lunes, 29 de julio de 2024

Homilía de Santa Marta 2024 29.07.2024

 

Santa Marta 2024 (Lc 10, 38-42)

29.07.2024

             Si subimos a la cima del Monte de los Olivos y luego descendemos por la vertiente occidental llegamos a Jerusalén. Jesús, cuando estaba por Jerusalén, pasaba toda la jornada en el Templo enseñando, teniendo las discusiones con los saduceos, fariseos. Y de ahí se dirigía a Betania. Para llegar a Betania tenía que subir al Monte de los Olivos para descender por la vertiente oriental y así llegar, después de recorrer unos seis kilómetros poder llegar a Betania. El evangelista Marcos, nos narra que de noche Jesús se iba a descansar a Betania. Por la mañana salía de Betania, subía al Monte de los Olivos para luego pasar toda la jornada en el Templo.

            Llega a un pueblo donde una mujer llamada Marta lo recibe en su casa. Nos cuenta el evangelista Lucas que Jesús entró en la casa de Marta. ¿Dónde fueron a parar los discípulos? Ellos desaparecieron. Sólo entra Jesús en la casa de Marta.  Esta familiaen el evangelio de Lucas y en el evangelio de Juan tiene un significado simbólico: Veamos de quién está compuesto. No son padres, madres, maridos, esposas, abuelos, niños… Es una familia compuesta solo por hermanos y hermanas: Ésta es la imagen de la comunidad de discípulos que acogen a Jesús. Esta es la razón por la que los discípulos no entran en la casa de Marta. Ellos son esta familia que son llamados a acoger a Jesús cuando él llega.

            Normalmente era el hombre el señor de la casa el que acoge al huésped y las mujeres se quedaban dentro de la cocina sin poder ver al huésped. En esta casa los papeles se invierten: la dueña es una mujer, Marta y quien interactúa con el huésped es María junto con Marta. El evangelista nos lanza un mensaje muy claro: Donde Jesús es acogido, donde el Evangelio es acogido todos los prejuicios y discriminaciones entre los hombres y las mujeres que son legados de una cultura, de una herencia pagana son denunciados y superados. No sólo se supera los roles y se anula el sometimiento a las mujeres. Jesús introduce un comportamiento revolucionario. Recordemos que en aquella época era extremadamente impropio que un hombre aceptase la hospitalidad que le ofreciese una mujer. Jesús no se deja influir de las tradiciones. Es un hombre libre. Jesús es exigente en la relación con la mujer; es exigente en pureza de corazón. Recordemos cuando él dice que «quien mira a una mujer para desearla tiene ya cometido adulterio en su corazón». Jesús es muy exigente y muy libre en la relación externa con la mujer porque tiene el corazón puro.

            Hay un mensaje aún más importante que constituye el tema central del texto evangélico: Jesús es Dios que pide ser acogido. Nuestro Dios necesita entrar en el corazón de cada uno de nosotros, en nuestro hogar. Es un Dios que busca nuestra compañía y desea ser escuchado. Jesús se encuentra en Jerusalén en medio de un ambiente que tiene mucho de enfrentamiento, donde le ponían numerosas trampas, situaciones de tensión y de persecución porque le quieren acusar y quitarle del medio. Es en este contexto de malestar, de tensión… es en este ambiente cuando Jesús llega por la tarde y siente la necesidad de encontrar un contexto familiar en el que se sienta acogido y comprendido por quienes comparten sus valientes elecciones. Jesús busca una casa donde él se puede desahogar sus preocupaciones. Nuestro Dios necesita del cariño del calor humano.

            El capítulo 3 del libro del Apocalipsis tenemos un célebre texto de una carta que el Resucitado escribe a la comunidad de Laodicea que dice: «Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3, 20). Es él el que llama a la puerta; es una voz que no se impone por la fuerza, sino que hace una propuesta de amor. Es el amante que quiere conquistar el corazón de la persona amada.

