sábado, 8 de marzo de 2025

Homilía del Domingo 1º Cuaresma, ciclo c-Las tentaciones de Jesús en el desierto Lc 4, 1-13

 

Homilía del Domingo I de Cuaresma, Ciclo C

Lc 4, 1-13 (Jesús en el desierto con Satanás)

 

         Al inicio del tiempo cuaresmal la liturgia nos propone las lecturas sobre las tentaciones de Jesús. El Señor desea recordarnos del peligro que corremos al desviarnos del camino al tomar decisiones contrarias a las que nos va indicando la Palabra de Dios. Todos experimentamos el conflicto interno que Pablo presenta de un modo dramático al contarnos que «no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero: eso es lo que hago. Y si lo que no quiero, eso es lo que hago, ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que hay en mí» (cfr. Rm 7, 20). Todos reconocemos que la Ley de Dios es justa, que es hermosa, que es sabia; pero luego dentro de nosotros tenemos otras pulsiones que combate contra la ley de mi razón y me hace esclavo del pecado. Por eso dice San Pablo «quiero hacer el bien, y me encuentro haciendo el mal (…). ¡Desdichado de mí!» (cfr. Rm 7, 21-24). Sabemos lo que está bien, pero llegado el momento tomamos decisiones que nos deshumanizan; más el Señor está conmigo, como un héroe valeroso y me conducirá a la liberación de mis cadenas del pecado. San Pablo conoce las consecuencias negativas del hombre viejo o del hombre del pecado, por eso nos recomienda con gran fuerza que «dejaos conducir por el Espíritu, y no os dejéis arrastrar por las apetencias de la carne (…). Pues si os dejáis conducir por el Espíritu, no estáis bajo la ley» (cfr. Gal 5, 16-18). O sea, no estaréis bajo el dominio del satisfacer el deseo de la carne, de lo mundano; porque la carne o mundano tiene deseos contrarios al Espíritu. La carne es lo que nos viene de nuestras propia naturaleza biología; si alguien me hace daño lo que se me dice es que devuelva el daño que se me ha originado. Sin embargo el Espíritu da sugerencias opuestas a la carne. Si la carne me dice que me reserve a mí mismo, que mire por mi propio interés y que busque asegurarme mi propia comodidad y confort, el espíritu me dirá que comparta mis bienes y que me entregue a los demás sin reservas para así poder tener la vida plena. Estamos dentro de un potente conflicto interior entre el Espíritu y la carne.

         Jesús también ha experimentado este conflicto interior y Jesús ha querido que fuese así porque deseó estar lo más cerca de nosotros. En la carta a los Hebreos se nos dice «por lo cual debió hacerse en todo semejante a sus hermanos, para convertirse en sumo sacerdote misericordioso y fiel ante Dios, para alcanzar el perdón de los pecados del pueblo. Pues por el hecho de haber sufrido y haber sido probado, está capacitado para venir en ayuda de aquellos que están sometidos a la prueba» (cfr. Hb 2, 17-18). Por eso Jesús sabe entender nuestras debilidades ya que él fue expuesto a la prueba en todo y semejante a nosotros, pero él nunca pecó. Conoce nuestra fragilidad y no se avergüenza en llamarnos hermanos (cfr. Hb 2, 11). Jesús sabe lo difícil que puede llegar a ser el ser dócil a la voz del Espíritu.

         Después de ser bautizado Jesús por Juan el Bautista en el río Jordán fue conducido al desierto donde permaneció durante 40 días, mientras era tentado por el diablo. El número 40 en la Biblia indica toda una vida; es así que durante toda la vida Jesús fue tentado por el diablo.

Lucas ha resumido esta experiencia de la tentación, la cual le ha acompañado toda la vida de Jesús en tres parábolas o modelos. Recordemos que el bautismo, mientras Jesús era bautizado y orando, nos dice el evangelista que se oyó una voz que decía “tú eres mi hijo amado”. El hijo es el que se parece al padre y el Padre se reconoce en Jesús de Nazaret. Y Jesús en las tentaciones nos demuestra cómo se comporta el Hijo de Dios, es decir, aquel que siempre se deja conmover de su identidad que reproduce el rostro del Padre Celestial. Además, el Espíritu se posó sobre Jesús en la escena del bautismo, dejando en claro que Jesús es el nido del Espíritu Santo y es el Espíritu quien conduce toda su existencia.

