Domingo VI del Tiempo Pascual, Ciclo a,
14.05.2023
Jesús después de haberles lavado los
pies, anunciarles que le iban a traicionar, en el marco de la última cena y en
el discurso de despedida nos dice que ‘le amemos’ [Jn 14, 15-21]. Pocas veces
el Señor nos pide esto, ahora lo hace. Os voy a poner un ejemplo mundano.
Imaginémonos que es la boda de unos amigos a los que uno aprecia mucho y uno
sabe que a esa boda también está invitado uno de las personas que más daño te
han hecho en la vida. Sólo por la amistad de los novios uno iría a esa boda.
Jesús nos dice que ‘le amemos’, que es tanto como decir ‘apóyate en mí y
apoyándote en mí las dificultades se superan’. Jesús es nuestro defensor; Él
nunca nos acusa; Él nos defiende y va delante de nosotros abriéndonos el
camino. Hay personas que, tan pronto como oyen el nombre de alguien, es como si
se les abriera la carpeta de archivos de sus particulares ‘discos duros’ de la
memoria y actúan con desprecio total o magistrales aduladores. Jesús nunca nos
acusa; Él nos defiende.
Y dice otra cosa más. Nos dice que su
amor es lo que nos impulsa a vivir los mandamientos. El estar con Él es la
razón por la que nosotros cumplimos los mandamientos. Os voy a poner otro ejemplo
mundano. El amor hacia la esposa y los hijos es lo que hace que uno no se
líe con la mujer más despampanante que uno se encuentra. El amor hacia la
propia familia es lo que sustenta la fidelidad y la unidad de vida. Y si Cristo
está en medio de esa familia ese amor matrimonial se fortalece sobremanera
gracias a la gracia divina.
Si vamos teniendo experiencia del
amor de Dios, si nos vamos percatando del puesto que tiene Jesucristo en
nuestra vida vamos adquiriendo discernimiento y diremos que sí a todo
aquello que a Él nos acerca y diremos que no a todo aquello que de Él nos
aleje. De este modo daremos razón de nuestra esperanza. ¿Porqué rechazas propuestas
indecentes o deshonestas, o incluso muy apetecibles? ¿acaso eres tonto y por
eso no las aceptas? Uno no las acepta porque tiene un amor asentado que uno no
quiere perder y que le ayuda a rechazar todo aquello que lo pueda destrozar. ¿Por
qué tenemos que ser prudentes a la hora de beber, de ver películas o series de
televisión, a la hora de relacionarnos con las demás personas o de situaciones de
las que nos exponemos a un peligro moral innecesario? Estamos llamados
porque el amor que Cristo me da llena mi ser y no necesito nada que, aunque
a corto plazo me pueda satisfacer, me conduce al más de los profundos de los
vacíos. Por eso San Pedro nos llama a «glorificad a Cristo el Señor en vuestros
corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una
razón de vuestra esperanza» [ 1 Pe 3, 15-18]. Hace poco hubo un terremoto en Turquía
y muchos edificios se derrumbaron porque, aun sabiendo la zona peligrosa por
los movimientos sísmicos, no cumplían la normativa de seguridad. Si lo hubieran
cumplido se hubieran salvado más personas. Si estamos enamorados del Señor y le
amamos, nos iremos librando de muchas situaciones delicadas e iremos adquiriendo
discernimiento en nuestra vida cristiana.
Ahora bien, si uno solamente está bautizado
con el bautismo de Juan, el cual es
un bautismo de conversión, entenderá la vida cristiana como un elenco de tareas
y de mandamientos a realizar. Y haciendo esto uno está viviendo en la dinámica de
la Antigua Alianza entendiendo la relación con lo divino como ‘un tiempo
reservado para Dios y para las cosas de la iglesia’. Pero si uno está bautizado con el Espíritu Santo uno se
adentra en una dinámica nueva y lo primero que uno se da cuenta al entrar en
esa dinámica es de lo mal que uno está, de los pecados tan afianzados que uno
tiene, del daño que uno ha ocasionado y de la urgente necesidad de la conversión
porque uno desea amar y abrazarse intensamente a Jesús.
Y
como nosotros tenemos capacidad de análisis: Partiendo de nuestra forma de
razonar, pensar, actuar y amar ¿estamos viviendo en la dinámica del bautismo de
Juan el bautista o en la dinámica del bautismo del Espíritu Santo? [Hc 8, 5-8.
14-17].
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