lunes, 24 de abril de 2023

Homilía del Tercer Domingo del Tiempo Pascual, Ciclo A

 


Homilía del Tercer Domingo del Tiempo Pascual, Ciclo A

 

                El evangelista San Lucas [Lc 24, 13-35] nos ofrece uno de los textos más bellos de su evangelio. El autor de este texto es Lucas, un médico de Antioquía de Siria que se había convertido a Cristo diez años después de la Pascua y que fue a establecerse en Filipo, una ciudad importante y rica de Macedonia. Y allí, en Filipo surgió una comunidad cristiana muy viva, al cual Pablo les tenía gran aprecio; de tal modo que San Pablo no reprocha nada a la comunidad de los Filipenses, mientras que a veces fue muy duro con los corintios. De tal modo que Pablo aceptaba sólo la ayuda de la comunidad de los filipenses. No aceptaba de ninguna otra porque temía que le pudieran reprochar cualquier cosa. Allí en Filipo había una apasionante biblioteca, de la cual disfrutó Lucas, el cual era un apasionado lector de los libros clásicos.

            ¿Cuál era la situación de la comunidad cristiana de Filipo? Estamos en los años 80-90 d.C. y para las comunidades cristianas era un momento de crisis. Era el tiempo de Domiciano, el cual el autor del Apocalipsis le llama ‘la bestia’. Y los cristianos eran marginados, discriminados y la gente se reían y burlaban de los cristianos diciéndoles que todos aquellos que ellos conocían y que habían muerto no habían regresado a la vida. Es un momento difícil y muchos cristianos abandonan la comunidad para regresar a sus vidas paganas. No sólo era un momento de crisis externa -por la política impuesta por Domiciano y por la hostilidad de los paganos-, sino que también era una crisis de fe interna de los cristianos.

            Sólo han pasado 60 años de la Pascua, estamos en la tercera generación de cristianos y el primitivo fervor ha ido desvaneciéndose. Es un momento de cansancio y empiezan a surgir las dudas: ¿Será cierto que Jesús ha resucitado? Y los discípulos que habían conocido a Jesús de Nazaret, los que lo vieron, lo oyeron, lo siguieron, que comieron con él eran personas fiables, con testimonios creíbles, gente leal, y ellos no tenían ningún interés en decir mentiras. Por lo tanto, sería normal seguir creyendo en aquellos testimonios de aquellas personas. Pero esto no les basta, porque la fe es un enamorarse. No basta creer lo que me han transmitido, aunque sea de personas muy leales y fieles, sino que deben experimentar una atracción por Jesús de Nazaret y de esta atracción surge el unirte a Él, el vincular tu vida a la suya. Los otros evangelistas habían conocido, de un modo u otro a Jesús de Nazaret, pero Lucas no lo había conocido. Lucas sólo había oído hablar de Jesús, exactamente como nosotros. Lucas escuchando el testimonio que recibió de Jesús se enamoró de Él, tal y como a nosotros nos ha sucedido o nos debería de suceder.

            El encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús hay que leerlo como una parábola del camino espiritual que Lucas hizo. Nos habla de dos discípulos de la comunidad, los cuales habían estado convencidos en la causa del Evangelio. Uno de ellos se llama Cleofás. Era un nombre muy común. Era la abreviatura de Cleopatra, pero en masculino, que significa ‘padre ilustre’. Pero Lucas no nos dice el nombre del otro discípulo. No tiene nombre porque es la invitación que Lucas nos hace para que nos identifiquemos cada uno de nosotros con ese discípulo sin nombre. Lucas está hablando de tu historia, en la cual estás tentado de abandonar la comunidad por esa crisis que te puede ir arrastrando. Y si quieres abrir los ojos y descubrir al resucitado basta que tú camines al lado de Cleofás para descubrirle.

            Estos dos discípulos han abandonado la comunidad porque están atravesando un momento de crisis, de decepción ya que todas sus expectativas se han difuminado. Y ellos piensan que es el momento de guardar todos aquellos sueños y regresar a la vida anterior. Esto era lo que pasaba en la comunidad de Filipo y del Asia Menor, se registraban muchos abandonos.