El Maligno nos sugerirá el dios de este mundo y deseará que tú te asimiles, te parezcas a este mundo; a lo que Jesús te dará su respuesta a todas las insinuaciones mundanas que el diablo nos plantea diariamente. El diablo siempre se empeñará en separarnos y de dividirnos.

La primera tentación que el maligno hace a Jesús es demasiado actual para nosotros.

«En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo.

En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan».  Jesús le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”».

El Espíritu guió a Jesús al desierto. El desierto es una imagen bíblica que nos recuerda al éxodo del pueblo de Israel,  del pueblo de Israel, el cual pasó 40 años, toda una generación en el desierto. El desierto indica el camino que hizo Jesús en este mundo; indica toda su vida. Jesús experimentó las necesidades de la vida biológica; ha tenido hambre de pan, necesidad de un techo para refugiarse, del agua para saciar su sed, necesidad del vestido para cubrirse y protegerse del frío, necesidad de las relaciones sociales y de los amigos y familiares, la necesidad de tener una buena salud y estar en forma, etc. Y Dios pone a su disposición las cosas que sus hijos necesitan para su sustento; y con su capacidad el hombre se procura, con su trabajo, la respuesta a satisfacer esta hambre. Y es en esta relación con los bienes materiales, con el pan material, donde se presenta la tentación.

Dentro del hombre experimenta un impulso que en la parábola es presentada con la voz del diablo. Y ¿qué cosa te dice ese impulso o voz del diablo? Te invita a replegarse sobre esta realidad material y considerar a las cosas materiales como absolutos. De tal modo que te comprometas por lo material y no te compliques la vida para nada más. La catequesis del maligno es; busca la salud, la profesión, el éxito, el dinero, ya que esto es lo único que cuenta y vale realmente y el resto ni te intereses ni pierdas el tiempo.

La frase de maligno dicha a Jesús «di a esta piedra que se convierta en pan». Es decir, lo que el maligno le está diciendo a Jesús que se interese por las necesidades materiales de la gente; dedica todo tu tiempo a construir este mundo donde todos estén bien y tus capacidades son suficientes para conseguirlo. Tus capacidades ponlos al servicio de las necesidades materiales de los hombres; de tal modo que si haces esto ya habrás realizado tu misión. Enseña a tus discípulos a empeñarse con estas cosas materiales. Si haces esto, si buscas el bienestar material de la gente, este mundo te amará (te dedicará una calle, un puente, una estatua, serás hijo adoptivo del pueblo…), porque la gente quiere esto y nada más. Este es el razonamiento del maligno. Esta tentación la experimentamos hoy y estamos llamados a dar la misma respuesta que dio el Hijo de Dios. El demonio te dice que tú puedes ser como un dios, es decir, que puedes producir bienes materiales y todo el mundo te querrá, porque les das lo que ellos desean y anhelan. Este modo de actuar se presenta incluso en los que se creen creyentes, y sin darse cuenta dan a la vida biológica un valor absoluto, como si fuera la única vida. Muchas veces las expresiones nos traicionan y desenmascaran nuestro modo de pensar y actuar, cuando decimos ‘lo importante es la salud’, la salud es importante, pero lo importante es Dios. O se dice ‘recé para sanarme’; uno no puede utilizar la religión para lo material. O utilizar la fe cristiana o los movimientos de la Iglesia –siendo incluso opciones preferenciales en las pastorales diocesanas- para transformar la sociedad en justa, en solidaria, en una sociedad del encuentro, donde todos nos cuidemos… pero se descuida la conversión personal y el encuentro con Cristo que es lo más esencial del cristiano. Todo siempre al servicio de la vida biológica, ya que es lo único que interesa, como si fuera la única vida. La tentación es que vivamos para estas cosas materiales y considerarlas como nuestro dios.