            Nos dice el evangelista Lucas que María «sentada a los pies del Señor». ¿Por qué el evangelista revela la posición/postura asumida por María? Ella estaba sentada a los pies del Maestro. En las casas de palestina no había sillas; había colchonetas para que todos fueran colocados en el suelo. Esta no es una anotación trivial. Se trata de una expresión técnica que tiene un valor muy específico. Ella estaba sentada a los pies de un maestro significaba ser bienvenido entre los discípulos. Este modo de proceder era el habitual para la elección de un rabino. Por ejemplo, Pablo recuerda con orgullo cómo ha estado sentado a los pies del gran rabino Gamaliel. Esta expresión aparentemente afectuosa y devota de María al estar sentada a los pies de Jesús constituye una absoluta novedad ya que ningún maestro, ningún rabino aceptaría jamás a una mujer entre sus discípulos. Para los judíos de aquella época era mejor que los rabinos quemasen la Biblia que ponerla en manos de las mujeres. No se permitía que las mujeres pronunciasen la bendición antes de la comida y si una mujer acude a la sinagoga que se quede oculta, que no aparezca en público. Esta mentalidad era tan extendida que se llegó a infiltrar en las primeras comunidades. A los cristianos de Corinto, por ejemplo, Pablo da orden para que las mujeres deban guardar silencio en las asambleas porque no les permitía a ellas hablar. Y si ellas quisieran aprender algo deben de interrogar a sus maridos en sus casas, porque es inapropiado para una mujer hablar en la reunión de la comunidad. María no está a los pies de Jesús para hablar de tonterías ni de banalidades, sino que como discípulo se pone devotamente a la escucha del Maestro.

            Cuando Marta manifiesta que  «Señor, no te importa que mi hermana me deje sola en la tarea? Dile que me ayude» y esto le recoge san Lucas, no es algo trivial o un simple desacuerdo entre hermanas. Presenta a Marta como los miembros de la comunidad cristiana de hoy que al igual que Marta aman a Jesús, lo acogen en su casa, es decir son los que están bautizados, confirmados van a la Iglesia, pero luego para ellos la escucha de la Palabra de Dios pasa a segundo plano. La Palabra pasa a segundo plano respecto a la actuación, al compromiso, a la eficacia, a la producción… y deja aparte la escucha de la Palabra: Este es un comportamiento peligroso del que quiere advertir a los discípulos y ponerles en guardia.

El Señor nos quiere enseñar que la actividad que no nace de la escucha de la Palabra y que no es continuamente alimentada con esta escucha, se trasforma fácilmente en agitación, en estrés y termina por absorber toda la energía, todo el interés hasta el punto de perder de vista el objetivo, el significado de todo lo que se hace en la vida. Pensemos en tantos cristianos que tienen éxito en su profesión y apenas se despiertan empiezan a agitarse, a estresarse con una agenda muy ocupada de compromisos sin haber sacado ni un minuto de tiempo para reflexionar para preguntarse si lo que se está haciendo está en sintonía o no con el diseño del Señor sobre su propia vida.

Marta está actuando con un modo de proceder que no está precedido con la escucha de la Palabra. Marta no está serena, no está tranquila, si no que captamos de su reacción una señal de un trabajo mal configurado y no guiado por la escucha de la Palabra y el resultado es el enfado; Marta se desquita con María incluso delante del invitado que no tiene nada que ver.

¿Qué cosa responde Jesús a Marta? Jesús le dice «Marta, Marta», le llama por su nombre de pila, y repetir dos veces el nombre es el modo de cómo a menudo es presentada en la Biblia la vocación de una persona: Samuel, Samuel… Moisés, Moisés,… Saulo, Saulo… Aquí Marta es llamada a convertirse en discípula. Marta es muy buena y muy trabajadora, pero todavía no es discípula. Para conseguirlo debe de entender que ha de poner en primer lugar, antes de su trabajo, la escucha de la Palabra del Maestro, la cual ha de guiar todas sus actuaciones. La consecuencia de la no escucha de esta Palabra es que ella se afana por las cosas. El verbo afanarse describe la división en el corazón del hombre cuando se ve arrastrado entre dos objetivos. El verbo turbar significa que Marta esta dentro de una gran confusión y mencionada confusión le impide en disfrutar de las cosas bellas que ella está haciendo. No tiene tiempo para pararse y disfrutar de la vida reuniéndose con los hermanos. No es el trabajo, ni los afanes los que nos distancian de Dios, es la alienación en este trabajo y la pérdida de la cabeza por no tener un momento para respirar y pensar en otras cosas. Y este modo de actuar sin pararse, sin tener en cuanta la Palabra es lo que deshumaniza y hace que pasemos por alto lo que es esencial.

