sábado, 31 de agosto de 2024

Homilía del Domingo XXII del Tiempo Ordinario, ciclo B 01.09.2024 Mc 7,1-8.14-15.21-23

 

Domingo XXII del Tiempo Ordinario, ciclo B

01.09.2024 (Mc 7, 1-8.14-15.21-23)

 

         Las autoridades de Jerusalén envían a algunos fariseos y escribas porque acusan a Jesús de violar un precepto grave y enseña a sus discípulos a no realizarlo. Acusaban a Jesús de no realizar las purificaciones rituales y le acusaban de enseñar a sus discípulos a no dar importancia a esta práctica. No se trataba de una práctica de higiene, ya que las purificaciones se realizaban después de realizar la higiene correspondiente.

         Estas purificaciones eran necesarias para limpiar cualquier eventual impureza porque alguien o alguno podrían tener contacto con cualquier cosa del mundo. En el libro del Levítico hay dedicados seis capítulos a estas distinciones entre lo que es puro y lo que es impuro. Puros son ciertos animales que se pueden comer e impuros son otros animales (el cerdo, el camello, la liebre…) que hay que evitar. Las condiciones de impureza de cualquier modo llaman y recuerdan a la muerte, la sangre, todo lo relacionado con el nacimiento, las enfermedades… Pero en el tiempo de Jesús se consideraba impuro todo lo que tenía relación con la muerte ya que cualquiera que incurriese en impureza o estuviera relacionado con algo considerado impuro no podía acercarse al Señor, no podía acudir a la sinagoga ni al Templo ni a la vida social del pueblo israelita. Por lo tanto debían de purificarse.

         En el libro del Éxodo        se establece qué cosas hay que hacer para purificarse; pero las disposiciones se referían únicamente a los sacerdotes que viviendo en contacto constante ante Dios, el Santo, el Puro debían mantenerse siempre en un estado de pureza. Por lo tanto ellos no podían enterrar a un muerto y luego ir al templo a servir al Señor. Es más, los sacerdotes iban al templo descalzos, no calzados, porque los zapatos eran de cuero y el cuero está elaborado de un animal muerto, lo cual ya incurrían en impureza el hecho de ir calzados.

         Los fariseos del tiempo de Jesús habían inculcado en la mentalidad de la gente que todas estas prescripciones de pureza que tenían los sacerdotes tenían que convertirse en una práctica habitual en la vida cotidiana de todos los israelitas, porque los israelitas son un pueblo puro y los paganos son los impuros. Aquí está la disputa entre Jesús y los fariseos y escribas.

         Los fariseos y escribas sostenían la importancia de lavarse las manos para purificarse: Esto tenía un significado hermoso que era recordar al israelita que cuando tomó el pan tocaba algo puro ya que el pan es un don de Dios. Les recordaba que el pan y los dones materiales tenían un significado además del económico, tenían el significado de la fe. Por ejemplo; una esposa cuando observa el anillo, a alianza matrimonial, el cual puede o no tener mucho valor económico, pero para ella tiene todo un significado porque le recuerda muchos años de una vida de amor con el esposo. Aquí está el significado del lavado ritual de las manos que debía de realizar el israelita que debía de tomar el pan como un regalo del cielo y por tanto compartirlo con todos los hijos de Dios.

         Sin embargo en el tiempo de Jesús pasó a convertirse –el lavarse las manos como purificación- en un ritual semi-mágico para protegerse de las fuerzas del mal que podían entrar cuando uno se estaba alimentando y por lo tanto tenían que protegerse de estas fuerzas de la muerte. Por lo tanto ya habían perdido este significado original que era hermoso.

         El evangelista Marcos escribe a unas comunidades de Roma, procedentes del paganismo que no conocen estas costumbres judías; por eso el evangelista necesita explicar a sus lectores esta obsesión de los judíos con las purificaciones.

         Aquellos que iban al mercado/plaza (Jn 7,4) habían tenido contacto con otras personas con objetos, con alimentos que podían ser portadores de impureza: tocar sin querer a un pagano, un objeto idólatra o a una mujer durante su ciclo. Por esto al regresar a su casa deben de hacer el rito de la purificación y tenían que hacerlo de un modo muy meticuloso como lo prescribía el Talmud.

