El Bautismo del
Señor, Ciclo a, 12 de enero 2020
Este domingo celebramos una fiesta
muy importante: El Bautismo del Señor. Una fiesta que cierra el tiempo de
Navidad. Y hoy la liturgia de la Iglesia nos ofrece la versión del Evangelio
según San Mateo [Mt 3, 13-17]. Y no hay que olvidar que San Mateo escribió su
evangelio pensando en una comunidad judeo-cristiana, o sea, cristianos que
procedían del judaísmo. Por lo tanto eran personas de ascendencia judía y para
los cuales era muy importante la historia de Israel y de cómo todas las
promesas de la historia de Israel se cumplen en Jesús.
Para el pueblo de Israel todos los
reyes que había debían de ser ungidos por un profeta, y a través de esa unción se garantizaban que el Espíritu del Señor,
el Espíritu de Dios descansaba sobre ese rey, y por lo tanto estaba
investido de una fuerza de lo alto y podía desarrollar sus funciones. Todos
recordamos al profeta Samuel ungiendo rey
a Saúl [1 Sam 10] y se nos dice que la fuerza de Dios le acompañaría a
partir de ese momento. Dice exactamente: «Dios le cambió
el corazón (…). El Espíritu de Dios se apoderó de él y se puso a profetizar con
ellos»]. O también cuando David es ungido
como rey [1 Sm 16], se dice que en ese momento el Espíritu de Dios bajó
sobre él y desde ese día hasta delante no se separó ya Dios de David. Dice la
Palabra: «Samuel tomó el cuerno de aceite y lo ungió en presencia de sus
hermanos. El espíritu del Señor entró en David a partir de ese aquel día».
De hecho ya el profeta Isaías (capítulos
11 y 61) decía que cuando apareciese el
Mesías, el cual sería descendiente de David, y por lo tanto tendría que estar ungido
con el Espíritu de Dios [«sobre
él reposará el espíritu del Señor» (Is 11, 2) y «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor
me ha ungido» (Is
61, 1)]. El Mesías tenía que estar ungido con esa fuerza que viene de lo alto
como eran ungidos los antiguos reyes de Israel. Esto es muy importante porque
ya los primeros cristianos vieron en el bautismo de Jesús, en el momento en el
cual se abren los cielos y el Espíritu Santo baja sobre él en forma de paloma,
era esa unción que tuvieron ya los reyes de Israel. Y por lo tanto capacita a
Jesús para ser como un mesías rey, si bien nosotros ya sabemos que Jesús lleva
el Espíritu Santo en Él puesto que Jesucristo es Dios. Y esto era importante
que cayeran en la cuenta los cristianos a los que escribe San Mateo porque ellos
procedían del judaísmo. De hecho hay una frase enigmática, que puede llamar la atención
en la que San Juan el Bautista no quiere bautizar a Jesús porque le dice que
Jesús es más que él [«Juan
intentaba disuadirlo diciéndole: Soy yo el que necesito que tú me bautices ¿y
tú acudes a mí?»]. A lo
que Jesús le responde a Juan que es preciso que yo me bautice «para que se cumpla toda justicia». Y esto de cumplirse toda justicia para San Mateo es
cumplirse el plan de Dios tan y como se había dado y realizado con las unciones
a los reyes de Israel en el Antiguo Testamento.
Una cosa que llama mucho la atención
es que el Espíritu Santo desciende sobre Jesús en forma de paloma. ¿Por qué una
paloma? ¿Por qué no una brisa o unas llamaradas de fuego como en Pentecostés?
Vamos a ver, ¿dónde aparece otra vez en la Sagrada Escritura la paloma? Aparece
después del diluvio. Noé desde el arca saca a volar una paloma y la paloma
regresa con un ramito de olivo prendido del pico. Lo que significaba que las
aguas ya habían remitido, que las aguas ya estaban bajando y ya había tierra firme.
Por lo tanto la paloma se convierte en signo del nuevo mundo que Dios ha creado
después del diluvio. Se ha dado una nueva creación donde el diluvio ha vuelto a
poner paz entre Dios y los hombres. Y es muy importante esto de que la paloma
descienda en el bautismo del Señor porque
nos indica lo que Cristo viene a hacer a través de la misión que hoy comienza,
porque hoy comienza su vida pública. Cristo viene a traer paz entre Dios y los
hombres. Al igual que en la época de Noé había una humanidad corrompida, caída,
alejada de Dios, Cristo viene a restablecer la comunión entre Dios y los
hombres. Y de la misma forma que las aguas purificadoras del diluvio dieron
origen a una nueva humanidad, a una nueva creación, Jesús viene a hacer todas
las cosas nuevas. Viene a hacer una nueva creación restableciendo esa comunión perdida
entre Dios y los hombres.
Luego hay otro detalle del
Evangelio. Nos encontramos a Jesús en un río y está allí en silencio. Esto nos
remite a un profeta, al profeta Ezequiel que estaba una vez sentado junto a un
río, en el río Quebar (Ez 1), en una situación de crisis espiritual del pueblo
de Israel, porque habían sido conquistados y deportados a Babilonia. Y el
profeta Ezequiel ve también como se abren los cielos, con la misma expresión
que se da en el bautismo de Jesús, «se abrieron los cielos», y Jesús escucha la voz de Dios «Este
es mi Hijo amado, en quien me complazco», y el mismo profeta Ezequiel que
estaba sentado a la orilla del río Quebar y que ve como los cielos se abren
escucha la voz de Dios que le envía como profeta a su pueblo, dice la Palabra que
el espíritu entró en él, en el profeta
Ezequiel, y le hizo poner en pie. El bautismo el Señor fue el pistoletazo de
salida para la vida pública del Señor y a Ezequiel fue esa profunda experiencia
de sentir cómo Dios le movía para ser profeta en medio de una situación espiritual
crítica de su pueblo. Es importante que también nosotros escuchemos esa voz de
Dios, constituyéndonos profetas para que vayamos a anunciar el Evangelio en
este mundo que también está sumido en una gran crisis espiritual.
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