Homilía del domingo IV del Tiempo Ordinario,
Ciclo A
29 de enero de 2023
El sermón del monte [Mt 5, 1-12a] nos habla de las características de la vida cristiana: el amor al enemigo, la nueva justicia del reino de Dios, … Las bienaventuranzas son propuestas para todo aquel que le desea seguir.
La expresión ‘bienaventurados los que…’ es ya usada en
la antigüedad. De hecho, en la Odisea de Homero: «Bienaventurado el hombre que tuvo la fortuna de tener
a una muy buena esposa».
Los poetas griegos proclaman bienaventurados o dichosos sobre todo a aquellos a
quienes los dioses les han otorgado las posesiones, la posibilidad de tener una
vida cómoda. En la Biblia esta forma literaria entró bastante tarde. En el
libro de los Salmos se emplea de un modo diferente. El salmo primero empieza
con una bienaventuranza: «Bienaventurado o feliz el hombre que no sigue el consejo de los
malvados, ni se entretiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la
reunión de los cínicos».
Son bienaventuranzas muy diferentes a las bienaventuranzas paganas. Hay hasta
44 bienaventuranzas en el antiguo testamento, por lo que no es extraño que
Jesús emplee esta forma literaria de ‘bienaventurado’. En este mundo se llaman
‘felices’ a aquellos a los que la vida les sonríe, el dinero les abunda y la
suerte los acompaña, con éxito. Es decir, es entendido al modo pagano. Sin
embargo, Jesús va por otros derroteros: Jesús llama ‘bienaventurado’ a
aquellos, a los que desean que al final de su vida sea
Dios quien estreche tu mano y te felicite por haber corrido bien tu carrera
y haber combatido bien el combate de la fe.
Jesús presenta 8 bienaventuranzas en 72 palabras. El número
ocho porque representa en la Iglesia primitiva la resurrección de Jesús, el
primer día de la semana después del descanso. Y el número 72 porque en el libro
del Génesis, en la tradición de los 70, los pueblos paganos conocidos eran 72. Con
estos números el evangelista quiere decir que Dios no sólo hace una alianza con
un pueblo, sino con toda la humanidad.
Jesús sabe que todos buscamos alcanzar la alegría, sin
embargo erramos cuando equivocamos el objetivo. Uno
tiende a equivocar la alegría con el placer, y de ese modo se equivoca de
objetivo. Jesús hoy nos revela el secreto de la alegría, ahora bien, tenemos
que fiarnos de su propuesta. ¿Preferimos seguir con nuestra astucias y
objetivos tras lo que creemos que nos hará felices?
Jesús proclama las bienaventuranzas en un monte. El
monte se destaca de la llanura y es como si se adentrara en el cielo. Luego
escalar la montaña, subir al monte, significa acercarse con Dios. En la Biblia
nos encontramos con Moisés que sube al monte. Elías también sube al monte.
Jesús, cuando lleva a sus apóstoles, les está transmitiendo una cierta
experiencia de Dios, para que asimilen sus sentimientos, sus pensamientos. El
monte, la montaña se diferencia notablemente de la
llanura. La vida del hombre se desarrolla en la llanura y todos
conocemos las opiniones que circulan en la llanura para poder lograr la
alegría: dichosos los que gozan de buena salud; dichosos los que tienen mucho
dinero en el banco; dichosos los que pueden viajar, divertirse… Jesús nos
invita a razonar de una manera muy diferente a como lo hacen el resto de los
hombres para alcanzar la verdadera felicidad.
En la primera bienaventuranza Jesús declara bienaventurados los pobres en el espíritu.
¿Quién es el pobre? Pero claro, hay dos tipos de
pobres: aquellos que les ha golpeado la desventura, la desgracia, por un
terremoto, la guerra o una inundación. Éste no es el pobre al que Jesús
denomina bienaventurado. Dios no quiere un mundo de pobres o de miserables. Es
más, en el libro de los Hechos de los Apóstoles nos dicen que en la iglesia
primitiva todos los hermanos, todos los creyentes vivían unidos y lo tenían
todo en común [Cfr. Hch 2, 44], de tal manera que ninguno pasaba necesidad. De
hecho, Jesús cuando lo proclama en aquel monten no se dirige a los mendigos o
desheredados, se lo dirige a sus discípulos.