         ¿Cómo responde Jesús a la acusación que le están haciendo de descuidar las tradiciones de los mayores? Las manos son el símbolo de la acción que realizamos; con las manos podemos hacer el bien o hacer el mal, dar la vida y dar la muerte. Y ante la pregunta de si tocar un objeto, dar la mano a un pagano, acariciar a un leproso, enterrar a un muerto… Jesús responde que esto no ensucia tus manos. Esto es así porque ninguna criatura ni ninguna persona es impura para Dios. Jesús no acepta que se purifique las manos con un rito porque ese rito te tranquiliza la conciencia y te hace pensar de un modo engañoso. Para Jesús son puras las manos que dan de comer al hambriento y de beber al sediento, que han vestido al desnudo, curado al enfermo y visitado al que está en la cárcel. Recordemos que en el capítulo 11 de san Lucas, Jesús sigue discutiendo con los fariseos y los escribas sobre las purificaciones y les dice que ellos se afanan en purificar lo externo de las copas y de los platos. Y les dice cómo ellos deberían de purificar la copa y los platos: dad a los pobres lo que hay dentro de la copa y de los platos (la bebida y la comida) y todo se volverá puro. Aquí está la diferencia entre las manos puras de los fariseos que realizan el rito y lo de Jesús que va a lo esencial, las obras de amor, las cuales purifican las manos.

         Jesús les dice: ‘Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas (…)’. El término ‘hipócrita’ no tiene el significado que tiene asumido por nosotros desde un punto de vista moral. Para nosotros los términos fariseos e hipócritas se identifican, porque entendemos al fariseo como persona falsa que predica el bien y hace el mal. Este no es el sentido de ‘hipócrita’ del evangelio.  Los fariseos no eran gente mala, es más, Pablo era un fariseo (Rm 10). Eran personas celosas y que cumplían escrupulosamente con la Torá. Pero desgraciadamente ellos eran personas esclavas de sus tradiciones religiosas y ni siquiera Jesús pudo liberarlos e introducirlos en la libertad y en la alegría del amor incondicional de Dios. Entonces ¿qué significa el término ‘hipócrita’? El término hipócrita se refería a los actores de teatro. El actor era un hipócrita; la razón era porque en aquel tiempo las representaciones teatrales el actor nunca se presentaba su rostro/cara, sino que siempre iba con una máscara y así simulaba lo que no era. Podía ser en la vida real un pobre granjero y se presentaba en la obra teatral como un filósofo. Aquí Jesús cuando se refiere a los fariseos y a los escribas no les dice que son malos, lo que les dice es que ellos son comediantes. Dice que Dios no tiene necesidad de esas escenas teatrales o de esas comedias religiosas (los rituales de purificación) ya que lo que Dios espera de ellos es otra cosa muy diferente, por eso hace referencia al profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí» (Is 29, 13). Es decir, que sus pensamientos, sus mentes, sus decisiones están muy lejos de Dios. El profeta Isaías, en su primer capítulo presenta la comedia religiosa que sucedió en Jerusalén. Dios dice que cuando el pueblo realiza sus comedias religiosas que Él mira para otra parte (Cfr. Is 1, 15): «Cuando extendéis las manos para orar, aparto mi vista». Que el perfume del incienso, de los holocaustos los aborrece porque no obran conforme a la voluntad de Dios. La razón es clara: Con esas manos se comenten violencia, gotean sangre y luego vienen a Dios para llevar a cabo un rito de purificación y esto no le interesa a Dios, porque todo esto es una farsa, un engaño.

         Jesús toma precisamente al profeta Isaías para decirles que está esperando a alguien que quiera realmente una relación con Él, para así adentrarse en una auténtica purificación/conversión: es la purificación de los que realizan las obras de amor, ya que ese es el único culto que a Dios le gusta.

         Y a continuación Jesús dice a todos qué cosa hace impuro al hombre. Dice que es de dentro del hombre donde surge la impureza. Cuando se dice ‘de dentro’ no se está refiriendo a la sede de los afectos, sino de la mente, de la conciencia, el origen de las elecciones y de las decisiones. Y a continuación Jesús presenta doce comportamientos que vienen desde dentro del corazón del hombre y lo hacen impuro; es decir, que al hacerlo impuro mata lo humano que tiene esa persona, lo destruye como hombre.