La respuesta de Jesús a esta tentación del pan es que  «no solo de pan vive el hombre». Jesús no niega que nos debamos de empeñar y comprometernos con el pan y las necesidades materiales, afectivas, solidarias, de transformación…que nutre nuestra vida biológica y que es caduca. De hecho el verbo ‘comer’, φαγετε, es muy empleado, hasta 910 veces en el Antiguo Testamento. Esto demuestra cuánto se preocupa Dios por nosotros; pero el hombre no vive sólo del pan material, ya que precisa de un alimento que nutra la vida del hijo de Dios que está en él, no la vida que perece, la cual es importante, pero la vida que no perece es aun mucho más importante para la persona. Y esa vida sobrenatural debe de manifestarse en nosotros y debe de crecer dentro de nosotros. El Padre del Cielo nos ofrece una vida eterna, una vida que  no termina y que tiene su punto de partida en el aquí y ahora, y que tiene su alimento y es impulsada por la Palabra de Dios y por la Sabiduría que viene del Cielo. Si uno no alza la mirada al Cielo para poder descubrir el sentido último de su existencia estará siempre plegado a la realidad de este mundo y termina retornando al mundo de los primates de donde deriva nuestra vida biológica. Es una llamada urgente a revisar el modo de cómo nos relacionamos con los bienes de este mundo. ¿Nos relacionamos con los bienes de este mundo como creyentes o como paganos que creen solo en la vida material? Es muy fuerte la tentación que nos lleva a acumular los bienes materiales, por eso es fundamental alimentarnos de los alimentos que nos viene de lo alto del Cielo.

 

«Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”
».

El maligno nos sugiere un modo de relacionarnos con los bienes de este mundo y nos invita a que los guardemos para nosotros mismos, que no los compartas, acumula los bienes. Y la respuesta que Jesús da ante este impulso de la carne, como la llama Pablo, es enseñándonos a dar el justo valor a los bienes de este mundo. Pero no solamente nos preocupamos por las realidades materiales, sino también nos interesa bastante el modo de cómo nos relacionamos con todos los que están a nuestro lado. Es en esta relación con los demás donde el maligno nos da una sugerencia incorrecta, dañina, perjudicial, totalmente opuesto a lo que nos sugiere la voz del Espíritu. Este segundo conflicto o tentación es presentado con una segunda parábola, nos dice que el diablo lo llevó a lo más alto para que pudiera contemplar a todos los reinos del mundo. A lo que el maligno le dijo que todos los reinos le entregaría con tal que cumpliera la condición de adorarlo. El demonio le dice a Jesús que es el Maligno el que domina el mundo y que manipula a los hombres y ellos lo aceptan.

Lo que el Maligno nos sugiere es que en tu relación con tus semejantes tú trata de emerger, de sobresalir, de dominar, someter a los demás para que te sirvan. El demonio le decía a Jesús que para obtener el objetivo de construir tu reino me tienes que escuchar: tienes habilidades, eres inteligente y puedes hacer que todos te presten atención y se inclinen ante ti; de este modo dejarás una huella de tu paso por este mundo, los libros de historia hablarán de ti. El Maligno le dijo a Jesús que podía tener todos los reinos de la Tierra pero cumpliendo una condición: debes adorarme. ¿Qué significa que se ponga de rodillas o que le adore? Significa que debe obedecer a sus criterios demoniacos, a sus órdenes, a sus solicitudes y de este modo te enseñaré cómo funcionan las cosas en el mundo, porque el mundo está en las manos del Maligno y la gente le escucha, ¿no te das cuenta de cómo se comporta todo el mundo?; entre ellos están en competición continua, se pisan los unos a los otros, se traicionan mutuamente para trepar en los cargos, etc. En el libro del Eclesiastés o Qohélet, en el capítulo 4 nos dice que los hombres todo lo hacen como si fuera una competición y por competencia. El Maligno nos invita a entrar en esta competición. Compete, gana y así puedes instaurar tu reino, tu voluntad. He aquí la propuesta engañosa que el Maligno ha hecho a Jesús, la cual es la misma que nos sigue haciendo a cada uno de nosotros. Este tipo de personas que han pactado con el Maligno hacen que su dominio sobre el prójimo sea de opresión. ¿Cuál fue la respuesta de Jesús? A este impulso de prevalecer, de dominar en la relación frente a los otros y de tratarlos como seres inferiores es la de dejarse dominar y servir. Es el ponerse al servicio de los demás, no dominar, sino servir a los demás.