            Nos cuenta el evangelista que iban hacia el pueblo de Emaús. Es una localización bastante incierta, porque Lucas habla de una distancia de 60 estadios, unos 11 kilómetros de Jerusalén, pero la Emaús del tiempo de Jesús se ubicaba a 32 kilómetros de Jerusalén.

            Estos dos discípulos, en medio de esa profunda crisis, creían que caminaban solos, pero no era así. Hay alguien que les está acompañando, pero ellos no se dan cuenta.

            Dicen que estos dos discípulos ‘conversaban y discutían’. Pero entre ellos no discutían ni estaban discrepando de nada, porque ellos estaban de acuerdo entre ellos y, de hecho, iban caminando juntos. Ellos se sentían como aquel enamorado, cuya historia de amor había llegado a su fin. Y es como si estuvieran revisando aquella historia de amor. Y los dos sufren. Ellos estaban enamorados de Jesús y buscan las razones del fracaso: tal vez Jesús fuera muy radical, tal vez Jesús tenia que haber sido más prudente y menos provocador… Cada uno desahoga su amargura echando la culpa al otro.

            Y el resucitado se acerca a ellos en este camino. Y sus ojos no le reconocen, pero el resucitado siempre ha estado a su lado, lo que pasa es que ellos no se han percatado de ello. El resucitado siempre está a nuestro lado. No se trata de un milagro de aparecer y desaparecer, de estar presente y luego ausente. Él siempre está presente ya que camina con su Iglesia.

            Estos dos discípulos estaban sufriendo porque creían que esa historia de amor del Maestro había finalizado. Nosotros iríamos tras ellos dándoles argumentos para decirles que están equivocados. Jesús no actúa así. Estos dos necesitan en primer lugar desahogar su dolor para conocer la razón de su amargura. De hecho, Jesús los anima a hablar, a desahogarse. Jesús quiere escuchar de sus labios las ‘flechas que se lanzan el uno al otro’ para desahogarse. Ellos se paran y Cleofás le responde de un modo poco cortés y muy rudo. Ellos han estado cerca del Maestro, pero les falta la fe en la resurrección, porque sin la resurrección todo lo hecho acaba en la muerte y en el sin sentido.

Ellos estaban en una serie de errores: seguían esperando el Mesías triunfador que liberara a Israel. Ellos seguían atacados en sus convicciones tradicionales. Ellos solo querían al Mesías glorioso y poderoso, por eso vieron todos sus proyectos e ilusiones derrotadas. Los designios de Dios son diferentes a los designios humanos.

El segundo error es el no creer a las mujeres, las cuales habían descubierto que el mundo anterior del poder, había caducado y que había ocurrido algo extraordinario. Ellas se habían dado cuenta de la riqueza de la novedad en la vida cristiana, ya todo era nuevo, nuevas formas de hablar de Dios para encauzar la vida de la fe. Pero ellos, estos dos, seguían esperando al Mesías glorioso y el resto de las cosas no les interesaba.

Ante esto, Jesús progresivamente abre la mente y el corazón a estos dos discípulos de Emaús. Jesús ya les había dado la oportunidad de desahogar sus corazones, y ellos lo habían aprovechado. Ahora Jesús le va a poner frente a sus errores que han realizado. Y Jesús emplea dos palabras duras porque las necesitan para que ellos se espabilen. Les dice que son personas sin cabeza y duros de corazón para creer todo lo que habían anunciado los profetas. Jesús les está diciendo el por qué ellos están en el error. Están en el error porque habían olvidado las Escrituras. Al olvidar las Escrituras no habían entendido la vida de Jesús. Estos dos discípulos, en vez de refrescar y sumergirse en las Escrituras, se habían dedicado a enfrascarse y cultivar sus propios sueños y expectativas, los cuales no eran precisamente de los que hablaba la Escritura. De hecho, Jesús les ayuda a entender y por eso «empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él todas las Escrituras». Es decir, le hizo hermenéutica de la Palabra. Todos los hechos que le sucedieron a Jesús de Nazaret a los ojos humanos son del todo injustos, absurdos. Pero si estos hechos los leemos a la luz de la Palabra de Dios cambia totalmente el significado. La Escritura nos muestra cómo este gran crimen cometido por los hombres se convierte en la obra maestra del amor de Dios.

Los dos discípulos de Emaús estaban en esta situación porque no se habían dejado iluminar por la Escritura. Tantos momentos de nuestra vida, ya sean alegres o regados con las lágrimas del dolor, sin la iluminación de la Palabra de Dios nos puede conducir al abatimiento o a la desesperación, tal y como les pasó a los dos de Emaús.

Pero para entender la Escritura es necesario que alguno la explique como lo hizo Jesús con los discípulos de Emaús. Jesús lo explica, no con la frialdad de una lección, sino con palabras conmovedoras.

Y es ahora cuando los dos discípulos se les abre los ojos y ven al resucitado. ¿Cómo llegaron los dos discípulos a abrir los ojos y darse cuenta que el resucitado había estado siempre su lado? [cfr. v. 31] Ellos antes no habían sido capaces de reconocerlo. Lucas está haciendo una catequesis tanto a los cristianos de su comunidad como a nosotros. Lucas y todos nosotros no hemos conocido a Jesús de Nazaret. No lo hemos visto, no lo hemos tocado como lo habían hecho los apóstoles, pero tal y como ellos dos han podido reconocer al resucitado nosotros también podemos reconocerlo.

Y dice la Palabra que le reconocieron en la fracción del pan. La fracción del pan era la expresión técnica usada en la comunidad primitiva para referirse a la Eucaristía. Era por la tarde cuando hacían la fracción del pan. Dice la Palabra que «es tarde y está anocheciendo» [cfr. v. 29] cuando sentado Jesús a la mesa con estos dos discípulos «tomó el pan, lo bendijo y se lo dio». Está describiendo las comunidades en tiempo de Lucas. Era por la tarde cuando las comunidades cristianas se reunían en el Día del Señor. Era por la noche, al término de una fatigosa semana de labor, donde la comunidad se reunía para la fracción del pan. La celebración se iniciaba con la escucha de la Palabra de Dios y la explicación de la Escritura y con la homilía, tal y como lo hizo aquel misterioso caminante que acompañaba a estos dos de Emaús. Y se hace esa explicación para que, del mismo modo que les ocurrió a los de Emaús, también arda nuestro corazón mientras nos hablan de las Escritura durante el camino de esta semana concluida. Lucas nos dice que sólo se pueden abrir los ojos si primero se ha abierto el corazón. Es necesario que primero se caliente nuestro corazón [cfr. v. 32].

El resucitado se sentó con ellos a la mesa, «tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando», y es entonces cuando se les abrió los ojos y le reconocieron. Le reconocieron en la fracción del pan, porque el resucitado nos está hablando de sí mismo. Cómo Él nos presenta toda su vida de amor. En la Última Cena llegó un momento en que tomó el pan y dijo a sus discípulos, después de partirlo, «este es mi cuerpo», ‘este soy yo’. Quiso decir, ‘¿quieres saber quién soy yo y lo que ha sido toda mi vida?’. Yo soy pan, toda mi vida ha sido dada como se da el pan. Jesús no se ahorró una fracción de su tiempo, de sus energías o de sus capacidades. Todo fue donado por amor. Y es tanto como si Jesús nos dijera ‘aquí, en este pan está presentada toda mi historia, toda mi vida y yo te invito a tomad y comed todos de él’. Tomar y comer de ese pan significa que, si quieres una unión esponsal con mi vida, si quieres unir tu vida a la mía, asimila ese pan y lo que conlleva en si mismo. Es entonces cuando descubriremos que la vida donada no es destruida por la muerte y que una vida donada no se pierde. Claro, pero para poder entender esto uno previamente ha de estar iluminado por la Escritura, porque de otro modo uno puede pensar que todo esto es una simple ilusión.

Luego nos cuenta la Escritura que se hizo invisible a sus ojos: «pero Jesús desapareció de su lado» [cfr. v. 31]. Pero la traducción no es correcta, no desapareció. Jesús siempre permanece con los discípulos, pero no se ve, se hace invisible, pero sí está presente. Lucas nos cuenta que en la Eucaristía podemos reconocerlo. Cuando uno abre los ojos tiene la necesidad de manifestar a los hermanos la experiencia de la que uno ha podido disfrutar. De hecho, estos dos discípulos de Emaús «se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén» para decirles a los hermanos que han visto al resucitado.


No hay comentarios: