Homilía del
Segundo Domingo del Tiempo Pascual, Ciclo A
El evangelista San Juan nos cuenta
lo que sucedió el día de Pascua por la tarde [Jn 20, 19-31]. Los discípulos
estaban en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Habla de
los discípulos, pero no de los apóstoles. Esto lo plantea el evangelista
san Juan para indicar a todos aquellos que, a pesar de la fragilidad, de la adversidad,
de la perplejidad han dado su adhesión al Maestro. El evangelista san Juan
quiere que en estos discípulos temerosos y cerrados en casa nos reconozcamos
hoy a cada uno de nosotros con todos nuestros miedos.
Pero ¿quiénes eran los que querían
asustar a esta pequeña comunidad? Para el evangelista san Juan los judíos no
eran los israelitas ni los habitantes de Judea. Nos indican a todos aquellos
que, en cualquier momento de la historia, en cualquier tiempo y lugar se
oponen a Jesús y a su evangelio: Ellos representan a los que prefieren las
tinieblas a la luz, prefieren la mentira a la verdad, el odio al amor.
Esta comunidad pequeña tiene miedo
porque se tiene que confrontar, tiene que hacer frente a un mundo que es hostil.
Debe de proponer una sociedad alternativa y fraterna en medio de un
imperio que se sostiene con la esclavitud. Y en este contexto debe de anunciar
el amor incondicional de un Dios que es padre de todos en un mundo que es
pagano y repleto de ídolos. Debe de denunciar el uso de la espada en un mundo
donde prevalece la ley del más fuerte. Esta pequeña comunidad debe de proponer
una sociedad alternativa y tiene miedo.
Esta pequeña comunidad encerrada en
el cenáculo es la imagen de la Iglesia que teme la confrontación con el mundo,
en el cual la gente vive de un modo muy diferente a ellos. Y cuando la Iglesia
tiene miedo, ¿qué es lo que hace? Precisamente hace lo que hizo esta pequeña
comunidad, encerrarse en casa por miedo: se aísla, se repliega sobre sí misma.
Y el miedo es un pésimo consejero porque se vuelven agresivos, intolerantes y
fanáticos. Cuando uno se encierra no se dialoga, no se propone las propias
convicciones, ni las propias creencias, sino que se intentan imponer y hacerlas
cumplir. La Iglesia cuando se ha cerrado en sí misma ha generado grandes
problemas: como contra la teoría de la evolución, contra la teoría de Galileo,
contra las teorías de la ciencia, ha tenido miedo de la democracia, de la
libertad de conciencia, del papel de la mujer en la iglesia, de la libertad
religiosa. Incluso ha tenido miedo del propio estudio bíblico, de los
descubrimientos arqueológicos y del estudio de las lenguas orientales. Cuando
la iglesia se ha replegado sobre si misma por el miedo se ha hecho a sí misma
mucho daño. Y se necesitó un concilio para barrer estos miedos. Los miedos
se pueden justificar, pero se han de vencer en una sociedad que cada vez está
menos dispuesta a aceptar el mensaje del Evangelio.
Esta pequeña comunidad está paralizada por el miedo
ante la sociedad y Jesús está en medio de ellos, y les dice «Paz a vosotros». El
evento que cambia todo es el encuentro con el resucitado. El apretón de
fuerza que experimentan los discípulos es que no están solos, ya que Cristo
está con ellos. Y Él está en medio con su comunidad. El evangelista san
Juan no está constando en sí una aparición de Jesús, el cual era invisible y se
convierte en visible. El evangelista san Juan no habla de apariciones de
Jesús. El evangelista nos dice que está en medio de la comunidad, nos habla de un modo nuevo de estar
presente Jesús en medio de sus discípulos. Cuando Jesús estaba limitado por
los límites espacio- temporales, los límites de la propia condición humana,
cuando él estaba en Jerusalén no podía estar con su Madre en Nazaret. Hoy el
resucitado no tiene ya estos límites. Él siempre está en medio de su comunidad;
Él siempre está con sus discípulos en cualquier lugar del mundo y en todas las
partes.
Jesús muestra sus manos y el costado para decirles que es Él mismo: que el crucificado es
el resucitado; es la misma persona. La mano indica la acción, las obras que
hace. Con las manos uno puede acariciar o pegarte, dar la vida o quitarla.
De tal manera que cuando vayamos a la casa del Padre las obras que hayamos
hecho o lo que hayamos omitido hablarán de cómo hemos sido fieles o infieles al
Maestro. Recordemos aquellas palabras de Jesús: «Bienaventurados
vosotros, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de
beber; fui forastero y me hospedasteis; estuve desnudo y me vestisteis». Jesús vino a este mundo para enseñarnos las manos de
Dios y hacernos ver las manos del Hijo de Dios; y este modo de proceder ha
de ser la de todos aquellos que somos los hijos de Dios. En el Antiguo
Testamento Dios hace obras maravillosas a favor del hombre. Pero también se nos
habla de las manos de Dios cuando golpean, como por ejemplo en el libro del
Éxodo cuando Dios extiende las manos sobre Egipto y vinieron las plagas. El
capítulo 15 del libro del Éxodo, cuando se entona aquello de ‘precipitó en el
mar, caballo y caballero’, se nos dice «tu
diestra, Señor, tritura al enemigo» [v. 6].
Y también en el libro de los Macabeos, el séptimo de los hermanos, antes de
morir le dice al verdugo que no escapará de las manos de Dios. Ya en el Nuevo
Testamento, en la carta a los Hebreos se dice que da miedo caer en las manos
del Dios vivo [cfr. Hb 10,31]: «Es terrible caer en
manos del Dios vivo». El autor habla de aquellos que han hecho acciones de
muerte y así los condena de un modo dramático, usando el lenguaje de los
rabinos, un lenguaje que usaban con un claro tinte atemorizador. En las manos
de Jesús vemos la revelación definitiva de las manos de Dios: da la vista al
ciego, acaricia a los leprosos a los que nadie les tocaba, da de comer a los
hambrientos, parte su pan con los discípulos, da la mano al paralitico y vuelve
a moverse… Son manos que siempre están al servicio de la vida. Jesús
mostrando sus manos a los discípulos les está mostrando su propuesta de vida a
cada uno de nosotros. Son manos que están heridas, que tienen el agujero de
los clavos, por todos aquellos que apuestan por la violencia, por el tomar en
vez del dar. Los que no quisieron el mundo nuevo del amor fueron los que clavan
las manos porque se oponen a la propuesta del Maestro.
Jesús después de mostrar las manos nos muestra el
costado. Del costado del cual salió sangre y agua. La sangre y el agua
indica la vida en la Biblia. Del costado sale la fuerza y el espíritu para
mover nuestras manos por amor.
Y de la propuesta de Jesús surge la alegría: «Se llenaron de
alegría al ver al Señor». Cuando uno acoge esta propuesta de Jesucristo surge
la alegría porque todos nosotros estamos ‘programados’ para vivir como Él vivió:
sólo así estamos en armonía con nuestra propia identidad. La tristeza viene en
cambio de pensar que el regalo de la vida es un fracaso. La alegría surge al
descubrir que el amor que hagamos con nuestras manos jamás será borrado.
Ante esto, Jesús entrega una misión a los
discípulos. Estando Jesús con ellos los discípulos se sintieron seguros. El
resucitado les envía al mundo. Ante esto ¿cuáles son las razones que podemos
tener para ser reacios a responder a la misión que él nos encomienda? La gente
sólo piensa en sí y en su propio provecho. Si en el mundo reinase la paz y
la fraternidad el Señor no te habría enviado. El Señor nos envía a este
mundo necesitado del Evangelio y nosotros también debemos amarlo. Nos asusta el
poder del mal porque el demonio dirige los poderes mundanos. Ante esto ¿cómo
nos asiste el Señor?: «Sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu
Santo”». Sopló sobre ellos: el verbo griego ‘ενεφυσησεν’,
significa que sopló sobre ellos el Espíritu Santo y les pasa su misma vida
divina. Es un acto de creación, y esto ocurre dos veces, una de ellas cuando
crea al hombre y sopló sobre él el aliento divino y la segunda vez lo narra el
profeta Ezequiel cuando se trata de esos huesos secos en aquel valle que cuando
reciben el soplo divino del Espíritu tornan a la vida. El soplo del Espíritu
en los discípulos es un acto creativo. Crea a hijos de Dios animados con la
misma vida del Hijo de Dios. De este modo, junto a nuestra fuerza material
contamos con una fuerza divina, frente a la cual ninguna fuerza del mal lo
podrá sofocar.