«Una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará». ¿Cuál es la herencia elegida por María? Jesús nos remite al salmo 16 que fue compuesto por un sacerdote de la tribu de Leví en el contexto de cuando estaba partida la tierra de Canaán después de la conquista de la tierra, donde ellos, la tribu de Leví no recibió ningún territorio como herencia, sino únicamente la ciudad donde ellos podían vivir. Lo que ellos habían heredado era el servicio en el santuario; este es el magnífico legado que queda en pie, el estar siempre con el Señor. Éste es el legado que María ha elegido; escuchando la Palabra ella vive toda su vida en armonía/sintonía con el Maestro.

Si todo el trabajo no es precedido de la escucha de la Palabra de Dios se transforma en una afanosa búsqueda frenética del resultado que se convierten en un motivo de celos, de argumentos en contra que buscan cierta visibilidad. Jesús no dice que María no deba de trabajar, pero la parte buena e indispensable es la escucha atenta de la Palabra que guía todas las opciones.

Ante esta respuesta de Jesús llama la atención el silencio de María. Ella no dice ni una triste palabra en toda esta historia. Esto es así porque la Palabra no se defiende, no explica la propia elección. No basta con escuchar la Palabra del Evangelio, se precisa ser meditada, asimilada y esto sólo puede proceder del silencio.

Marta ahora necesita sentarse a los pies de Jesús para escucharlo, para recuperar la calma y la serenidad, la paz interior.

Deseo concluir recordando el capítulo 12 del evangelista san Juan donde se nos presenta a María con el resultado de esta escucha de la Palabra del Maestro. María vierte la precisa libra de perfume de nardo puro, muy caro, el cual es símbolo del amor gratuito. Y vierte este perfume de nardo puro a Jesús a través del amor del hermano. Este perfume de amor, que es el amor de Cristo, es un perfume que hizo que «toda la casa se llenó del olor del perfume»; Marta, al lado de su hermana María, colaboró activamente para que ese olor de nardo puro, que es el amor a Cristo, fuese una constante en esa casa. Es el perfume del amor que todos los que se acercan a nuestra comunidad deberían de percibir inmediatamente ya que antes del trabajo está la escucha y meditación de la Palabra que orienta, guía y fortalece el quehacer diario. 





domingo, 28 de julio de 2024

Homilía del Domingo XVII del Tiempo Ordinario, ciclo b 28.07.2024 Jn 6, 1-15

 


Domingo XVII del tiempo ordinario, ciclo b

28.07.2024

Multiplicación de los panes y de los peces (Jn 6, 1-15)

             El evangelio proclamado hoy se le suele conocer como ‘la multiplicación de los panes y de los peces’ (Jn 6, 1-15). Es cierto que tenemos varios milagros de la multiplicación recogidos en los otros evangelistas y que ofrecen datos diferentes al respecto, sin embargo se nos está hablando del mismo milagro, el mismo hecho acontecido.

            Lo primero que tenemos que saber es que está recogido en el capítulo sexto del evangelio de san Juan con el que inicia el discurso del pan de vida.

            El evangelio de hoy nos ofrece una serie de datos que pueden pasar desapercibidos o en tercer plano, pero que son la clave de interpretación exegética del propio texto: ¿Llamar ‘mar’ a lo que es un simple lago?; ¿Qué lo seguía mucha gente?; ¿Qué Jesús se subió a la montaña?;  ¿Qué estaba cerca la Pascua?; ¿Qué un muchacho o un niño inapetente, sin ganas de comer , que no se hubiera comido todos las provisiones de comida que él llevaba y opte por compartirlo? ¿Qué la suma de cinco panes de cebada y de los dos peces sea precisamente el número 7 que nos remite a la perfección? ¿Qué en ese lugar hubiera mucha hierba? ¿Qué lleven a ese lugar tan apartado doce canastos vacíos? Son indicios que indican u orientan que San Juan va mucho más allá de la realización de un milagro.

            Empecemos, se trata del evangelista San Juan con un evangelio eminentemente espiritual y se dirige a una comunidad que está atravesando una situación difícil y compleja.

