domingo, 5 de enero de 2020

Homilía de la Epifanía de Nuestro Señor, año 2020


Epifanía de Nuestro Señor, 6 de enero 2020
            El derrumbe de la verdad y el decaimiento moral es una consecuencia directa del constante afán de este mundo de borrar a Dios de nuestras vidas. Si se quita a Dios la energía vital desaparece y hasta los grandes imperios y poderosos que se sienten seguros por lo que tienen y dominan se terminan desplomando al no tener a Dios en sus vidas. Nosotros que estamos en la Iglesia no bajemos la guardia, no sea que nos sintamos muy seguros y salvados y resulta que nos terminamos colgados, y con suerte, del último fleco del purgatorio teniendo metido el dedo gordo del pie en las encendidas, azuzadas y bien alimentadas llamas del infierno. Es que resulta que también se puede borrar a Dios de nuestras vidas estando en la Iglesia, siendo un cura o una monja. Porque ese famoso dicho de ‘habla chucho que no te escucho’ o ‘por un oído me entra y por el otro me sale’ se puede dar perfectamente estando en la Iglesia, es más, se da.
            Nos encontramos con una sociedad que está rompiendo con el pasado y miran con hostilidad agresiva a la tradición. De tal modo que el cambio permanente priva a las personas, sobre todo a los más jóvenes, de una brújula para indicarles el norte, para indicarles a Cristo. Incluso los más mayores en un ejercicio de falsa caridad se amoldan a los malos usos y costumbres sociales justificando a los más jóvenes en vez de darles una palabra de corrección en el amor. Creen que diciendo que ‘son otros tiempos’ se justifican en su tendencia pecaminosa y alejada de los designios divinos. Si el cristianismo pacta con el mundo en vez de iluminarlo, los creyentes no son fieles a la esencia de su fe. Y ¿cómo se pacta con el mundo?, no hablando con claridad, justificando conductas impropias de cristianos en vez de corregirlas, callándonos por falsos respetos humanos cuando debemos de decir las cosas en conciencia y con caridad fraterna.
            La tibieza del cristianismo y de la Iglesia provoca la decadencia de la civilización. No todo vale, no todo es evangelización, no todo es lícito, no vale cualquier modo de celebrar los sacramentos, pero todo esto forma parte de la táctica demoniaca que va nos ganando terreno en nuestra vida espiritual y que costará demasiado en poderlo recuperar. El Demonio siempre tiene planes a largo plazo, y parece que no hace nada, pero hace más de lo que podemos llegar a pensar. El cristianismo es la luz del mundo, si deja de brillar contribuye a que el mundo se suma en las tinieblas de la oscuridad. Cuando un creyente se acerca al confesionario y confiesa de corazón sus pecados, ese cristiano se suma al ejercito de la luz en contra de las tinieblas. Cuando en silencio o en comunidad estamos rezando el Oficio Divino o meditando con la Palabra de Dios, estamos siendo soldados de Cristo que colaboran en que la Luz brille con más fuerza en medio de las tinieblas. Cuando un cristiano da una palabra desde la fe para aconsejar a otro está siendo colaborador del bien.
            El profeta Isaías ya nos lo dice: «¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!». Llega tu luz, llega Cristo a tu vida, a tu existencia, a tu ser, a tu comunidad, a tu familia, a tu hogar. Sin Dios el mundo vive en el vacío y donde se da el vacío surgen los conflictos que se enquista, la ley del mas fuerte prevalece y nos instalamos en un sufrimiento permanente. Uno que vive al margen de Cristo puede aparentar ser feliz una semana, unos meses, unos años, pero su sufrimiento se incrementa llegando a ser insoportable.
            Si quitamos a Cristo del medio el hombre se convierte en instrumento del hombre, en un objeto del cual uno puede exprimir para aprovecharse del otro. Si quitamos a Cristo del medio, la avaricia y el resto de los pecados capitales se multiplicarán hasta el infinito obstaculizando desde lo más irrelevante de la vida familiar hasta lo más relevante y serio de la vida política, pervirtiendo cosas que antes eran consideradas más que sagradas y dignas.
            No es un baladí celebrar la Epifanía de Jesucristo. No es cosas de ñoños ni de carcas, ni de gente que chochea, ni de nostálgicos retrógrados, es cosa de amor, de autenticidad y de andar en la Verdad. Jesús es el auténtico regalo que te permite construir tu vida, viviendo el presente con valentía para ser lanzado hacia el Eterno.



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