sábado, 22 de julio de 2023

Homilía del Domingo XVI del Tiempo Ordinario, Ciclo A, 23.07.2023

 

Homilía del Domingo XVI del Tiempo Ordinario, Ciclo A

23.07.2023 [Mt 13, 24-43]- Parábola del trigo y la cizaña

          El evangelio de Mateo fue escrito en Antioquía de Siria donde había una comunidad cristiana muy numerosa y compuesta principalmente por judíos que se habían convertido a Cristo. Mateo es un rabino que escribe unos cincuenta años después de la muerte de Jesús.

         Mateo constata que el mal sigue estando presente, y los de su comunidad cristiana le preguntan cosas como estas: ¿Qué reino ha venido a instaurar Jesucristo si no ha logrado hacer desaparecer inmediatamente y para siempre todo el mal del mundo? Ellos mismos se dan cuenta de cómo la vida en la comunidad cristiana no es ejemplar. Ellos constatan cómo ese fervor inicial después de cincuenta años ha ido disminuyendo y muchos aspectos de la vida pagana han ido reapareciendo entre los cristianos.

         Ante esto, los más fervorosos de esta comunidad de Antioquía de Siria tenían presente lo escrito en el libro del profeta Isaías donde se dice que el pueblo de Dios sólo estará compuesto de justos [Cfr. Is 60, 21]. Y por eso estas personas más fervorosas de esta comunidad sostenían que únicamente podrían estar dentro de la Iglesia cristiana las personas santas y justas. Y el resto ser echados fuera de la comunidad. Pensaban como los esenios. Ellos constatan que no toda la comunidad es santa.

         Ante esta constatación surge una cuestión: ¿Cómo comportarse con los que no viven una vida de cristianos? Y dentro de la comunidad de Mateo surgieron dos tendencias pastorales opuestas: Unos sostenían que todos aquellos que no fueran coherentes con los compromisos bautismales tenían que ser expulsados de la Iglesia. Las personas que apoyaban esta opción lo argumentaban en una epístola de San Pablo a los corintios cuando trata de un cristiano que lleva una vida inmoral, de tal modo que ni los paganos se comportaban así, de tal modo que san Pablo les ordena que echen fuera de la comunidad a esa persona para que tome conciencia de su comportamiento: El caso del incestuoso [Cfr. 1 Cor 5]. Pero también estaba la tendencia de aquellos que sostenían que debían de ser más comprensivos y más pacientes con el pecador. Estas dos tendencias han continuado oponiéndose durante siglos en la Iglesia. Lo curioso es que ambas posiciones se apoyaban apelando a la parábola de la cizaña. Ahora bien, ¿cuál es la opción pastoral justa?, ¿la de los intolerantes e intransigentes o la de los más indulgentes y permisivos?

         El primer personaje es el sembrador, el cual es Dios que ha hecho las cosas buenas y bellas, tal y como se nos recuerda siete veces al inicio del libro del Génesis. La semilla empleada era «buena semilla», una semilla hermosa. Ahora bien, ¿cómo es que existe el mal? ¿de dónde vienen las desgracias, el dolor, la muerte? Jesucristo vino a un mundo de egoísmo y de guerras para poner un germen de belleza del que brotara una humanidad donde reinase la paz, la armonía, el amor. Ahora bien, ¿cómo es posible que incluso después de que Jesús plantase esa semilla hermosa del Evangelio los frutos esperados no hayan llegado?

         El segundo personaje es el enemigo que de noche esparció cizaña en medio del trigo.  El enemigo no es el diablo. El mal viene de dentro de la propia criatura, el cual es limitado y hace un mal ejercicio de su propia libertad.

         El tercer personaje son las malas hierbas. Esas malas hierbas representan la parte negativa presente en cada hombre.

¿Por qué escogió la cizaña? Porque cuando brota la cizaña se parece al trigo y se mezcla con el trigo; pero cuando aparece la espiga es cuando se revela su naturaleza porque el grano de la cizaña es negro y dorada la del trigo. El grano de la cizaña es para la muerte y el grano del trigo es comestible y para la vida. Jesús nos habla de hierba “cizaña”, sino de “hierbas” porque hay muchas formas del mal; las cuales al principio parecen bien y se confunden con lo bueno, pero luego son venenosas. Hay realidades que parecen buenas, pero no lo son. Por ejemplo, para poder discernir si hay un amor verdadero; una pareja que nos dicen que se quieren y les preguntamos ‘¿qué queréis decir con amor?’. Ellos pueden contestarnos que ‘para nosotros es me gustas, me gusta estar con ella o con él’. Pero si les preguntamos cosas tales como ‘¿qué proyecto tenéis?’ y ellos contestasen que ‘eso ahora no’, ‘que ellos se gustan porque ahora quieren estar juntos, pero sin proyecto, sin tener en mente un proyecto de fundar una familia’. Esa búsqueda del propio placer, del propio egoísmo, cuyos frutos no serán de vida, sino de muerte. Algunos dirán que los tiempos han cambiado. Es cierto, han cambiado, pero los tiempos no transforman la cizaña en buen grano. Sin embargo, si uno desea optar por cultivar la cizaña en su propio corazón ha de ser respetado, pero los hermanos de la comunidad tienen el deber de ayudarle a abrirle los ojos porque se está envenenando.

