Homilía del
Segundo Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
El domingo anterior, el Bautismo del
Señor, finalizamos el tiempo litúrgico de la Navidad y ya este lunes hemos
empezado el tiempo litúrgico del tiempo Ordinario. Es una invitación que el
Señor nos hace para vivamos el tiempo disfrutando de su divina presencia. Hemos
dejado a Jesús en el río Jordán siendo bautizado por Juan el Bautista y ahora
Jesús va a empezar su vida pública. Y es precisamente en este tiempo Ordinario
cuando nosotros le vamos a ir acompañando, aprendiendo de Él, escuchándole,
siendo testigos de sus milagros, parábolas e infinidad de bendiciones de las
que seremos beneficiarios.
Lo primero que nos llama la atención
el en Evangelio de San Juan es que no relata nada del nacimiento de Jesús, ni
de su infancia. Empieza con Juan el Bautista señalando a Jesús como el cordero de Dios que quita el pecado
del mundo [Jn 1,29-34]. Emplea uno de los títulos cristológicos más importantes
para referirse a Jesús: El Cordero.
Es más, el libro del Apocalipsis, se refieren a Jesucristo como el cordero o el
cordero degollado que está en el trono de Dios, el Cordero de pie que simboliza
a Jesucristo.
Y esto de la sangre del cordero es
muy importante en el Antiguo Testamento. Nos remite a la Pascua, cuando el
pueblo de Israel estaba en Egipto, en la noche en que iban a ser liberados, el
Señor les pidió que todas las familias se reuniesen y que sacrificaran un
cordero; y con la sangre de ese cordero rociaran las jambas y los postes de las
puertas, para que así la última plaga, que era la matanza de los primogénitos
no entrara dentro de esa casa, de tal manera que la sangre del cordero, lo que
hace a esta gente, es defenderla de la
muerte a los israelitas. Pero no solo era sacrificar el cordero, sino
que el Señor dio unas prescripciones a Moisés, y eran muy claras: sacrificar el
cordero, rociar con su sangre las jambas y el dintel de las puertas, y demás
hacía falta consumir todo el cordero, comerse el cordero. Que toda la familia
se reuniera y que toda la familia se alimentase con la carne de ese cordero. Pues
San Juan Bautista nos dice: «Este es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo».
De trasfondo está el sacrificio del cordero pascual.
O sea, que desde el minuto uno,
Jesús se nos presenta como cordero que viene a derramar su sangre para que
nosotros tengamos vida y viene a realizarlo en el contexto pascual, en el
contexto de la Semana Santa, cuando Cristo en la cruz derrame su sangre para la
vida del mundo. Y ese cordero no solamente es sacrificado, sino que nosotros
comemos a ese Cordero en la Eucaristía, donde Jesús derrama su sangre y también
nosotros nos alimentamos de ese cordero, de tal manera que cada vez que
celebramos la Eucaristía hacemos recuerdo, memorial de la pascua y recuerdo o
memorial del sacrificio de Cristo en la cruz.
San Juan es muy inteligente y
empieza diciendo que Jesús es el cordero y finaliza el evangelio con el
cordero. Jesús muerte un viernes pascual a las tres de la tarde. ¿Pero qué
pasaba ese viernes pascual a las tres de la tarde? Pues simultáneamente a la
muerte de Jesús en el monte Calvario se estaban sacrificando los corderos en el
Templo de Jerusalén. Sabemos que los corderos no se podían sacrificar en las
casas –cosa que sí sucedía en el Éxodo-, sino que tenían que ser sacrificados
todos en el Templo de Jerusalén. De tal forma que a las tres de la tarde,
cuando Jesús muere en la cruz, se estaban comenzando a sacrificar todos los
corderos, los miles y miles de corderos, todos sacrificados en el Templo de
Jerusalén, para todas las familias de Jerusalén que durante esa noche
celebrarían la pascua comiendo la carne de esos corderos. A la misma hora que se
están sacrificando esos corderos en el Templo, fuera de la ciudad, en el
Calvario, está derramando su sangre y sacrificándose por nosotros el que es el
verdadero Cordero que quita el pecado del mundo. Esto es muy importante para
los cristianos, es más en la Carta a los
Hebreos se nos habla de Cristo como Sumo Sacerdote y de cómo su muerte, como
cordero degollado, ha eliminado el pecado y nos ha santificado. Ir a Misa es
como ir al Calvario, es como ponerse a los pies del Calvario y recibir la
efusión de la sangre de Jesús que se derrama por nosotros. Esto quedó tan
dentro de los primeros cristianos que ya en la primera carta de San Pedro nos
dice «Sabed
que no habéis sido liberados de la conducta idolátrica heredada de vuestros mayores
con dones caducos –oro o la plata-, sino con la sangre preciosa de Cristo,
cordero sin mancha y sin tacha»
(1 Pe 1,18-19). Hemos sido comprados a
precio de sangre, y la sangre del Hijo de Dios cuyo valor es infinito ya
que cada uno tiene un valor infinito. Hay personas que dicen «yo
no valgo para nada, soy un desastre (…)». Pues no, tienes un valor infinito
para Dios. Tanto valor que para rescatarte ha hecho falta comprarte a precio de
la sangre del Cordero de Dios. Esto ha de ayudarnos a tener más autoestima y a
valorar más el gran regalo de la vida que Dios nos da.
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