Homilía del Domingo de Pascua, Ciclo A
Felices Pascuas. El pasaje
evangélico se inicia con una indicación temporal: al amanecer del primer día de
la semana [Mt 28, 1-10] . Hoy sabemos que era el domingo día 9 de abril del año
30. Los cristianos a ese día le han llamado el octavo día. De hecho, los
antiguos baptisterios eran octagonales. Este número, el ocho, se ha convertido
en sagrado para los cristianos porque indicaba la Pascua. Las pilas bautismales
eran octogonales porque los que iban a ser bautizados eran conscientes de que iban
a entrar en un día que no iba a finalizar jamás, a una vida que no muere.
En la mañana de Pascua hay dos
mujeres que se mueven cuando todavía reina la oscuridad de la noche: son María
de Mágdala, y luego la otra María que será la que cita el evangelista Mateo en
el momento de la sepultura de Jesús, era la madre de Santiago y José. ¿Qué van
a hacer estas dos Marías al sepulcro? Es el cariño hacia el Maestro el que las
impulsa a visitar el lugar de la sepultura. Era la costumbre que durante tres
días el ir a visitar a la tumba. Pero el verbo que usa un verbo griego que
significa ‘van a contemplar’, ‘para reflexionar’, no es simplemente una mirada
de paso. Van a pensar, va a vivir el luto, van a hablar, a desahogarse. El
evangelista quiere darnos a entender cómo estas dos mujeres se están
desahogando y llorando porque han creído que el dinero, la mentira y los
intereses mundanos han podido enterrar a un hombre justo; y creen que en el
mundo nuevo, donde ellas habían puesto su esperanza, ha fallado. Ellas van a la
tumba para contemplar la victoria de la muerte. Estas
dos Marías representan a todas las personas que todavía no han recibido la luz
de la Pascua. Ellas van a contemplar el destino del hombre que concluye
en una tumba.
Ahora contemplamos cuando estas dos
mujeres llegan al sepulcro. Mateo dice, de modo diferente. Los otros
evangelistas dicen que cuando llegaron al sepulcro ya se habían encontrado retirada
la piedra de la boca del sepulcro; en cambio el evangelista Mateo nos dice que las
dos mujeres han asistido a un nuevo espectáculo excelente. No estamos ante un
informe periodístico ni policial de lo acontecido allí. Mateo quiere presentar
lo que aconteció en la Pascua, la mayor intervención de Dios en la historia
cuando la muerte estaba definitivamente derrotada. Y para presentar esta verdad
-de la muerte totalmente derrotada- el evangelista utiliza el lenguaje y las
imágenes que todos conocen, porque son imágenes bíblicas.
• La primera de estas imágenes bíblicas (para expresar
lo acontecido en la Pascua) fue el terremoto: Nos dice que hubo un gran
temblor, un gran terremoto [v. 2]. El
terremoto es la expresión de la fuerza de la naturaleza. El terremoto, es una
imagen de la Biblia, para indicar la intervención de Dios: Por ejemplo, cuando
Dios baja del Monte Sinaí para hablar con Moisés, el libro del Éxodo nos dice
que todo el monte, toda la montaña tembló [Ex 19]. Es precisamente desde lo más
profundo de la tierra de donde procede ese terremoto porque Jesús bajó a los
infiernos y abrió las puertas del cielo a aquellos que viviendo como justos
estaban retenidos por la muerte. Ese terremoto nos remite también a otro
terremoto, esta vez recogido en el libro de los Hechos de los Apóstoles cuando estando
Pablo y Silas en la cárcel [Hch. 16, 26], mientras oraban entonando himnos a
Dios se produjo un gran terremoto que sacudió los cimientos de la cárcel y se
abrieron todas las puertas y a todos los presos se les soltaron las cadenas. Éste
terremoto del que nos habla hoy el evangelista es como si se tratara de los
dolores de parto de una mujer a punto de dar a luz una vida que no tendrá jamás
un final. Es la vida que Dios Padre entrega a todos aquellos que acepten y hayan
aceptado su vida manifestada en Cristo Jesús.
• La segunda imagen bíblica es el ángel del Señor.
Esta imagen aparece mucho en la Biblia, pero no indica el ángel como nosotros
nos lo imaginamos. Esta expresión indica al Señor mismo y nos indica lo que el
mismo Señor hizo en el día de la Pascua. Por ejemplo, cuando en el episodio de
la zarza ardiente con Moisés la Palabra dice «y allí se le apareció un ángel del Señor» [Ex 3, 2] nos está diciendo que es Señor mismo el que
está ahí aparecido. ¿Y qué cosa hace el Señor? Desciende del cielo, rueda la
piedra y abre la boca del sepulcro y en ese momento es cuando se representa el momento
en el que Jesús sale del sepulcro. Pero esta imagen de imaginarnos a Jesús
saliendo del sepulcro es un influjo del evangelio apócrifo de san Pedro, por el
que nos imaginamos a un Jesús fuerte con la imagen de la cruz triunfante en su
mano, tal y como lo han recogido la iconografía cristiana. Sin embargo, Jesús
no había retornado a esta vida cuando estaba ya rodada la piedra. Jesús mismo
resucitó en el momento en que, en la cruz, dando ese fuerte grito entregó su
espíritu. Jesús resucitó en ese mismo momento, en el momento del último respiro.
