Domingo XXIII
del Tiempo Ordinario, ciclo B
08.09.2024 (Mc
7, 31-37)
Es cierto que la sociedad pagana era
movida por las creencias de los espíritus inmundos, pero los paganos no eran
impuros. Y el texto evangélico de hoy empieza con el retorno de esta tierra
pagana. Jesús sale de la región de Tiro y debe dirigirse hacia el mar de
Galilea, por lo tanto debe descender hacia el sur, pero en lugar de eso va al
norte, va a Sidón. Posteriormente retorna al sur porque tiene que irse a
Cafarnaúm, ya que tiene allí su residencia. Es decir, nos encontramos a Jesús
en pleno territorio de la Decápolis. La Decápolis era un grupo de diez ciudades
que constituía la frontera oriental del Imperio Romano. Jesús quiere estar más
tiempo en territorio pagano. Los paganos no son impuros, pueden hacer obras
inmundas, pero son hijos de Dios.
¿Qué vino a hacer Jesús en la Decápolis? Va allí a
llevar la Palabra de vida que sana a la sociedad y que la hace más humana. Y es
allí donde se encuentra con un sordo mudo. Tengamos en cuenta que cuando los evangelistas
cuentan la realización de un milagro no lo hacen únicamente para darnos una
información. El objetivo principal es otro: Nos quieren hacer entender, a
través del signo prodigioso, lo que ocurre cuando una persona se encuentra con
Cristo y con su Evangelio: esa persona se transforma.
Ahora bien, ¿qué hombre se presenta a Jesús? ¿En qué
condiciones se encuentra ese hombre? No es una persona sana; es un enfermo. En
el evangelio nos damos cuenta que el hombre que Jesús siempre se encuentra está
enfermo o en el cuerpo o en el espíritu. Un dato clave de esa enfermedad es la
sordera. Éste es el primer detalle. El hombre que Jesús se encuentra es sordo.
Esta es una imagen bíblica recurrente continuamente en el Antiguo Testamento
cuando los profetas hablan de la condición del Pueblo de Israel. Es un pueblo
que siempre termina mal parado: acabó exiliado y deportado a Babilonia porque
estaban sordos a la palabra de los profetas y a la Palabra de Dios. Recordemos
lo que dice el profeta Jeremías: «Escucha, pueblo,
insensato y necio que tiene ojos y no ve, oídos y no oyen» (Jr 5, 21). Y por no escuchar terminan en medio de
los paganos. Por no escuchar Palabra de Dios, dejas de vivir ‘de modo
cristiano’ para pasar a actuar ‘de modo pagano’, con todas las consecuencias
que esto acarrea consigo. Cuando una persona sorda no puede tener las
indicaciones sobre cómo comportarse y, por lo tanto se adecua, se adapta a lo
que ve hacer a todo el mundo. Es lo que pasó a los israelitas en Babilonia que
vivieron en medio de los paganos y poco a poco se fueron separando de las
tradiciones de sus mayores porque empezaron a guiarse por lo que veían hacer a
la gente pagana: Y es que resulta que ésta es nuestra historia. Si nos volvemos
sordos a la Palabra del Evangelio comenzamos a dejarnos guiar por lo que vemos
hacer a nuestro alrededor. Y estamos dentro de una sociedad que no sigue los
principios evangélicos porque no escuchan el Evangelio. Siguen los criterios de
su propia intuición, los cuales san
Pablo los llama ‘las pulsiones/impulsos de la carne’ (Gal 5, 16). Si nosotros
nos dejamos llevar por ‘los impulsos de la carne’ nos volveremos sordos y nos
comportaremos ‘a modo pagano’ y nos involucraremos en la mundanidad y en la
secularización. Si no escuchamos y nos volvemos sordos nos adaptaremos a las
modas y al pensamiento dominante y luego pasa lo que pasa: manejamos el dinero
como los demás; la sexualidad la entenderemos como los demás; la lealtad, la
justicia, el respeto a la vida… terminaremos pensando como todos los demás. Si nos volvemos sordos perdemos el contacto
con la única palabra que nos da las indicaciones correctas.
La sordera de este hombre representa la sordera de la
humanidad. Además esta persona decía que «apenas podía
hablar». Éste
es el segundo detalle. Este hombre balbuceaba alguna cosa pero de un modo
incomprensible. Este balbucear, este tartamudear representa a un pagano. Representa
a la sociedad que intenta buscar una respuesta a los enigmas humanos, al
sentido de la vida pero no encuentran el sentido de las cosas, pero sólo cuando
el hombre encuentra a Cristo es cuando el hombre deba de tartamudear ya que
empieza a decir cosas seguras, auténticas. Un matrimonio que está alejado de
Cristo son dos personas que tartamudean, que no pueden vivir el auténtico
sentido de la vida matrimonial, que están desorientados y abocados al
naufragio; más cuando aparece Cristo en sus vidas ese matrimonio adquiere
sentido y lejos de naufragar surca los mares con majestuosidad. Cristo tiene
una propuesta del hombre, acepta sus consejos; de tal modo que cuando se ha de
elegir entre el bien y el mal, entre la luz y la tiniebla, entre lo dulce o lo
amargo no se puede tartamudear porque uno sabe qué cosa es lo mejor. El
tartamudear significa que uno se ha vuelto sordo al Evangelio. Cuando nos enfrentamos
a decisiones morales y tenemos abierto el oído al Evangelio sabemos que
respuestas dar.
El tercer detalle es que este sordo no va solo, va
acompañado: «le presentaron un sordo». Este sordo no va solo ante Jesús, sino que otros le
acompañan. Cuando un ciego quiere encontrarse con Jesús debe de ser acompañado,
pero este sordo podía haber ido solo ante la presencia de Jesús. El hecho de
que este sordo haya ido acompañado ante Jesús no es un detalle secundario. Este
tipo de enfermos han de ser acompañados ante Jesús, ya que de otro modo, por
ellos solos no irían. Acuérdense de aquel paralítico que es traído entre cuatro
personas ante la presencia de Jesús o el ciego de Betsaida que le acompañan
ante la presencia de Jesús. ¿Qué significa este detalle del acompañar a este
sordo? Es la imagen de alguien que está muy lejos de Cristo y además no es
consciente realmente de lo mal que él se encuentra, que lo que vive no es vida.
Recordemos en todas aquellas personas que viven en un modo pagano, ellos no se
dan cuenta de lo bajo que han caído y de lo mucho que se han degradado. Pero el
que tiene los oídos abiertos al Evangelio, el que ama al hermano sinceramente
quiere acompañarlo ante Cristo, porque sólo si encuentra a Cristo y a su
evangelio él sanará. El hecho de que este enfermo esté acompañado significa que
esta persona ama a su hermano y desea que sea feliz: son aquellos ángeles que
Dios encarga para que cuide de cada hombre. Nosotros estamos llamados a ser
esos ángeles que acompañan a aquellos hombres que están sordos porque no han
escuchado la Palabra de Dios.
El cuarto detalle es que le piden a Jesús que «le imponga la
mano». Son
estos ángeles quienes se lo piden a Jesús porque el sordo no tiene ni idea del
porqué está ahí ni el porqué le han llevado ante Jesús. Estos ángeles están
llamados a orar constantemente cuando hacen este servicio al hermano. ¿Por qué
tienen que orar? Tienen que orar porque la oración es lo que nos mantiene en
contacto con el Señor. Rezando uno ve a ese hermano tal y como lo ve el mismo
Jesús. Si uno no reza empieza a ver a ese hermano desde el prisma humano y
empiezas a enfadarte, incluso a enojarte con él porque no hace lo que se le
dice, porque se arrepiente, porque desea hacer lo que hacía en la vida antigua,
‘añora las cebollas de Egipto’, o incluso te ofende diciéndote que ‘déjame en
paz’. Si uno no reza uno actuará mal y arruinarás todo. Cuando uno se da cuenta
que el hermano está sordo al no escuchar el evangelio, la primera cosa que debe de hacer antes de ayudarlos es rezar por ellos.
Rezando estaremos sintonizando nuestras elecciones con las del Señor.