         Hay doce comportamientos en los que encuentras seis en singular y seis en plural. La primera de ellas es la prostitución o fornicaciones: no sólo habla de la única forma de prostitución o de fornicación que conocemos, sino que está en plural porque son muchas; son todas aquellas situaciones de la vida en la que uno se vende por intereses. Si para conseguir cualquier cosa en el trabajo o en la carrera uno vende su propia conciencia y sus propios valores personales o la propia dignidad uno se prostituye, fornica y esto deshumaniza. El segundo es ‘los robos’, no robo; usa el plural porque existe muchas maneras de robar. No consiste sólo en quitar algo a alguien, sino que la gestión de los bienes de este mundo es un robo porque los bienes de este mundo son todos de Dios. El robo puede incluso robar el buen nombre de una persona y hay muchas formas de robar y todas ellas te deshumanizan. El tercero son los homicidios; no sólo es quitar la vida a una persona con un arma, sino que cualquier reducción en la vida del otro es un homicidio, uno puede quitarle la alegría de vivir, de trabajar porque se le está acosando en su trabajo, se le está atacando por pensar y sentir de un modo diferente, se está abusando de él y minando su autoestima y su propia persona, todo esto es un homicidio, y no digamos nada de las calumnias y maquinaciones contra una persona, y todos estos homicidios están proyectados y nacen del corazón del hombre. La cuarta son los adulterios; hay muchas traiciones a la lealtad y muchas infidelidades al amor. Todas las búsquedas del placer egoísta que suponga la esclavitud o servidumbre del otro son traiciones al amor, son adulterios. La quinta son las codicias; las codicias son los antojos que te llevan a querer tener cada vez más para acumular y guardar la felicidad de tener más. La alegría del hombre no consiste en tener más o en acumular más sino en el dar/donar más. Hay más alegría en el dar que en el recibir. El hijo de Dios que hay en uno crece cuando hay disposición para hacer al otro feliz ya que si acumulamos para nosotros nos olvidamos de los demás. La sexta son las malicias; son los malos pensamientos, el pensar y buscar siempre mal de alguien. Hay muchísima gente, de las que son incluso muy devotas, que tienen un deseo incontenible de controlar y vigilar la vida de los demás porque sospechan y piensan mal de esas personas y sienten un placer morboso de decirles a sus amigos toda la porquería de esa persona en concreto. Estas personas son devastadoras; siempre miran las acciones con sospecha, siempre ven las malas intenciones de los demás por todas partes. Y a partir de aquí empiezan los seis comportamientos en singular. El séptimo es el fraude, el engaño; es el comportamiento de aquellos que piensan en su propio interés y está dispuesto a realizar cualquier truco para conseguir sus propios objetivos. Sería lo que en griego se llama δόλος (dólos), engaño. El octavo comportamiento es el desenfreno; no se refiere sólo al campo sexual, pero todos los sentidos han de tener sus propios frenos, en el beber, en el comer, en el entretenimiento… es la falta de autocontrol; es el comportamiento de aquellos cuya norma es que  “yo hago lo que me plazca”. El noveno comportamiento es la envidia; es el miedo de que alguien quiera algo de mí y me reste algo de mí, por lo que uno está atento no sea que la habilidad de esa persona, ese modo de actuar o esos estudios o ‘labia’ haga que mi posición o pretensiones sean restadas o entren en serio peligro, porque el otro es un enemigo, contrincante, una persona a derrocar para que ‘no me haga sombra’; me lamento de que el otro tenga algo que yo no puedo tener. Muchas veces cuando uno no se alegra de los éxitos de los demás es porque la envidia gobierna ese corazón. El décimo comportamiento es la calumnia o difamación; es la oposición a la verdad, porque como esa verdad no me gusta o no me conviene tengo que buscar el modo de cómo obstaculizar la verdad, de ocultarla. El decimo primer comportamiento es el orgullo; es como si cuando uno hablara todo el mundo se tuviera que callar porque es que de nuestra boca sólo salen oráculos. Y el último comportamiento que viene del corazón y te arruina como hombre es la frivolidad; la frivolidad es la estupidez, es el orientar de un modo incorrecto las elecciones en la propia vida. Es el comportamiento del hombre de la parábola del capítulo 12 de san Lucas que había acumulado los bienes de sobra para poder vivir perfectamente toda su vida. Lo tenía acumulado en vez de distribuirlos, ya que ha tenido la fortuna de poseerlos en sus manos y lo que ha hecho ha sido ampliar los almacenes para guardarlos. La frivolidad es sacrificar toda la existencia por acumular en lugar de donar, y luego encima no ha construido nada. Es una persona que no terminó nada en su vida porque no construyó nada con el amor.

         De todas estas cosas/comportamientos concluye Jesús que son malos porque salen de dentro para afuera y éstos contaminan al hombre porque degradan al hombre, le hacen inmundo, te hacen morir como hombre.

         Es esta impureza interior, es esta muerte interior la que debemos purificar y esto no se purifica con el agua de las purificaciones. El que purifica el corazón es la voz del Espíritu que Cristo nos ha entregado; es la Palabra de Cristo la que nos purifica.


domingo, 25 de agosto de 2024

Homilía del Domingo XXI del Tiempo Ordinario, ciclo B 25.08.2024

 


Domingo XXI del tiempo ordinario, ciclo b

25.08.2024                                  (Jn 6, 60-69)

 

         Jesucristo es muy claro: quien vive su vida se une a la vida del Padre –se comunica- y así el que vive su vida se vuelve eterno. Cristo nos pide una adhesión incondicional a su persona. Un apoyo entusiasta a su persona y unánime. Sin embargo, los judíos no querían acoger el pan de vida –la persona de Cristo- porque eran conscientes de lo que esto supondría para su vida cotidiana. Pero ¿cuál será la reacción de sus discípulos? ¿Cómo reaccionan los más íntimos de Jesús? Por lo menos de ellos esperamos una adhesión sin vacilaciones.

         El hecho de que los judíos se negaran a acoger a Jesús y a aceptar su propuesta de vida era algo que podría entrar dentro de lo que era lo normal. Ellos se negaban a aceptar que en Jesús se hubiera producido la encarnación de la Sabiduría de Dios y por eso no habían aceptado ni su persona ni su palabra. Sin embargo sorprende que muchos de los discípulos que le habían oído y habían sido testigos de sus milagros hubieran preferido alejarse, abandonar a Jesús: Y de hecho le abandonan. ¿Cuáles son las razones por las que ellos le abandonaron? ¿Por qué ellos le bloquearon? Ellos se dieron cuenta de lo que comportaba para su vida concreta el decir a Jesús que ‘sí’. Y llegado a este punto le dicen claramente un ‘no’, es muy duro y no quieren seguir escuchándolo. Hasta ese momento le habían escuchado de muy buena gana y habían presenciado con alegría los milagros que Jesús realizaba y además compartían muchas de las críticas que Jesús hacía a los fariseos, saduceos, herodianos…Pero claro, hasta ese momento su vida concreta y cotidiana todavía no había sido tocada por el Evangelio y continuaban comportándose y actuando como personas honestas y caritativas….se comportaban como buenas personas. De tal manera que ellos pensaban que para ser discípulos de Jesús bastaba con esto: ser buenas personas, caritativas, honestas… Y es en este punto cuando ellos entienden lo que Jesús quiere. Jesús les pide que sean como él y él es alguien que dona la vida. Jesús te plantea que dejes de pensar en ti mismo y empieces a pensar en el bien del hermano: te pide que seas/seamos siervos a tiempo completo e incluso que mueras por amor por tu enemigo. Es en este punto cuando se dan cuenta que la propuesta de Jesús es dura. Hasta ese momento los discípulos de Cafarnaúm habían percibido la palabra de Jesús como dulce, amable y razonable, pero cuando se sintieron involucrados personalmente en esa causa y en su vida concreta y cotidiana y fueron invitados a tomar la decisión de dar un golpe serio en su vida se dieron cuenta de lo que comportaba decir ese ‘sí’ a Jesús.

Ellos habían creído que en Jesús habían encontrado a alguien que le resolviera todos los problemas (recordemos que antes le querían haber nombrado rey). Los discípulos habían esperado de Jesús todo tipo de éxito y de grandezas en este mundo (recordemos los hijos del Zebedeo). Muchos viven su ser cristiano para que el Señor les proteja en los viajes, que les de éxito en las tareas temporales, para que su protección sea una constante para que las cosas les vaya bien…: Estos son los discípulos que siguen aún a Jesús porque aún no han entendido lo que realmente el Señor les está pidiendo. Recordemos las palabras de Jesús: Quien no renuncia a todas sus posesiones no puede ser mi discípulo…. Quien no ama a su padre y a su madre más que a mí, no es digno de mí… Quien no deja casa, tierras, posesiones por mí, no es digno de mí. ¿Nosotros también le abandonaríamos diciéndole que tiene un modo de hablar muy duro?