Cuando
dice el Señor que «a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados;
a quienes se los retengáis, les quedan retenidos», ha sido interpretado por el concilio de
Trento como el momento en que Cristo instituyó el sacramento de la
reconciliación. Tengamos en cuenta que el Resucitado no se dirige a los
apóstoles, se dirige a todos los discípulos. Es una clara invitación a que cada
uno abandone el pecado y perdone el pecado ocasionado por el otro. Y esto es
una consecuencia directa de ser libre, de no ser esclavos del pecado, para ser
introducido en el camino de la vida. Si consigues abandonar al pecado,
habrás recuperado a tu hermano. Pero si a causa de tu vida poco evangélica
sigues viviendo en tu condición de pecador, la responsabilidad será tuya.
Nos
cuenta la Palabra que Tomás no estaba con ellos: «Tomás, uno de los Doce,
llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús». Nos cuenta el
evangelista san Marcos [Mc 16, 9-15], al final de su evangelio que a los Once
«les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón». El evangelista San
Lucas [Lc 24, 35-48] les dice a los Once que «¿por qué os alarmáis?, ¿por qué
surgen dudas en vuestro corazón?» e incluso el evangelista Mateo nos dice que
cuando Jesús se les apareció a los Once en el monte de Galilea algunos todavía
dudaban [cfr. Mt 28, 16-17]. O sea que no fue sólo el pobre Tomás el que dudó,
sino que dudaron todos.
Sin
embargo, el evangelista San Juan parece que quiere concentrar todas las dudas
en una única persona, en Tomás. El evangelista
San Juan escribe su evangelio en torno al año 95 d.C. y Tomás ya está muerto. Y
San Juan quiere responder a los interrogantes y objeciones que vivían los
cristianos de su comunidad. Son cristianos de la tercera generación,
entonces ninguno de ellos había conocido a la persona física de Jesús de
Nazaret y además ellos estaban viviendo en una situación difícil y compleja.
Entonces ¿cuáles son las razones por las que puede convencer de que el Señor ha
resucitado? El evangelista San Juan les quiere responder tanto a ellos como a
nosotros que nos ha tocado vivir en esta época de la historia. Elige a Tomás
como el símbolo de la dificultad que todo discípulo encuentra que Jesús, que ha
dado su vida por amor, está vivo. El evangelista insiste en llamar a Tomas ‘el
Mellizo’, el mellizo ¿de quién? Es el mellizo de cada uno de nosotros que
nos invita a reconocer que nuestras dudas fueron también las suyas y se nos
invita a recorrer el camino de la fe para llegar a creer que el crucificado
está resucitado, llegando a proclamar «¡Señor mío y Dios mío!». Tomás no
estaba con ellos cuando vino Jesús. La pregunta es ¿por qué Tomás no estaba con
ellos? ¿por qué en ese momento Tomás no estaba en la comunidad? ¿por qué Tomás
se alejó de la comunidad? Tomás representa a este hermano, a ese bautizado que
deja, que abandona a la comunidad. Tomás no es el Mellizo del que abandona a la
comunidad y luego va maldiciéndola o aborreciéndola o repudiándola porque se
siente superior y desprecia a los otros hermanos. Tomás tampoco es el mellizo
de aquel que abraza a otra religión y abandona a la comunidad cristiana. Tomás
tampoco es el mellizo de aquel que abandona la comunidad cristiana y se va por
su cuenta a andar por las calles del mundo.
Tomás
ha mantenido el vínculo con los Once, con aquellos que ha mantenido una
vocación y ha compartido una elección y ha seguido al Maestro durante estos
ocho días, de tal modo que Tomás, después de estos ocho días, él está de nuevo de
vuelta con la comunidad. Si por alguna razón se alejó, él regresó a la
comunidad. Tomás es el ‘Mellizo’ de cualquier hermano que se amargó por algo
que pasó y se aleja de la comunidad. Se aleja momentáneamente. Tal vez porque no entiende lo que sucede o
ciertas decisiones que él no comparte y le han podido molestar. Tomás es el
‘Mellizo’ de aquellos que han creído en el mundo nuevo y entregaron su alma por
ese sueño del Maestro. Pero tal vez se alejaron por un mal entendido, por una
decisión no compartida, por un encendido enfado con alguien, por alguna
amargura, por alguna desilusión. Alguien se aleja por causa de los escándalos
de los propios discípulos. Escándalos que tienen consecuencias devastadoras. Con
la persona de Tomás se descubren los límites que existen en la comunidad:
los malos entendidos, las discusiones, las decisiones desafortunadas, los
escándalos cometidos, la estructura eclesial rígida, el afán de algunos
pastores de escalar puestos eclesiales, el interés de enriquecerse por parte de
algunos… Pero, ahora bien, se salen momentáneamente de la comunidad pero
sufriendo, sino sufren no son ‘mellizos’ de Tomás, no se parecen a Tomás. Sufren
porque creyeron en la causa de Jesús de Nazaret.
