Domingo XVII del tiempo ordinario, ciclo b
28.07.2024
Multiplicación de los panes y de los peces (Jn 6,
1-15)
El evangelio proclamado hoy se le suele conocer como ‘la multiplicación de los panes y de los peces’ (Jn 6, 1-15). Es cierto que tenemos varios milagros de la multiplicación recogidos en los otros evangelistas y que ofrecen datos diferentes al respecto, sin embargo se nos está hablando del mismo milagro, el mismo hecho acontecido.
Lo primero que tenemos que saber es
que está recogido en el capítulo sexto del evangelio de san Juan con el que
inicia el discurso del pan de vida.
El evangelio de hoy nos ofrece una
serie de datos que pueden pasar desapercibidos o en tercer plano, pero que son
la clave de interpretación exegética del propio texto: ¿Llamar ‘mar’ a lo que
es un simple lago?; ¿Qué lo seguía mucha gente?; ¿Qué Jesús se subió a la
montaña?; ¿Qué estaba cerca la Pascua?; ¿Qué
un muchacho o un niño inapetente, sin ganas de comer , que no se hubiera
comido todos las provisiones de comida que él llevaba y opte por compartirlo? ¿Qué
la suma de cinco panes de cebada y de los dos peces sea precisamente el número
7 que nos remite a la perfección? ¿Qué en ese lugar hubiera mucha hierba? ¿Qué lleven
a ese lugar tan apartado doce canastos vacíos? Son indicios que indican u
orientan que San Juan va mucho más allá de la realización de un milagro.
Empecemos, se trata del evangelista
San Juan con un evangelio eminentemente espiritual y se dirige a una comunidad
que está atravesando una situación difícil y compleja.
Se nos habla del mar de Galilea y
nos dice que «Jesús se marchó al otro lado del mar de Galilea» y que «lo seguía
mucha gente». Jesús
es el nuevo Moisés que hace que atraviesen andando a través del mar para salir
de la tierra de la esclavitud hacia la tierra prometida, la tierra de promisión.
Esa gente estaba en Egipto, bajo el dominio del faraón, bajo del dominio de los
malos espíritus, del demonio, del pecado. Y es de ese modo cómo ellos actuaban,
pensando y razonando con criterios meramente mundanos. ¿Qué buscaban de Jesús?
Querían estar al lado de alguien importante para sentirse importante, que ‘les
sacara las castañas del fuego’,…es decir, que admiraban a Jesús pero no creían
en Él porque querían seguir viviendo, pensando y sintiendo bajo los criterios
mundanos, los que habían adquirido viviendo bajo la tiranía del faraón y que
ellos habían asumido como propios. En el contexto de la Pascua, Jesús como el
nuevo Moisés acaudilla al pueblo llevándoles en ese éxodo de la tierra de la
esclavitud a la tierra prometida.
Realizado esto «subió Jesús a la montaña», es decir, al
lugar donde se realizaban las teofanías, las manifestaciones divinas, el lugar
donde por estar mal alto se estaba más cerca de Dios. Subió a la montaña tal y
como subió Moisés al Sinaí, a la montaña para tener esa experiencia de lo
divino. Y allí Jesús llevó a sus discípulos para que ellos empezaran a pensar,
razonar, amar, vivir y sentir con los criterios característicos de la tierra de
la alianza, de la tierra prometida, con los criterios divinos, de lo alto y
abandonaran los criterios de pensar y sentir que habían adquirido y asumido
como propios durante su estancia en la tierra de Egipto, bajo la tiranía del
faraón. Jesús está educando, poco a poco, para ir adentrando a sus discípulos
en una dinámica pascual, en una dinámica cuyo timón de la existencia personal
ha de estar bajo las manos del Espíritu Santo.
Nos cuenta la Palabra que «Jesús levantó los ojos», veía que se
acercaba mucha gente, la cual iba desorientada, buscando sentido a su vida pero
buscando mal. Jesús pide por ellos al Padre, es lo que es una oración de intercesión:
los unos pendientes de los otros y todos pidiendo las fuerzas y la bendición a
Dios.
Jesús sabe que muchos de los que le
siguen, aunque físicamente están con él, sin embargo su mentalidad sigue siendo
de ‘hombre viejo’, de ‘ciudadano de Egipto’. Por eso pregunta a Felipe que «¿con qué compraremos panes para que coman
estos?» y la respuesta de Felipe pone al descubierto el modo de pensar de
este discípulo: «Doscientos denarios de
pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». Felipe esta
razonando con criterios de mercado, de compra venta, de oferta y demanda. Es
tanto como decir ¿Cuánto vale el amor que te tengo que dar? ¿Me resulta
productivo y beneficioso para mí el hecho de amarte? ¿Cuánto te he de dar para
que no me eches en cara que no te quiero? Todo es tasado por la ley del
mercado, todo está altamente influenciado con los criterios vigentes en el
Egipto seductor.
A todo esto a parece un muchacho con
cinco panes de cebada –panes de los pobres- y dos peces. Cinco más dos son
siete, que es el número de la plenitud, de la perfección en la entrega. Esa
persona representa a aquellos que, han descubierto la sabiduría del Espíritu,
aquellos que viven, piensan, sienten, razonan y aman con los criterios
procedente de lo Alto porque viven en la tierra prometida, en la tierra de
promisión. Son estas personas las que, pensando en los otros, mitigan las
necesidades de los pobres, se preocupan de los que sufren y, con su
comportamiento hacen que no haya hermanos necesitados. Toda la comunidad cristiana
está llamada a seguir sus pasos y así, ir asentando la civilización del amor que
ha venido a traernos Jesucristo. Sólo los que viven de este modo son personas
libres.
Jesús a los discípulos les comenta que «decid a la gente que se tumbe en el suelo».
No que se sienten, sino que se tumben en el suelo. Los romanos como ciudadanos
libres se tumbaban en el suelo, del mismo modo que los griegos. Los judíos pueden
tumbarse en el suelo porque Moisés y el nuevo Moisés les ha sacado de la tierra
de esclavitud, les ha sacado del dominio del faraón en Egipto. Y recostados es
como comen. No somos esclavos ni siervos, somos libres y amigos del Señor. Y
este suelo había mucha hierba, esto nos remite al salmo 23 cuando se nos dice
que «El Señor es mi pastor, nada me falta.
En praderas de hierba fresca me hace reposar». Jesús es el pastor que nos
conduce, nos sostiene y alimenta. Es también importante resaltar que, como
sucedía con Moisés en el desierto, el Señor daba el maná para alimentar a su
pueblo para recobrar fuerzas y así poder seguir emprendiendo el viaje del éxodo.
Jesús manifestó que nada de comida se desperdiciase, porque todo lo que viene de Dios es un regalo inmerecido y no podemos echar en saco roto la gracia de Dios, tal y como nos exhorta San Pablo (2 Cor 6, 1-10). Toda esta gente, que aún no vivía según los planteamientos y criterios de lo alto, sino con los planteamientos mundanos querían hacer rey a Jesús. Jesús, ante esta tentación, «se retiró otra vez a la montaña», pero esta vez «él solo», porque seguramente que muchos de los más cercanos eran los que habían lanzado ese iniciativa de hacerle rey. Jesús no hace las cosas para ser reconocido o para que le hagan rey, sino que lo hace por amor a Dios y él desea que todo lo que hagamos sea por amor a Dios, de tal forma que, como dice San Pablo, «con nadie tengáis deudas, a no ser la del amor mutuo, pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley» (Rm 13, 8).
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