Homilía del Domingo II del Tiempo
Ordinario, Ciclo C
Jn 2, 1-11
El
evangelista Juan otorga mucha importancia a este episodio de las Bodas de Caná
ya que lo coloca al inicio, como la apertura de su evangelio; como el primero
de los siete signos que posteriormente nos contará [cfr. el primer signo:
una boda en Caná Jn 2, 1-12; segundo signo: el hijo del funcionario real Jn 4,
43, 54; el tercer signo: el paralítico Jn 5, 1-9; el cuarto signo: multiplicación
de los panes Jn 6, 1-15; el quinto signo: marcha sobre las aguas Jn 6, 16-21; sexto
signo: el ciego de nacimiento Jn 9, 1-12; séptimo signo: victoria sobre la
muerte de Lázaro Jn 11, 1-44]. Además, sorprende mucho el modo de como el
evangelista concluye este pasaje del primer signo: «así manifestó su gloria
y sus discípulos creyeron en él».
Se
nos cuenta que en una boda, con muchos invitados, se había acabado el vino,
dando la impresión que habían bebido en sumo exceso. ¿Cómo es posible que en
vez de ir a comprar más vino Jesús hubiera decidido rellenar hasta arriba de
agua las seis tinajas de piedra de unos cien litros cada una? ¿Eran necesarios
seiscientos litros de vino? ¿No habría hecho falta únicamente una colecta entre
todos los invitados para conseguir más vino? ¿Por qué Jesús no reservó este
milagro para otras cosas más útiles y más urgentes?
Se
dice equivocadamente que Jesús realizó este milagro sólo para complacer a su
madre, la cual quería evitar pasar una mala impresión a la familia de los
cónyuges ya que era una familia pobre. Pero esto, como digo, es presentado de
un modo equivocado: El episodio tiene lugar en la casa de una familia
acomodada, rica. ¿Cómo se sabe del estatus social de esta familia? La razón es
que tienen sirvientes y mayordomo. A todo esto hay que añadir que tenían seis
tinajas de piedra para las purificaciones que únicamente se lo podían permitir
las familias ricas.
El
evangelista cita a «la madre de Jesús» pero no la llama por su nombre. Y Jesús
se refiere a ella de un modo un tanto extraño con el término «mujer».
No hay ni un solo caso en toda la riquísima literatura rabínica en el que un
niño se refiera de esta manera a su madre.
Este
texto bíblico tiene en sí una inmensa riqueza teológica; no se trata únicamente
de un informe de un hecho acontecido. Es una magnífica página de teología
compuesta por Juan partiendo de imágenes y de referencias bíblicas para
comunicarnos un mensaje auténticamente extraordinario.
«Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea, y
estaba allí la madre de Jesús. Fueron invitados también a la boda Jesús y sus
discípulos».
«Tres días después se celebraba una boda en
Caná de Galilea». El tercer día
nos remite al día de la Alianza en el Monte Sinaí (cfr. Ex 19, 9-25) cuando el
pueblo esté preparado en el tercer día porque en el tercer día el Señor
descenderá sobre el Monte Sinaí a la vista de todo el pueblo. Y sigue diciendo el
libro del Éxodo que en el tercer día por la mañana hubo truenos y relámpagos.
Entonces el tercer día significa la manifestación del Señor que realiza con el
pueblo la Alianza.
Respecto
al lugar de la boda, Caná, es desconocida desde el punto de vista geográfico y
es una probable alusión a un verbo hebreo que significa ‘comprar’ [pasado
(3ª pers. masc. sing.) QANAH קָנָה קנה] en alusión que se encuentra en el
libro del Éxodo: «Los príncipes de
Edom se estremecieron, se angustiaron los jefes de Moab y todas las gentes de
Canaán temblaron. Pavor y espanto cayeron sobre ellos. Bajo la fuerza de tus
brazos enmudecieron como piedras, hasta que pasó tu pueblo, Yahvé, hasta que pasó
el pueblo que tu adquiriste/compraste»
(cfr. Ex 15, 15-17). El evangelista va a
presentar la sustitución de la Antigua Alianza con la Nueva Alianza.
