gente que se relaja, que gasta en banquetes, en juergas, que usa tonos arrogantes, que se comporta de forma despótica. Son situaciones vergonzosas que ya estaban presentes en estas comunidades primitivas de Asia Menor. Jesús recuerda este peligro con palabras severas.

El peligro que estas personas están corriendo es el de encontrarse al final de la vida. El verbo que se utiliza es ‘διχοτομήσει’, ‘bisectar, cortar en dos’; ser cortados del grupo de los discípulos y ser colocados entre los infieles (μετὰ τῶν ἀπίστων).

Se trata de miembros eminentes de la Iglesia, y sin embargo sobre ellos pende una sentencia dramática e inesperada. Jesús los considera fracasados, no es que sean enviados al infierno. Pero será trágico para estas personas verificar que se han equivocado en la manera de interpretar el servicio al que han sido llamados en la comunidad cristiana.

 


La imagen de los azotes

La parábola se cierra con la imagen de los azotes. Refleja el contexto social en el que se recurría a menudo a castigos severos y también crueles contra los que no hacían su deber. El Señor no castiga a nadie. La imagen quiere subrayar lo deplorable que es el comportamiento de estos guías de la comunidad. Se encuentran en la condición privilegiada de quienes han conocido mejor que los demás la voluntad del Señor y han sido igualmente infieles. Su responsabilidad, dice Jesús, es mayor. Es una situación que debemos tener muy presente porque este peligro también lo encontramos en nuestras comunidades de hoy y en los responsables ‘de máximo rango’ en las diócesis.