            Se nos habla del mar de Galilea y nos dice que «Jesús se marchó al otro lado del mar de Galilea» y que «lo seguía mucha gente». Jesús es el nuevo Moisés que hace que atraviesen andando a través del mar para salir de la tierra de la esclavitud hacia la tierra prometida, la tierra de promisión. Esa gente estaba en Egipto, bajo el dominio del faraón, bajo del dominio de los malos espíritus, del demonio, del pecado. Y es de ese modo cómo ellos actuaban, pensando y razonando con criterios meramente mundanos. ¿Qué buscaban de Jesús? Querían estar al lado de alguien importante para sentirse importante, que ‘les sacara las castañas del fuego’,…es decir, que admiraban a Jesús pero no creían en Él porque querían seguir viviendo, pensando y sintiendo bajo los criterios mundanos, los que habían adquirido viviendo bajo la tiranía del faraón y que ellos habían asumido como propios. En el contexto de la Pascua, Jesús como el nuevo Moisés acaudilla al pueblo llevándoles en ese éxodo de la tierra de la esclavitud a la tierra prometida.

            Realizado esto «subió Jesús a la montaña», es decir, al lugar donde se realizaban las teofanías, las manifestaciones divinas, el lugar donde por estar mal alto se estaba más cerca de Dios. Subió a la montaña tal y como subió Moisés al Sinaí, a la montaña para tener esa experiencia de lo divino. Y allí Jesús llevó a sus discípulos para que ellos empezaran a pensar, razonar, amar, vivir y sentir con los criterios característicos de la tierra de la alianza, de la tierra prometida, con los criterios divinos, de lo alto y abandonaran los criterios de pensar y sentir que habían adquirido y asumido como propios durante su estancia en la tierra de Egipto, bajo la tiranía del faraón. Jesús está educando, poco a poco, para ir adentrando a sus discípulos en una dinámica pascual, en una dinámica cuyo timón de la existencia personal ha de estar bajo las manos del Espíritu Santo.

            Nos cuenta la Palabra que «Jesús levantó los ojos», veía que se acercaba mucha gente, la cual iba desorientada, buscando sentido a su vida pero buscando mal. Jesús pide por ellos al Padre, es lo que es una oración de intercesión: los unos pendientes de los otros y todos pidiendo las fuerzas y la bendición a Dios.

            Jesús sabe que muchos de los que le siguen, aunque físicamente están con él, sin embargo su mentalidad sigue siendo de ‘hombre viejo’, de ‘ciudadano de Egipto’. Por eso pregunta a Felipe que «¿con qué compraremos panes para que coman estos?» y la respuesta de Felipe pone al descubierto el modo de pensar de este discípulo: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». Felipe esta razonando con criterios de mercado, de compra venta, de oferta y demanda. Es tanto como decir ¿Cuánto vale el amor que te tengo que dar? ¿Me resulta productivo y beneficioso para mí el hecho de amarte? ¿Cuánto te he de dar para que no me eches en cara que no te quiero? Todo es tasado por la ley del mercado, todo está altamente influenciado con los criterios vigentes en el Egipto seductor.

            A todo esto a parece un muchacho con cinco panes de cebada –panes de los pobres- y dos peces. Cinco más dos son siete, que es el número de la plenitud, de la perfección en la entrega. Esa persona representa a aquellos que, han descubierto la sabiduría del Espíritu, aquellos que viven, piensan, sienten, razonan y aman con los criterios procedente de lo Alto porque viven en la tierra prometida, en la tierra de promisión. Son estas personas las que, pensando en los otros, mitigan las necesidades de los pobres, se preocupan de los que sufren y, con su comportamiento hacen que no haya hermanos necesitados. Toda la comunidad cristiana está llamada a seguir sus pasos y así, ir asentando la civilización del amor que ha venido a traernos Jesucristo. Sólo los que viven de este modo son personas libres.

             Jesús a los discípulos les comenta que «decid a la gente que se tumbe en el suelo». No que se sienten, sino que se tumben en el suelo. Los romanos como ciudadanos libres se tumbaban en el suelo, del mismo modo que los griegos. Los judíos pueden tumbarse en el suelo porque Moisés y el nuevo Moisés les ha sacado de la tierra de esclavitud, les ha sacado del dominio del faraón en Egipto. Y recostados es como comen. No somos esclavos ni siervos, somos libres y amigos del Señor. Y este suelo había mucha hierba, esto nos remite al salmo 23 cuando se nos dice que «El Señor es mi pastor, nada me falta. En praderas de hierba fresca me hace reposar». Jesús es el pastor que nos conduce, nos sostiene y alimenta. Es también importante resaltar que, como sucedía con Moisés en el desierto, el Señor daba el maná para alimentar a su pueblo para recobrar fuerzas y así poder seguir emprendiendo el viaje del éxodo.

            Jesús manifestó que nada de comida se desperdiciase, porque todo lo que viene de Dios es un regalo inmerecido y no podemos echar en saco roto la gracia de Dios, tal y como nos exhorta San Pablo (2 Cor 6, 1-10). Toda esta gente, que aún no vivía según los planteamientos y criterios de lo alto, sino con los planteamientos mundanos querían hacer rey a Jesús. Jesús, ante esta tentación, «se retiró otra vez a la montaña», pero esta vez «él solo», porque seguramente que muchos de los más cercanos eran los que habían lanzado ese iniciativa de hacerle rey. Jesús no hace las cosas para ser reconocido o para que le hagan rey, sino que lo hace por amor a Dios y él desea que todo lo que hagamos sea por amor a Dios, de tal forma que, como dice San Pablo, «con nadie tengáis deudas, a no ser la del amor mutuo, pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley» (Rm 13, 8). 

sábado, 20 de julio de 2024

Homilía del Domingo XVI del Tiempo Ordinario Ciclo b 21.07.2024

 


Domingo XVI del Tiempo Ordinario, 

Ciclo B    21.07.2024

 

            Estos domingos pasados hemos reflexionado cómo Jesús fue rechazado en su propio pueblo, en Nazaret. No fue un éxito lo que obtuvo. Le llegaron a decir pero tú ¿quién te crees que eres? Hace poco fuiste un carpintero y ahora dices saber más que los escribas  y los fariseos. Y los discípulos fueron testigos de todas estas escenas, en las que ellos se quedaron perplejos, desconcertados. Y es muy posible que algunos o muchos de ellos, en el viaje de regreso a Cafarnaúm pensaran que quizás lo mejor fuera dejarlo todo y retomar la vida que uno tenía antes, porque si ni siquiera sus parientes y compañeros de pueblo le quieren ¿por qué yo le tengo que creer? ¿Merece la pena involucrarse en ese proyecto del mundo nuevo que Jesús nos plantea? Quizás sea lo mejor volver a ser pescadores en el mar de Galilea. Los Doce y los discípulos están ahora en el momento de la decepción, del desánimo.

Algo parecido nos pasa a nosotros, los presbíteros, religiosas, catequistas…cuando nos damos cuenta que nuestra dedicación, nuestro esfuerzo no sólo no son reconocidos ni son valorados, llegándonos a maravillar por ciertas incomprensiones y ante ciertos malentendidos. La catequista que dedica horas para preparar la lección del catecismo y o bien no acuden los chicos o bien se acerca una madre diciéndola que acabe pronto porque su hijo se tiene que ir a jugar un partido de futbol.  ¿Cómo es posible que los creyentes no se den cuenta del tesoro del Evangelio que estamos entregando a esos sus hijos? Y nos encontramos con esta incomprensión.

¿Cómo reaccionó Jesús ante este rechazo? Jesús no perdió en tiempo en lamentos o en quejas, sino que involucró inmediatamente a los Doce en una exigente misión de anunciar el Evangelio y expulsar demonios. Jesús no les dejó tiempo para desmoralizarse ni para abandonarse al desánimo.

En el evangelio de hoy (Mc 6, 30-34) se nos cuenta su primera experiencia como evangelizadores. La misión que Jesús encomendó a los Doce no es diversa a la que estamos llamados a hacer hoy. Como ellos recibimos de Jesús dos tareas: anunciar el Evangelio y expulsar a los demonios. Y una vez que uno ha trabajado en esa tarea encomendada el evangelista Mateo nos dice que ‘tú también debes en algún momento de parar, tienes que detener la hermosa tarea de la evangelización porque es necesario hacer una verificación de lo que estás haciendo y de lo que están anunciando. Los Doce se reúnen en torno a Jesús  y le dijeron todo lo que habían hecho y enseñado. Marcos no nos habla del éxito de los Doce en la misión anunciar el Evangelio; sin embargo Lucas sí. Lucas (Lc 10, 17) nos informa que regresaron radiantes de alegría porque habían comprobado que donde había llegado el anuncio del Evangelio los demonios desaparecieron. El evangelista Marcos nos cuenta cómo lo hicieron ellos, que los Doce se reúnen con Jesús para compartir con él lo que ellos están haciendo y enseñando. Siempre que se anuncia la Palabra de Dios, el demonio huye. El Evangelio sana el mundo. Donde llega la Palabra de Dios el demonio debe desaparecer. El demonio del egoísmo dice aprovéchate de los que son más débiles, a lo que llega el Evangelio que es más fuerte que el demonio del egoísmo y te dice que te pongas al servicio del hermano necesitado. El demonio del egoísmo debe escapar. El demonio del orgullo que te dice que alces la voz, amenaza con vengarte, a lo que viene el Evangelio que te dice que dialogues, ama.