Jesús realiza una
serie de gestos curativos que pueden parecer un tanto extraño, pero tienen
un significado y un mensaje. El primer gesto es que Jesús aparta a este
enfermo de la gente, lejos de la multitud. ¿Por qué le separó de la
multitud? Este hombre nació y creció en un ambiente pagano y sólo puede vivir y
pensar como un pagano. Es sordo y nunca había oído nada más, nunca había oído
otra propuesta de vida diferente. Ésta es la condición que tienen tantas personas
que llevan una vida tan diferente a la propuesta del Evangelio y que se han
dejado arrastrar por los pensamientos dominantes y no han escuchado otras
propuestas de vida. Jesús saca a esta persona lejos del modo de razonar y de
vivir al modo pagano. El mensaje es claro: si quieres que tu vida sea curada
por el Evangelio debes de alejarte de la multitud y del modo de razonar de
todos. Es preciso alejarse de las banalidades de Internet, del cotilleo de la
prensa del corazón… es preciso alejarse de aquellas realidades que conciben
como justo y como bueno lo que es en sí mismo el mal, lo malo, lo dañino. Si no
te alejas de este modo de pensar, si no marcas distancias no podrás dar alas a
la otra vida planteada por Cristo.
El segundo
gesto es que coloca sus dedos en los oídos. El tocar a un enfermo era algo común en aquel tiempo; era el modo de
comunicar el poder curativo al enfermo. En la Biblia se habla del ‘dedo de
Dios’. Por ejemplo cuando los magos del faraón ante los prodigios que estaban
siendo testigos exclaman ‘paremos porque aquí está el dedo de Dios’. Es el
signo de la presencia del poder del Señor que interviene.
El tercer
gesto es que con la saliva le tocó la lengua. Hay que entender que en aquel tiempo la saliva era entendida como el
concentrado del aliento, la materialización de la respiración. Tocando con su
saliva la lengua, Jesús pretendía comunicar su espíritu y su aliento al
enfermo. De tal manera que la lengua tocada por Cristo ya no habla un lenguaje
como antes, ahora habla otro nuevo idioma. Recordemos cuando en Pentecostés,
cuando desciende el Espíritu todo el mundo habla un lenguaje nuevo; ya no
hablan inspirados por los espíritus inmundos que dictan palabras ofensivas, del
demonio de la arrogancia, de la mentira, del orgullo y te hacen decir cosas que
no están en sintonía con el Evangelio. Quien está tocado por el espíritu de
Cristo habla como hablan los hijos de Dios.
El cuarto gesto
es que Jesús levanta su mirada al cielo.
Este gesto es totalmente nuevo. Mirando al cielo Jesús reconoce que toda la
fuerza vital procede de Dios. Luego Jesús suspiró.
En ese suspiro captamos cómo Jesús entiende el sufrimiento humano. Luego pronuncia
una palabra aramea: Effetá, ‘ábrete’. Es tanto como decir ¿quieres abrir tu
corazón ante mi palabra? Es una palabra que te cura. Abre tu alma a la belleza
del rostro de Dios que es bueno y sólo bueno y ama de un modo incondicional. Es
un ábrete para descubrir lo que te está aconteciendo en la vida, el realizar la
lectura creyente de todo lo ocurrido. Es una llamada a percibir la presencia de
lo divino en medio de lo cotidiano.
El resultado es que a este sordo se le abrió el oído y
se le soltó la traba de la lengua. Si escuchas y abres el oído al Evangelio
entonces hablarás de un modo correcto y no te engañarán ante tantas tentaciones
y planteamientos mundanos aparentemente buenos y seductores.
Jesús manda que no digan nada porque no quiere ser
considerado como un sanador y se olviden de la auténtica señal que él quiere
darnos que es traer un mensaje nuevo en medio de esta sociedad pagana. Y la
gente decía admirada que ‘todo lo hace bien, hace oír a los sordos y hablar a
los mudos’. Esto nos remite al libro del Génesis donde se nos dice que Dios
hizo todo bueno. Con esta expresión de la gente está indicando cómo en Jesús
comienza lo nuevo, comienza una nueva creación; cómo en Cristo todas las cosas son nuevas. Ahora nace un mundo
nuevo, una nueva realidad.
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