En ese mismo momento Jesús entró en el mundo de los muertos -lo que proclamamos
cuando decimos que descendió a los infiernos-, y liberó a todos
introduciéndolos en la casa de su Padre.
Los hombres habían puesto una piedra
en la boca del sepulcro para dejar bien claro el signo definitivo de la victoria
de la muerte. Además, esa piedra estaba sellada para dejar claro que esa piedra
no iba a ser movida. Sin embargo, el ángel se sienta victorioso en la piedra,
el triunfador sobre la muerte. La piedra había sido sellada y estaban colocados
un piquete de soldados [Mt 27, 65-66] para asegurarse dejaron allí a una guardia
de soldados romanos custodiando el sepulcro. Dios rompió esos sellos y romper
esos sellos era desafiar al César de Roma. El ángel desafía el poder de este mundo,
de los gobernantes de este mundo que querían mantener a Jesús por siempre
prisionero de la muerte. Sin embargo, el signo de la muerte ha sido roto,
porque Dios ha dado a los hombres la misma vida que ha entregado a su Hijo.
Este ángel tenía un aspecto como un
rayo y su vestido blanco como la nieve. Estas son dos imágenes bíblicas. El
aspecto como un rayo es un atributo divino, representa la máxima potencia en el
poder y el poder blanco indica la plenitud de la luz que ilumina la oscuridad
del sepulcro.
La Palabra de hoy se nos habla de unos
guardias que estaban custodiando el sepulcro de Jesús. ¿A quién representan
estos guardias? Representan a todos aquellos que, por interés, por servilismo o
por ignorancia se alinea al servicio del mundo viejo, que quieren perpetuar el
mundo antiguo que es el de los gobernantes que someten: son todos aquellos que representan
al mundo de la muerte. Estos guardias han sido testigos del terremoto y están
totalmente aterrorizados -se pusieron a temblar-. El ángel no les habla a
ellos, porque todos aquellos que están al servicio de la muerte están destinados
al fracaso, y de hecho retrocederán, «se quedaron como muertos».
El ángel habla a las mujeres y les
dicen que ellas no tienen que temer: «Vosotras no temáis». Los guardias temen porque ven fracasar todos sus
proyectos. El ángel da la interpretación de la tumba vacía: «No está aquí, ha resucitado». Las tumbas están vacías porque están los restos,
pero ahí no están las personas. Y para demostrar que la persona de Jesús no
está ahí el ángel les prepara para el encuentro con el resucitado: «Va delante de vosotros a Galilea, allí lo veréis». ¿Qué era la Galilea? La Galilea era la tierra donde
los judíos y los gentiles vivían juntos. No eran judíos de pura raza. Esta Galilea
representa nuestro mundo en el cual nosotros estamos con personas que buscan a
Dios y con personas que no les interesa las cosas de Dios; con las personas a
las que amamos y con las personas a las que no soportamos. Allí es donde va Jesús
guiando a sus discípulos, tal y como hoy nos sigue guiando en nuestra
particular Galilea, con nuestro anuncio de fe para decir a todos que Él está
vivo.
Las mujeres abandonan rápidamente el
sepulcro ya que no tiene sentido contemplar una tumba vacía y corren a anunciar
a los discípulos la experiencia que han tenido. Ellas nos han conocido al resucitado,
pero están preparadas para encontrarse con él porque recordaron lo que había
dicho él. Jesús dijo que después de resucitar iría delante de ellos a Galilea
[Cfr. Mc. 14, 28]. Y mientras ellas van a decir a los discípulos que ha
resucitado, Jesús sale a su encuentro y les dice a estas dos mujeres que no
teman. Les dice que no teman porque no hay que tener miedo a la oscuridad de la
tumba porque ya toda ella está iluminada.
Dice que las mujeres «se acercaron, le agarraron, le aprietan sus pies y lo
adoraron». Jesús,
en la pascua nos dice: «Mirad
mis manos y mis pies, soy yo en persona». Las manos son el símbolo de lo que él hizo y los pies
es el símbolo del camino que él ha hecho y hace con nosotros. Recordad que
cuando llamó a sus discípulos les dijo «venid tras de mí, seguid mis pasos».
Es esencial conocer dónde nos conduce el camino de Jesús. Es un camino que no
es detenido en el Calvario; esos pies han ido mucho más lejos y estamos
llamados a contemplar el destino de esos pies. No hay que tener miedo de la muerte
porque Cristo ha atravesado el valle oscuro de la muerte que nos asusta.
Y es muy bello como acaba el texto: «Id
a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán». Id a decir a mis
hermanos. Unos hermanos que le han renegado, le han dejado solo, le han traicionado.
Y tal y como dice la carta a los hebreos [Heb 2, 11] no se avergüenza de llamarnos
hermanos porque Él nos ama tal y como somos.
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