El mal no aparece inmediatamente. Al principio aparece como algo deseado.

El enemigo actúa mientras están durmiendo. Cuando uno se duerme en el campo moral, cuando uno se relaja en las costumbres es cuando es sembrada. Muchas veces escuchamos cosas como estas: ¿Qué tiene de malo que se haga alguna cosa si todos lo hacen? Uno no se puede dormir en el campo moral. Y la comunidad cristiana -con su obispo y sus pastores respaldándole- ha de ser un potente despertador para evitar que la gente se duerma o se relaje.

En este punto entra en escena el cuarto personaje; los criados. Ellos aparecen interesados en el campo. Están preocupados por la humanidad. Estos criados se dirigen al amo para hacerle una primera pregunta: «¿De dónde sale la cizaña?», o sea, ‘¿de dónde sale el mal? La respuesta es la siguiente: La cizaña sale de dentro del propio hombre. «Porque de dentro del corazón vienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios y las injurias» [Cfr. Mt 15, 19]. Pertenece a la propia naturaleza humana. Y nos podríamos preguntar cosas tales como ¿por qué Dios ha creado al hombre con esta inclinación negativa? La respuesta es porque respeta nuestra libertad. Dios ha creado a personas no a robots programados y domesticados; además, la cizaña es necesaria porque es un elemento que ayuda a la propia conversión [Cfr. 2 Cor 12, 7], no sea que nos enorgullezcamos y para que reconozcamos que ‘llevamos el tesoro del amor de Dios en vasos de barro para que se manifieste que lo sublime de este amor viene de Dios’.

¿Cuáles son esas cizañas que están dentro de nosotros y tanto nos molestan? Las conocemos muy bien: el orgullo; la voluntad de prevalecer sobre los demás; las pasiones salvajes que conducen al libertinaje; el apego a los bienes y al dinero que nos lleva a ignorar las necesidades de los pobres y de aquellos que tenemos tanto cerca como lejos… La cizaña es todo lo que nos deshumaniza, son los enemigos de la vida.

Ante esta cizaña, ¿cómo comportarse? Los criados lanzan su propuesta: «¿Quieres que vayamos a arrancarla» Ellos hacen esa propuesta desde la intolerancia y la radicalidad? Pero, ¿qué piensa el Maestro de todo esto? Este es el mensaje central de la parábola: «No, tienen que crecer juntos. Porque al recoger la cizaña arrancarían también el trigo».  La cizaña es parte constitutiva de nuestra persona y debemos hacer las paces, porque de lo contrario nos convertiríamos en agresivos con nosotros mismos y también con los demás. El buen grano y la cizaña han de crecer juntos.

Los fariseos sostenían que la comunidad mesiánica sólo podía estar constituida por gente pura, no por ignorantes, ni por pecadores, ni por gente grosera ni maleducada, ni por gente campesina que desconocía la Torá. Ellos querían una comunidad formada sólo por los puros. Pero Jesús constituye una comunidad de personas, es decir donde convivan el trigo y la cizaña. En la Iglesia conviven y pertenecen los que son peores y los que son algo mejores. Lo que sucede es que hay personas que se escandalizan de la Iglesia porque se fijan en el pecado de ciertos cristianos en vez de poner sus ojos en la belleza evangélica de los otros hermanos cristianos.

La conclusión la parábola es la cosecha. El Señor dice «arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero». Estas palabras han sido muy incomprendidas al creer que al fin del mundo nos libraríamos de los villanos, de la gente malvada que serán arrojadas al infierno. Pero hay un problema serio: En cada hombre hay trigo junto con la cizaña.

¿Qué significan estas palabras de Jesús? La cosecha no es un momento de tristeza, es un momento de gran alegría. Lo que sucederá en esta fiesta es que la parte bella de cada persona permanecerá, porque el Reino que ha de ser entregado al Padre ya no estará la cizaña, sino que el amor de Dios quemará toda la cizaña, nos purificará y de este modo deslumbraremos en belleza y hermosura al ser hijos de Dios. Y el buen grano entrará en el Reino del Padre.

En este punto el evangelista Mateo inserta dos parábolas: la de la semilla de mostaza y el de la levadura. La semilla es hermosa y produce frutos hermosos y extraordinarios en el corazón de cada hombre. Estas dos parábolas tienen cosas comunes: si esa microscópica semilla de mostaza no hubiera estado escondida en la tierra no hubiera producido nada; y si la levadura hubiera estado fuera de harina no hubiera fermentado y no hubiera servido de nada.