Y dice los pobres en el espíritu, ¿qué significa en el espíritu? Dentro de nosotros
tenemos un instinto instintivo a acumular para asegurar nuestro porvenir, nuestra
propia seguridad económica. Este instinto no nos impulsa a despojarnos de
nuestros bienes o de preocuparnos de los demás. El espíritu nos lleva en
dirección opuesta: es decir, despojarnos de estos bienes, no guardarnos las
cosas para nosotros mismos. Si nos dejamos mover por este espíritu podremos ir
captando las señales de socorro que los hermanos nos hacen, cuando sin decir
nada -no asisten a las celebraciones, se le ve triste, no participa con sus
intervenciones, lleva la ropa descuidada o su higiene algo descuidada…-, las
están lanzando. Y uno es capaz porque al despojarse uno
va adquiriendo una especie de radar que capta la necesidad y el
sufrimiento del hermano. Dichoso el hombre que pone a disposición de los demás
los dones que Dios le ha otorgado.
Recordad que cuando uno llegue arriba, a la aduana, lo que no tiene entregado es requisado y
se pierde porque no ha sido transformado en amor. Jesucristo es el sumo ejemplo
de pobre en el espíritu porque todos los segundos de su vida fueron un constante
entregarse por amor a los hombres, fueran buenos o malos. Toda su vida fue un
constante regalo.
Se refiere a los anawim, a los pobres de Yahvé, a
todos aquellos cuya única esperanza es Dios. El evangelio nos presenta como
prototipo principal a la Virgen María. María de Nazaret tenía un radar de gran
precisión para captar las cosas: en medio del gran gentío en la boda de Caná se
percató de la preocupación de los novios de que faltaba el vino. Otros pobres, otros anawim fue la pobre viuda
que echaba lo que tenía en el cestillo de las ofrendas del Templo o los
ancianos Simeón y Ana. Y cuando uno se hace pobre en el espíritu uno forma parte del Reino de Dios.
La segunda bienaventuranza es la de bienaventurados los que lloran.
¿De qué aflicción o dolor está hablando Jesús? No se habla de ninguna desgracia
o desventura. Dios no quiere el dolor ni el sufrimiento. La aflicción de la que habla Jesús es la que se manifiesta en
el llanto al darse cuenta de cómo su propia gente, a la que amaba, rechazó su
propuesta de un mundo nuevo. Al constatar cómo la gente prefiere lo que
tiene, mantener o conservar algo ya agotado e inservible, y rechaza esa
propuesta nueva que les puede salvar. Y uno llora
porque ama a esas personas y esas personas no necesitan ser salvadas. Recordemos
que estamos en un mundo, en una sociedad que se jacta de haber excluido a Dios
de la convivencia humana. Aquellos que vivan para sí, para aquellos a los que
únicamente se preocupen de sus cosas o utilicen a los demás para conseguir sus
propios objetivos no llorarán, no se entristecerán, pero no serán benditos, no
serán consolados. Es beato porque vive con pasión el empeño por construir el
Reino de Dios; donde Dios sea el único Padre y todos nosotros vivamos como
hermanos. La tristeza, las lágrimas no brotan porque uno esté enfermo o las
cosas le vayan mal; sino que brotan porque el mundo está mal porque no quiere
acoger a Cristo en sus vidas. Dios está de parte de
aquellos que lloran como consecuencia del amor porque de ese modo uno ya
está construyendo, con su testimonio, el reino de Dios.
Pongamos un ejemplo al modo humano: Imaginaros del
llanto de una persona que está avisando hace rato a un conductor diciéndole que
la carrera ha desaparecido en un punto determinado porque el terreno se ha
desplazado bastante generando una profunda falla, y el conductor no le hace ni
caso; de tal modo que termina con el coche lanzándose al vacío y falleciendo en
el accidente. Bienaventurados aquellos que experimentan cómo amar de verdad y
de corazón a los demás es algo que duele profundamente.
