Domingo VI del Tiempo Ordinario, Ciclo A
12 de febrero de 2023
Hoy la liturgia nos regala un
evangelio bastante extenso: 20 versículos [Mt 5, 17-37]. No sabemos lo que hay
en la cabeza de los liturgistas para poner este texto tan largo, son más de
veinte versículos y esto se podría distribuir en cuatro domingos.
Es preciso no perder de vista que estamos dentro del contexto del Sermón del
Monte, con las bienaventuranzas. Y San Mateo desea dar a su comunidad,
compuesta por personas procedentes del judaísmo, una palabra salida de los
labios de Jesucristo. Los siguientes capítulos nos hablan de la nueva ley que
emana del espíritu de las bienaventuranzas. San Mateo está explicando la nueva
ley que Jesús presenta. Jesús ha propuesto una nueva relación con Dios que ya
no sólo se basa en la obediencia a la Ley o a los mandamientos.
Jesús dice «no creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas». El evangelista emplea el verbo ‘abolir’, una ley se
abole, pierde vigencia, se deroga. Sin embargo, el evangelista en su sentido, es como si emplease el verbo ‘demoler’, el mismo verbo
que se usa para un edificio -demoler un edificio, para derribarlo- o para una
construcción.
Jesús no ha venido a abolir «sino a dar plenitud». Jesús al anunciar las bienaventuranzas se enfrentó a
las expectativas que tenían los judíos sobre el Reino de Dios. Jesús lo ilustra
de una manera totalmente diferente al modo de cómo los judíos lo esperaban. El
profeta Isaías, en el capítulo 60 y 61 presenta a Israel como la luz de las
naciones, donde todos los pueblos irán hacia Jerusalén en peregrinación
trayéndola todo tipo de riquezas. Presenta a Israel como superior al resto de
los pueblos, como un pueblo que predomina sobre los demás pueblos. Nos habla el profeta que las naciones paganas tienen que
pagar a Jerusalén el tributo, y todos los reyes estarán a su servicio: «Te inundarán un tropel de camellos, y dromedarios de
Madián y de Efá, trayendo oro e incienso (…) los extranjeros reconstruirán tus
murallas y sus reyes te servirán (…)». De tal modo que todas las demás naciones serán esclavizadas:
«La nación y el reino que no
te sirvan perecerán, los pueblos quedarán exterminados (…). Vendrán extranjeros
a pastorear vuestros rebaños; vuestros labradores y viñadores serán forasteros
(…). Comeréis las riquezas de los pueblos y engordaréis con sus posesiones (…).
Por eso la proclamación de las bienaventuranzas de
Jesús es una de las mayores decepciones para los judíos porque esperaban al
Mesías para dominar y someter al resto de los pueblos y Jesús les dice que
tienen que servir. Ellos pensaban en hacerse ricos, dominar a los demás
pueblos, vivir a su costa, que los iban a tener esclavos y ‘vivir a cuerpo de
rey’… en cambio Jesús les dice que para entrar en ese reino uno ha de ser
pobre: «Bienaventurados
los pobres en el espíritu, porque suyo es el reino de los cielos». Jesús les dice que ese
proyecto de vida que tenían pensado -ser ricos, poderosos, influyentes, de
dominar- ha de ser dolido, como se demuelen o derriban los edificios. Y
sólo así se puede aceptar el reino de Dios y llevarlo a su plenitud. Jesús
lleva a plenitud las cosas, no como pensamos nosotros haciéndonos rico y
dominando, sino como Dios lo tiene pensado, sirviendo y
muriendo por amor a los hermanos.
Dice Jesús «en verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra
que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de
la ley». Jesús
ha venido a cumplir el proyecto de Dios sobre la humanidad. Jesús advierte que
aquel que trasgreda uno solo de los preceptos menos
importantes -no se refiere a los Mandamientos dados a Moisés- y se lo
enseñe a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Esto es un aviso muy serio: Uno no puede estar en la
comunidad cristiana, en la Iglesia, diciendo que es cristiano, acudiendo a la
Eucaristía, haciendo como si nada pasara, actuando como si todos nos lleváramos
bien y nadie tuviera nada contra nadie, manteniendo las apariencias y siendo
políticamente correctos, pero no olvidando el mal que me hizo el hermano;
evitando el encontrarme con él; apegado al dinero y a los afectos desordenados;
desobediente, manteniendo planteamientos que dañan a la fe; orientando a que
aborte una persona jovencita para que ‘no se estropee la vida’; que apoya el
matrimonio entre personas del mismo sexo alegando que ‘ellos se quieren’;
tratando a un animal de compañía con la misma calidad como si fuera una persona;
acudiendo a la prostitución porque ‘mi esposa o esposo no me da lo que yo
quiero para mi propio desahogo sexual’; llegando a casa borracho y tarde
descuidando y perjudicando a los de mi familia; liándome sexualmente con una
persona ya que entiendo que el sexo es para disfrutarlo sin necesidad
menospreciando la pureza, la castidad, la continencia, la dignidad de la otra
persona; viviendo mi vida y el trascurso de los días como en mi burbuja
particular. Porque si lo hacemos así es tanto como
vaciar el contenido del mensaje de las bienaventuranzas de Jesús y vivir
con las mismas expectativas que nos mostraba el profeta Isaías -el Tercer
Isaías-. Cuando Jesús dice que «será
el menos importante en el reino de los cielos o el más grande en el reino de
los cielos» no
está hablando de una jerarquía interna que se pueda dar en el reino de los
cielos, sino que habla de inclusión o exclusión en el
reino de los cielos. De hecho, en el grupo de estos que son considerados
«menos importantes»
están los falsos profetas, los árboles que son cortados por no dar buenos
frutos [Cfr. Mt 7, 15-20], los sembradores de la cizaña en el campo [Cfr. Mt
13, 24-30], los peces que se descartan por ser malos [Cfr. Mt 13, 47-50] y
aquel que no llevaba el traje de fiesta [Cfr. Mt 22, 1-14] (hay muchos más
ejemplos) son los que forman parte del elenco de los excluidos del reino de los
cielos.
