sábado, 31 de julio de 2021

Homilía del Domingo XVIII del Tiempo Ordinario, Ciclo B

 Homilía del Domingo XVIII del Tiempo Ordinario. Ciclo B

1 de agosto de 2021

 

            Nos dice el evangelio de hoy que «cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús», es decir que fueron en busca de Jesús. Y eso es lo que tiene que hacer un cristiano, buscar a Jesús. [Jn 6, 24-35]

 

Pero claro, ¿qué hay detrás de esa búsqueda? A lo que Jesús nos da una palabra inolvidable: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros». Esto lo dice porque antes está el episodio de la multiplicación de los panes y de los peces. La gente había quedado impresionada y saciada de los panes y de los peces, pero no han visto el signo, no han comprendido el signo. Este es un gran peligro que tenemos los cristianos en nuestra vida, recibir los dones de Dios en su materialidad pero sin comprender el signo que encierra. Es como si uno recibe un ramo de rosas y dice ‘¡que bonitas que son, que preciosas!, ¡me vienen genial para colocarlas en el jarrón y adornar el salón!’ Pero lo más importante del ramo de rosas no es que ahí queden bien, lo más importante del ramo de rosas es que te las ha dado alguien con una intención, porque te quiere, porque está enamorado de ti. Lo importante no es la materialidad de las rosas, sino la intención formal que tiene aquel que te las ha enviado. Algo así es el reproche que hace Jesús a la gente. «Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros».

 

Muchas veces, nosotros ante Dios es posible que nos quedemos con la materialidad de sus dones sin llegar al dador de los dones. Estamos llamados a pervivir en todo lo que nos rodea un signo de Dios, una figura de Dios, una metáfora de Dios. Todos los dones de Dios que nos rodean son signos que nos remiten a un don superior, y quedarse en el signo sin llegar al significado es una pobreza muy grande, es perder lo principal.

 

A modo de ejemplo; estamos rodeados de belleza. La belleza que nos rodea puede ser percibida de dos maneras, en la acción de Dios la belleza es un camino, es un acceso para entender lo que es la inmensidad, la santidad de Dios, la grandiosidad de Dios. La belleza de la naturaleza, la belleza del arte, de la música…esa belleza que nos atrae no es sino un altavoz que evoca la grandeza de Dios y su belleza infinita y su santidad. Y lo que nos pasa a veces es que reducimos la belleza a un disfrute personal, egoísta, sensualmente… pero la belleza está llamada a ser como un trampolín que nos cuestiona cuál es la fuente de esta belleza. Lo mismo pasa con el amor humano; nos queremos, sentimos la importancia del cariño y de la amistad, pero a veces no nos damos cuenta de que el amor humano es una evocación del amor divino, porque estamos llamados a amar para siempre. El amor no tiene una vocación a la finitud, sino a la infinitud.

Y lo mismo pasa con el alimento. Porque aquellos que estaban siguiendo a Jesús estaban buscando sus necesidades perentorias: que necesito trabajo, que necesito alimentar y sacar adelante la familia… el subsistir en esta vida, a veces es duro y angustioso, el cómo vivir el futuro, el cómo pagar las facturas y dar de comer a los hijos…y en medio de esta lucha por el día a día, Jesús le dice que él tiene otro pan, al que este pan de trigo está simbolizando, que es el pan de vida eterna. «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás». Es importante que percibamos los dones que tenemos en esta vida como un signo de los dones superiores, de los dones definitivos, que son los dones de la gracia. Todos los dones que recibimos ahora son un anticipo de lo que Dios nos quiere dar. No desconectemos la tierra del cielo, no la desconectemos, porque está en plena unión. Vivamos todo lo que tenemos como un signo que evoca el amor que Dios nos tiene y con el que nos cuida. Y no olvidemos que el alimento con el que nos cuida el Señor es la Eucaristía, anticipo de la vida eterna. «Yo soy en pan de vida».

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