En
el texto únicamente aparece el nombre de Jesús. Cuando el evangelista no pone
el nombre de la persona es porque son personajes representativos de una
realidad más allá de su concreción histórica.
Este
pasaje evangélico comienza de un modo sorprendente: No aparecen los esposos que
son los auténticos protagonistas de la boda. La esposa no aparece en absoluto y
el esposo aparece sólo al final del pasaje, y aún así no dice ni palabra. Los
hechos presentados a modo de crónica no encajan correctamente. ¿Juan, el
evangelista, desea contarnos únicamente un milagro con el que Jesús quería
manifestar su gloria y para que sus discípulos le siguieran de un modo
convencido o deseaba Juan hacernos reflexionar sobre la otra boda que nos
hablaban los profetas?
En
la Biblia hay muchas imágenes que se utilizan para presentar la relación de
Dios con su pueblo. En los libros antiguos se ha presentado a Dios como el rey,
como el aliado, como el legislador, como el juez, también como el guerrero que
defiende a Israel. Posteriormente se ha ido introduciendo en la Biblia imágenes
más entrañables: el Señor es presentado como el pastor de su pueblo, e incluso
ya en esta imagen se puede percibir el elemento afectivo y emocional de Dios
con Israel; donde se llama al pueblo a una comunión de vida. Con los profetas
aparece una nueva e importante imagen: la del matrimonio.
El
primero que empleó la imagen del matrimonio fue el profeta Oseas, el
cual presenta el matrimonio como una parábola de la relación de amor entre Dios
con su pueblo. Luego la relación que se da entre el esposo y la esposa no es la
misma relación que se da entre el patrón y el trabajador. El profeta Oseas en
el capítulo segundo nos dice que Israel se ha comportado como una esposa
infiel: «Te desposaré
conmigo para siempre, te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en
ternura; te desposaré en fidelidad, y tú conocerás al Señor» (cfr. Os 2, 21-22). El profeta Isaías
retoma esta imagen del amor entre el esposo y la esposa: «Como un joven se casa con su novia, así se
casará contigo tu constructor; como goza el esposo con la esposa, así gozará
contigo tu Dios»
(cfr. Is 62, 5); «Aunque los montes cambien de lugar, no cambiará mi amor
por ti, ni se desmoronará mi alianza de paz, dice el Señor, que está enamorado
de ti» (cfr. Is 54,10). El
profeta Jeremías también nos dice: «Así
dice el Señor: Recuerdo tu amor de juventud, tu cariño de joven esposa, cuando
me seguías por el desierto, por tierra baldía»
(cfr. Jr 2, 2). Todas estas imágenes nos recuerdan contantemente el matrimonio
entre Dios con su pueblo; siendo el modo más dulce y entrañable de relacionarse
con el Señor.
En
tiempos de Jesús todos los israelitas sabían muy bien cómo el Señor estaba
involucrado e implicado con su pueblo en una relación conyugal. Pero los guías
espirituales enseñaban que la benevolencia y el amor del Señor te lo tenías que
ganar; te tenías que merecer el favor divino. Por eso era preciso y muy
necesario ofrecerle sacrificios, incienso y sobre todo observar
escrupulosamente todos sus preceptos. Aquí la vida del piadoso israelita era un
agotador y continuo esfuerzo para merecerse el amor del Señor. Nada era
gratuito en esta relación, todo tenía que ser ganado. Ésta era la triste y
mezquina espiritualidad farisaica de los méritos que no concebían el amor
conyugal y gratuito del Señor.
«Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino».
El vino es la expresión de alegría, luego
falta la alegría. El vino es un elemento indispensable en cuanto símbolo del
amor entre el esposo y la esposa. En el matrimonio judío, un momento culminante
es cuando como marido y esposa, los recién casados, beben de una única copa de
vino. Entonces el vino representa este amor y ese es el vino que faltaba.
La
madre de Jesús dice «no tienen vino», no le dice «no
tenemos vino». La madre representa al Israel fiel que siempre ha tenido una relación
de amor con Dios. Y ella está preocupada por la triste condición del pueblo y al
decir «no tienen vino», nos dice que el amor de alianza nunca existió; porque
una alianza basada sobre la observancia de la ley hace sentir siempre a las
personas indignas y culpables, de tal modo que no pueden experimentar el amor
de Dios. De tal modo que el amor nunca se ha dado en esta boda.
El
evangelista presenta la triste situación espiritual del pueblo al mostrar que
falta el vino: La práctica religiosa de Israel es como una fiesta de bodas
donde falta el vino. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento el término
‘vino’ y sus referencias aparecen 979 veces, por lo que es muy importante. El
vino en la tradición bíblica es el signo de la gloria, de la fiesta, del amor. El
sabio Qohélet (Eclesiastés) escribe «para divertirse hacen banquetes, el
vino alegra su vida» (Ecl 10, 19). El libro de Sirácida, también conocido
como Eclesiástico, nos comenta «vino y música
alegran el corazón» (Eclo 40, 20); «Con el vino note hagas valiente, porque a
muchos ha perdido el vino (…). El vino es bueno para el hombre, si se bebe con
moderación. ¿Qué es la vida si falta el vino? Fue creado para alegrar a los
hombres. Contento del corazón y alegría del alma, el vino bebido a su tiempo y
con mesura» (cfr. Eclo 31,
27-28). El Salmo 104 dice «el vino que alegra
a los hombres» (cfr. Sal 104,
15). Cuando presenta el mundo nuevo lleno de alegría el profeta Isaías nos dice
«el Señor todopoderoso preparará en este
monte para todos los pueblos un festín de manjares suculentos, un festín de
vinos de solera, manjares exquisitos, vinos refinados» (cfr. Is 25, 6).
Pero
la relación de Israel con su Dios era como una fiesta de bodas sin vino. Cuando
se dice «no tienen vino» no se refiere a que hubiera antes vino y
que ese vino se hubiera ya consumido; sino que siempre ha faltado el vino, no
había vino en este banquete de bodas, en esta práctica religiosa: No han tenido
nunca la alegría. Mientras que en los Salmos se habla de ese amor de enamorados
por Dios, una relación auténticamente como esposos con el Señor. Por ejemplo,
el autor del Salmo 16 se presenta como el enamorado; el Salmo 63 dice «Oh Dios, tú eres mi Dios, desde el alba te
deseo; estoy sediento de ti, por ti desfallezco (…). En mi lecho me acuerdo de
ti, en ti medito en mis vigilias porque tú has sido mi ayuda y a la sombra de
tus alas grito de júbilo». Todos estos son
conversaciones que se traen los enamorados y es una espiritualidad auténtica de
las personas más elevadas en Israel.
No
obstante, los escribas y los fariseos y los sumos sacerdotes del Templo habían
inculcado otra espiritualidad, la de la escrupulosa observancia de las
prescripciones rituales, de los preceptos -los cuales muchos se los inventaron
ellos-. Era tal la presión de normas, preceptos, observancias que la gente
continuamente se sentía impura. Era imposible observar todos los preceptos,
normas, observancias, ritos… La gente se sentía impura; de ahí la necesidad de
la continua purificación. Si uno quería sentirse en paz con el Señor se
precisaba de las tinajas. De ahí que en la casa donde se celebraba la boda hubiera
seis tinajas de piedra de unos cien litros cada una para que todos los de casa
y para que todos los invitados se pudieran purificar. Tengamos en cuenta que
una boda podía durar hasta una semana.
En
el Talmud se nos cuenta que el famosísimo Rabí Akiva, que había sido
encarcelado por los romanos durante la segunda revuelta judaica -en la primera
mitad del segundo siglo- renunció a beber agua para poderse purificar y
sentirse siempre puro. ¿Puede dar la alegría este tipo de relación con el
Señor? La respuesta es un no rotundo. Genera solo ansiedad, malestar,
preocupación, conciencias escrupulosas.
Con
este pasaje de las bodas de Caná el evangelista describe la penosa situación
espiritual de su pueblo: Falta el vino, falta la alegría.
La
madre de Jesús -María- es la que se da cuenta que esta situación es triste,
angustiada e insostenible. Sin embargo, el evangelista no ha puesto el nombre
de María, únicamente ha escrito «la
madre de Jesús»
porque
desea destacar en «la madre de Jesús» la dimensión como Madre del
Mesías de cuyo vientre nació el Salvador del pueblo. Y la Madre del Mesías
se da cuenta de esta triste, angustiosa e insostenible situación espiritual que
está sufriendo el pueblo al vivir con esta ansiedad y conciencia escrupulosa
por intentar sentirse en paz purificándose constantemente y así hacer méritos
para ser amados por Dios. Y esta Madre del Mesías ha introducido en el mundo al
Salvador que ha instaurado una nueva relación conyugal/matrimonial auténtico de
Dios con su pueblo. Del mismo modo el evangelista, en un sentido más amplio, se
refiere al pequeño Resto de Israel,
‘los anawim’, (hebreo עֲנָוִים) los pobres
de Yahvé (cfr. Sof 3,12-13) que asumiendo la espiritualidad de los profetas y
de los salmos y permaneciendo totalmente fiel al Señor han sido el vientre del
que ha nacido el Salvador. Y aquella que despunta totalmente y con gran
diferencia sobre los que forman parte de ese pequeño Resto de Israel es María
de Nazaret. María de Nazaret, como Madre del Mesías, nos enseña que tenemos que
acudir a Jesús para poder encontrar la Gloria.
«Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha
llegado mi hora».
La
respuesta de Jesús puede ser desconcertante. La expresión «Mujer, ¿qué tengo
yo que ver contigo?» es una expresión
del lenguaje diplomático de aquella época. Indica la toma de distancia sobre un
asunto. En el evangelio hay otro caso en el que se recurre a esta expresión: es
en la boca del endemoniado de Gerasa que se dirige a Jesús y le dice «¿qué tengo yo que ver contigo,
Jesús, Hijo del Dios Altísimo?»
(cfr. Lc 8, 28; Mt 8, 28; Mc 1, 24). El demonio lo que le está diciendo a Jesús
es que el demonio pertenece al reino de la muerte y que Jesús pertenece al
reino de la vida, por lo tanto son situaciones totalmente irreconciliables. Esta
expresión indica que Jesús está a punto a crear una separación clara entre la
condición espiritual que está experimentando el pueblo de Israel y la condición
nueva que está a punto de presentar e introducir Jesús en toda la humanidad: un
nuevo modo de relacionarse con Dios, el cual es el único que da la alegría.
El
modo de dirigirse Jesús a su madre con la expresión «mujer»
nunca se
ha usado en el Antiguo Testamento para que un hijo se dirija de este modo a su
madre. Este apelativo «mujer» utilizado por Jesús en el evangelio de
Juan lo emplea para tres personajes femeninos que representan en sentido figurado
las esposas de Dios: la madre de Jesús representa a la esposa fiel del Antiguo
Testamento, la nueva Eva, la madre de los vivientes (cfr. Jn 2, 4); este
apelativo «mujer» también lo refiere al personaje femenino es la mujer
samaritana (cfr. Jn 4, 21), que es el Israel adúltero que el esposo reconquista
con una oferta más grande de amor; y finalmente el último personaje femenino al
cual Jesús se dirigirá llamándole «mujer» será María de Magdala que representa
la esposa de la nueva alianza (cfr. Jn 20, 13).
Y
Jesús dice «todavía no ha
llegado mi hora».