Nosotros podemos contar a Jesús que nuestra actividad apostólica hace desaparecer estos demonios. Que donde ha llegado el Evangelio las palabras duras no se dan, que el hambre la miseria ha desaparecido Que donde el Evangelio ha calado la violencia, la vida inmoral y las divisiones se han disipado. Si esto no se diera el Evangelio habría perdido su eficacia y esto lo tenemos que descartar. Tal vez pueda ocurrir que nuestra actividad apostólica esté tan absorbida de tantas iniciativas que hayamos dejado marginado el anuncio. O tal vez estamos anunciando el Evangelio un tanto soso, descafeinado, distorsionado, un tanto adaptado a los criterios de este mundo, y por eso ya no les afecta a los demonios: El criterio para evaluar la autenticidad de nuestro trabajo pastoral. ¿Anunciamos el mensaje del Evangelio o un discurso evanescente, tenue, flojo que deja tranquilo a los demonios? El ladrón oye la Palabra y se queda tranquilo; el maltratado oye la Palabra y se queda sereno; el extorsionador oye la Palabra y se siente satisfecho…  evidentemente es un mensaje adaptado a los criterios de este mundo. Tal vez hayamos arrancado las páginas del Evangelio que más nos han molestado, pero corremos el riesgo que quedarnos únicamente con las tapas de la Biblia. Aquí está la necesidad de contrastar con el Maestro la tarea que desempeñamos con su propia Palabra para evitar correr el riesgo de trabajar en vano.

Jesús desea estar en un lugar únicamente con sus discípulos. Esto era algo normal –y así lo recoge Marcos- que aprovecha la tarde para explicar en privado a los discípulos lo que había dicho previamente a todos. Jesús llama a los Doce al desierto, al silencio, a la soledad. La relación que Jesús establece con nosotros no es la del empresario y trabajador, sino la relación de los amantes que necesitan crear momentos de intimidad en los que se profundizan mutuamente en ese conocimiento, en sus sueños, en sus esperanzas, sus expectativas… Jesús nos está llamando a la oración, porque la oración es el diálogo entre amantes, donde uno desea poner en sintonía todo lo que es, lo que anhela y tiene con el Señor. Si cultivamos esos momentos de oración  nos moveremos, con nuestros razonamientos y pensamientos e impulsos, a la luz del Señor. Si conocemos el Evangelio sabemos como Él piensa, cómo razona y ama.

Jesús dice «descansar un poco». No es la recomendación de ‘tómate unos días libres porque después de descansar podemos retomar con nuestro trabajo. El objetivo del deseado descanso al que nos invita Jesucristo es la recuperación de la paz, de la tranquilidad interior, de la serenidad del alma. El Señor nos llama a «descansar un poco» para hablar de esas decisiones dictadas desde el orgullo, de los celos, de la envidia, de la codicia que nos ha robado la paz en el corazón. El problema reside en que nos podemos dejarnos guiar por esos demonios y nos termina deshumanizando y no nos permite disfrutar de este descanso.

El domingo, cuando celebramos la Eucaristía y partimos el pan eucarístico y nos alimentamos con su Palabra, es el día del descanso en el que recuperamos nuestra vida de tan frenética actividad durante toda la semana. La Eucaristía es el momento que llena de significado no sólo la semana, sino toda nuestra vida.  

Nos dice la Palabra que «eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo no para comer». Esa gente que iba  y venía no sabía exactamente lo que querían o esperaban de Jesús. De esa gente no se nos dice que fueran a escucharle, sino que únicamente iban y venían. El evangelista desea destacar que la excesiva exterioridad no favorece la verdadera relación con el Señor. De hecho, en este contexto Jesús con sus apóstoles se fueron en barca a un lugar apartado. La masificación, el hacer lo que todos hacen sin la pertinente reflexión, el dejarse llevar por las tradiciones y costumbres…no suele ayudar. Los discípulos van con la barca hacia un lugar desierto, un lugar de silencio. Jesús desea que entremos en la dinámica de acudir al desierto, al lugar de oración después de la actividad pastoral diaria para caer en la cuenta las motivaciones auténticas del proceder.

Cuando nos dice la palabra «que no encontraban tiempo ni para comer» nos recuerda que los tiempos deben ser reconsiderados con el Señor. Todo el tiempo es para el Señor, pero eso no significa que todo el tiempo sea para la actividad, sino que lo importante es estar con Él, en su presencia.

Cuando desembarcan porque habían llegado a su destino se encuentran a la gente que les espera. Llama la atención que mucha gente, de todas las aldeas fueran corriendo y andando hasta el lugar donde había desembarcado Jesús y sus discípulos. ¿Cómo sabían que Jesús iba a estar allí en ese momento? Recordemos que no existían teléfonos ni ningún tipo de mensajería instantánea. ¿Qué quiere decirnos el evangelista con todo esto? La barca representa a la Iglesia y la multitud que va corriendo en busca de Jesús representa al mundo que desea encontrar el sentido de la vida, el sentido de lo que hacen, la razón de ser de las cosas cotidianas. ¿Cómo actúa Jesús ante esto? Tres verbos: Primero, Jesús sale de la barca, ‘desembarcó’. Jesús no se aleja de la barca, va hacia la multitud y se involucra, comprender las necesidades de la gente. Jesús, como sal y levadura se adentra en medio de la multitud para transformar desde dentro la realidad personal de cada uno. Jesús se enfrenta a la realidad humana, la cual está enferma en el cuerpo y en el espíritu.

El segundo verbo es que Jesús vio a la multitud, ‘vio una multitud’. Es una invitación a que no cierres los ojos ante todas aquellas personas necesitadas. Es velar por el bien del hermano, el estar pendiente del otro por amor a Cristo.

El tercer verbo es ‘sentir compasión’. Esa compasión típica y característica en el Antiguo Testamento para Dios; en el Nuevo Testamento se aplica sólo a Jesús. Jesús se involucra apasionadamente en nuestros problemas. Hoy se habla mucho de la empatía, pero Jesús va más allá: Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Recordemos las recomendaciones de San Pablo: «Amaos de verdad unos a otros como hermanos y rivalizad en la mutua estima. No seáis perezosos para el esfuerzo; manteneos fervientes en el espíritu y prontos para el servicio del Señor» (Cfr. Rm 12, 10-14). El discípulo de Cristo se ha de involucrar en las necesidades de los demás.

Jesús se conmueve, se compadece de toda esa multitud porque se comportan como ovejas que no tienen pastor. Todos sabemos que las ovejas ven muy poco, como mucho su visión llegará a los cinco o seis metros. Si estas ovejas no tienen a un guía que vaya por delante de ellas van perdidas y donde van una van todas detrás. Si la primera se dirige a un precipicio todas van detrás de ella al precipicio o al barranco. Jesús atribuye la mala situación de la gente de su pueblo a la falta de pastores. Pero lo cierto es que pastores había y muchos: escribas, fariseos y sacerdotes del Templo cuyo trabajo era liderar y cuidar a la gente según la Ley del Señor, pero a ellos no les importaba el pueblo, lo que les interesaba eran sus intereses propios. Y Jesús es el primero en denunciar la indignidad de los pastores. El capítulo 34 del libro de Ezequiel encontramos algunas de las acusaciones más graves que pronuncia el profeta. Dice que es culpa del pastor el que las ovejas estén en desorden y se conviertan en presas de todas las fieras salvajes. Cuando los pastores no cumplen con su cometido los ladrones y los bandidos están inmediatamente delante de ellas –de las ovejas- y lo hacen por su propio interés, para explotar y aprovecharse de las ovejas. Estos malos pastores les ofertan alegrías, perspectivas de vida ilusoria y efímera y las ovejas fácilmente se van seducidas hacia ellos y son encaminadas por los caminos de muerte y no los de la vida. La gente tiene su responsabilidad personal a la hora de adherirse a estos falsos pastores.

Jesús no reprende a la gente, únicamente siente compasión, y este es el único sentimiento que el discípulo ha de cultivar: la misericordia, la comprensión por las fragilidades, las debilidades, las pérdidas. Jesús no se lamenta de la situación de cada una de esas ovejas, no se queja, ni acusa, ni  maldice contra los responsables. Jesús predica el Evangelio ya que el anuncio del Evangelio es la única terapia para ponernos manos a la obra para transformar desde dentro las realidades y vaciarnos de los demonios y llenarnos por entero del Espíritu Santo de Dios.