sábado, 25 de febrero de 2023

Homilía del Primer Domingo de Cuaresma

 


Domingo I del Tiempo de Cuaresma, Ciclo A

26 de febrero de 2023

         La liturgia proclama hoy el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto [Mt 4, 1-11]. Lo cierto es que hay algo sorprendente porque al comienzo del relato de las tentaciones nos dice la Palabra lo siguiente: «Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo».  Es una frase que nos puede desconcertar, porque nos dice que es el Espíritu Santo el que llevó a Jesús al desierto para ser tentado. Sabemos que la tentación no nace de Dios, sino del diablo, sin embargo, fue llevado por el Espíritu para ser tentado.

A veces nosotros pensamos cosas como estas: ¿por qué Dios no destruyó a los ángeles caídos en vez de permitirles que estén tentando al resto de la humanidad? ¿por qué Dios no los destruyó? Dios no les destruyó porque Dios respeta la libertad incluso cuando ésta es utilizada contra la voluntad del Creador; pero, ahora bien, con su poder, Dios es capaz de reorientar la rebelión contra Dios hacia la santificación del hombre. La tentación ha nacido con la intención de apartarnos de Dios.

Dios convierte la tentación en una especie de gimnasio donde nos fortalecemos y crecer en el amor a Él. San Pío de Pietrelcina decía que «la tentación vencida produce el efecto de un lavado de ropa sucia». Y en un comentario de San Agustín sobre los salmos nos dice: 

«Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones».  Por lo tanto, en la providencia de Dios esa tentación se ha convertido en una circunstancia para que tú te conozcas y conozcas lo que ocurre en tu interior y combatas con fuerza. La providencia de Dios ha hecho que la tentación pase de ser un escenario de perdición a un gimnasio para fortalecernos o lavadora para limpiarnos.

         Mi enemigo no es mi jefe, ni aquel que ha promocionado de puesto antes que yo… mi enemigo lo tengo dentro de mí; es el diablo que manipula la debilidad de mi carne, que se enmascara con la frivolidad de este mundo y con la mundanidad, y además que exacerba la soberbia.

         Toda tentación esconde un engaño, y esto lo vemos con claridad en el relato de la tentación de Adán y Eva. Jesús desenmascara el pecado: El problema está en confundir la tentación con las tendencias. Llamamos tendencias culturales a lo que son tentaciones, y fácilmente confundimos lo normal con lo corriente; hay cosas que son corrientes, pero no son normales, son tentaciones. Y por el hecho de que ocurran, de que esas cosas normales tengan una carta de ciudadanía, eso no hace sino dejar más patente que es una tentación. Detrás de la tentación existe siempre un engaño que hay que desenmascarar. Y es el discernimiento el que nos permite desenmascarar el mal.

Los padres del desierto, en los primeros siglos de la Iglesia, identificaron lo que ellos llamaron los ‘logismoi’, que es una expresión griega que se refieren a unos pensamientos obsesivos, negativos que a veces nos vienen a la mente de autodesprecio, de soberbia, de desesperación, de verlo todo oscuro, de verlo todo negro, en donde los padres del desierto nos dicen que ‘cuidado, porque detrás de esos pensamientos obsesivos, oscuros, negativos, deprimentes estás siendo tentado, desenmascáralos’. Esto es discernir.

El tiempo de cuaresma es un momento para abrirnos a la luz de Dios y para que identifiquemos cuál es el verdadero mal y no para equivocarnos de enemigo y para fortalecernos para la lucha en la vida cristiana.


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