Domingo I del Tiempo de Cuaresma, Ciclo A
26 de febrero de 2023
La liturgia proclama hoy el evangelio
de las tentaciones de Jesús en el desierto [Mt 4, 1-11]. Lo cierto es que hay
algo sorprendente porque al comienzo del relato de las tentaciones nos dice la
Palabra lo siguiente: «Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el
diablo». Es una frase que nos puede desconcertar,
porque nos dice que es el Espíritu Santo el que llevó a Jesús al desierto para
ser tentado. Sabemos que la tentación no nace de Dios,
sino del diablo, sin embargo, fue llevado por el Espíritu para ser tentado.
A veces nosotros pensamos cosas como estas: ¿por qué
Dios no destruyó a los ángeles caídos en vez de permitirles que estén tentando
al resto de la humanidad? ¿por qué Dios no los destruyó? Dios no les destruyó
porque Dios respeta la libertad incluso cuando
ésta es utilizada contra la voluntad del Creador; pero, ahora bien, con su
poder, Dios es capaz de reorientar la rebelión contra
Dios hacia la santificación del hombre. La tentación ha nacido con la
intención de apartarnos de Dios.
Dios convierte la tentación en una especie de gimnasio donde nos fortalecemos y crecer en el amor a Él. San Pío de Pietrelcina decía que «la tentación vencida produce el efecto de un lavado de ropa sucia». Y en un comentario de San Agustín sobre los salmos nos dice:
«Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no
puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a
través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si
no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha
combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones». Por lo tanto,
en la providencia de Dios esa tentación se ha convertido en una circunstancia
para que tú te conozcas y conozcas lo que ocurre en tu interior y combatas con
fuerza. La providencia de Dios ha hecho que la
tentación pase de ser un escenario de perdición a
un gimnasio para fortalecernos o lavadora para limpiarnos.
Mi enemigo no es mi jefe, ni aquel que
ha promocionado de puesto antes que yo… mi enemigo lo tengo dentro de mí; es el diablo que manipula la
debilidad de mi carne, que se enmascara con la frivolidad de este mundo
y con la mundanidad, y además que exacerba la soberbia.
Toda tentación esconde un engaño, y esto lo vemos con
claridad en el relato de la tentación de Adán y Eva. Jesús desenmascara el
pecado: El problema está en confundir la tentación con las tendencias. Llamamos
tendencias culturales a lo que son tentaciones, y fácilmente
confundimos lo normal con lo corriente; hay cosas que son corrientes, pero no
son normales, son tentaciones. Y por el hecho de que ocurran, de que
esas cosas normales tengan una carta de ciudadanía, eso no hace sino dejar más
patente que es una tentación. Detrás de la tentación existe siempre un engaño
que hay que desenmascarar. Y es el discernimiento el que nos permite
desenmascarar el mal.
Los padres del desierto, en los primeros siglos de la
Iglesia, identificaron lo que ellos llamaron los ‘logismoi’,
que es una expresión griega que se refieren a unos pensamientos obsesivos,
negativos que a veces nos vienen a la mente de autodesprecio, de soberbia, de
desesperación, de verlo todo oscuro, de verlo todo negro, en donde los padres
del desierto nos dicen que ‘cuidado,
porque detrás de esos pensamientos obsesivos, oscuros, negativos, deprimentes
estás siendo tentado, desenmascáralos’. Esto es discernir.
El tiempo de cuaresma es un momento para abrirnos a la
luz de Dios y para que identifiquemos cuál es el verdadero mal y no para
equivocarnos de enemigo y para fortalecernos para la lucha en la vida
cristiana.
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