¿De qué hora estamos hablando? A menudo el evangelio de Juan se refiere a la
hora de Jesús. Y la hora llega en el momento del Calvario. Es la hora en el que
el esposo Jesús manifiesta todo su amor por la esposa; dona toda su vida. Y que
Jesús sea el esposo esperado ya está indicado en el tercer capítulo del
evangelista Juan cuando el Bautista es interrogado por los enviados de los
fariseos y el Bautista responde que él no es el novio, solo el amigo del novio
(cfr. Jn 3, 29), que él sólo escucha la voz del novio/esposo que está llegando
y que su corazón se colma de alegría porque llega el esposo. Jesús es el esposo
que introducirá la relación de amor conyugal con Dios.
Ahora
escucharemos lo que dice la madre, el Israel fiel, el Israel que espera al
Señor en ese festín prometido en el profeta Isaías.
«Su madre dice a los sirvientes: «Haced
lo que él os diga». Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las
purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una».
En
este punto entran en escena los sirvientes, que en griego se llaman (diáconos)
Διάκονος. Este término aparece
doce veces en su evangelio indicando que es muy importante. ¿Quiénes son estos sirvientes
a los que se dirige la madre? Son aquellos que están dispuestos a ponerse al
servicio del proyecto de este hijo de Israel que es Jesús de Nazaret. Las
religiones de las purificaciones deben finalizar porque Dios también ama a los
hombres que se consideran impuros. Esa agua de las purificaciones han de transformarse
en vino, en alegría. «Haced lo que él os diga» y
encontrarás la alegría.
Ese
«haced lo que él os diga» nos remite al libro del Éxodo cuando Moisés
convoca los ancianos del pueblo y a todo el pueblo para transmitirles las palabras
que Dios le había comunicado, a lo que «todo el pueblo a una respondió: Haremos
todo cuanto ha dicho Yahvé» (cfr. Ex 19,
7-8). De esa manera Jesús aparece como el nuevo legislador, el nuevo Moisés al
que deben de escuchar.
Había
seis tinajas de piedra. Eran tinajas de piedra no eran tinajas de teja o
loza. Eran tinajas de piedra, grandes e inamovibles. Eran de piedra e
inamovible como de piedra e inamovible eran las Tablas de la Ley. Y servían para
las purificaciones de los judíos.
Estas
tinajas ocupan el centro de la historia ya que son muy importantes. De hecho,
sólo son seis y el número seis es el símbolo de la imperfección, porque falta
una tinaja para que fueran siete que es el número que indica la perfección. Este
seis es el número de la imperfección de la espiritualidad de la cual está
viviendo Israel. Se nos indica que son de piedra que nos remite que la Ley
escrita sobre piedra, no escrita en el corazón. Y luego nos cuentan la
capacidad de cada una de esas tinajas de piedra, pero están vacías, está agotado
el contenido y no pueden seguir cumpliendo su cometido de purificar. Esta es la
imagen -estas tinajas vacías- de la religiosidad farisaica que han deformado y
distorsionado la relación con Dios. La boda continuaba adelante, la relación
con Dios continuaba adelante, pero sin ningún impulso del amor gratuito ya que se
limitaban a seguir lo que estaba prescrito y luego purificarse por ser un
pecador reincidente y que no era digno de ser amado por Dios.
Este texto evangélico de la boda de Caná está escrito para nosotros. Nosotros que somos cristianos y que estamos dentro de este tiempo nuevo inaugurado por Jesús tenemos asimilado esta espiritualidad del amor gratuito en el día del Señor. Es la comunidad cristiana que después de una semana de trabajo, cansancio y de alguna alegría se reúnen finalmente junto a sus hermanos y hermanas en torno a la Eucaristía dominical para cantar todos juntos la alegría de sentirse amados por el Señor. Todavía existen personas tristes que se reencuentran para observar un precepto, el precepto dominical, porque de no hacerlo caería en pecado mortal. En nuestras comunidades ¿se respira vida y juventud o continuamos con una espiritualidad vieja, rancia del Dios justiciero? Tal vez hayamos recubierto el evangelio con un velo de tristeza.
«Jesús les dice: «Llenad las
tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora
y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron».
Estas
bodas duraban días e incluso una semana y debía de haber siempre una persona
que estuviera atento y al tanto, no sólo de que no faltase la comida y sobre
todo el vino, sino también esa agua; el cual todos los presentes y todos los
invitados tenían que hacer uso de él con mucha frecuencia para purificarse. Ese
quedarse sin agua esas tinajas nos quieren manifestar cómo los líderes
religiosos no se interesan ni se preocupan por el pueblo.
Estos
sirvientes o diáconos -los cuales somos nosotros- se ponen a disposición de
Jesús son todos aquellos que están de acuerdo con colaborar con él para que
cambien las cosas. Son todos aquellos catequistas, cristianos comprometidos que
dedican tanto tiempo para poder anunciar al Señor. Los siervos o diáconos son
todos aquellos que estudian la Palabra de Dios porque quieren entenderla bien
para después poder vivirla y comunicarla a los hermanos porque ellos quieren que
los demás también descubran el rostro del Dios amor. Es conmovedor el empeño de
estos sirvientes o diáconos ya que son esenciales para que suceda el milagro para
que surjan comunidades que beban el vino nuevo traído por Jesucristo.
Llenaron
las tinajas de agua hasta arriba, hasta que se desbordó. El agua que se
desborda es la palabra de Jesús y su espíritu; es esta agua la que se convierte
en vino.
Y
Jesús les dice que lleven un poco al mayordomo o maestresala. Es precisamente
el mayordomo el que había preparado el banquete y resulta muy extraño que no se
diese cuenta de que las cosas iban mal y que no supiera que en el inicio de la
boda no hubiera un vino bueno. Este mayordomo o maestresala representan a los
guías espirituales del pueblo, los escribas, los sumos sacerdotes del Templo
eran los que habían organizado el banquete; ellos eran los gestores de la vida
religiosa de Israel. Ellos no notaron la tristeza tan extendida en la religión.
No eran conscientes porque ellos no estaban interesados en las necesidades
espirituales del pueblo. Eran personas que estaban concentradas en sus asuntos
personales y que velaban por sus propios intereses para aumentar su poder y su
prestigio. Ante la novedad introducida por Jesús estos mayordomos o maestros de
mesa permanecen sorprendidos, asombrados.
«El mayordomo probó el agua
convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues
habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice: «Todo el mundo
pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio,
has guardado el vino bueno hasta ahora». Este fue el primero de los signos que
Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos
creyeron en él».
El
mayordomo o maestresala se sorprende de la belleza del vino de Jesús. Se dice ‘belleza’,
no de ‘la bondad’ del vino. Las traducciones hablan de ‘vino bueno’ o de ‘vino
de cualidad’ sin embargo el texto griego dice ‘καλον οινον’, vino bello
(καλός m., καλή f., καλόν bello).
Jesús ha introducido en el mundo la belleza del rostro de Dios. Antes
Dios era imaginado como el Dios legislador y verdugo para aquellos que se
atreviesen a transgredir sus mandamientos. Era un rostro malo y retorcido el de
este Dios. Jesús ha presentado la belleza de Dios. La práctica religiosa de las
purificaciones era dañina porque siempre te hacía sentir impuro y por lo tanto
rechazo por Dios. Y como respuesta de la belleza del vino de Jesús el
maestresala se sombra y se vuelve al novio y le dice ¿cómo es que ahora traes
el vino bello?
Es la hora de desvelar quien es el esposo y quien la esposa. El esposo es Jesús y la esposa somos todos nosotros y toda la humanidad entera. Es sencillo identificar al esposo en Jesús.
Jesús
ha introducido en el mundo un nuevo modo de relacionarse con Dios. Nos ha
manifestado su gloria haciéndonos entender que Dios nos ama siempre y como
seamos cada cual. La gloria de Dios es la revelación de su amor gratuito e incondicional.
Aquel que se siente amado tal y como es, es el que se puede sentir feliz. «La gloria de Dios es que el hombre viva» (San Ireneo).
No es el agua quien purifica para conseguir el amor de Dios; es el amor de Dios quien purifica al hombre.