La respuesta de Jesús fue «“Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». ¿Qué significa ‘dar culto a Dios’? Dar culto a Dios significa escuchar su Palabra, adherirse a su propuesta. ¿Y qué propone la Palabra de Dios? La Palabra de Dios nos dice que está muy bien que quieras ser grande, ahora bien, yo te enseñaré a ser grande: si quieres ser grande dominando sobre los otros es una falsa grandeza, es una enfermedad. Si quieres realmente ser grande empieza a servir a tu prójimo. No eres grande cuando ocupas los primeros puestos o cuando estás en lo alto para que todo el mundo te vea para que todos te aplaudan. Eres grande cuando bajas y eliges el último puesto. Eres realmente grande no cuando recurres a la violencia para dominar a los demás, sino cuando se hace la paz. Tal y como dice la carta a los filipenses «tened los mismos sentimientos que Cristo, el cual no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose como uno de tantos. Se humilló y se hizo obediente hasta la muerte y una muerte en cruz”» (cfr. Flp 2,3-8).

El peligro está en comportarse de un modo incorrecto con los bienes de este mundo y luego el peligro de comportarse con los demás de una manera incorrecta.

 

La tercera parábola que nos presenta Lucas:

«Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra”». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».

Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión».

La tercera tentación está ambientada en el pináculo del Templo. ¿En qué consiste esta tentación? Desde lo alto del pináculo del Templo se contemplaba toda la explanada, allí era donde se realizaba la práctica religiosa del pueblo de Israel. Allí la gente iba a ofrecer sacrificios y holocaustos al Templo; de tal manera que la gente, a través de la mediación de los sacerdotes, podía obtener los favores del Señor. Ellos merecían alcanzar el favor, no se daba nada gratis; allí imploraban las gracias haciendo los votos, ayudando, llevando una vida conforme a los mandamientos: Si tú obedeces a Dios es entonces cuando Dios estaría también dispuesto a concederte maravillas y prodigios. Ahora bien, si transgredes sus mandamientos le va a hacer rabiar y te castigará. Aquí está la tentación; aceptar estas imágenes de Dios adorado en el Templo. El Maligno dijo a Jesús que aceptase esta religión, porque a la gente le gusta mucho este dios al que tienen que aplacar la ira con ofrendas y holocaustos. De tal manera que si uno le hace la pelota y se porta bien, ese dios le concede todos los favores.

Era el dios con el que se instauraba y se establecía una relación comercial con ellos; si ellos entregaban algo que le pudiera gustar a ese dios, ese dios les iba a premiar con generosos regalos. El Maligno le decía a Jesús: dado que tú eres un el Hijo de Dios eres una persona buena y eso hace que Dios te ame,  por lo tanto puedes tirarte del pináculo del Templo, porque con la gente buena como tú, Dios hace milagros y enviará a los ángeles para salvarte.

