Homilía del Apóstol Santiago, Domingo 25 de julio de 2021
Uno lee el
evangelio de hoy en el que ve cómo los apóstoles están muy despistados y de
cómo la madre de los Zebedeos quiere colocar a sus hijos, el uno a la derecha y
el otro a la izquierda de Jesús. Jesús, con esto, nos está previniendo que la
estructura apostólica, con la que Jesús ha querido llevar adelante la
transmisión de la fe, es una estructura
de autoridad apostólica, con esa misma autoridad que tuvo Jesús. Pero se
habla de autoridad, pero no de poder. Y ese matiz entre autoridad y poder es muy
importante.
Jesús estaba
revestido de autoridad y llamaba la atención con qué autoridad hablaba Jesús
que era capaz de corregir a los fariseos en la interpretación equivocada de las
Sagradas Escrituras. Pero Jesús no estaba revestido del poder humano, tenía la
autoridad dada por Dios. Ese matiz es el que subraya el evangelio de hoy. En la
sucesión apostólica recibimos esa autoridad de Jesús, pero Jesús nos pide que
sea una autoridad que esté desprendida de esos signos de poder de este mundo
que busca el ser servidos y no el servir. La estructura apostólica de la
Iglesia no hay que confundirla con una estructura jerárquica en la que se
informa una determinada casta que busca ser servida. Jesús insiste en que ‘no
he venido a ser servido, sino a servir y a dar mi vida en rescate por todos’.
Un signo de
que hemos entendido el espíritu de Jesús es que el don que hemos recibido a través
de la sucesión apostólica, nosotros lo concretemos sirviendo en las cosas más mínimas, en las cosas más pequeñas,
buscando el último puesto, el que no quiere nadie. Intentando siempre entender
que Jesús nos manifestó su autoridad divina en el lavatorio de los pies,
poniéndose de rodillas delante de nosotros y lavándonos los pies. Es una
paradoja a los ojos de los hombres, pero sin embargo es la lógica de Dios. Que
la autoridad de Dios se manifiesta en el servicio más humilde, en buscar el
último puesto. Por eso Jesús reprende a esa madre que perdía para sus dos hijos
los puestos principales. Por eso les dice que el puesto principal que van a
tener es el del servicio, «el beber el cáliz que él ha de beber» [Mt 20, 20-28], y de hecho así les dio el cáliz en el
martirio, porque el martirio es la entrega de la vida por el servicio por el
bien del mundo y por el bien de la humanidad.
Cuenta la
tradición que cuando el apóstol Santiago se dirigía hacia Finisterre, al pasar
por Zaragoza, el apóstol tuvo un momento de prueba, de dificultad para llevar
adelante su encomienda. Tuvo un momento de desolación, de experimentar que era
muy difícil llevar adelante esa encomienda y tuvo la tentación de volverse
atrás. Y que fue allí, en Zaragoza, donde recibió aquella manifestación de la
Virgen, nuestra Madre, quien le consoló y de ahí la advocación de Nuestra
Señora del Pilar. De María recibe la consolación para poder ser perseverante.
María es un don por el que Dios nos da la gracia de la fidelidad. ‘En tiempos
de turbación, no hagas mudanza’, como diría San Ignacio. En este momento tal
vez, seas tentado de cansancio, de desesperación, sintiéndote tentado de
pesimismo, y la Virgen María a Santiago apóstol le dice que ‘no cambies tu
propósito, sigue tu marcha, sigue hasta el fin de la tierra’. Jesús nos dijo ‘id
al mundo entero y proclamad el evangelio’. Sé perseverante, sé fiel. Y es
impresionante el papel de la Virgen incentivando la fidelidad en sus hijos, nos
fortalece y anima en la evangelización. María es una ayuda para seguir adelante
en el camino de la cruz. El encuentro con María es una bocanada de aire fresco
en la que ella nos anima a la fidelidad, para que abrazando con confianza la
cruz, encontramos en esa cruz nuestra gloria.
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