La tercera bienaventuranza es bienaventurados los mansos. El adjetivo manso nos
remite a la persona con calma que no reacciona a las provocaciones y que acepta
pasivamente sin lamentarse de la injusticia. Sin embargo, ¿qué significa ser
manso para Jesús? Para comprenderlo tenemos que remitirnos
al salmo 37 donde reside esa espiritualidad de la mansedumbre. Este
salmo nos habla de un hombre que teniendo que soportar la opresión y la
malquerencia nunca cede a la tentación de contratacar con la violencia. El
salmo dice: «Descansa en el Señor, espera en él, que no te
haga perder la paz el que prospera con la intriga. Deja la ira, abandona el enfado, no pierdas la paz». Y dice la razón, porque siendo manso, de ese modo no
se aumentará el mal y uno podrá remedio. Ya que la ira lo único que hace es
aumentar el mal y generar un dolor mayor en vez de resolverlo o solucionarlo. La
mansedumbre no es la invitación a la resignación, es el camino correcto para
reaccionar cuando ves injusticia. Cuando uno se da cuenta de que las cosas no
van según los planes de Dios, la primera tentación es la desinteresarse, y en
dejar la cosas tal y como están porque uno no quiere sufrir. La segunda
tentación es la de enfadarse y pensar que puedes resolver el conflicto con la
agresividad y la violencia, por lo que añadirás más maldad a la que ya existe. Jesús
es el manso y ha sufrido conflictos dramáticos con el poder político, con el
poder religioso, pero vivía con los sentimientos y actitudes que caracterizan a
los mansos. Jesús
estaba en la línea de aquellos que se comprometen a obtener la justicia, pero
sin añadirle nunca más ninguna dosis de maldad. La promesa a los manos
es que heredarán la tierra. Es la promesa de que ellos serán con Dios los
constructores de una tierra nueva, una tierra donde los soberbios y los
prepotentes estarán fuera. Una tierra nueva que remite a los cielos nuevos.
La cuarta bienaventuranza es bienaventurados los que tienen hambre y sed de la
justicia. ¿De qué justicia está hablando Jesús? El término justicia es
un término muy peligroso. La justicia de
Dios no es vindicativa. No es la justicia de la guillotina. Recordemos que la
guillotina era llamada el madero de la justicia porque ejecutaba a los
malhechores. O cuando un criminal es llevado a prisión o al patíbulo se dice
que se ha hecho justicia. La justicia de la que la que habla Jesús es el diseño
de amor que Dios quiere realizar en este mundo. La
justicia de Dios es que todos los hombres tomen conciencia de ser hijos y de
ser hermanos entre sí: compartir los bienes, estar juntos ante el dolor y las
alegrías, sentir como propias las necesidades de los demás, el ser capaces de
perdonar, de cambiar el ser enemigos al ser hermanos. Esta es la
justicia que deberíamos anhelar. Jesús toma como ejemplo el hambre y la sed,
dos necesidades básicas, que son fundamentales satisfacer para poder sobrevivir
en el desierto para que nos demos cuenta de lo urgente que es instaurar este
tipo de justicia.
La quinta bienaventuranza es bienaventurados los misericordiosos. La
misericordia no es la compasión. Cuando decimos que una persona es
misericordiosa es porque sabe perdonar, es magnánima, no se deja llevar por el
impulso de la venganza. Pero si aplicamos este concepto de misericordia a Dios
nos encontramos con serios problemas. Este tipo de misericordia en Dios lo hace
difícil porque no se lleva bien con la justicia. Si Dios es juez justo, no
puede ser misericordioso. No es posible ponerlos de acuerdo: o se es justo o se
es misericordioso. Dios es solo misericordia: Dios es amor incondicional y
fiel. Dios es misericordioso en el sentido de que nunca
se desviará de esa pasión de amor por cada uno de nosotros. ¿Cómo se
manifiesta esta misericordia de Dios, este amor de Dios? Se nos manifiesta en
Cristo y lo podemos concretar en una parábola del samaritano. El samaritano es
Jesús que ha encontrado a la humanidad caída en las manos de los bandoleros, de
los bandidos dejándola medio muerta. En ese samaritano
se nos manifiesta la conducta misericordiosa de un hombre que se asemeja a la
del Padre del Cielo.
¿Cuáles son los momentos en los que se manifiesta la misericordia de este samaritano -que
es Jesús-? Hay tres momentos para saber
si uno es misericordioso o no. El primer momento es que tiene los ojos
abiertos, le ve. No es preciso que el otro clame, ni grite ni pida socorro,
sino que ve la necesidad del hermano. El segundo momento es que siente
compasión, sintió lástima, empatiza con él, siente un impulso interno de amor
que hace suyo el dolor ajeno. El tercer momento es que rápidamente interviene,
le venda las heridas, se las cura con aceite y vino, lo monta en su cabalgadura
y lo lleva a una posada para que le cuiden, dejando dinero de sobra para este
fin. Ésta es la misericordia de la que nos habla Jesús en las bienaventuranzas.
Sólo aquellos que están en la sintonía con la misericordia de Dios encontrarán
la misericordia.
La sexta bienaventuranza es bienaventurados los limpios de corazón. Para
nosotros el corazón es el asiento/la sede de las emociones. Para los judíos el
corazón era el centro de todas las opciones, de todas las decisiones. El
corazón puede ser puro o impuro. ¿Cuándo un corazón es puro? Es puro cuando está tan lleno de Dios que dicta las
elecciones y orienta todas las decisiones que se
toman. Y un corazón impuro es el corazón donde hay un revoltijo de
dioses, de ídolos cuando en el corazón también está Dios, pero luego muchas
decisiones parten del dinero, de los intereses propios, del afán de
protagonismo, del odio, del libertinaje moral y toman las decisiones que nos
van sumergiendo en el mal. La promesa a los limpios de corazón es que tendrán
una profunda experiencia de Dios. Para ver, para experimentar a Dios primero
uno debe de purificar su corazón y sólo así podrán tener una experiencia de
Dios.
La séptima bienaventuranza es bienaventurados los que trabajan por la paz. Los
pacíficos no son los que han de estar siempre de acuerdo con todo para no
generar conflicto y trata de llevarse bien con todos. ¿Qué quiere decir Jesús
con constructores de la paz? Esta paz de la que nos habla Jesús implica la plenitud
de vida, implica la presencia de todos aquellos bienes que permiten a los hombres
ser felices. Todos aquellos que crean las condiciones
económicas, sociales, políticas, eclesiales, culturales favorezcan esta paz es bienaventurado
del que habla Jesús. Y a éstos Dios les llama ‘sus hijos’, es tanto como que
Dios diga: ‘Tú realmente eres mi hijo’ porque Dios quiere la plenitud y la
felicidad de todos sus hijos.
La octava bienaventuranza es bienaventurados los que son perseguidos. Cuando estamos en el monte, en la montaña con Dios todo va con normalidad. El problema está cuando bajamos a la llanura y nos relacionamos con personas que piensan de un modo diverso, con otros criterios y valores. De hecho, es en la llanura, con la gente que piensa de diverso modo, dónde se nos probará en nuestra fe y si somos consecuentes con lo que Jesús nos enseñó. Jesús nos dice que aquellos que deseemos instaurar el Reino de Dios no lo vamos a tener nada fácil. Es más, dirán todo lo malo de nosotros, nos perseguirán… por causa de Jesús. Cuando uno vive según las enseñanzas de Jesús genera problemas porque el mundo no acepta otro modo diferente de actuar. El apostar por el amor definitivo y fiel hacia una persona como es Jesucristo en los hermanos… no se acepta. Porque esta sociedad nuestra sólo quiere lo que le interesa; sólo se acerca a las personas de las que se puedan aprovechar; sólo se quiere a los demás para poder obtener los propios beneficios. Todos aquellos que son llamados bienaventurados por ser perseguidos son ciudadanos del reino de los Cielos. Todos aquellos que viven en sintonía con las bienaventuranzas van manifestando, van instaurando, van creando una cultura nueva, un modo de estar nuevo donde Dios tiene el protagonismo y el lugar prioritario que le corresponde. Y todos aquellos que son perseguidos son felices, no porque espere -que también- una vida en la Eternidad, sino porque al ser perseguidos deja en claro que están siendo consecuentes y viven de una manera diferente a los criterios del mundo. De este modo, al tener a Cristo con nosotros, nadie podrá robarnos ni arrebatarnos el gozo de su presencia.