La tentación nace de una interpretación distorsionada de la Palabra de Dios. El Salmo 91 dice que «No se acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Te llevarán en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra
» (cfr. Sal 90). Esta imagen de Dios, Jesús la refuta porque es diabólica. Distorsiona la identidad de Dios que es amor incondicional, que sólo hace el bien a todos, sean como sean los hombres, ya sea bueno o malo, justo o injusto. Con Dios no se comercia, no hay nada que darle; sólo uno puede recibir gratuitamente. Si te portas bien, si te adhieres, si te unes, si sigues las indicaciones de Jesús realmente vivirás como un hombre; sólo podemos darle gracias por la luz que él nos ha entregado, pero él distribuye gratuitamente sus favores. El Dios que piensas que por portarte bien te da un premio es un ídolo, es diabólico, es esta la tentación. En esta tentación están involucrados muchos cristianos que creen en Dios y que están convencidos de que se tienen que comportarse bien, pero luego piensan que Dios les debe de proteger más que a los demás, protegerles de una manera extraordinaria de todo mal cuando le invocan. De hecho, cuando ellos se ven afectados por las desgracias, enfermedades, desastres –tal y como pasa al resto de los hombres creyentes y no creyentes- se sienten sorprendidos y traicionados y abandonados por su Dios. ¿Y ahora qué cosa dicen estas personas? Dicen cosas tales como ¿para qué sirve la fe?, ¿para qué sirve comportarse bien si el Señor nos trata como a los demás, como a todos aquellos que se comportan mal? Y sostienen diciendo que si fuera un Dios intervendría con un prodigio y no entienden el  por qué no lo hace. Y ellos llegan a la conclusión que ese dios no les protege por la simple razón de que no existe ya que no ha intervenido para evitarles ese mal, esa enfermedad, esa catástro, etc. Porque todo esto es un ídolo inventado por el Maligno.

 Es la tentación que el pueblo de Israel atravesó en el desierto, porque cuando les faltaba el agua ellos decían ‘¿el Señor está con nosotros sí o no?’. Recordemos el capítulo 17 del libro del Éxodo. Y de este modo ellos dudaban del amor de Dios. Cuando dice que « sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden», no es cierto pero no como el diablo lo interpreta. En la Biblia los ángeles no tienen nada que ver con Hermes o Mercurio con alas; ángel en la Biblia es todo aquel que se convierte en mediador del amor de Dios, de su atención al pobre, de su ternura con los que tienen una enfermedad o desgracia. Ángel es todo aquel que es mediador de la bondad de Dios. Dios pone a estos ángeles a nuestro lado y nosotros estamos invitados a ser ángeles para los demás para hacer presente esta ternura de Dios en el mundo.

¿Cómo responde Jesús a esta tentación de adorar a ese dios que era venerado de ese modo comercial y de trueque en el Templo? Le responde «No tentarás al Señor, tu Dios”». El que ama se fía de la persona amada y no necesita de ninguna prueba. No tiene el por qué pedirle una prueba de amor, porque pedir pruebas de amor indica que hay dudas. Jesús cancela para siempre la relación comercial con Dios porque esto ofende a Dios. Jesús, cuando fue ajusticiado y crucificado, ¿por qué Dios no interviene y se pone de parte del justo? ¿Por qué guarda silencio cuando su Hijo estaba siendo azotado, burlado, con la cruz acuestas y crucificado? ¿Por qué los  malvados deben triunfar sobre el justo? ¿Por qué Dios no interviene para desenmascarar la falsedad de Anás y de Caifás? Estas son preguntas que pudieron pasar por la mente de Jesús. Y son preguntas que todos tenemos ¿por qué han hecho a este responsable de un equipo o superior en una empresa cuando es un embustero y mentiroso? ¿Por qué la vida es a menudo injusta y cruel con los débiles y Dios no actúa? En estas preguntas está la tentación. La tentación es el dudar del amor de Dios. Jesús nos dice que no pongamos a prueba el amor del Señor. O te fías o no te fías de Dios. Jesús nunca pidió al Padre una prueba de su amor, nunca dudó de la fidelidad y del amor de Dios.

Continúa la palabra diciendo que

«Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión».

En estas tres tentaciones se resumen todo lo sucedido en la vida de Jesús. Jesús fue tentado de todas las maneras posibles: el modo de comportarse con nosotros de un modo incorrecto con las realidades materiales y de modo incorrecto con los que están a nuestro lado y con una relación incorrecta con Dios; y él siempre ha salido victorioso de estas tentaciones.

Nos dice que el Maligno se marchó hasta otra ocasión. En el evangelio de Lucas, Satanás no aparece más. Aparece en el capítulo 22 cuando se dice que Satanás había entrado en Judas para que pactase con con los Sumos Sacerdotes cómo entregarles a Jesús. Y ante la situación más dura donde Jesús fue tentado, estando clavado en el madero de la cruz, Jesús responde a esa tentación con las palabras que son victoriosas: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (cfr. Lc 23, 46). Así es como en Jesús se presenta la victoria sobre esta duda sobre el amor de Dios: Dios siempre nos ama de un modo incondicional.

Jesucristo siempre ha confiado en el amor del Padre; nunca necesitó de pruebas.

sábado, 1 de marzo de 2025

Homilía del Domingo VIII del Tiempo Ordinario, Ciclo C Lc 6, 39-45

 

Homilía del Domingo VIII del Tiempo Ordinario

02.03.2025 Lc 6, 39-45

 

         La semana pasada Jesús nos entregó la enseñanza sobre el amor al enemigo que era una total novedad para el judaísmo. Es una novedad totalmente revolucionaria porque es la novedad del Reino de Dios traído por Jesucristo; se trata de la calidad en el amor para todos, sin excepción. Jesús nos propone una sublime propuesta de vida y se nos encargó de anunciarla a todos.

         A este punto Jesús siente la necesidad de ponernos en guardia de un peligro: El de considerarnos seguros de haber entendido todo y de estar seguro de llevar una vida en sintonía con el Evangelio. Al hacer esto caemos en la segura tentación de presentarnos ante todos como guías seguros, como maestros; de tal manera que cualquiera que quiera seguir a Cristo le basta con que nos escuche y nos mire. Esto es un peligro muy serio, y ante esto Jesús nos quiere advertir y lo hace con una parábola:

         «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?».

         Es algo elemental que un ciego no puede guiar a otro ciego. Hay una ceguera de los ojos, pero también hay una ceguera de la mente, una ceguera de la razón, una ceguera del corazón. Los profetas denunciaron la ceguera del pueblo de Israel que no seguía los caminos del Señor y ni siquiera se daban cuenta de que estaban fuera del camino. El propio Saulo era ciego y estaba convencido de ver correctamente y por eso perseguía con saña a los que aceptaban a Jesús como el Mesías. Y fue una luz venida del ciego, estando camino de Damasco, lo que le hizo caer en la cuenta de su ceguera y que empezara a ver. El propio Jesús recurre muchas veces a la metáfora de la ceguera, sobre todo cuando habla con los fariseos y escribas. Nos cuenta el evangelista Mateo que una vez Jesús tuvo una discusión acalorada con los escribas y los fariseos generada por las purificaciones antes de las comidas, llegando a decir una palabra tan fuerte como ‘hipócrita’; esto lo hizo porque ellos en vez de adherirse a la Palabra de Dios se inventaban una práctica religiosa con la que tranquilizasen su conciencia y se sintieran bien para con Dios. A lo que Jesús les llama ‘hipócritas’ (cfr. Mt 23), los está llamando comediantes. Y el propio Jesús, refiriéndose a los responsables del pueblo dice de ellos: «son ciegos, guías de ciegos» (cfr. Mt 15, 14). En la carta a los Romanos, el mismo Pablo que en su vida pasada había sido uno de esos ciegos, nos dice que cómo es posible que uno conozca la Torá, la Ley, y que se la enseña a los demás, pero no te lo aplicas a ti mismo (cfr. Rm 2, 1-11). Que uno predica que no se robe, y uno roba; que uno predica que no cometas adultero y en cambio lo cometes. Los ciegos son los que se jactan de conocer la Ley de Dios y en cambio ofenden a Dios porque la transgreden.

         Jesús está preocupado que entre sus discípulos aparezca esta autocomplacencia farisaica y se consideren como guías y como maestros.

         Los cristianos de los primeros siglos eran llamados ‘los Illuminati’, refiriéndose de cómo Cristo y con su Evangelio les había abierto los ojos para hacerles ver dos realidades: ver el rostro de Dios y luego ver al hombre auténtico. Estos ojos son abiertos por la luz de Cristo y de su Evangelio. Al tener los ojos abiertos saben y han descubierto que Dios castiga el pecado que hace daño y que quiere salvar al pecador. Nos invita a no condenar, sino a amar, ya que el amor está en la naturaleza propia de los hijos de Dios.

