Homilía del
Tercer Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
En el Evangelio nos encontramos con
el inicio del ministerio de Jesús. Una vez que Jesús ha sido bautizado por Juan
en el Jordán y que ha experimentado las tentaciones en el desierto hoy nos dice
que se va a instalar en Cafarnaún. Todos sabemos que Jesús se cría en Nazaret,
pero sin embargo se nos dice que su casa, durante su ministerio público, estaba
en Cafarnaún. Y en Cafarnaún estaba la casa de Pedro y desde ahí Jesús enseñaba,
curaba y tenía a la casa de San Pedro como
centro de operaciones, de reuniones, de descanso… Y Jesús, teniendo muy
de cerca al primer Papa, ya iba actuando.
Y el Evangelista San Mateo desea
inaugurar el ministerio público de Jesús con una cita del profeta Isaías [Isaías
8, 23b-9, 3]: «El
pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en
tierra y sombras de muerte, una luz les brilló» [Mt 4, 12-23]. Esta cita
nos habla de algo muy positivo, de una gran luz que nos está brillando, pero el
contexto social, cultural, religioso y político del libro del profeta Isaías no
es nada positivo. Estamos en una época muy oscura para Israel, su mayor enemigo
era Siria, y en concreto el rey Teglatfalasar III y el gran general Senaquerib
(704-681 a.C), que prácticamente barrieron todo Israel, conquistaron el Reino
del Norte, conquistaron Samaría, y todas las ciudades que estaban rodeando Jerusalén
fueron cayendo una detrás de otra, con asedios terriblemente crueles. Los
asirios eran terriblemente crueles, cortaban las cabezas, crucificaban a sus
enemigos con grandes torturas. Para que vean hasta qué punto eran crueles los
asirios que los arqueólogos han encontrado en una ciudad muy cercana a
Jerusalén, llamada Laquís [2 Cr 32, 9] una fosa común con más de 1500 cuerpos,
de hombres, mujeres y niños enterrados con huesos de cerdo. Sabemos que los
judíos no comen cerdo y una manera más de profanar y humillar los cadáveres era
enterrar a esos judíos entre cerdos. A esto se dedicaban los asirios.
En medio de todo este panorama tan
sombrío, donde el profeta Isaías nos dice: «Vagarán por el país, agotado y
hambriento; exasperado por el hambre, maldecirán a su rey y a su Dios. Se
dirija al cielo o mire a la tierra, sólo encontrará angustia y oscuridad,
desolación y tinieblas» [Is 8, 21-22]. Pues en medio de este panorama tan
sombrío y desolador hace su aparición el Señor y la salvación, y es entonces
cuando el profeta ya anuncia que donde todo había sido arrasado va a comenzar
el ministerio del Mesías, de aquel que va a traer la luz.
Para
los profetas la situación política, de
guerra y de oscuridad que están viviendo, en el fondo es reflejo de la
situación espiritual en que se haya el pueblo. Y no hay crisis política
que en el fondo no lleve una crisis espiritual más profunda. El Papa Francisco
no se cansa en decirnos que detrás de la crisis de Occidente que palpamos
todos, se esconde una crisis de valores y un eclipse de Dios.
Por eso es tan importante que las
primeras palabras del inicio del ministerio de Jesús sean unas palabras de conversión
y que se compare a Jesucristo como una luz cegadora, que si le dejamos entrar
en nuestra vida nos descubre un horizonte de esperanza que está más allá de
cualquier tipo de solución humana.
26
enero 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario