sábado, 11 de enero de 2020

Homilía del Bautismo del Señor, ciclo a, 2020


El Bautismo del Señor, Ciclo a, 12 de enero 2020
            Este domingo celebramos una fiesta muy importante: El Bautismo del Señor. Una fiesta que cierra el tiempo de Navidad. Y hoy la liturgia de la Iglesia nos ofrece la versión del Evangelio según San Mateo [Mt 3, 13-17]. Y no hay que olvidar que San Mateo escribió su evangelio pensando en una comunidad judeo-cristiana, o sea, cristianos que procedían del judaísmo. Por lo tanto eran personas de ascendencia judía y para los cuales era muy importante la historia de Israel y de cómo todas las promesas de la historia de Israel se cumplen en Jesús.
            Para el pueblo de Israel todos los reyes que había debían de ser ungidos por un profeta, y a través de esa unción se garantizaban que el Espíritu del Señor, el Espíritu de Dios descansaba sobre ese rey, y por lo tanto estaba investido de una fuerza de lo alto y podía desarrollar sus funciones. Todos recordamos al profeta Samuel ungiendo rey a Saúl [1 Sam 10] y se nos dice que la fuerza de Dios le acompañaría a partir de ese momento. Dice exactamente: «Dios le cambió el corazón (…). El Espíritu de Dios se apoderó de él y se puso a profetizar con ellos»]. O también cuando David es ungido como rey [1 Sm 16], se dice que en ese momento el Espíritu de Dios bajó sobre él y desde ese día hasta delante no se separó ya Dios de David. Dice la Palabra: «Samuel tomó el cuerno de aceite y lo ungió en presencia de sus hermanos. El espíritu del Señor entró en David a partir de ese aquel día».
            De hecho ya el profeta Isaías (capítulos 11 y 61) decía que cuando apareciese el Mesías, el cual sería descendiente de David, y por lo tanto tendría que estar ungido con el Espíritu de Dios [«sobre él reposará el espíritu del Señor» (Is 11, 2) y «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido» (Is 61, 1)]. El Mesías tenía que estar ungido con esa fuerza que viene de lo alto como eran ungidos los antiguos reyes de Israel. Esto es muy importante porque ya los primeros cristianos vieron en el bautismo de Jesús, en el momento en el cual se abren los cielos y el Espíritu Santo baja sobre él en forma de paloma, era esa unción que tuvieron ya los reyes de Israel. Y por lo tanto capacita a Jesús para ser como un mesías rey, si bien nosotros ya sabemos que Jesús lleva el Espíritu Santo en Él puesto que Jesucristo es Dios. Y esto era importante que cayeran en la cuenta los cristianos a los que escribe San Mateo porque ellos procedían del judaísmo. De hecho hay una frase enigmática, que puede llamar la atención en la que San Juan el Bautista no quiere bautizar a Jesús porque le dice que Jesús es más que él [«Juan intentaba disuadirlo diciéndole: Soy yo el que necesito que tú me bautices ¿y tú acudes a mí?»]. A lo que Jesús le responde a Juan que es preciso que yo me bautice «para que se cumpla toda justicia». Y esto de cumplirse toda justicia para San Mateo es cumplirse el plan de Dios tan y como se había dado y realizado con las unciones a los reyes de Israel en el Antiguo Testamento.
            Una cosa que llama mucho la atención es que el Espíritu Santo desciende sobre Jesús en forma de paloma. ¿Por qué una paloma? ¿Por qué no una brisa o unas llamaradas de fuego como en Pentecostés? Vamos a ver, ¿dónde aparece otra vez en la Sagrada Escritura la paloma? Aparece después del diluvio. Noé desde el arca saca a volar una paloma y la paloma regresa con un ramito de olivo prendido del pico. Lo que significaba que las aguas ya habían remitido, que las aguas ya estaban bajando y ya había tierra firme. Por lo tanto la paloma se convierte en signo del nuevo mundo que Dios ha creado después del diluvio. Se ha dado una nueva creación donde el diluvio ha vuelto a poner paz entre Dios y los hombres. Y es muy importante esto de que la paloma descienda en el bautismo del Señor porque nos indica lo que Cristo viene a hacer a través de la misión que hoy comienza, porque hoy comienza su vida pública. Cristo viene a traer paz entre Dios y los hombres. Al igual que en la época de Noé había una humanidad corrompida, caída, alejada de Dios, Cristo viene a restablecer la comunión entre Dios y los hombres. Y de la misma forma que las aguas purificadoras del diluvio dieron origen a una nueva humanidad, a una nueva creación, Jesús viene a hacer todas las cosas nuevas. Viene a hacer una nueva creación restableciendo esa comunión perdida entre Dios y los hombres.
            Luego hay otro detalle del Evangelio. Nos encontramos a Jesús en un río y está allí en silencio. Esto nos remite a un profeta, al profeta Ezequiel que estaba una vez sentado junto a un río, en el río Quebar (Ez 1), en una situación de crisis espiritual del pueblo de Israel, porque habían sido conquistados y deportados a Babilonia. Y el profeta Ezequiel ve también como se abren los cielos, con la misma expresión que se da en el bautismo de Jesús, «se abrieron los cielos», y Jesús escucha la voz de Dios «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco», y el mismo profeta Ezequiel que estaba sentado a la orilla del río Quebar y que ve como los cielos se abren escucha la voz de Dios que le envía como profeta a su pueblo, dice la Palabra que el  espíritu entró en él, en el profeta Ezequiel, y le hizo poner en pie. El bautismo el Señor fue el pistoletazo de salida para la vida pública del Señor y a Ezequiel fue esa profunda experiencia de sentir cómo Dios le movía para ser profeta en medio de una situación espiritual crítica de su pueblo. Es importante que también nosotros escuchemos esa voz de Dios, constituyéndonos profetas para que vayamos a anunciar el Evangelio en este mundo que también está sumido en una gran crisis espiritual.

No hay comentarios: