Homilía del Domingo XIV del Tiempo Ordinario, ciclo b
4 de julio de 2021
Entonces realmente ¿qué sucede?
Sucede que estamos engañados por el Demonio. Kiko Argüello, en una de sus
catequesis decía: Que había un monje muy anciano que reunió a jóvenes y les
preguntó “¿qué creéis vosotros que es lo propio del cristiano, lo más suyo, lo
más auténtico?”. Y se alza uno y le dice “la obediencia”. A lo que el anciano
le dice “no”. Otro dice “la humildad”, a lo que el anciano le dice “no”. Otro
grita “la santidad”, y el anciano le dice “no”. Y como no sabían los jóvenes
cómo responderle, el anciano les dijo: “lo propio del cristiano es el
discernimiento”. Porque si tú no tienes discernimiento te crees buena
persona y eres un pecador; te crees humilde y eres un soberbio; te crees
generoso y eres un profundo egoísta.
El discernimiento es algo que se aprende viviendo en
una comunidad cristiana que va dando pasos descubriendo la aportación de Cristo
en ti, para ir consiguiendo un fe adulta y sepas que el Demonio ya no te pueda
engañar. Y no te puede engañar porque sabes descubrir sus trampas. El Demonio
siempre se disfraza de ángel de luz y siempre te dice cosas agradables. Una
manera de descubrir si un pensamiento viene del Demonio es que el Demonio
siempre te adula. Porque el que te adula es tu enemigo, el que te corrige es tu
padre.
Esos hebreos todos los sábados acudían religiosamente
a la sinagoga a escuchar a la Palabra de Dios, sin embargo estaban viviendo en
la época del becerro de oro, porque aunque no lo sepamos o no queramos admitir
estamos encadenados al materialismo, al consumismo, al hedonismo, al egoísmo. Confiamos
en todo menos en el Señor. Y lo propio del cristiano es ir discerniendo para
saber cuántas y cómo de largas son las cadenas que nos están impidiendo ser
sanados, ser fortalecidos, ser consolados, ser portadores de esa alegría que
viene de Cristo. El Demonio te dice que eres una buena persona, que haces lo
que tienes que hacer, que el otro se comporta así porque es tonto o soberbio,
que la culpa de lo que está ocurriendo lo tiene el otro. El Demonio quiere que
tú no cambies y por eso muchas veces las cosas van de mal a peor.
El profeta Ezequiel [Ez 2, 2-5] en la primera de las
lecturas fue enviado por Dios a un pueblo que se habían relajado en las
costumbres, que lo que antes era pecado ahora era algo normal. Se habían
olvidado del Señor, y le habían sustituido por sus posesiones, por sus
preocupaciones, por su ocio, por buscarse una vida más cómoda. Habían sido
atrapados por las redes del Demonio. De esta manera sólo se empieza a razonar,
a pensar y a sentir de modo meramente mundano. Y podemos estar en la Iglesia y
ser los más mundanizados. Esos hebreos del pueblo de Jesús acudían todos los
sábados a la sinagoga y cumplían todas las normas religiosas, pero en el centro
de su ser no estaba instalado el Señor. Se creían buenas personas, buenos
judíos, humildes, cumplidores, generosos, pero todo era un espejismo ya que se
habían dejado engañar por el Demonio y su vida, sin ellos ni percatarse, emanaba
un hedor más desagradable que el de un estercolero.
Y con pena Jesús allí no pudo hacer milagros, porque
ni siquiera ellos contaban con Dios en sus vidas. Ellos tributan culto a sus
particulares ‘becerros de oro’.
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