¿Qué
hacen los otros Diez cuando encuentran a Tomás? Ellos le dijeron: «Hemos visto
al Señor». Pero el significado del verbo en sí no es ese, sino ‘que no dejaban
de hablar de ello entre ellos’. Tomás es el Mellizo de todos aquellos que les
gustaría tener pruebas tangibles y visibles del resucitado. Es mellizo de
aquel que aún no ha visto al Señor y está llamado a la fe por medio del
testimonio que le dan los hermanos. Tú puedes encontrarte con Dios en la
oración personal y en el silencio de la meditación, pero sólo puedes
encontrar al resucitado en medio de la comunidad reunida en el día del Señor.
Este es el mensaje del evangelista San Juan: si quieres encontrarte con el
resucitado has de tener la experiencia de Tomás, quedarte en la comunidad,
volver a la comunidad que se reúne en el día del Señor.
Y
a continuación nos cuenta la experiencia pascual de Tomás. Ocho días después es
cuando otra vez la comunidad estaba congregada para la fracción del pan, ocho
días después de la pascua del resucitado. El Señor se hace presente, nos
entrega su paz y se dirige hacia Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos;
trae tu mano y métela en mi costado (donde la lanza me atravesó)». El evento
del calvario es un acontecimiento trágico que nos gustaría olvidarlo,
arrinconar ese recuerdo trágico. Sin embargo, el resucitado quiere que siempre tengamos
presente este momento de los clavos atravesándole las manos y la lanza clavada
en su costado para recordarnos que ahí ha mostrado Dios todo su amor. El Resucitado
quiere que tengamos presente sus manos y su costado porque Él quiere que
nosotros mostremos al mundo, a través de nuestra vida y de nuestra palabra, esta
propuesta de vida donada por amor.
¿Dónde
podemos ver y tocar al Resucitado? En la Eucaristía. Si comprendiéramos el
significado de la Eucaristía veríamos en ese pan a Jesús con toda su historia y
el significado de vida donada por amor. Por eso es fundamental ver esas manos y
ese costado atravesado para acoger en nosotros esta propuesta de vida donada
por amor.
A
lo que Tomás le responde: «¡Señor mío y Dios mío!». Al inicio del evangelio de
san Juan nos dice que nadie ha visto a Dios, «a Dios nadie lo vio jamás; el
Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a
conocer» [Jn 1, 18]; es decir, en el rostro de Jesús de Nazaret está la belleza
del rostro de Dios. Tomás es el primero que ha reconocido en el rostro de Jesús
de Nazaret la revelación encarnada del rostro de Dios. Ninguno antes de Tomás
había proclamado que ‘Jesús es Dios’.
Recordemos
que estamos en los años donde Roma era un imperio y gobernaba como emperador
Domiciano, el cual había llenado el imperio con su estatua y que construyó templos
en su honor y exige ser adorado como un dios. He hecho, estableció que toda
circular emitida a su nombre debía comenzar con estas palabras: «Domiciano
nuestro Señor y nuestro Dios ordena que…». ¿Qué dice el evangelista Juan a los
cristianos de su comunidad con la respuesta que da Tomás a Jesús? San Juan
quiere decirnos que el verdadero discípulo no reconoce a cualquier hombre como
Dios. Reconoce como único Dios el que mostró la belleza del rostro de Dios, es
decir, Jesús de Nazaret.
La
respuesta que le da el Señor a Tomas es una bienaventuranza: «Bienaventurados
los que crean sin haber visto». Creer no significa unirse a un paquete de
verdades, sino que es elegir dar tu vida por Cristo. Ver esas manos y ese
costado atravesado significa amar como Él me ha amado.
Y
con estas palabras San Juan concluye su evangelio: «Muchos otros signos, que no
están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de sus discípulos. Estos
han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y
para que, creyendo, tengáis vida en su nombre». Escuchando estas palabras de
san Juan nos explica el propósito de su escrito: desea presentar algunos de los
signos de amor que el Señor ha tenido con nosotros, sobre todo el regalo de la
vida eterna, para que seamos conscientes de cuánto nos ha amado Jesús de
Nazaret y para que a través de esta palabra nos ayude a creer.
Les
deseo a todos una feliz pascua de resurrección del Señor.
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