sábado, 1 de diciembre de 2018

Homilía del Primer Domingo de Adviento, ciclo c


PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO Ciclo c
2 de diciembre de 2018
          La mayor parte de los conflictos que sean entre nosotros tienen un mismo origen: nuestra falta de fe. Estamos acostumbrados a que nos sirvan, a tomar decisiones rápidas, a estar en reuniones sin darnos cuenta de cómo se encuentra el otro, a buscar la efectividad en aquello que hacemos. Y si alguien se comporta de un modo hiriente o te hace un desprecio enseguida nos sale el juicio en vez de disculparle porque aún no ha descubierto eso que uno sí cree haberlo descubierto. En la vida cotidiana sufrimos «graves hemorragias de fe» que nos genera una grave crisis de identidad cristiana. Esto tiene grandes consecuencias en la vida personal y comunitaria y sin darnos cuenta nos adentramos en una dinámica de secularización. El hecho de estar dentro de la Iglesia no supone que Cristo esté dentro de nuestra alma.
          La Iglesia tiene que estar abierta al mundo pero evangelizar y no para perderse en el mundo. Demostramos que estamos perdidos en el mundo cuando pensamos y actuamos del mismo modo de cómo actúa el mundo. No somos una sociedad humana más, somos un pueblo llamado a morir a nosotros mismos para que el rostro de Cristo pueda resplandecer mientras nosotros nos apagamos. ¿Qué somos los cristianos? Somos el trapo que se usa para limpiar las ventanas. Es cierto que nuestro cuerpo se resiente y se resiste. Es cierto que cuando nos intentan humillar o hacer de menos sale de nosotros todos los demonios que tenemos dentro. A lo que Cristo se acerca a tu persona, se sienta a tu lado, te coge de la mano, y con cariño te dice: «Si me amas no te resistas al mal y acepta las injusticias de tu hermano», porque cuando “menos tú”, más Cristo. Así es como se «practicará el derecho y la justicia en la tierra» (Jeremías 33, 14-16), y así Yahvé será nuestra justicia.  
          ¿De qué males yo y tú nos estamos resistiendo? ¿Qué injusticias me está haciendo mi hermano y qué injusticias le estoy yo haciendo a él? ¿Cómo estoy reaccionando ante sus justicias y cómo deseo yo que el mismo Dios reaccione ante las que yo mismo cometo?
          Dice el Salmo responsorial que «el Señor es bueno y recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes». Si no percibimos el rostro de Cristo en nuestra comunidad es porque nuestro pecado lo oculta. Es preciso descalzarse ante el hermano porque en él, aunque él ni se entere, te está hablando Dios y te está pidiendo que pongas fe y amor allá donde no haya ni fe ni amor. Recordemos que Cristo es el Señor de la historia y Él escribe la historia. Pero no lo escribe con tinta normal, sino con tinta invisible que únicamente con la luz y el calor de la fe lo podemos llegar a leer.

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