Es en el banquete eucarístico cuando te pregunta si quieres unir tu vida a la suya. Cuando Cristo dice que tomes su cuerpo y que bebas de su Cáliz te está planteando ¿tú también quieres abandonarme porque has descubierto la dureza de mis palabras?  ¿También tú me quieres abandonar porque te has dado cuenta de lo que supone decirme ‘sí’ en el seguimiento? Si sigues creyendo que ser seguidor de Cristo es algo dulce, algo suave, algo tranquilo es que no entiendes lo que estás haciendo.

El Pan de Cristo te pregunta ¿quieres ser similar a mí? ¿Quieres partirte y repartirte, desgastarte e ir muriendo poco a poco amando a todos? ¿Quieres que tu vida sea un regalo constante para la vida de tu hermano e incluso de tus enemigos? ¿Quieres unir tu vida a la mía? Porque ante esto se plantea una cuestión ¿por qué estoy buscando a Jesús y qué espero yo de él?

Esta más que claro que la mayoría de los cristianos se asemejan a las multitudes de Cafarnaúm que querían a un salvador fácil, a uno que les salvase del hambre, que les saciase respondiéndoles con milagros a sus necesidades: que les ayudase a estar bien en esta vida. ¿Qué cosas le pedimos al Señor?

Y ¿cómo vive Jesús estos momentos de crisis de los discípulos? Sabían que ellos murmuraban. Ellos habían sentido una profunda repulsa a la propuesta de Jesús de donar toda la vida y de sacrificarse por los demás. Es todo lo contario a los criterios de este mundo que busca acumular riquezas y éxitos, posesiones y reconocimientos. Los discípulos contestaron abiertamente oponiéndose a la propuesta de Jesús.

Cuando Jesús lanza la propuesta central de quién es discípulo y quién no lo es, es cuando se escandalizan, es cuando ‘patinan’. Sin embargo Jesús no se sorprende de esta reacción instintiva de los discípulos. No se sorprendió porque el propio Jesús había experimentado durante toda su vida lo duro y difícil que es obedecer siempre a la voz del Espíritu. Esto es así porque la naturaleza biológica nos lleva a una dirección contraria: no a entregar la vida, sino a aferrarte a la vida. Jesús ha experimentado personalmente esta fatiga. Recordemos el capítulo 4, versículo 15 de la carta a los Hebreos: «Pues no es él un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, sino que las ha experimentado todas, excepto el pecado». Quien sabe lo duro que es seguir a la voz del Espíritu comprenderá lo doloroso de nuestra fragilidad.

Jesús nos dice que si queremos acoger la propuesta que él nos plantea es preciso tener un corazón puro y abierto a la voz del Espíritu. Por la voz de la carne, la voz de sus pulsiones, por la voz de la secularización, de la mundanidad y por las otras propuestas de vida van abandonando la comunidad cristiana.

Los discípulos de Cafarnaúm están en un tiempo de crisis. «Crisis» viene de  «κρίνειν», que significa que es la hora en la que hay que discernir, hacer una elección. De las crisis uno puede salir derrotado o mejorado/maduro. Esto es fundamental ahora para la Iglesia: ¿Apostamos por una Iglesia más evangélica, más dinámica en el dinamismo del Espíritu –y no el de la carne-, más consciente y más madura? Si apostamos por este modelo evangélico y en sintonía con la voluntad de Cristo para la Iglesia ¿dónde tomamos las fuerzas para tomar las decisiones correctas en este momento de crisis?

La carne, dice Jesús, no sirva para nada. En la Biblia cuando se habla de ‘carne’ significa la naturaleza humana. Jesús te dice: ‘si quieres entender la propuesta que yo te hago tú debes tener un corazón puro, un corazón abierto a la voz del Espíritu, porque la voz de la carne, es decir, de tus impulsos, de tus instintos no te dirán que yo tengo la razón y te llevarán a la dirección opuesta. Esa voz de la carne lo que pretende es que el mensaje del Evangelio se ponga de acuerdo con el consenso humano. La carne te dará los argumentos opuestos a los del espíritu. Y las palabras que yo te doy son espíritu y son vida’. Las propuestas que recibimos del Señor no las recibimos de las sugerencias de la carne, sino de la voz del espíritu dentro de cada uno que te dirá dónde viene la auténtica vida. Escucha la voz del espíritu, y no escuches la voz de la carne.

Jesús sabe que «hay alguno de entre vosotros que no creen». Parece que nos remite a la figura de Judas Iscariote. Sin embargo, en el evangelio de Juan esta figura misteriosa se convierte para el evangelista en símbolo del anti-discípulo que prefiere escuchar a la carne antes que al espíritu. Y aquellos que se comportan como el propio Judas decretan su propio suicidio, destruye la propia naturaleza humana y se niegan a ser plenamente humanos como Jesús propone. Jesús no está hablando del Judas histórico, sino en el Judas que está presente en cada uno de nosotros. Tengamos en cuenta que si rechazamos la propuesta de Jesús arruinamos nuestra vida.

Veamos cómo salen los discípulos de esta crisis. Muchos de los que habían seguido a Jesús le abandonan, no vuelven a ir con él. Es lo mismo que nos pasa hoy: tantos hermanos y hermanas que abandonan la comunidad cristiana. Ahora bien, ¿cómo juzgamos a estas personas? (Personas que se salen de los Institutos de Vida Consagrada; que abandonan el sacerdocio; que se divorcian de sus cónyuges; de los que se confirman y no aparecen por la Iglesia; de las familias que no pisan la parroquia; y de tantos y tantos casos que se puedan dar…). Estas gentes no son malas, no son traidores, son personas que se han replegado en las realidades del mundo porque entendieron que Jesús exigió demasiado y ellos no lo aceptaron. Ellos no tenían ganas de dar a Cristo su propia adhesión. Estemos atentos a no enfadarnos con ellos, no podemos enojarnos con ellos. Porque si te enojas esto significa que tal vez tú ni siquiera estés muy convencido de que hiciste bien quedándote con Jesús. Tal vez no estés del todo contento de estar con Jesús es que realmente exigente.

Jesús respeta la libertad de todas las personas. No obliga a nadie a compartir su elección; no te obliga a comer/masticar su cuerpo y beber su sangre. Se supone que los que quedan en la comunidad cristiana sepan dar un testimonio de vida realmente evangélico coherente con la petición que Jesús les ha planeado a cada uno de ellos.

Y Jesús se dirige a los Doce, a los Apóstoles y les pregunta si ellos también se quieren ir. Jesús no les está presionando ni provocando a los Doce para que le abandonen. Jesús no discute. El diálogo con los Doce ya se ha dado. Es como cuando uno se quiere casar (contraer matrimonio), primero antes de casarse uno se ha de comprometer con la persona amada (anillo de compromiso); pero llega un momento en el que tienes que decir o ‘sí’ o ‘no’. Si dices que ‘sí’ sois cónyuges, esposos; de lo contrario todo se rompe, se alejan, el uno desaparece de la vida del otro. El momento del compromiso no puede durar para toda la vida. La respuesta de Pedro (v.68-69) la da en nombre de todos nosotros: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios». Pedro, en nombre de todos, da las razones de nuestra adhesión al Señor porque hemos entendido lo que Cristo ha venido a traernos, a darnos: la Vida Eterna, él viene a traernos palabras de Vida Eterna.

Jesús decepcionó las expectativas de la mayoría de los discípulos que tenía en Cafarnaúm. Los Doce no son discípulos perfectos (y junto a los Doce otros discípulos que le han seguido y le siguen a lo largo de los siglos en la comunidad cristiana), es más, ni siquiera habían entendido la mayor parte de las cosas que Jesús les había dicho. Ellos celebran la Eucaristía aunque siempre acompañados de tantas preguntas, dudas por tanta perplejidad ante lo pedido por el Señor. Pedro dice que incluso cuando estamos débiles y frágiles confiamos en Cristo y creemos en Cristo. Y Pedro le reconoce como el ‘Santo de Dios’, y al decir esta expresión está manifestando a Jesús que le damos toda nuestra adhesión a su persona, aunque no entendamos todo acerca de lo que nos pide el Evangelio pero estamos en camino detrás de Jesús porque estamos confiando en su propuesta de vida.


sábado, 3 de agosto de 2024

Homilía del domingo XVIII del Tiempo Ordinario, ciclo b 04.08.2024

 

Homilía del domingo XVIII del Tiempo Ordinario, ciclo B

04.08.2024

 

         El domingo pasado veíamos cómo querían proclamar a Jesús como rey porque con cuatro panes y dos peces había dado de comer a unos cinco mil. En nuestra opinión lo que allí ocurrió fue un triunfo, pero para Jesús fue una profunda decepción. Jesús se dio cuenta que la gente no entendió el significado del milagro. La gente entendió mal el signo que hizo Jesús porque consideraron a Jesús como un hacedor de milagros. Ellos entendieron que Jesús era alguien que les resolvía todos los problemas. Jesús no llegó hacerles entender que el mundo nuevo no viene del cielo con milagros, sino que hay que construirlo siguiendo la propuesta de Jesús. Es entonces cuando irá surgiendo un mundo sin guerras, sin hambre, sin sufrimiento. El signo que Jesús les había dado la gente lo había equivocado.

         Cuando abandonan aquel lugar del milagro, los discípulos se habían entretenido entre la gente mientras que Jesús había ido a la montaña porque comparte el pensamiento de Dios, y el único que sube al monte es Jesús ya que es el único que piensa con sus criterios.

Los discípulos embarcan en una barca y atraviesan el lago. Esa barca, sin Jesús se torna un viaje tormentoso, un viaje agitado, porque sus corazones están agitados al ser conscientes que el éxodo que Jesús les propone, que la propuesta que Jesús les hace es muy complicada porque se trata de comportarse como aquel que no retiene para sí nada, sino que lo entrega por amor. Como ese niño o muchacho que no vendió su comida ni cobró nada por ella, sino que lo entregó por amor: puso todos los bienes que tenía a disposición de los hermanos. De este modo ha demostrado que comportándose así se satisface el mundo y se vencen a las injusticias. Pero el corazón se agita porque acoger esta propuesta de Jesús es difícil.

         Esta agitación del corazón es la que se debería de dar en los corazones de los hermanos que forman la comunidad cristiana ante la palabra provocativa del Evangelio que pide una conversión y un cambio radical de las elecciones en la vida.

         Las multitudes entendieron mal el milagro de la multiplicación y ellos buscan a Jesús pero no lo encuentran. Ni los propios discípulos le encuentran porque todos están confundidos y desorientados. Es importante que nos reconozcamos en esa multitud de Cafarnaún y que nos reconozcamos entre los suyos que estamos desconcertados y desorientados. Jesús ha iniciado su éxodo para introducirnos en la dinámica de la vida nueva, de la vida del Espíritu, pero la multitud se quedó con sus pies plantados en su orilla, en la orilla de la tierra de la esclavitud, con sus viejos planteamientos. Esta gente busca a Jesús pero le buscan con motivos equivocados. Es más, cuando le encuentran le preguntan «¿cuándo has venido aquí?». Esa no debería de haber sido la pregunta que le tenían que hacer, ya que le estaban buscando porque ese Jesús sería como un dios que nos facilitaría la vida, que hiciera maravillas para que nosotros fuésemos felices, de tal manera que todos los problemas y dificultades nos lo resolvería Jesús. La multitud que así piensa y razona no ha empezado a realizar el éxodo, sino que tienen sus pies bien asentados en la tierra de la esclavitud. Ellos pensaban que si Jesús no nos resuelve los problemas materiales y personales ¿de qué nos sirve el haberte encontrado?

         Las expectativas de la gente de Cafarnaún se parecen a las nuestras. Hay muchos creyentes que acuden solo a Jesús cuando tienen dificultades o se le invoca para salir de un apuro.

         Jesús no responde a la pregunta que le dirigieron, sino que Jesús responde a la cuestión auténtica y de fondo del porqué le están buscando. Jesús dice que le buscan porque responde con milagros a las necesidades materiales de la gente. Jesús dice: ‘no me estás buscando, estás buscando los panes y los peces’. Este es el gran equivoco de muchos de los cristianos: ¿por qué buscamos al Señor? Las peticiones correctas serían en la línea de pedirle luz para tomar las decisiones correctas en la vida para ver claramente y así no cometer errores. Pedirle que nos enseñe a amar, a entregarnos a buscar siempre el bien del otro por encima del nuestro propio. Recordemos cómo Salomón pidió sabiduría a Dios.

         Jesús no ha venido al mundo para aportar el pan para la vida biológica. Jesús ha venido para aportarnos el pan que dura para la vida eterna. Las personas que acudían a él eran de Cafarnaún. Eran personas que acudían a la sinagoga, que cumplían con el ayuno y las limosnas, eran fieles cumplidores de lo mandado. ¿Acaso Jesús espera mucho más de lo que ya estamos haciendo? Jesús no manda nuevas cosas, sólo hay una obra importante y fundamental: cree en mí. ¿Qué significa creer? Creer es fiarse de la propuesta de vida que Jesús nos hace. Creer es aceptar y hacer propia la propuesta planteada por Jesús de Nazaret. Es decir, donar la vida por amor, eso es creer en Él.