Jesús no dice que «quienes los
cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos». Jesús no se refiere a
enseñar una doctrina, sino vivir en el espíritu de las bienaventuranzas, vivir
cara a Dios. Se nos pide una calidad en el amor, un luchar por estar cerca del
Señor, un deseo profundo del corazón de tenerle cerca. No consiste en hacer más
cosas, sino un aumento en la calidad en lo que hacemos. Los escribas y fariseos
eran cumplidores, hacían muchas cosas, iban al culto, daban el diezmo de lo que
tenían, eran minuciosos a la hora de lavar ollas, jarras, vasos y en todo lo
referente a la pureza ritual… pero su corazón estaba muy lejos de Señor. Es decir,
que podían comerse a besos todo lo sagrado, pero no importarles robar, estafar,
aprovecharse de los más desfavorecidos, boicotear el trabajo de los demás,
difamar para conseguir sus propios intereses… Por eso dice el Señor «si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y
fariseos no entraréis en el reino de los cielos».
Los escribas eran grandes guías
espirituales del pueblo porque ellos daban magníficas interpretaciones de la
Ley y los fariseos eran grandes y magníficos observantes de la Ley. Ellos, los
escribas y los fariseos, eran la categoría religiosa que se creía y se jactaba
de ser los más observantes y mejores de la sociedad judaica. Sin embargo, acumulaban grandes cantidades de hipocresía y
formalismo. Ellos habían caído en la observancia estéril de la Ley. Ellos buscaban la justicia en la escrupulosa observancia de
los preceptos de la Ley y no buscaban el bien de la persona. Por eso San
Pablo dice en su segunda carta a los corintios «que la letra mata, mientras que
el Espíritu da vida» [Cfr. 2 Cor 3, 6]. Jesús constantemente nos está
recordando que hemos de buscar constantemente el bien
del hombre; no escondernos tras la letra ni para desentendernos ni para
dañar al hermano.
San Mateo es judío y escribe a una
comunidad de judíos. Mateo quiere destacar que Jesús es el nuevo Moisés porque
Jesús es el Mesías, y por eso empieza a exponer lo que se
llama las antítesis que son cinco oposiciones: ‘Habéis oído que se dijo,
pero yo os digo’. Son cinco, como cinco eran los libros compuestos por Moisés,
es decir el pentateuco. [La última de las llamadas antítesis está en el
versículo 38: «Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente (…)».
La expresión ‘habéis oído que se dijo, pero yo os digo’ es un poco ofensiva
porque Jesús está hablando de los padres de Israel, de los ancianos de Israel. El
evangelista al utilizar fórmula por cinco veces está haciendo referencia a la
ley de Moisés. Es significativo porque dice Jesús «se dijo a los antiguos/antepasados»,
pero para Jesús no son ancianos o antepasados, son viejos. Jesús usa esa
palabra con la connotación negativa que tiene la palabra ‘viejo’ como personas
totalmente desactualizadas; por eso es tremenda la palabra de Jesús, porque él
viene a actualizar algo que estaba sin avanzar, sin desarrollarse, sin
progresar.
En la primera de las llamadas
oposiciones [Mt 5,21-22] donde guarda el mandamiento de no matar, el Señor nos
dice que cuidado con la actitud interna del corazón, porque si un hermano de la
comunidad -el cual ha aceptado el espíritu de las bienaventuranzas- no acude
rápidamente a pedir perdón se está manifestando como una persona necia y eso
conduce a la exclusión del individuo. Jesús queda bien en claro que una persona
no puede estar estancada en el odio al hermano porque sería necio. Serías necio
porque has desactivado el amor hacia ese hermano, porque le has despreciado a
él y a la comunidad; y la comunidad, para salvar a ese hermano enfermo por el
pecado, le debe corregir, pudiendo llegar incluso a la exclusión para su
posterior incorporación en condiciones. La rabia se traduce en insulto y el
insulto me conduce a eliminar a este hermano de tu existencia. Y uno de los
castigos que Jesús habla es la ‘gehenna’. La gehena que significa el valle de
los hijos perdidos, que es tanto como decir que si en tu alma reside el odio,
actúas con necedad, sin sabiduría, y de este modo tu vida y tu ser quedan arruinados
en su totalidad.
Por hoy lo dejamos aquí. Os deseo un
buen domingo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario