lunes, 10 de julio de 2023

Homilía del Domingo XIV del Tiempo Ordinario, Ciclo A, 09.07.2023


Homilía del Domingo XIV del Tiempo Ordinario, Ciclo A

09.07.2023 [Mt 11, 25-30]

          El evangelio que nuestra madre la Iglesia nos ofrece en esta liturgia encierra una belleza que puede pasar desapercibida a los ojos de iniciados en la fe. San Mateo escribe a una comunidad cristiana de los años 80 d.C. cuyos hermanos cristianos procedían del judaísmo. Para esos hermanos era fundamental el caer en la cuenta de cómo en la persona de Jesucristo se cumplían todas las promesas realizadas por los profetas y por los padres. Esta es la razón por la que san Mateo está siempre mirando con el rabillo del ojo al Antiguo Testamento para iluminar la mente de esos hermanos de esa comunidad cristiana.

         El evangelio de Mateo se estructura en cinco discursos. El primero es el Sermón de la Montaña (Mt 5-7). El segundo es el discurso de la misión o el discurso misionero que está en Mt 10 al 12 y donde se proporciona instrucciones a los Doce Apóstoles. El tercer discurso de Mateo 13 proporciona varias parábolas para el Reino de Dios. El cuarto discurso de Mateo 18 suele llamarse el discurso sobre la Iglesia o sobre la vida cristiana. Y el quinto discurso es el discurso de los olivos y aborda el discurso sobre el final de los tiempos y la segunda venida del Mesías. El número cinco no es por casualidad sino adrede, porque cinco son los libros de la Ley (Toráh) para el Pueblo de Israel. Recordemos que Mateo escribe a cristianos procedentes del judaísmo.

         Jesús empieza dando gracias a Dios «haber ocultado estas cosas a los sabios». Este término ‘sabio’ nos remite a la carta de San Pablo a los Romanos (Rm 1, 22) donde se nos dice esta expresión: «Alardeando de sabios se han hecho necios», y todo porque han puesto sus pensamientos en cosas sin valor y se ha obscurecido su insensato corazón. Se refiere a todos aquellos que rechazan a Jesucristo como Señor y le suplantan por los ídolos y cualquier otra ideología, aunque esta se dé y se propague dentro del seno de la propia iglesia.

         En este texto el propio evangelista hace una serie de guiños al prólogo del evangelio de San Juan al presentar a Cristo como el mediador de Dios y esa íntima relación y santa complicidad entre el Padre y el Hijo. Sobre todo, cuando Mateo habla de «a quien el Hijo se lo quiera revelar», ya que Cristo es la luz a la que el mundo rechazó (Jn 1,9).

         Mateo está presentando a su comunidad cristiana a Jesucristo como el nuevo Moisés. Sigue mirando todo el rato por el rabillo del ojo al Antiguo Testamento. ¿Por qué a Moisés? Porque Moisés era el «hombre más humilde y sufrido del mundo» (Nm 12, 3). Del mismo modo Moisés es calificado en la Biblia como el amigo de Dios, aquel que podía hablar cara a cara con Él. «Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo» (Ex 33, 11). Dios le revelaba a Moisés sus planes para con el Pueblo israelita. Moisés tenía esa complicidad con Yahvé.

         Cuando Jesús nos dice eso de «cargad con mi yugo», se está refiriendo al modo de cómo entender la propia Ley divina. La Ley fue entregada por Dios a Moisés en el monte Sinaí. De nuevo vuelve a salir el nombre de Moisés de un modo oculto, pero totalmente presente en este texto. La Ley era entendida como un yugo opresor; la Torá, tal y como la explicaban los fariseos y saduceos, los sabios de aquella época, era opresora. San Pablo en la carta a los gálatas habla del yugo de la ley (Gal 4, 5-7) y el libro el Eclesiástico lo presenta de este modo: «Someted vuestro cuello a su yugo y recibid instrucción» (Si 51, 26). «Su yugo es un honor para mí, al que me enseñó daré gracias» (Si 51, 17). Cristo nos dice que toda la Ley y los profetas están contendidos en el mandamiento nuevo del amor, el cual Él nos entregó en el marco de la última cena.

         Y nos dice que «hallaréis vuestro descanso». De nuevo nos vuelve a remitir a Moisés, concretamente a la Tierra Prometida. Fue Moisés quien acaudilló al pueblo sacándoles de la esclavitud de Egipto hacia la tierra de Caná atravesando durante cuarenta años el desierto. Del mismo modo Cristo es el camino que conduce al Padre Eterno, al descanso en la Gloria. La tierra prometida es el lugar del descanso. «Cuando entréis en la tierra que voy a daros, la tierra tendrá también su descanso en honor a Yahvé» (Lv 25, 2). «Yahvé respondió: yo mismo iré contigo y te daré descanso» (Ex 33, 14); «Recordad la orden que os dio Moisés, siervo de Yahvé: Yahvé vuestro Dios os ha concedido descanso, dándoos esta tierra» (Jos 1, 13).

         Vivir según el Espíritu es dejarse sacar de la esclavitud del pecado y de los lazos del faraón (demonio), para ser conducido por el desierto (purificación) y poder entrar en el descanso eterno del Padre. Cristo es nuestro nuevo Moisés, el supremo Caudillo al que estamos llamados a seguir con toda la determinación.


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