         Creer es que  yo me juego la vida por la propuesta de Jesucristo. Es una propuesta que es desafiante. Ahora bien, ¿tendré la garantía de que si sigo la vida propuesta por Jesucristo las cosas me irán bien? Por eso la gente de Cafarnaún le dice, ‘danos una señal’, danos una señal que demuestre que tu propuesta es exitosa, que no será un fiasco. Ellos dicen que Moisés pidió confianza al pueblo, el cual le siguió en el desierto, el cual le dio al descender el maná del cielo. Jesús no está dispuesto a realizar un milagro para que ellos acepten su propuesta de vida. No da ni pruebas surgidas de los milagros ni pruebas racionales. La propuesta de vida que Jesús nos hace no la podemos comprobar con la racionalidad. Jesús pide la confianza que tiene un enamorado con su amante. Un enamorado no puede decir a su chica diciéndole que estará seguro y que le puede dar la certeza de que él le hará feliz a la chica. No lo puede probar; o confías o no te confías. Jesús sólo te da una prueba: la belleza de su vida, donada por amor. Ahora bien ¿quieres apostar y juntar tu vida a la propuesta de vida que te ofrece Jesús?

         Jesús confronta el regalo que Moisés pidió al pueblo, el regalo del maná y el verdadero pan que proviene del cielo. El enamorado quiere que sea feliz su amada y él no puede ser feliz sino está con ella. Jesús es el amante que nos quiere convencer que sólo él puede llenar nuestra necesidad de amor infinito, de vida que perdura. Jesús no da pruebas. Nos atrae como lo hacen los amantes con su belleza. Nos cuenta lo que nos puede dar. No nos puede dar comida material, pero sí el alimento de la vida que no acaba. Pero si crees que te puedes satisfacer sólo de la comida material, esta comida te decepcionará. Son como esos amantes que se prometen satisfacer su hambre y sed de alegría simplemente con las cosas materiales, terminan decepcionados. El maná era un regalo de Dios, fue un pan para la tierra, un pan que perece, que se termina poniendo podrido. Pero el pan del cielo es real, es lo que realmente alimenta la vida que no perece. El pan del cielo alimenta una vida que no perece. Pero la multitud no lo entiende, ya que siguen pensando que el pan que viene del cielo es lo material. Llegamos a pensar que el pan que viene del cielo es lo que nos ayuda a nuestra vida material. Jesús nos lo aclara: ‘yo soy el pan de la vida’. Jesús es el pan que sacia lo más íntimo de nuestras necesidades del hombre. Si pensamos saciar nuestra hambre y nuestra sed de felicidad con el pan que perece, con comida, con bienes que perecen, como si estuviésemos sacando agua de un pozo que al final se seca, nosotros permaneceremos decepcionados. Si uno busca la felicidad en su profesión, si uno desea encontrar la felicidad en el pozo de su trabajo, de su profesión, de su cargo, se terminará secando, porque llegará una hora en que dejemos ese trabajo, ese cargo y nadie nos llame, pasemos al olvido, ese pozo se seque y sigamos teniendo sed y hambre como el primer día. O que nos apasione la música y así busquemos saciarnos de ese placer, llegará un momento en que el oído no responda y no podamos sacar más agua de ese pozo y sigamos estando totalmente sedientos. O que el viajar fuera una pasión que hiciera que tuviésemos una gran alegría y nos ayudase a vivir de un modo más satisfactorio, pero llegará un día en que no puedas viajar, que tus fuerzas flaqueen y no puedas sacar más agua de ese pozo porque ya se ha terminado secando. Todos los pozos se terminan secando y la sed permanece en nosotros. La sed del infinito, la sed de Dios que tenemos dentro de nosotros –porque Él mismo nos lo ha puesto- para que le busquemos. Recordemos el llanto del salmista ‘tengo sed de Dios, del Dios vivo’. O la profecía del profeta Amós ‘llegarán los días en los que enviaré el hambre en la tierra, no hambre de pan ni sed del agua, sino de la escucha de la palabra del Señor’. O las palabras de Jeremías que nos cuenta que ‘cuando encontraba la palabra del Señor las devoraba con avidez. Tu palabra era una alegría y felicidad para mi corazón.

         El único pan que sacia la necesidad de la alegría plena es la palabra de Cristo, su evangelio, no el maná del desierto. Y hasta que uno no coma este pan que sacia estará siempre inquieto aunque esté colmado de todos los bienes materiales.