En la parábola de la semilla de mostaza nos habla de la grandeza del Reino de Dios. El profeta Ezequiel en el capítulo 17 había presentado el reino mesiánico con la imagen de un estupendo cedro plantado por Dios en la cima de una montaña. El cedro es considerado como el rey de los árboles, dando la imagen del esplendor y la grandeza del reino. No es así como Jesús presenta el Reino de Dios, sino como una pequeña semilla de mostaza que plantado en tierra produce algo realmente genial. Una Palabra que es plantada en medio de lo frágil, ya que ‘llevamos este tesoro en vasos de barro’ [Cfr. 2 Cor 4, 6-12], al constatar nuestra propia debilidad. Sin embargo, esta semilla es capaz de hacer brillar en belleza a aquellos que la acojan en su tierra.

La parábola de la levadura también habla de lo escondido. Se nos habla de tres medidas de harina, lo cual es una medida sumamente extraordinaria para aquella ‘mujer que la amasa en su hogar’. Estamos hablando de cerca de unos 40 kilos de harina. Se desea resaltar que la Palabra puede transformar desde dentro a una persona y luego a una sociedad. Claramente una mujer no amasaba en su casa unos 40 kilos de harina. Tal vez los apóstoles se estaban refiriendo a la gente que formaba parte del imperio romano.

Acabadas las dos parábolas, Mateo retoma la parábola de la cizaña para dar una palabra a su comunidad cristiana. Recordemos que es un judío que escribe a los judíos y usa un lenguaje para hacerse entender, comprensible para su pueblo. Todo este lenguaje de “horno de fuego”, “allí será el llanto y el rechinar de dientes” hace referencia al lenguaje empleado en la literatura apocalíptica; sobre todo a un libro conocido y muy leído en aquel tiempo como era el ‘libro de Henoc’. Y los rabinos recurrían constantemente a estas imágenes; ahora bien, imágenes que Jesús no empleaba. ¿Qué nos quiere decir estas imágenes apocalípticas?

Los discípulos se acercan a Jesús y le dicen «explícanos la parábola». Lo hacen empleando un gesto imperativo, de no estar de acuerdo de que crezcan juntos el trigo y la cizaña. Son cristianos que forman parte de la comunidad cristiana y se sienten, como los dioses, elegidos, los justos y se quejan de que la cizaña esté entre los que se consideran puros. Usan un tono de desaprobación a la parábola de Jesús. La respuesta del Maestro es alegórica.

Jesús juega con siete personajes que aparecen en la parábola: el sembrador (Dios), el campo (la iglesia y el mundo), la buena semilla (la Palabra), la cizaña (los malos instintos), el enemigo (el mal uso de la libertad personal), los segadores (los criados) y los ángeles. Los ángeles son los mediadores de la salvación, o sea, los profetas, el Bautista, los apóstoles. Son ángeles cuando Jesús envía a sus discípulos. Un ángel es cualquiera que medie y lleve la Palabra del Maestro. La Palabra destruye la cizaña presente en el corazón de cada hombre. Son los enviados por el Hijo del Hombre en su reino. La tarea de los ángeles es hacer desaparecer todos los escándalos. El propio Pedro es llamado por Jesús ‘escándalo’ porque se interpuso entre el camino y trataba de impedir que fuera por el camino que el Padre trazó para Jesús [Cfr. Mt 16, 23]. Uno comete escándalo cuando uno obra según los criterios del maligno y se interpone u obstaculiza la voluntad de Dios. Los ángeles son todos aquellos que se empeñan en hacer desaparecer todo lo que impida a los hombres el adherirse a Dios y a Cristo. Anunciando la Palabra del Señor Jesús eliminan a los que actúan con la iniquidad, con el mal para construir una humanidad hermosa. Y la Iglesia está al servicio de esta construcción del mundo nuevo.

¿Y qué pasa con la imagen del horno de fuego? San Pablo, en su primera carta a los corintios en el capítulo tres, lo emplea para decirnos que cada uno debe construir su vida teniendo en cuenta que esta construcción será probada por el fuego [Cfr. 1 Cor 3, 10-15]. Siendo Cristo el único cimiento sobre el cual se puede edificar el edificio de tu vida, uno puede emplear diversos materiales: oro, plata, piedras preciosas, madera, heno o paja. Dependiendo del material empleado, se podrá salvar o no de las llamas del fuego. Este fuego es el fuego del Espíritu, el fuego del amor de Dios.

         El mensaje que el autor quiere dar -el evangelista Mateo- a los cristianos de su comunidad es que, pasado el fervor del primer anuncio, se pasa a no tomar en serio los compromisos bautismales. Mateo usando el estilo de los predicadores de la época, les dice que la construcción de la propia vida ha de pasar por la prueba de fuego. Y este fuego quemará toda la cizaña. Puede ser que gran parte de tu vida sea quemado, pero quedará el buen grano. Habrá muchas obras sugeridas por la cizaña y eso será destruido; y lo será en el purgatorio. Pero el purgatorio no está allí para la destrucción del hijo de Dios, sino para la destrucción del mal presente en cada hijo de Dios. Y sólo de este modo cada uno de nosotros seremos entregados al Padre. Será la cizaña presente en cada hombre lo que será finalmente quemado para el encuentro eterno de amor con el Padre Celestial.


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