Homilía del Domingo XIV del Tiempo Ordinario, Ciclo A
09.07.2023
[Mt 11, 25-30]
El evangelio de Mateo se estructura en
cinco discursos. El primero es el Sermón de la Montaña (Mt 5-7). El segundo es
el discurso de la misión o el discurso misionero que está en Mt 10 al 12 y
donde se proporciona instrucciones a los Doce Apóstoles. El tercer discurso de Mateo
13 proporciona varias parábolas para el Reino de Dios. El cuarto discurso de Mateo
18 suele llamarse el discurso sobre la Iglesia o sobre la vida cristiana. Y el
quinto discurso es el discurso de los olivos y aborda el discurso sobre el final
de los tiempos y la segunda venida del Mesías. El número cinco no es por casualidad
sino adrede, porque cinco son los libros de la Ley (Toráh) para el Pueblo de
Israel. Recordemos que Mateo escribe a cristianos procedentes del judaísmo.
Jesús empieza dando gracias a Dios «haber ocultado estas cosas a los sabios». Este término ‘sabio’ nos remite a la carta de San
Pablo a los Romanos (Rm 1, 22) donde se nos dice esta expresión: «Alardeando de sabios se han hecho necios», y todo porque han puesto sus pensamientos en cosas
sin valor y se ha obscurecido su insensato corazón. Se refiere a todos aquellos
que rechazan a Jesucristo como Señor y le suplantan por los ídolos y cualquier
otra ideología, aunque esta se dé y se propague dentro del seno de la propia iglesia.
En este texto el propio evangelista
hace una serie de guiños al prólogo del evangelio de San Juan al presentar a Cristo
como el mediador de Dios y esa íntima relación y santa complicidad entre el
Padre y el Hijo. Sobre todo, cuando Mateo habla de «a quien el Hijo se lo quiera revelar», ya que Cristo es la luz a la que el mundo rechazó
(Jn 1,9).
Mateo está presentando a su comunidad cristiana
a Jesucristo como el nuevo Moisés. Sigue mirando todo el rato por el rabillo
del ojo al Antiguo Testamento. ¿Por qué a Moisés? Porque Moisés era el «hombre más humilde y sufrido del mundo» (Nm 12, 3). Del mismo modo Moisés es calificado en la
Biblia como el amigo de Dios, aquel que podía hablar cara a cara con Él. «Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un
hombre con su amigo»
(Ex 33, 11). Dios le revelaba a Moisés sus planes para con el Pueblo israelita.
Moisés tenía esa complicidad con Yahvé.
Cuando Jesús nos dice eso de «cargad con mi yugo», se está refiriendo al modo de cómo entender la
propia Ley divina. La Ley fue entregada por Dios a Moisés en el monte Sinaí. De
nuevo vuelve a salir el nombre de Moisés de un modo oculto, pero totalmente
presente en este texto. La Ley era entendida como un yugo opresor; la Torá, tal
y como la explicaban los fariseos y saduceos, los sabios de aquella época, era opresora.
San Pablo en la carta a los gálatas habla del yugo de la ley (Gal 4, 5-7) y el
libro el Eclesiástico lo presenta de este modo: «Someted vuestro cuello a su yugo y recibid instrucción» (Si 51, 26). «Su yugo es un honor para mí, al que me enseñó daré
gracias» (Si
51, 17). Cristo nos dice que toda la Ley y los profetas están contendidos en el
mandamiento nuevo del amor, el cual Él nos entregó en el marco de la última
cena.
Y nos dice que «hallaréis vuestro descanso». De nuevo nos vuelve a remitir a Moisés,
concretamente a la Tierra Prometida. Fue Moisés quien acaudilló al pueblo sacándoles
de la esclavitud de Egipto hacia la tierra de Caná atravesando durante cuarenta
años el desierto. Del mismo modo Cristo es el camino que conduce al Padre Eterno,
al descanso en la Gloria. La tierra prometida es el lugar del descanso. «Cuando entréis en la tierra que voy a daros, la tierra
tendrá también su descanso en honor a Yahvé» (Lv 25, 2). «Yahvé respondió: yo mismo iré contigo y te daré descanso» (Ex 33, 14); «Recordad la orden que os dio Moisés, siervo de Yahvé:
Yahvé vuestro Dios os ha concedido descanso, dándoos esta tierra» (Jos 1, 13).
Vivir según el Espíritu es dejarse sacar
de la esclavitud del pecado y de los lazos del faraón (demonio), para ser
conducido por el desierto (purificación) y poder entrar en el descanso eterno
del Padre. Cristo es nuestro nuevo Moisés, el supremo Caudillo al que estamos
llamados a seguir con toda la determinación.
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