         Pero siempre está el peligro de sentirse seguros y de ser guías, como lo eran los escribas y los fariseos del tiempo de Jesús. Los discípulos son únicamente discípulos; los discípulos caminamos de un lado para otro con nuestros hermanos, ayudándonos entre nosotros para que mantengamos siempre el ojo fijo en nuestro único guía que es Cristo. Nosotros no somos los modelos de vida evangélica, no somos ni padres ni maestros modelos. Porque nadie se tiene que confrontar con nosotros, sino que se tienen que confrontar con Cristo. Porque en cada uno de nosotros hay tantas miserias, tantas incoherencias y tantas inconsistencias y no somos mejores que nadie. Estamos llamados a que todos nos confrontemos, no con nosotros, sino con Cristo. Cristo es el único modelo auténtico del hombre; Él es el único maestro. Nosotros somos muy frágiles, y de hecho nos lo recuerda san Pablo en la carta a los corintios que ‘llevamos un gran tesoro en vasijas de barro’.

         Aunque Cristo nos haya curado la ceguera no podemos bajar la guardia, porque pueden aparecer manchas en nuestros ojos que nos impidan ver como deberíamos; a lo que Jesús nos invita a que tomemos conciencia de nuestra fragilidad.

 

         «¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, ¿sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano».

         ¿Por qué miras la mota que tiene el ojo de tu hermano? Si se dan cuenta aparece unas cuantas veces la expresión “hermano”; es que Jesús no está hablando a los paganos, sino que se está dirigiendo a sus discípulos, a los miembros de la comunidad cristiana; sólo entre ellos se llaman hermanos. El título ‘hermano’ era el título más común con el que se identificaban entre sí los cristianos. Lucas se está metiendo y afrontando una problemática de su comunidad; una problemática que no difiere de las problemáticas de las comunidades cristianas de hoy.

         ¿Qué es mirar la mota del ojo del hermano? Jesús aquí no nos dice que ayudemos al hermano que se está extraviando o saliendo del camino; no dice esto, nos dice que no escrutes los errores del hermano para controlarlo. Esta es la malicia que Jesús no soporta. Ésta era una característica de los fariseos del tiempo de Jesús ya que ellos estaban escrutando y controlando a todos aquellos que transgrediesen las tradiciones. Este tipo de comportamiento de escrutar al hermano en sus defectos para controlarles y atacarles es algo propio de las personas muy piadosas y muy devotas, ya que controlan la vida de los demás y todo lo ven con sospecha; de aquí surgen los chismes que envenenan la vida de nuestras comunidades cristianas.

         Jesús nos hace una clara invitación a mirar primero a nuestros propios ojos y de asegurarnos de que realmente nosotros vemos bien. Los fariseos pagaban los diezmos de la menta y del comino, pero luego descuidaban la justicia y la misericordia. Por ejemplo, durante muchos milenios ha existido la creencia de que existían las guerras justas y se defendían y en cambio si se bebía un poco de agua o un trozo de pan durante el trascurso de la noche era pecado si se comulgaba. Hubo muchísimos cristianos en los Estados Unidos de América que hicieron una gran campaña contra los bailes de sociedad, pero no se hacían problema de la existencia de la esclavitud.

         Esto que nos dice Jesús es una realidad: Quien escruta la mota, la astilla (το καρφος), el defecto y el error del hermano, Jesús le llama ‘hipócrita’. El υποκριτα es el actor, el comediante que escruta al hermano ¿qué personaje representa? En este espectáculo indigno representan al Dios en el que ellos creen, en un Dios que ha dado la Ley y luego pasa todo su tiempo escrutando, vigilando a quienes comenten los pecados y va tomando notas en sus cuadernos, los cuales abrirá al final de los tiempos para acusar de todos los errores y pecados y así sacarlos a la luz ante todos; siendo esta la condena de todos los que han pecado, este es el Dios totalmente equivocado que tienen estos en mente. Y lo representan muy bien, porque ellos se comportan tal y como ese dios: Están escrutando las deficiencias y defectos del hermano. El comportamiento de estos hipócritas que ven el mal por todos lados tuvo efectos devastadores en las comunidades cristianas. Esta es una de las tantas razones por las que muchos se han distanciado de la Iglesia.

         El problema de fondo es ¿cómo saber -de entre aquellos que ahora pueden ver- los que pueden ayudar al hermano a seguir a Cristo? ¿Cómo reconocerlos? ¿Cómo saber si uno se puede fiar de sus consejos? Con las dos imágenes del evangelio de hoy Jesús nos ofrece el criterio para conocer y discernir de quienes uno se puede confiar. Estas son las dos imágenes planteadas por el Señor:

         «Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.

El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».

         ¿Cómo reconocer al verdadero discípulo? El verdadero discípulo lo reconoces rápidamente porque es una persona ‘hermosa’. No quiere decir que sea particularmente ‘guapa’ esa persona; pero sí es leal, confiable, atenta a los demás, servicial, generosa, que no tiene en cuenta los agravios recibidos. En estas personas hay ‘belleza’, ‘son personas hermosas’. Esta belleza es la que te hace reconocer al verdadero discípulo de Jesucristo. Jesús lo dice con una imagen: ‘el árbol bueno sólo produce frutos buenos’. Si la fruta está podrida quiere decir que no proviene del árbol bueno, del árbol hermoso, sino que procederá de un árbol malo. En el texto griego no habla de árbol bueno que da un fruto bueno; el texto original nos habla de δενδρον καλον; aquí no se trata de bondad, sino de belleza, excelencia. El árbol hermoso es Cristo y más hermoso que Él es imposible. Si eres una persona corrupta, desleal, disoluta, violenta eres feo, no hay hermosura, y por lo tanto eres una fruta podrida, lo cual no puedes provenir del árbol hermoso.

         Jesús está muy interesado en la belleza de sus discípulos y la belleza atrae a todos porque es irresistible ya que llama la atención de todos. Y uno se pregunta ¿cómo puedo llegar a ser tan hermoso como Cristo? La Iglesia debería ser la vitrina o escaparate en el que Cristo expone los frutos hermosos que produce su Evangelio; personas que irradian su belleza.

         Luego Jesús nos menciona dos árboles que son la higuera y la vid. Son significativos porque sólo hay tres árboles simbólicos para el pueblo de Israel; la higuera produce higos, la vid produce uva. Y estos productos -higos y uvas- son las dos imágenes de lo que el Señor espera de su pueblo. El higo indica la dulzura y las uvas que dan el vino indican la alegría. Aquí está el criterio para reconocer al verdadero discípulo; es uno que comunica dulzura y alegría. Uno que se compromete a construir en el mundo la alegría. Si te acercas a un hermano y sus palabras no te inspiran alegría ni esperanza, si no te sientes bienvenido ni acogido ni amado, déjalo solo porque no es un verdadero discípulo ya que proviene de las zarzas, de esos árboles en los que no circula la savia del Espíritu de Cristo.

         La segunda imagen es la del tesoro. Dice Jesús que en el corazón de cada uno hay un cofre que contiene un tesoro. ¿Cómo saber el tesoro que se tiene dentro? Es fácil. Nos lo dice Jesús: se revela en las palabras de su boca, porque la boca habla de lo que tiene el corazón. Si uno sólo habla de dinero, de deporte… significa que en su corazón está lleno de estas cosas. Es muy complicado pedir que este tipo de personas razonen con criterios evangélicos, porque otras cosas ya ocupan su corazón. Al verdadero cristiano lo reconocemos no sólo por sus obras, sino que también se nota inmediatamente por la forma de cómo habla, ya que sus palabras proceden de un corazón que rebosa de la sabiduría del Evangelio. Porque uno siente que juzga según los criterios del Evangelio; cuando debe de dar consejos lo hace haciendo referencia a lo que le ha enseñado el Evangelio y cuando tiene que tomar decisiones valientes lo hace desde el Evangelio que le inspira. De los labios de los cristianos sólo han de salir palabras de amor porque su corazón es un cofre del tesoro que rebosa del amor como le sucede al Padre Celestial.